Apenas se enteró que Carlos Palacios, el editor del diario El Regional estaba en el bar La Alegría, decidió ir a confrontarlo para que le diese explicaciones por los continuos ataques difamatorios que recibía. Este diario hacía poco que había surgido, en la localidad de Allen, para defender a rajatabla al gobernador Elordi y a la policía, que quisieron hacer pasar por un enfrentamiento la muerte a sangre fría de ocho evadidos de la cárcel de Neuquén.
Era la noche del 18 de enero de 1917 y al día siguiente, el periodista Abel Chaneton viajaría a Buenos Aires a entrevistarse con el presidente Hipólito Yrigoyen, para ponerlo en autos del hecho. Nunca llegaría.
Chaneton era un cordobés nacido en 1877 que por 1898 se radicó en Chos Malal, por entonces la capital del territorio del Neuquén, localidad que perdió esa jerarquía cuando el ferrocarril llegó a lo que hoy es la capital de la provincia.
Se ganó la vida como carpintero y radiotelegrafista; fue juez de paz en Las Lajas, director de la cárcel y jefe de la policía local. A partir de 1904 se instaló en la ciudad de Neuquén y participó de los concejos municipales. Entre 1911 y 1914 fue presidente del concejo municipal y entre 1914 y 1917 concejal.
En 1908, junto al imprentero José Edelman, fundó el diario Neuquén, que mantenía con un sistema de cooperativa entre tipógrafos y redactores. Fue bien recibido por la comunidad y en sus páginas denunciaría el fruto de sus investigaciones: qué había ocurrido realmente con ocho presos evadidos de la cárcel de Neuquén y que aparecerían muertos a manos de la policía en el paraje conocido como Zainuco.
El escape
Apenas un puñado de guardias debían ocuparse de unos 180 presos hacinados en la cárcel. Al atardecer del 23 de mayo de 1916 ocurrió lo previsible. Primero hubo un tumulto que se transformó en gresca, un guardia fue asesinado y otro herido. Cuando quisieron darse cuenta, los internos se habían apoderado de las armas que había en el penal.
Los cabecillas del motín obligaron a todos a seguirlos y a puros tiros llegaron a la calle. Al lugar había llegado el gobernador Eduardo Elordi, quien estaba enfermo en su casa. Ocupaba el cargo desde 1906, fue a la cárcel a pie y debió protegerse en una zanja cuando los presos comenzaron a dispararle en el momento, que a los gritos, se dio a conocer.
Algunos escaparon en soledad y otros prefirieron huir en grupo. Los que tomaron hacia el noroeste fueron capturados en Vista Alegre, sobre la margen oeste del río Neuquén, a 25 kilómetros al norte de la capital; otros prefirieron ir hacia el sur, pero terminaron su periplo a unos 170 kilómetros, en el centro de la provincia de Río Negro. Otros pretendieron alcanzar la frontera y cruzar a Chile.
En la zona de Estación Plottier del ferrocarril que unía Neuquén con Zapala, desvalijaron el almacén de ramos generales atendido por Ramón Morillón, quien alcanzó a esconderse en el sótano junto a su esposa y sus dos hijas, y los atacantes no los descubrieron. Pero Alberto y Adolfo Plottier, pensando que solo se trataba de un puñado de hombres, decidieron resistir a los tiros de revólver con un par de peones. Adolfo terminó muerto con un tiro en la cabeza.
Ahí mismo los delincuentes mataron a uno de los suyos, que no quería escapar porque ya había cumplido su condena.
En Arroyito, a 55 kilómetros al sur de la capital, asaltaron otro almacén y luego se separó Martin Bresler, uno de los cabecillas. Estaba preso por haber asesinado a un hombre con el que mantenía una vieja enemistad. Si bien sería capturado más adelante, lograría escapar.
Quedaban 16 evadidos al mando de Sixto Ruiz Díaz quien, inflexible, no toleraba ninguna deserción. El principio del fin fue el 29 de mayo cuando decidieron descansar en el rancho de Emilio Fix, nacido en un pueblo en Bohemia y que se había establecido en la Patagonia escapando de la Primera Guerra Mundial. Cuando el frío arreciaba, se iba con su familia a la ciudad, por eso los delincuentes encontraron la vivienda -en la Pampa de Lonco Luán, en el valle de Zainuco- vacía. No estaban lejos de la frontera con Chile.
Al día siguiente, el sargento Vivot, junto a media docena de policías, los descubrió. Cuando empezó el tiroteo, uno de los policías fue en busca de refuerzos. No tardaron en sumarse el comisario inspector Adalberto Staub, junto a tres comisarios y 40 oficiales bien armados.
Los presos intentaron abandonar el rancho en diversas direcciones con la intención de alcanzar los montes cercanos cuando Ruiz Díaz cayó fulminado con un balazo en la cabeza. Los demás decidieron rendirse.
Fueron divididos en dos grupos. A uno lo mandaron a Zapala y a los otros, entre los que había heridos, terminaron muertos. Según la policía, intentaron escapar cuando los llevaron a tomar agua y fueron acribillados. Pero la versión que publicó Chaneton es que habían sido ejecutados por orden del comisario Straub. Todos tenían un disparo en la cabeza.
Por una semana los cuerpos permanecieron en el lugar donde habían caído hasta que fueron sepultados en una fosa común. El más joven era José Concino, de 16 años y los mayores era el chileno Nicolás Ayacura y el italiano Antonio Stradelli, ambos de 30.
El encubrimiento
A partir de septiembre de 1916, Chaneton –que además era el corresponsal del diario La Nación– puso de relieve cada una de las irregularidades del hecho, poniendo en tela de juicio el accionar de la policía y hasta del propio gobernador del territorio, Eduardo Elordi, a quien acusó de encubrir las muertes y lo señaló como responsable político.
Con el correr de las semanas fue recogiendo diversas pruebas, entre ellas el testimonio del estanciero Félix San Martín, quien le aportó detalles del hecho.
Chaneton intentó motorizar una investigación en el Congreso, gracias a un proyecto presentado por el diputado radical Francisco Riu, quien era abogado y poeta, que incluía la formación de una comisión que debía viajar al sur, pero quedó en la nada.
El periodista comenzó a recibir amenazas para que cesase en su campaña. Elordi no se quedaría quieto. Le quitó al Neuquén el aviso que publicaba y subió la apuesta: ascendió a Straub a jefe de policía.
Paralelamente surgió en Allen El Regional, un diario hiperoficialista editado por Carlos Palacios, quien se dedicó a atacar a Chaneton, defendiendo el accionar de los policías.
El que llevó la causa de la matanza fue el juez Enrique Zinny, quien dictaminó que no había habido evasión sino sedición e intento de fuga, y que no interesaba cómo habían muerto esos hombres. Sobreseyó a todos los imputados y cerró la causa.
De diversas fuentes, le advirtieron a Chaneton que buscaban matarlo. La misma tarde de su muerte el intendente Francisco Arrázola le avisó que Palacios comentaba a viva voz que lo asesinaría. Desde diciembre recibía mensajes instándolo a olvidarse de lo que había pasado en Zainuco. Unos días antes había escrito en su diario que “bien sabemos que en esta campaña nos jugamos la vida”.
La noche del 18 de enero de 1917 el periodista estaba en el teatro junto a su esposa Amalia González. Cuando se enteró que Palacios y Bunster estaban en el bar La Alegría, fue lo más rápido que pudo, acompañado por un vecino para pedirle explicaciones a Palacios por el violento ataque del que era objeto.
Apenas entró, Palacios sacó su revólver calibre 32 y le disparó cuatro veces, sin dar en el blanco. En cambio Chaneton tuvo mejor puntería. Palacios abandonó el bar y murió media hora después en la Asistencia Pública.
Chaneton salió del bar por la puerta trasera. Lo estaba esperando el sargento Luna, vestido de paisano, y le hizo un disparo con su 38 al corazón y murió al instante. Su asesino fue a esconderse en los vagones en la estación del ferrocarril.
Velado en el diario, el concejo deliberante decretó tres días de duelo, la bandera a media asta y se colocaron crespones en los postes de alumbrado.
El que ocupó la dirección del diario fue Cesáreo Fernández, quien anunció que la publicación continuaría la lucha emprendida por su colega fallecido.
El gobernador Elordi aseguró que Chaneton y Palacios se habían baleado y que ambos estaban muertos, y que lo habían hecho por una polémica que mantenían por cuestiones “de carácter íntimo”.
El diario La Nación calificó el hecho de “excepcional gravedad” y pidió que el Ministerio del Interior investigase a fondo.
Elordi, cuando terminó su mandato en 1918, fue designado director general de Territorios Nacionales hasta su muerte en 1938 y el comisario Straub, el principal acusado de la matanza, siguió su carrera como jefe de la policía neuquina.
El caso se silenció hasta que uno de sus nietos Juan Carlos Chaneton contaría el caso en el libro “Zainuco. Los precursores de la Patagonia trágica” (Galerna, 1993) y en 2011 se estrenó el documental “Abel Chaneton”, de Fabio Rodríguez Tappa e Inaki Echeberría.
Chaneton pasaría a la historia como uno de los precursores de la investigación periodística en nuestro país, un periodista que dio su vida por contar la verdad.