La última campanada: la emocionante despedida del encargado de un colegio histórico luego de 45 años de trabajo

Ramón Frontera
Ramón Frontera (Pedro Castillo)

Aún con la voz quebrada por la emoción, Ramón Fronteras recuerda cómo fue su último día en la escuela que consideró su segundo hogar y revive aquella mañana de 1978 cuando entró por primera vez, dejando atrás la changa que tenía en una fábrica de aviones, y sin pensar que allí viviría toda su vida laboral.

Ingresó como personal de maestranza, hizo trabajos de carpintería y ocho años atrás fue nombrado encargado del Colegio Nacional de Monserrat, de Córdoba, donde pasó por los tres turnos y tuvo la tarea diaria de abrir la puerta a los dos mil estudiantes que llegaban a clase. De todas sus quehaceres, tocar la campana fue lo que más disfrutó: esa era la señal para ingresar al aula, salir al recreo y el momento de irse a casa.

Ver corretear a los y las estudiantes por los pasillos de la institución (fundada el 1 de agosto de 1687 por la Compañía de Jesús, Ignacio Duarte y Quirós, y por la que pasaron ilustres de la historia como Juan José Paso, José Antonio Balseiro, Juárez Celman y Deodoro Roca, entre otros) lo hacía feliz. Y ahora, con pocas horas de jubilado, Ramón admite que se le mezclan las sensaciones.

No esperaba que me hicieran una despedida así. Me dieron una enorme sorpresa, no sabía que era tan querido”, admite el hombre que el lunes 20 de mayo de 2024 colgó el delantal para siempre. En todos estos años, vio cómo el estudiantado crecía, cambiaba; fue testigo del ingreso de chicas a las aulas (a finales de la década de los 90´s) y recibió los afectuosos saludos de las ex alumnas y alumnos que ahora llevan a sus hijos a la escuela y les trasmiten el amor y respeto hacia uno de las personas más queridas del Monserrat.

Colegio_Nacional_de_Monserrat_vista_nocturna
Colegio Nacional de Monserrat (Wikipedia)

Maestro sin pizarrón

“El pasado viernes 17, que era el último día de trabajo en el colegio, me pidieron que regresara este lunes para completar unos papeles que faltaban y que llegara a eso de las 10 de la mañana. Estuve puntual. Completé todo y la encargada me pidió que la acompañara a la secretaría y al entrar vi que me tenían preparada la sorpresa, con una mesa llena de cosas ricas que nunca esperé… Fue un momento muy lindo, me hicieron lagrimear”, reconoce el ya jubilado, de 67 años, y pensando en voz alta, admite: “Estoy muy feliz por el camino recorrido, pero un poco triste porque ya se acabó”.

Ramón recuerda que en los primeros cinco años pasó por distintos puestos hasta que lo nombraron encargado. “Pasé por todos los turnos, pero más tiempo lo pasé a la mañana. Por la tarde mantenía mi changa como albañil, trabajo que siempre me gustó y que pienso seguir haciendo porque no me quiero retirar del todo”, admite.

En los 45 años de trabajo ininterrumpido, cuenta que vio pasar a cinco directores y presenciar el momento bisagra de la institución: “En los años 90, no recuerdo la fecha exacta, pero Menem era presidente, al colegio iban sólo varones pero en ese tiempo recibió a las primeras alumnas. Eso para mi fue mejor porque cambió mucho el trato, hubo más respeto desde que ingresaron”, revela y cuenta que aunque nunca quiso pasar lo laboral al ámbito personal, siempre se llevó muy bien con sus compañeros de trabajo, y disfrutó compartir sus años con ellos.

“Con todos mi compañeros siempre me sentí bien, desde los colegas, hasta los docentes, el personal administrativo y las autoridades. Me tocó trabajar siempre con gente muy buena donde el respeto fue lo principal. Por suerte, en tantos años jamás tuve que pasar por un mal momento. Igual que con los estudiantes, que son muy respetuosos”, relató.

Ramón Frontera
El momento de tocar la campana por última vez (Pedro Castillo)

Para él, su trabajo en el colegio fue muy importante. “A mi el colegio me dio todo lo que tengo. Amo este lugar. Aunque nunca dejé las changas que salían como albañil porque sino se hacía difícil con un sólo trabajo, pero el sueldo de la escuela era el que tenía como fijo y seguro. Cuando hice mi casa, sabia que gracias a la escuela iba a poder comprar cada ladrillo, por eso a esta institución le estaré siempre muy agradecido”, agrega.

En estas cuatro décadas, aclara que solamente faltó durante la pandemia. “Fue un año y medio sin ir, el tiempo que no hubo clases presenciales y mi jubilación estaba cerca… Yo no sabía qué iba a pasar y lamentaba pensar que me iba a jubilar sin despedirme de nadie, pero cuando volvió la presencialidad, me llamaron para preguntarme si quería volver y dije que sí. Y me propusieron, si quería, seguir un año y medio más, les pedí seguir y bueno… el tiempo ya se cumplió”, dice algo emocionado.

Volviendo a su pasado, llega a sus 17 años. “Este fue mi tercer trabajo. Cinco años antes empecé a trabajar en una empresa constructora a la que me llevó un tío y estuve en la construcción del Estadio de Córdoba”, cuenta sobre el Chateau Carreras, inaugurado el 16 de mayo de 1978 con un partido entre la Selección Argentina y un combinado cordobés, que fue una de las sedes del Mundial ‘78 y que desde 2010 pasó a llamarse Estadio Mario Alberto Kempes.

“Durante un mes fui albañil y luego hormigonero, pero cuando se terminó me quedé sin trabajo en esa empresa y entré a una que fabricaba aviones, era una changa. En ese tiempo, un compañero me recomendó que me anotara para trabajar en una bolsa de trabajo porque en el colegio estaba pidiendo gente. Me dijo que él se anotó, pero como la paga era poca estaba probando suerte en otro lugar, y que si lo llamaban, que lo suplantara y que turno era por la tarde. Así que me anoté. Como estaba en el otro trabajo, les pedí permiso para llamar y saber cómo me había ido porque ya me habían entrevistado. Era un miércoles, le pedí permiso para llamar y me dijeron que había entrado, y que me esperaban el día lunes para trabajar”.

Ramón Frontera
Ramón en la fuente del colegio en su último día como encargado (Pedro Castillo)

Como debía hacer todos los papeles, le pidieron que se presentara esa misma tarde. “Les dije que estaba lejos y me dijeron que fuera en remis. Les dije que no tenía plata para pagarlo y ofrecieron pagarlo ellos, así que avisé a los jefes de la empresa donde estaba y como sabían que mi tiempo ahí era corto, no hubo problemas en que me fuera. Me recomendaron que dejara pasar un trabajo fijo y fui”.

Desde ese día pasaron 45 años. Formó su familia, tuvo dos hijos y vio crecer a un sinfín de estudiantes. “No sé la cantidad de alumnos y alumnas que vi pasar, pero toda la ciudad va a ese colegio. Actualmente entre los chicos de sexto año hasta los del terciario, deben ser dos mil, en los tres turnos”, saca cuentas.

Emocionado dice que muchos de ellos, cuando lo cruzan por la calle lo saludan. “¡Eh, flaco!”, lo paran. “Yo a veces no los recuerdo, son tantos que es imposible, pero saber que ellos sí es algo impagable, único. Me hacen sentir querido. Es más, hace unos sábados, yo estaba en el colegio y vi a unos muchos, de unos 30 años, que me cruzaron y dijeron: ‘Éramos alumnos y usted estaba, ahora traigo a mi hijo y usted sigue’… Esas cosas emocionan porque me hacen dar cuenta que les dejé un buen recuerdo”.

Preso la emoción admite: “No dejan que me vaya. Ahora las chicas que terminan séptimo me pidieron que vuelva porque me quieren hacer un regalo de parte del curso… Y el lunes, cuando fui, muchas me pidieron fotos para tener de recuerdo. Y, antes de irme, hice sonar por ultima vez la campana y aplaudieron… Me emocioné mucho”, finaliza.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *