Dibu Martínez es uno de los dos argentinos nominados al Balón de Oro, junto a Lautaro Martínez. También es favorito a quedarse con el premio a mejor arquero de la temporada, que lleva el nombre de Lev Yashin. Que un guardameta se quede con el tradicional galardón que se otorga al mejor futbolista de la temporada es casi una excentricidad. El único que logró romper con ese paradigma en la historia fue precisamene el mítico Yashin, la Araña Negra, apodo que se ganó por su vestimenta y sus múltiples recursos para atajar, como si tuviera más brazos… O patas.
Nació el 22 de octubre de 1929 en Moscú. Su infancia no fue distinta. Desde muy joven, ayudaba a su padre en una tarea inusual para cualquier futuro portero: recoger melones. Parecería que ese detalle sería solo una anécdota, pero en la realidad, aquel trabajo junto a su padre fue uno de los primeros escenarios donde el joven Yashin mostró sus dotes excepcionales.
Su padre, un hombre pragmático y exigente, comenzó a añadirle dificultad a las simples tareas de carga. Desde lo alto de un camión, arrojaba los melones hacia su hijo, que debía atraparlos en el aire con manos firmes y rápidas, como si estuviera atajando pelotas de fútbol. Lev volaba, literalmente, con esos saltos que más tarde lo harían famoso en los campos de juego, como si el instinto de portero ya estuviera incrustado en su ADN desde la juventud.
En medio del bullicio de la ciudad y las duras condiciones de la vida moscovita de entonces, Lev se formaba en silencio, sin saberlo, para lo que sería su destino bajo los tres palos. Cuando no estaba en el trabajo con su padre, aprovechaba cada ocasión para jugar fútbol con los niños del barrio. Sin embargo, su primer contacto real con la portería se dio en un contexto diferente: no fue el fútbol lo que le dio la primera oportunidad, sino el hockey sobre hielo, otro deporte de velocidad.
Era la época de la Segunda Guerra Mundial, y los jóvenes no tenían muchas opciones más allá de trabajar. A los 16 años, comenzó a jugar en el equipo de fútbol de la fábrica de herramientas en la que se desempeñaba. Aún sin guantes y en medio de canchas de tierra, sus habilidades destacaron rápidamente.
Nunca olvidaría esos años. Siempre hablaría con respeto y nostalgia sobre el valor de la disciplina, una lección temprana que le enseñó su padre en las calles de Moscú. Porque antes de convertirse en leyenda, en la Araña Negra, Yashin era un joven de clase obrera que entendió que la excelencia solo se alcanzaba con trabajo duro.
En 1949, cuando el joven Yashin tenía apenas 20 años, su vida cambió para siempre. Hasta entonces, había estado trabajando en la fábrica de herramientas, atrapando pelotas de fútbol y discos de hockey con la misma destreza que años antes había mostrado con los melones que su padre le lanzaba. Fue en ese contexto que el Dinamo de Moscú, un club vinculado estrechamente al Ministerio de Seguridad soviético y la policía, posó sus ojos en él. Ese momento fue el punto de partida de una carrera legendaria.
Su entrada al equipo no fue la más destacada. Durante los primeros años, Yashin tuvo que luchar desde la banca, esperando pacientemente su oportunidad. Era habitual verlo en la cancha de entrenamiento, siempre vestido de negro, su silueta alta y ágil contrastando con los movimientos duros de sus compañeros. Era un arquero obstinado, pero también introspectivo. Nunca se daba por vencido, aunque los entrenadores lo mantuvieran lejos del arco principal. “Ya me llegará el momento”, solía decir, con esa mezcla de frialdad y determinación que lo caracterizaría por el resto de su vida.
Ese momento llegó en 1953, cuando Lev tuvo su primera gran oportunidad. Fue la Copa de la URSS la que lo consagró en los corazones de los hinchas y los técnicos. Con su característico atuendo negro y su famosa gorra de tela, que se convirtió en parte de su imagen icónica, Yashin se erigió como un muro infranqueable en los postes. Esa temporada, el Dinamo se alzó con el título, y Yashin pasó de ser el joven suplente a la pieza clave del equipo moscovita.
El reconocimiento no tardó en llegar. Un año después, en 1954, fue convocado para jugar con la selección soviética. Era un honor inigualable, pero también una responsabilidad inmensa. En una época en la que el deporte se entrelazaba con la política, la camiseta de la Unión Soviética no era solo una prenda; era un símbolo de poder. Yashin, sin embargo, no se dejó intimidar. En su debut internacional, ya mostraba esa confianza serena que tanto lo caracterizaba.
Así comenzó a consolidarse como una leyenda. El Dinamo de Moscú se convertiría en su hogar durante toda su carrera, y el club en una extensión de su identidad. En él ganó cinco Ligas Soviéticas y tres Copas de la URSS. Yashin no solo era un arquero talentoso, sino un líder dentro y fuera del campo. Su influencia iba más allá de sus atajadas: era un referente de humildad, trabajo y disciplina.
Durante esos años de gloria, revolucionó el papel del arquero en el fútbol. Mientras otros porteros permanecían pasivos bajo los postes, él se adelantaba, organizaba la defensa, gritaba órdenes y participaba activamente en el juego. Era un pionero, un hombre que transformó lo que significaba estar bajo los tres palos.
En 1956, Yashin vivió su primer gran triunfo internacional con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne. La selección soviética, liderada por su solidez en la portería, dominó el torneo, dejando claro que su guardameta era una pieza clave. Aquel oro fue el preludio de lo que vendría. El verdadero salto a la inmortalidad llegó en la Eurocopa de 1960. Era la primera edición del torneo continental, y Lev resultó uno de los protagonistas indiscutibles. El formato del torneo era reducido, con solo cuatro equipos en las fases finales. En Marsella, en la semifinal contra Checoslovaquia, la Unión Soviética logró una contundente victoria por 0-3, con un Yashin que, una vez más, fue una muralla infranqueable. Sin embargo, sería en la final contra Yugoslavia, en el Parque de los Príncipes en París, donde su mitoa realmente tomaría forma.
El 10 de julio de 1960, Yashin y la selección soviética se enfrentaron a una aguerrida Yugoslavia. Los balcánicos se adelantaron en el marcador, pero las crónicas de la época cuentan que Yashin se erigió como un coloso bajo los palos, deteniendo una y otra vez los disparos de Milan Galić y Dragoslav Šekularac. Cada tiro libre ejecutado por Kostić era una prueba más que Lev superaba con reflejos felinos. Aquel día, parecía que nada podría atravesar sus manos.
El partido llegó a la prórroga tras el empate soviético, y fue en ese tiempo extra donde Yashin se consolidó como el héroe indiscutible de la final. Slava Metreveli había empatado el encuentro, y fue entonces cuando, en el minuto 113, Ponedelnik anotó el gol que coronaría a la Unión Soviética como campeona de la primera Eurocopa. Sin embargo, todos los ojos estaban puestos en Yashin, cuyo desempeño fue calificado de insuperable. Parada tras parada, mantuvo a flote a su equipo, convirtiéndose en el hombre que sostenía el título entre sus manos.
A sus 30 años, ya había inscrito su nombre en la historia. Aquella primera Eurocopa fue el inicio de una era dorada para la selección soviética, con Yashin como su capitán y líder indiscutible. Pero su gloria no terminaría allí. Cuatro años después, en 1964, el equipo soviético volvió a alcanzar la final de la Eurocopa, esta vez en el Santiago Bernabéu de Madrid. Frente a una multitud que incluía a las más altas figuras políticas y deportivas del país, Yashin volvió a ser el baluarte de su equipo. Sin embargo, aquella vez, la historia no se repitió. La selección soviética cayó derrotada por 2-1 ante España, con un joven José Ángel Iríbar en la portería rival. Fue una de las pocas veces en su carrera en las que Yashin se vio superado en una final, pero incluso en la derrota, su actuación fue digna de aplausos. Marcelino, el goleador de España en esa final, reconocería más tarde que jamás había visto un portero como Yashin.
La Eurocopa de 1964 marcó el fin de su reinado en el continente, pero Yashin ya estaba más allá del éxito o el fracaso inmediato. Su nombre era sinónimo de grandeza. Incluso en aquella derrota, su carisma, su serenidad bajo presión y su increíble capacidad para anticipar cada jugada lo mantuvieron como la figura central del torneo.
Después de aquella final, Yashin fue invitado a asistir al homenaje de Iríbar en San Mamés, años más tarde, cuando el portero español se retiró del fútbol profesional. Aquello fue una muestra de respeto mutuo entre dos de los más grandes guardametas que el fútbol europeo haya visto. Yashin, con su presencia imponente, se convirtió en una figura venerada tanto dentro como fuera del campo, admirado por colegas y rivales por igual.
Lev Yashin ya había demostrado su grandeza en las Eurocopas y los Juegos Olímpicos, pero fue en los Mundiales donde su leyenda alcanzó una dimensión planetaria. El mundo entero pudo ser testigo de la habilidad, el temple y el carisma de la Araña Negra, un apodo que aterrorizaba a los delanteros y fascinaba a los fanáticos. En un deporte dominado por los atacantes, Yashin cambió las reglas: la portería también podía ser un lugar para los héroes.
Su debut en una Copa del Mundo llegó en Suecia 1958, con la selección soviética. Para entonces, Yashin ya era conocido en Europa, pero pocos fuera del continente habían presenciado su arte bajo los tres palos. En ese torneo, donde los soviéticos llegaron a cuartos de final, Yashin se enfrentó a un Brasil imparable, con figuras como Pelé y Garrincha liderando el ataque. Era un duelo de titanes: la juventud explosiva de Pelé contra la experiencia fría y calculadora de Yashin.
El partido entre Brasil y la Unión Soviética en Gotemburgo es uno de los momentos más icónicos de la historia de los Mundiales. Aunque Brasil venció por 2-0, las crónicas no hablaban de la derrota soviética, sino de la increíble actuación de Yashin, quien detuvo una y otra vez los disparos de las estrellas brasileñas. Las imágenes de aquel partido muestran a Yashin volando de un poste a otro, siempre vestido de negro, con su clásica gorra de tela cobriza.
Cuatro años después, en Chile 1962, Yashin volvió a ser el guardián de los sueños soviéticos. Aunque el equipo nuevamente cayó en cuartos de final, esta vez ante Chile, el arquero dejó su huella con atajadas imposibles. Sin embargo, en este Mundial también conoció uno de los pocos episodios amargos de su carrera: un par de errores en el partido contra el local fueron duramente criticados en la prensa soviética. Yashin, con su habitual calma, respondió a las críticas con una actuación brillante en los siguientes encuentros, reafirmando su estatus de líder. Fue una lección para el mundo: incluso los más grandes tienen momentos difíciles, pero los superan con más grandeza.
El cenit de su carrera llegó en 1963, cuando se convirtió en el único portero en la historia en ganar el prestigioso Balón de Oro. Aquel año, durante un partido homenaje entre Inglaterra y el Resto del Mundo, que celebraba el centenario de la Federación Inglesa de Fútbol, realizó una serie de atajadas sensacionales. Enfrentaba a jugadores legendarios como Bobby Charlton y Jimmy Greaves, pero parecía que el tiempo se detenía cuando Yashin estiraba sus manos o saltaba hacia los postes.
Pero Yashin no terminó allí. En Inglaterra 1966, a los 37 años, participó en su tercer Mundial. La Unión Soviética alcanzó las semifinales, su mejor actuación histórica en el torneo. Lev, aunque ya no era tan ágil como en sus primeros años, seguía siendo una figura imponente. En las semifinales, su equipo cayó ante Alemania Federal.
Su última aparición en una Copa del Mundo fue en México 1970, a los 41 años. . Ya no era el guardameta titular, pero su sola presencia en el equipo soviético, participando en su cuarta Copa del Mundo, hablaba de la importancia de su figura.
Yashin no jugó para muchos equipos. Al contrario, fue fiel a un solo club durante toda su carrera, el Dinamo de Moscú. Su dominio en la liga local no fue pasajero: disputó 326 partidos, de los cuales en 270 no recibió goles. Un récord casi inalcanzable que hablaba de su capacidad para convertir su portería en una fortaleza inexpugnable. En 1999, casi una década después de su fallecimiento, la FIFA lo nombró el mejor portero del siglo XX. A lo largo de su carrera, detuvo más de 150 penales, otro récord inalcanzable para cualquier arquero de su época. Murió en 1990, pero su leyenda sigue viva en cada arquero que se pone los guantes, en cada partido donde un portero salva a su equipo en el último segundo, y en cada joven que sueña con ser como la Araña Negra.