Érica Arcani se considera una “ciudadana del mundo”, y su historia lo comprueba. Durante su infancia y adolescencia vivió en cuatro países distintos. Nacida en la provincia de Córdoba, a los 6 se mudó junto a su hermano mellizo y sus padres a Lima, Perú. Después de un tiempo fueron a Madrid, donde se instalaron por ocho años, y luego a Londres, hasta que después de dos décadas girando por distintos lugares, regresaron a la Argentina de manera definitiva. Sintió la vocación de ser médica y se recibió, pero en simultáneo batallaba con problemas de salud, y fue después de sentir que estaba al filo de la muerte, cuando le declararon obesidad mórbida, que hizo un cambio rotundo de vida. Hoy se dedica a ayudar a otras personas que luchan contra la misma enfermedad, a través de sus redes sociales y de charlas personalizadas. En diálogo con Infobae, cuenta cómo hizo para salir adelante y la importancia de las herramientas que adquirió para sostener nuevos hábitos.
A los 53 años, hay recuerdos que permanecen latentes y por momentos siente el dolor de aquella adolescente que intentaba tener vida social en medio de la discriminación constante. “Estando en España sufrí mucho bullying por mi sobrepeso, porque siempre fui obesa, y me han llegado a hacer comentarios ofensivos no solamente los alumnos, sino también los profesores, que se burlaban de que yo seseaba; y los chicos obviamente que cada vez que había que jugar al vóley o al fútbol no me elegían, quedaba última o de arquera porque decían que no podía correr”, rememora. Lo mismo pasaba cuando había actos escolares, que siempre la ubicaban al fondo de todo, y cuando quería participar de algún cuadro de baile de sevillanas, tampoco podía estar en primera fila.
“Cualquier persona que ha sufrido bullying, lo primero que tiene que hacer, sobre todo si es adolescente, es ir y hablar con alguien de confianza, no hay que dejarlo pasar, y hay que evaluar si nosotros mismos no nos estamos poniendo creencias limitantes de cosas que en realidad sí podemos hacer”, sostiene. En su casa recibía mucha contención familiar, pero vivía una lucha interna constante, y todo empeoró cuando murió su padre, hace 23 años. “Ahí alcancé los 160 kilos, subí casi 100 kilos en menos de cuatro años; no me podía atacar los cordones, no podía caminar ni una cuadra, no podía abrocharme un pantalón, no conseguía ropa, y una amiga mía, Geraldine, me sentó en la cocina y me dijo que tenía que aprender a quererme, que no podía seguir así”, relata.
Esa charla caló profundo en su sentir, y se cuestionó a sí misma qué camino estaba eligiendo. “Siendo profesional de la salud, no estaba demostrando estar sana, más allá que es una enfermedad que puede sufrir cualquier persona, incluso un médico, que no por ser médico es sano de por vida, pero yo sentía que estaba en un estado deplorable y que tenía que ser coherente con mi profesión”, indica. Hacía poco le habían detectado diabetes tipo 1 e hipertensión -Érica tiene una maestría en hipertensión arterial y estuvo a punto de dedicarse a esa rama de la medicina-, por lo que su cuadro era cada vez más grave. Para ese entonces ya había probado todas las dietas habidas y por haber, que destruyeron su metabolismo, y después de consultar a varios colegas sobre su caso particular, se sometió a un bypass gástrico en 2004.
“Bajé 83 kilos, después subí cuatro kilos y ahí me estabilicé: hoy siento que tengo sobrepeso, pero no me siento obesa, hago ejercicio, llevo una dieta variada y completa, y no me visto con carpas negras, porque eso es lo que usamos muchas personas que sufrimos obesidad; me pongo colores como naranja, violeta, y vivo la vida”, comenta. El disfrute por las pequeñas cosas fue una de las claves para afrontar el día a día, ya que se trata de una enfermedad crónica, y cada amanecer es una nueva oportunidad para sostener el cambio. “Me levanto y me digo: ‘Qué linda que estoy, qué bien que estoy’, creo mucho en ser agradecido, más allá de todas las cosas que nos pueden estar pasando, porque cuanto más agradecido uno, mejor está; saber que puedo caminar, que tengo un techo, una ducha caliente para bañarme, y buscar un propósito también fue fundamental para mi”, sostiene.
Equitación y autoestima
Desde que era muy chica viajó gracias a oportunidades laborales de su papá, y siempre, estuviera donde estuviera, practicó equitación. “Los caballos son muy sanadores, son increíbles, tienen una sensibilidad impresionante, y amo a los animales”, manifiesta. Sin embargo, también vivió momentos discriminatorios en medio de las clases, como la vez que desde un colectivo una persona le gritó: “Bajáte del pobre caballo, gorda”. Y también le pasó cuando subió un video a su cuenta de Instagram –@erica_arcani-, que un hater le comentó la publicación de manera agresiva. “Me dijo que el pobre el animal tenía que soportarme para que yo dé un paseíto, y primero que no es ningún paseíto, es un deporte y una terapia, y que al caballo jamás se lo maltrata, están súper cuidados con visitas al veterinario, alimentación, y hay un respeto supremo por el animal que te acompaña”, expresa.
Pocas veces recibió ofensas, pero asegura que no le molesta lo que digan los demás, porque trabajó su autoestima para vivir de manera más saludable. “Hay discriminación de todos lados, habrá gente que le encante lo que hago y habrá gente que no; somos 7 mil millones de habitantes en el mundo, así que hay 7 mil millones de universos diferentes. Pero ojalá que al que no le guste, directamente que ni lo vea, porque esa persona en realidad está gastando lo único que no vuelve, su tiempo”, sentencia. No tiene dudas de que “la sociedad es gordofóbica”, y da un paso más allá para realizar otra afirmación.
“El gordo se aísla, porque el gordo también es gordofóbico, de otra manera: nosotros empatizamos con el otro porque sabemos lo que está pasando, lo hemos pasado en nuestro propio cuerpo, y si ves a alguien con obesidad comerse una hamburguesa triple, comprendés perfectamente que está en un pozo personal, canalizando alguna emoción que no puede trabajar de otra manera, y que está enfermo”, remarca. Se acuerda de la cantidad de veces que se dijo a sí misma: “No voy a ir a esta fiesta porque no tengo qué ponerme”, o “todos me van a mirar, mejor no voy”. Como también de las otras miles de veces que alguien le dijo que cuidara más su alimentación, y lejos de tomarlo bien, se enojó por aquellas palabras.
“Es malo cuando te dicen que mejor no comas, o que comas menos, porque no es solo cuestión de voluntad, o el otro extremo: ‘Che gordo, ¿qué te va a hacer un una papita más?’, o ‘Comete un pedacito de torta, que estamos de fiesta’”, ejemplifica. Muchas de estas situaciones las aborda en los cursos virtuales que creó para ayudar a quienes pasen por momentos similares. Lo llama su “academia”, y lo dividió en tres ejes de contenido: “Soy gorda, ¿y qué?”, “Actitud y hábitos”, “Gestión de tiempo”, todas disponibles en sus redes sociales. Desde que comenzó su propio camino de transformación, destaca la importancia de la psiquis de cada paciente, y por eso destaca la búsqueda de algo que motive a dar un nuevo paso todos los días.
“Descubrí que mi pasión es poder comunicar, ayudar al bienestar, y hoy me siento muy bien conmigo misma, muy segura, capaz de hacer lo que quiera; me ayudó mucho el coaching, que lo empecé a implementar para mí, y busqué algo para diferenciarme porque coaches hay millones, espectaculares; y tenía que ser algo que haya pasado por mí, que realmente haya vivido y sé que es la lucha contra la obesidad”, indica. En plena pandemia recibió muchas consultas y brindó sesiones particulares a aquellos que subieron de peso durante el aislamiento, y que por más que trataran de incorporar el ejercicio físico desde casa, no mejoraban su salud a nivel integral.
El temor a la muerte
“Lo mental y espiritual es muy importante, porque el cambio, que es inevitable a lo largo de toda nuestra vida, siempre es de adentro hacia afuera”, sentencia. Es partidaria de la mentalidad positiva como bandera de vida, y considera que aquello que cada uno se propone, así no tenga éxito en el corto plazo, es un aprendizaje que lleva a una lección de vida. “Parece trillado, pero literalmente el momento es hoy, lo de ayer ya pasó, no lo podemos cambiar aunque queramos, la palabra dicha ya la dijimos, ya hicimos daño con nuestras emociones, y el futuro es incierto, es exceso de ansiedad, así que realmente solo nos queda el presente”, comenta.
En su caso, después de aquella conversación con su amiga, de comprender que el conjunto de sus diagnósticos médicos ponían en riesgo su vida, supo que sino modificaba su forma de existir, se enfrentaría al peor de sus miedos. “Yo realmente pensé que me moría, y me surgió la supervivencia, solo que no sabía cómo cultivar el amor propio, que es como cuando en los aviones te dicen que en caso de emergencia va a caer una máscara de oxígeno despresurizada, que te la pongas vos primero, y luego ayudes al que lo necesite; es tal cual, primero tenemos que estar bien nosotros, para poder ayudar al otro”, asegura.
De a poco, se propuso la meta de “conocerse a sí misma”, escucharse más, y protegerse de aquellos que consideraba le hacían daño. También dejó de esperar que los demás la aceptaran, y se concentró en su propia validación. “La obesidad para mí no es una tabla de talle y centímetros, es mucho más, es algo con lo que se convive toda la vida así se alcance el peso ideal, y por eso tenemos que ser amables con nosotros mismos siempre, porque la actitud importa y mucho”, remarca. Confiesa que incluso le afectó a nivel sentimental, y que no tuvo parejas duraderas. “Casi siempre el hombre busca gente armónica, en cuanto al estereotipo, y es difícil porque en general me relacioné toda mi vida con personas flacas, no había quién entendiera lo que yo estaba pasando”, relata.
Tuvo un amor con varias idas y vueltas en Nueva York, pero aquello ya quedó atrás, y a diferencia de su manera anterior de afrontarlo, hoy tiene puesta la motivación en proyectos propios. “Creo que las relaciones amorosas no son fáciles para nadie, pero me va mucho mejor ahora que tengo mis pasiones, que estoy escribiendo un libro, hago sesiones con gente en España, y tengo planes de ir a Uruguay”, anticipa con entusiasmo. Actualmente se dedica al coaching corporativo, al marketing, y al trato particular con los pacientes que se embarcan en propósitos de vida similares al que ella emprendió hace casi 20 años. “Para el que necesite mi ayuda, acá estoy”, concluye con emoción y vocación de servicio.