Una noche, en medio del Mato Grosso, Julieta Santamaria se acostó afuera de la carpa para mirar la Luna llena y el cielo azul oscuro le regaló un espectáculo maravilloso: cinco estrellas fugaces cayeron, pero no les pidió ningún deseo, simplemente se sintió agradecida por estar allí. Desde el 3 de marzo pasado, la joven bonaerense camina por las selvas brasileñas y busca completar el camino de más de 4 mil kilómetros. Hasta ahora lleva realizados 1450.
Fue el contacto extremo con la naturaleza el que hizo que el deseo original de probarse a sí misma —luego de que dejara atrás absolutamente todo lo que era parte de su rutina en Argentina— y se propuso un objetivo para la caminata: concientizar por el cuidado del medio ambiente.
“No se cuida lo que no se conoce, ¿no?”, dice Julieta desde una ciudad al sur de San Pablo, donde llegó unas horas antes de hacerse un tiempo para hablar con Infobae. “Fue tranquilo hoy. Pensé que iba a hacer 50 kilómetros en bici, pero no. Fueron nada más 25″, cuenta la joven nacida en Burzaco que se convirtió en la primera personas en recorrer la Mata Atlántica brasileña.
¿Qué la llevó hasta allá? El deseo de vivir y ser feliz, de hacer algo que le llene el alma y que no tenga que ver con rutinas agobiantes, trabajos mentalmente desgastantes ni horas de estudio de una carrera que no sabe si ejercería. “Suena re hippie, lo sé, pero pasamos tanto tiempo haciendo cosas que no nos gustan, que nos cambia el humor. El viajante es una persona feliz y buena. Hay ayuda mutua en todo momento, y como a veces esperas que alguien te ayude, estás siempre dispuesto a ayudar“, explica como quien lo entendió todo y sabe que, después de todo, la felicidad es la meta menos buscada, pero la única en la que habría que poner todo el empeño para lograr.
Mandarse a la aventura
Varias veces le dijeron que está loca por la tamaña travesía que realiza. A pie, cargando una mochila de 15 kilos (a veces más), y a veces ayudada de alguna bicicleta que le prestan.
“Estaba viviendo en Ilhabela (en la costa norte del Estado de São Paulo) y ahí conocí el mundo de las trilhas, que son caminos dentro de la Mata Atlántica. De esto me habló quien ahora es un amigo, Marcos, cuando hicimos una trilha nocturna. Y fue… ¿cómo decirte? ¿Viste cuando llega algo a vos y sentís una emoción muy grande, que no importa lo que planeaste, no importa lo que estabas pensando y sentís que sos capaz de dejar todo por eso y te mandás? Así fue que comenzó esto y comencé a entrenar un poco en los tiempos que tenía disponibles, porque trabajaba de niñera. Fueron tres meses de entrenar, hacer senderos de entre 25 y 30 kilómetros. Cuando no tenía tiempo agarraba la bicicleta, nadaba… En el último tiempo, antes de irme, comencé a salir a correr todas las noches: llegué a correr 10 kilómetros diarios. Esa fue la preparación que creía necesaria para encarar el camino”, recuerda lo previo al 3 de marzo último cuando inicio el sueño que no sabía que tenía y que hoy la emociona ante cada paso.
Cuando cuenta su recorrido, Julieta se ríe porque hoy para ella caminar en zona selvática más de 20 kilómetros es lo que antes era salir de su casa en Burzaco para salir a caminar por la calle principal, lidiar con el nerviosismo cotidiano y las bocinas de los apresurados conductores. La zona en la que ahora anda es desnivelada y la exigencia física es mucha. Se cansa y a veces le duelen las piernas, pero cada vez menos.
“Hoy, con más de 1000 kilómetros caminados miro atrás y me doy cuenta de que aprendí mucho porque son tres meses y medio en que estoy en esta travesía y recuerdo que la empecé sin tener mucha idea de dónde me estaba metiendo —se ríe—. ¡No había buscado información suficiente! Empecé en febrero, pero todo salió mal y debí esperar en la primera ciudad a la que llegue unas dos semanas y ahí tuve el segundo contacto, Francisco, que es el Coordinador Nacional del Camino a la Mata Atlántica. Él es quien organiza el camino desde Río Janeiro hasta Río Grande del Sur”, señala.
El hombre le dio los contactos de dos personas de la región que la ayudaron durante el primer tramo de caminata. Conocí a otras personas que me abrieron las puertas de este recorrido y lo hicieron todo un poco más fácil. En el cuarto, o quinto lugar, en el que estuve conocí a una mujer, que es coordinadora también del Camino, y me ayudó mucho pero a nivel anímico. Ella fue como un ángel que apareció porque me dio seguridad en lo que estaba haciendo… Y siguió apareciendo gente maravillosa que me ayudó económicamente porque hubo quienes me hospedaron gratis, otras que me daban comida. Pero, siento que esta aventura esta ‘bendecida’ desde el primer día, cuando conocí a un hombre que se llama Washington. Me invitó a almorzar junto con su familia y de noche me mandó plata para que no pase necesidades; y desde entonces, cada 20 días me hace un depósito de cierta cantidad para que pueda seguir y estar bien. Es muy paternal. A veces lo pienso y son cosas de no creer las que vivo porque me hace creer que esto lo tengo que hacer… ¿A quién más le pasa que el primer día de travesía conoce a alguien que se convierte en financiador del camino?”.
De esa misma manera, el destino o el azar le presentó cuando terminó de andar el estado de Río de Janeiro y empezó el estado de São Paulo al representante de la Fundación Florestal, que se encarga de manejar todos los parques de São Paulo, nacionales y privados, aunque no mande, siempre están ahí. Fueron quienes le dieron el visto bueno para que pueda andar sin problemas en cada camino, incluso los privados; y también le ponen a disposición personal capacitado para que la acompañe en zonas en las que prefieren que no ande sola, y le ofrecen todo tipo de ayuda.
“A quienes me acompañan en las trilhas les encanta subir montañas y acampar, entonces están re contentos de que yo esté pasando por todos esos lugares. Además, ellos esperan que esto habrá muchas puertas a la Fundación Florestal, literal, porque hay muchas trilhas que son cerradas al turismo y soy la primera persona que está pasando por allí, turísticamente hablando”, dice orgullosa.
Julieta explica que muchos lugares son parques de conservación y que “es un poco más complicado que te dejen pasar por ahí y que abra el lugar para que sea un punto turístico”.
“Por eso, soy la primera persona en recorrer el Camino de la Manta Atlántica, que es un proyecto de trilha de larga distancia, que está siendo implementada desde 2012, y soy la primera en recorrer desde Río de Janeiro hasta Río Grande do Sul. ¡Es por eso que esto está movilizando tanto a las personas de acá! Los parceros y voluntarios quieren ser parte de este trecho porque antes no lo habían caminado. Para mi esto es emocionante porque en la zona la gente sabe lo que estoy haciendo, siguen mi camino y me esperan. Me abren las puertas de sus casas y ofrecen ayuda. Son asombrosos y muy solidarios”.
El camino por delante es largo y piensa terminarlo en noviembre. Que pasará después es una incógnita aunque cree que podría hacer algo parecido en Argentina, país que dejó en febrero de 2023.
Amar la naturaleza
En 2022, Julieta comenzó a sentir que no estaba conforme con la vida que llevaba: estudiaba Logística, trabajaba y hacía deporte. Pero, faltaba algo que la hiciera sentir contenta. A gusto con su presente.
“No hacia algo que me gustara ni disfrutara. Siempre me gustó hacer deporte, nada más. Nunca fui constante con nada; con los estudios lo mismo: empezaron una carrera y la dejaba por otra, y la dejaba. Quería hacer un viaje, irme… Ya decidida a eso, en 2022, junté plata y me dije: ‘¿Qué hago con esto? ¿Estoy juntando plata para qué?’. Y pensé en viajar a Brasil o la Patagonia, sino irme vivir sola… Después me pregunté cuál es el sentido de vivir sola. Entonces opté por irme y decidí venir a Brasil, pese a que no me gusta el calor, no me gusta la playa y mis amigos se ríen porque pasi por los 50 playas en un día y no entro a ninguna… —se ríe—. Hoy, viendo atrás, siento que todos se encaminó para terminar haciendo este camino de larga distancia”, asegura.
Emocionada, sigue: “A veces pensaba que tampoco tenía sentido para mí estar en Brasil sin ir a las playas, pero hoy haciendo este camino que comenzó sin ser planeado. Ahora entiendo por qué vine y por qué fui conociendo a las personas que conocí en este tiempo. Todo, realmente todo, se fue encaminando para hacer esta locura, como todos le dicen”.
Aún no sabe qué hará cuando este camino termine, pero tiene muchas ideas. “En dos días hice 70 kilómetros en bicicleta y pensé: ‘Cuando llegue a Río Grande sigo en bicicleta hasta la Patagonia…’. Tengo muchas ideas en la cabeza sobre viajes. Por ahora, espero que completar el Camino me abra otras puertas porque hay otras caminatas de larga distancia en los Estados Unidos o en Europa. Creo que seguiré viajando, pero a mi casa no vuelvo”.
Este recorrido la puso en contacto directo con la naturaleza como nunca antes. En medio de un camino en el Mato Grosso, apenas atravesó una zona de árboles encontró un rio que la impactó. “Estaba haciendo un caminito en el medio del Mato y de la nada se abrió detrás de unos árboles el camino vi el río… ¡Impactante! Lo fui bordeando durante unos 15 km. Fue una de las cosa más linda que vi. ¡Me sentí tan feliz —dice arrastrando la letra a—. ¡No podía creer que tuviera en un lugar tan lindo! Después me impactaron las montañas, dormir a la noche debajo del cielo todo estrellado, haber visto las estrellas fugaces… Eso hace que al pensar que en esa zona se producen incendios y que es importante comenzar a cuidarla”.
Pensativa, la chica finaliza: “Hay que entender cuán importante es preservar la naturaleza acá e igual que en la Patagonia. Cuando regrese a Argentina me gustaría aprender de la misma forma en la que estoy aprendiendo acá cómo funcionan los biomas, quiero conocer todas las provincias que tenemos, que son una más linda que la otra. Deseo hacer allá todo lo que aprendí en esta caminata. Hay que conocer para aprender a cuidar y tenemos un país hermoso y es nuestra responsabilidad cuidarlo”.