Era el año 1916 y se venía la primera elección presidencial que se celebraría bajo la Ley Sáenz Peña. Ayacucho, un pueblo del centro este bonaerense fundado en 1866 por el estanciero y juez de paz José Zoilo Miguens, estaba convulsionado. En plena campaña electoral llegaría para hablar Pedro Solanet, quien no solo se postulaba como diputado nacional sino además uno de los hombres de mayor confianza de Hipólito Yrigoyen, el candidato a presidente por la Unión Cívica Radical.
Dos chicos lograron escabullirse del aula del sexto grado y se mezclaron con la gente para estar presente en semejante acontecimiento. Uno era el propio hijo de Solanet y el otro Ricardo Balbín. Tenía 12 años.
Si bien a lo largo de su vida política lo asociaron como un platense más, donde viviría la mayor parte de su vida, había nacido a las tres de la tarde del viernes 29 de julio de 1904 en la Ciudad de Buenos Aires, en una casa de la calle Progreso 1127 del barrio de Constitución.
Su papá Cipriano era un inmigrante asturiano que había llegado al país a los 13 años y su mamá Encarnación Morales, era andaluza. Formaron una familia de cinco hijos, tres mujeres, Encarnación, María Lisa y Angela y dos varones Ricardo y Armando.
Huérfano de madre
Cipriano se empleó en el Ferrocarril del Sud y fue encargado del coche comedor. Eran tiempos en que era un placer viajar en tren y la comida que se servía era buena calidad y alcance de todos. Ese espíritu emprendedor lo llevó a administrar una confitería en la ciudad de Azul, también de propiedad del ferrocarril, por esos años en manos británicas. Cuando nació Ricardo, su cuarto hijo, abrió un local en la ciudad de Laprida, donde años después también se pasarían películas. En esa ciudad nació Armando, el hermano menor.
Amargos recuerdos fueron los del niño Ricardo de sus primeros años. Solo tenía cuatro años cuando su mamá enfermó, y con el convencimiento de lograr su cura en el lugar donde había nacido, viajó con su marido a España, donde falleció. El padre pensó en los hijos: Ricardo quedó a cargo de sus hermanas mayores y de un amigo, mientras que Armando, de un mes y medio, fue criado por una maestra irlandesa hasta los diez años.
Cuando el padre regresó, se afincó en Ayacucho donde se hizo cargo de una casa de ramos generales, propiedad de un hermano soltero que había muerto. Ricardo fue anotado como pupilo y los estudios secundarios los cursó, también con esa modalidad, en el Colegio San José de la ciudad de Buenos Aires. Fue uno de los diez alumnos que egresó con diploma de honor y con los premios de literatura, matemática, religión, álgebra, geometría, historia natural, geografía e historia.
Eran tiempos en que radicales, conservadores y en menor medida los socialistas dominaban la escena política. La prédica de Hipólito Yrigoyen había atrapado al inmigrante y a sus hijos, quienes adhirieron a esa lucha del líder radical contra lo que llamaba “el régimen” y por la defensa del sufragio. Balbín admiraba a Yrigoyen y el idealismo de Leandro Alem, lo que lo llevaron, al cumplir los 18 años, a afiliarse al partido.
Cuando terminó los estudios secundarios, no lo dudó y se anotó en la Facultad de Medicina de la UBA, ya que la sentía como su verdadera vocación. Allí se haría amigo de otro joven radical, Arturo Illia.
Cuando ya había aprobado las materias de los dos primeros años, una cuestión familiar torcería su destino. Su papá fue estafado por una persona de su mayor confianza, quien retiró los depósitos que había confiado a la Casa Lanusse que, junto a la Casa Bullrich, gozaban de un sólido prestigio, principalmente entre los hombres de campo, que las consideraban mucho más seguras que los bancos. Cuando Cipriano quiso retirar sus ahorros para saldar una deuda por la compra de una casa de la calle 7 y 47 de La Plata, se encontró que de acreedor había pasado a deudor.
Los Balbín decidieron radicarse en la capital de la provincia y Ricardo dejó Medicina. En marzo de 1924 se inscribió en Derecho en la Universidad Nacional de La Plata.
Comienzos en la política
En la facultad militó en el Partido Federado, una agrupación estudiantil que hacía propios los postulados de la Reforma Universitaria de 1918, y que tenía su contrapunto en la conservadora Concentración Universitaria. La bandera usada por el Partido Federado era de color violeta, similar a la que identificaría a Franja Morada.
Balbín llegó a ser delegado por esa agrupación ante la Federación Universitaria en tiempos en que el rector de la universidad era Benito Nazar Anchorena, uno de los hombres que Marcelo T. de Alvear gustaba frecuentar. Siendo integrante de la Federación Universitaria, Balbín fue citado junto a otros compañeros y cuando Nazar comenzó a indicarles cómo debían conducirse y actuar, Balbín le contestó que no habían ido a recibir órdenes.
El rector decidió expulsarlo, justo cuando estaba terminando sus estudios. Extrañó la medida porque era conocido su postura a favor de los postulados reformistas. Al tiempo el funcionario renunció pero antes decidió reincorporar a ese alumno rebelde que, se rumoreaba, llevaba en su cintura un matagatos en las tumultuosas asambleas estudiantiles. El 26 de febrero de 1927 obtuvo el diploma de abogado.
Hincha de Gimnasia y Esgrima de La Plata –”porque Estudiantes es un club de oligarcas”, explicaba- consiguió un empleo como personal numerario en la biblioteca de la legislatura provincial, con un sueldo de 120 pesos.
Se involucró en la vida partidaria, lo que lo obligaba a ir a Capital Federal. En esos viajes en el Roca se fijó en una maestra de 26 años que subía en La Plata y bajaba en Lanús, donde daba clase. Su timidez le impedía charlar con ella, pero su actitud llamó la atención de la amiga. “Che, cómo te mira ese tipo tan feo con cara de chino…”
En 1928 se casó con la platense Indalia Elena Ponzetti. Por él, abandonó el magisterio y fueron a vivir a una casa en la calle 9 de La Plata. Lía, o “madre”, como él la llamaba, fue su compañera inseparable durante toda su vida.
Su primer cargo
En septiembre de 1928 el gobierno radical intervino la provincia de Mendoza e Yrigoyen envió al dirigente bonaerense Carlos Borzani, quien le pidió un equipo de gente joven e idónea. Fue así como Balbín, junto a los platenses Mordeglia y Gómez Cabrera viajó junto a su esposa a Mendoza, con el cargo de fiscal del crimen.
Ya cuando llegaron el 11 de diciembre notaron una marcada hostilidad, al punto que Borzani debió ser puesto en funciones por el jefe de policía.
Balbín tuvo trabajo: debió investigar la gestión de Alejandro Orfila, detenido, por sospechas de malversación. También habían sido detenidos por un tiempo los hermanos Carlos Washington y José Néstor Lencinas, caudillos del bloquismo sanjuanino, corriente política que tenía una raíz radical.
Cuando Carlos Washington regresó de un viaje a Buenos Aires – había sido elegido senador en 1927 y recién la cámara no resolvió su diploma sino hasta julio de 1929- el 10 de noviembre lo mataron de un tiro en el pecho, lo que reavivó el odio entre radicales y lencinistas. Balbín debió investigar el hecho. Con el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 Borzani y su equipo debieron abandonar la provincia.
Se fue con la pátina de no haber esclarecido el asesinato de Lencinas y el descubrimiento de urnas repletas de votos radicales para las elecciones que debían celebrarse el 7 de septiembre, lo que contribuyeron a opacar la intervención. El peronismo exhumaría estas acusaciones contra Balbín que no pudieron ser comprobadas fehacientemente.
En Mendoza, había nacido su primera hija, Lía Elena; en 1931 tuvieron un varón que falleció al año y medio. Luego vendrían Osvaldo y Enrique. Se asoció con José Delgado Moy y armó un estudio de abogados, donde se dedicaban a sucesiones.
Su primer cargo partidario lo obtuvo a los 26 años cuando fue elegido presidente de la primera sección electoral de La Plata. Con el correr de los años sería titular de la Junta Central, presidente del Comité Provincia y delegado al Comité Nacional. En las elecciones convocadas para el 5 de abril de 1931 -en las que Uriburu descontaba una victoria- Balbín fue candidato a diputado provincial en primer término por la tercera sección. El 30 de marzo Balbín cerró la campaña en Coronel Brandsen, donde un militante radical fue baleado en el local partidario. Cuando la UCR resultó triunfante, la dictadura anuló los comicios.
Empedernido fumador – consumía un paquete y medio diario de cigarrillos rubios- jugaba pelota paleta, cada tanto iba a la cancha y asistía al hipódromo de La Plata. Ya se destacaba como brillante orador, y en los actos partidarios competía con su amigo Amílcar Mercader para ver quién hacía emocionar antes a Alvear, de lágrima fácil. “Qué clase tenés, pibe”, lo elogiaba.
En 1940, junto a su amigo Crisólogo Larralde, no quisieron asumir como diputados provinciales, en protesta del fraude que habían cometido los conservadores. Ya en 1935 había intentado impugnar los comicios fraudulentos que llevaron a Manuel Fresco a la gobernación bonaerense y también denunció penalmente a los miembros de la Junta Electoral por encubrimiento. Por ese tiempo, para diferenciarse de la conducción nacional partidaria, armó el Revisionismo Bonaerense, en los que militaron el propio Larralde, Moisés Lebensohn, Oscar Alende, Salvador Cetrá y Alejandro Leloir, estos dos últimos se pasarían al peronismo.
Vivió en la calle 9, luego en Diagonal 74, posteriormente en 48, entre 12 y 13 y desde 1947 habitó, hasta su muerte, una casa en la calle 9 y 49 de La Plata. La compró con un crédito de 56 mil pesos moneda nacional. Es de dos plantas, en la baja un hall, sala de recibo, estudio, comedor, cocina, baño, patio jardín y garage, y en la alta tres dormitorios, baño y balcones a la calle. Fue declarada monumento histórico nacional y patrimonio protegido de la ciudad de La Plata. Aún así, denuncian su estado de abandono.
El golpe militar del 4 de junio de 1943 cambió el panorama político, en el que surgiría una nueva figura política. Muchas cosas pasarían: diputado nacional en 1946, desaforado en 1949, preso, cuatro veces candidato a presidente, su dolor por la división del partido y su vínculo con su discípulo predilecto Raúl Alfonsín. Perón y Balbín serían acérrimos adversarios y treinta años después terminarían uniendo sus esfuerzos. Pero eso es tema para una segunda parte.