La dueña del hotel familiar de la calle Olavarría al 1600 en Barracas todavía retiraba a la calle las pertenencias incendiadas de Pamela Fabiana Cobbas y Roxana Figueroa ayer sábado a la tarde, con sus uñas negras de llevar y traer. El día anterior, varias agrupaciones feministas y LGBTQ protestaron en la plaza Congreso para reclamar justicia por sus muertes: lo consideran un crimen de odio.
Pamela y Roxana, quemadas hasta morir, sostienen, fueron asesinadas por su identidad lésbica.
No fue la única protesta por el caso. Los colectivos también llegaron a la Feria del Libro, se hicieron oír en sus redes y proclamas. Hay restos de cera de vela en la vereda de la calle Olavarría, lo que quedó de un memorial atravesado por la época. Cuatro días antes de los crímenes, Nicolás Márquez, una figura frecuente de la ultraderecha argentina, amigo de Javier Milei y autor de una biografía del presidente, había definido a la homosexualidad como una conducta “insana y autodestructiva”, citando cifras sin fuente alguna.
Pamela fue la primera en morir. Falleció al día siguiente en el Instituto del Quemado. Mercedes Roxana perdió la vida con el 90 por ciento de su cuerpo herido por el fuego dos días después, internada en el mismo lugar, confirmaron fuentes oficiales.
Otras dos mujeres convivían con ellas en la pieza que ardió, la número 14 del lugar, Sofía Castro Riglos, de 49 años y Andrea Amarante, de 42. El caso de Amarante es el más grave. Continúa internada en el hospital Penna y su vida corre peligro. Castro Riglos, en cambio, declaró a mediados de esta semana a la Policía de la Ciudad tras evolucionar favorablemente. La fuerza porteña realizó una pericia de bomberos en la habitación 14. Los contenidos de la declaración de Sofía así como el resultado de la pericia se mantienen en estricta reserva. La Policía de la Ciudad, por su parte, descartó el uso de una bomba tipo Molotov en el ataque.
Hay un hombre detenido por el hecho, Justo Barrientos, de 67 años, que vivía hace varios años en la pensión. Fue trasladado al hospital Argerich tras el incendio, en calidad de detenido, donde recibió el alta tres días después. El caso está en manos del juez Edmundo Rabbione, que subroga el Juzgado N°14. Pero Barrientos, hasta el viernes a la tarde, todavía no había sido indagado. Datos de la Cámara Criminal y Correccional revelan que el expediente está calificado como un homicidio agravado.
Sin embargo, según confirmaron fuentes del caso a Infobae, el agravante del artículo 80 del Código Penal no fue definido: el juez Rabbione no determinó si las muertes de Pamela y Roxana fueron femicidios agravados por el odio al género o a la orientación sexual, identidad de género o su expresión.
Rabbione, primero, intentará determinar si Barrientos es inimputable.
Barrientos vivía en la pensión de Olavarría hace varios años, recuerdan vecinos. Su ficha en Tribunales está vacía: no fue acusado de otros delitos significativos en su historia, había denunciado el 15 de marzo último por intentar colarse sin entrada a un evento según consta en registros del Ministerio Público Fiscal porteño. Su nombre tampoco aparece en condenas de primera o segunda instancia del fuero correccional de la última década.
Era un trashumante, en cierta forma. Había trabajado durante años en un restaurant, pero sus problemas con el juego llevaron a su divorcio. Así, fue de pensión en pensión. Antes, había vivido en una de la calle Maza en Montserrat, donde había fijado domicilio para varios trámites. Era proclive a contarle la historia triste de su vida a quien lo cruzara. Hincha de Boca, hablaba de fútbol con frecuencia en la pensión.
Pamela y Roxana, pareja entre sí, llegaron allí dos años atrás. Andrea y Sofía se sumaron cuatro meses atrás. La situación era precaria, cuatro mujeres en una pieza sin baño. Pamela tenía 52, oriunda de Mar del Plata, se dedicaba a vender cosméticos, cobraba una pensión. Era madre de dos hijos que llevan su apellido, una de 27 años, el otro, un adolescente, 14. Vecinos de la pensión afirmaron haber conocido al chico en repetidas ocasiones. Antes, Pamela había pasado por domicilios en Lomas de Zamora, Quilmes. Queda una vieja dirección de Pamela, registrada en Playa Constitución, en Mar del Plata. Alguien atiende el teléfono de línea allí. Dice no conocerla, ni conocer a la familia. Según Página/12, nadie habría reclamado su cuerpo.
Roxana tenía la misma edad que Pamela. Había registrado un domicilio en una de las torres de la calle Bonorino en el Bajo Flores. También cobraba una pensión. Nunca registró un trabajo en blanco. Andrea Amarante había sido trabajadora en el sistema médico, venía un barrio periférico en Neuquén. El padre de Sofía Castro Riglos había estado vinculado a la política a fines de los años 90. Su familia había vivido en un piso en la zona de Barrancas de Belgrano.
La pieza las unió a todas. Barrientos estaba a pocos metros.
Un testimonio logrado por la Agencia Presentes en el lugar apunta a que Barrientos detestaba a Pamela y Roxana. “Él ya las había amenazado una vez. Fue en la última Navidad. Les dijo que las iba a matar a las dos y mirá lo que pasó ahora”, afirmaba un hombre del lugar: “Él les decía ‘engendros’ por su condición sexual. Les decía ‘tortas’, ‘gorda sucia’”, continuó. Otros vecinos, varones, del mismo piso en el que vivían Pamela y Roxana, no hablan de un clima de conflicto entre Barrientos y ellas. “No entiendo qué pasó. No lo justifico”, asegura uno.
El testimonio de Castro Riglos será una clave para definir qué ocurrió, tal vez la más importante. Rabbione mantiene su causa bajo un fuerte hermetismo.