[El podcast”Medio siglo de teatro” puede escucharse clickeando acá]
En 1974 Carlos Rottemberg inició su camino como empresario que, después de 50 años, lo ha transformado sin dudas en “el señor de los teatros”. Cuatro años después de aquel comienzo, el empresario desembarcó en Mar del Plata y desde entonces no faltó a ninguna temporada de verano.
Es dueño de diez salas de teatro en la Ciudad de Buenos Aires y seis en La Feliz. Maneja unas 4500 butacas en cada una de las ciudades donde presenta las obras. Tiene una empresa porteña y otra marplatense. Se instala en Mar del Plata desde fines de diciembre hasta que comienzan las clases de sus hijos pequeños. Es, como le gusta decir, “marplatense por adopción”.
En el quinto episodio del podcast “Medio siglo de teatro”, Carlitos -como todavía lo llaman- habla de Mar del Plata con un enorme cariño. Por lo que construyó allí y también porque esa hermosa ciudad balnearia le recuerda a su infancia. “A Mar del Plata me une la memoria emotiva. Me recuerda a cuando mis viejos no tenían un mango, los primeros viajes de 14 horas en un auto que recalentaba, por la ruta 2 angosta para hacer el trayecto Mataderos-Mar del Plata, cuando alguna gente hacía noche en Dolores a mitad de camino. Parábamos en el hotel Lima, que está cerrado hoy y quedaba a una cuadra y media de la vieja Terminal de Ómnibus. Teníamos pensión completa y dormíamos en una habitación. Mis padres en una cama y dos cuchetas para mi hermana y para mí. Íbamos a la Playa Bristol a la mañana y volvíamos al hotel para almorzar por la pensión completa. Luego íbamos a la playa de nuevo por las tardes. Después mis viejos nos llevaban a dar la vuelta en pony en el parque Primavesi, tomábamos un helado y nos parábamos en la puerta de los teatros a ver a los artistas porque no había plata para comprar las entradas”.
“Yo -agrega- esperaba en la puerta del teatro para ver a Darío Víttori por eso ahora dejo los carteles encendidos y les pido a los acomodadores de la empresa que no apuren a la gente para que abandonen la puerta así pueden ver a las estrellas. Y siempre les digo que yo era como ellos”.
Cuenta Rottemberg que, en la época dorada del teatro en Mar del Plata, en la temporada de verano, una obra superaba en ventas de entradas a lo que conseguía esa misma puesta en una sala de la calle Corrientes. “Eso ya no sucede”, sentencia Rottemberg.
La experiencia teatral en La Feliz supo ser un fenómeno de gran escala. Después de más de cuarenta temporadas, el empresario tiene una teoría acerca de varios aspectos del público que elige ir a ver teatro en la ciudad que en febrero pasado cumplió 150 años.
Uno de ellos es climático: “La temática de Mar del Plata está unida a la temperatura corporal que trae la gente después de un día de playa. De hecho, con la misma cantidad de gente en el mismo metraje cúbico de una sala, hay que refrigerar más la sala en Mar del Plata que en Buenos Aires en verano, porque la gente produce estufitas de mayor temperatura que en la avenida Corrientes de Buenos Aires. Creo que la gente se quiere divertir en verano, quiere una especie de Disneylandia y eso es el teatro en la temporada marplatense”.
En la empresa de Mar del Plata, los boleteros son marplatenses, todos los empleados son marplatenses, los contratistas con los que hacen las obras de los teatros son marplatenses, todos son de allí: “El único extranjero soy yo”, bromea Rottemberg.
Ya no viaja en un auto que recalienta y ya no hay una ruta 2 mano y contramano. No faltó ningún verano desde que comenzó hace casi medio siglo, por eso Rottemberg dice: “Mar del Plata es la ciudad que elijo. La quiero. Fui bien tratado en Mar del Plata, me siento cómodo en la ciudad. Me enorgullece haber construido teatros allá”.
En el último minuto del episodio del podcast, Rottemberg habla con mucho afecto de Guillermo Bredeston, actor, productor y su amigo y socio, que murió en julio de 2018. “Bredeston fue mi maestro, Bredeston era Mar del Plata, siento la pérdida en lo personal y en lo profesional. Puedo decir muchas cosas de Mar del Plata, pero me falta Bredeston”, concluye Rottemberg.