Julieta Puleo lleva tres años como mamá. Los mismos que lleva de vida Nino, su hijo. Asume la suficiente honestidad para decir que extraña mucho la versión de ella misma antes de ser mamá sin entrar en una contradicción: “Eso no significa que yo no quiera seguir siendo mamá’”. Buscó interactuar con aquellas familias con integrantes nuevos donde todo se había vuelto un caos: “Encontrarte con otras mujeres que digan tipo amo a mi hijo y también estoy agotada, amo a mi marido y también no lo soporto cuando ronca toda la noche, amo a mi familia y también me quiero ir. Quiero irme, tomarme un avión a China y desaparecer. No lo soporto más. O sea, poder decir todo esto y que haya otra mujer que diga ‘me pasa lo mismo’, es fantástico”, dice.
Siempre fue actriz. Fue mamá en pandemia. Creó con su amiga La China “AyMamucha”, una comunidad digital “de madres para madres, un proyecto que busca conectar, apoyar y alzar la voz de todas las maternidades”, según la propia descripción de la tribu. Estaban a 9.500 kilómetros de distancia -Julieta en Argentina, su amiga en Estados Unidos- transitando los mismos registros emocionales. “Y si bien nosotras no nos conocíamos profundamente, había algo de la experiencia que nos acercaba demasiado y teníamos el deseo profundo de contarnos todo lo que vivíamos con nuestras parejas, con nuestro propio cuerpo, con nuestros miedos, con nuestras inseguridades. Y así, poquito a poco, en realidad sin saberlo, empezó a formarse ‘AyMamucha’, que nueve meses más tarde de la llegada de nuestros hijos nació este proyecto en Instagram y al poquito tiempo se viralizó”.
Allí, en ese espacio, cuentan sus experiencias personales y le sacan el velo a los tabúes de la maternidad. “Eso de poder decir ‘estoy enamorada completamente de la nueva persona que soy, que descubrí’, y al mismo tiempo sentir el duelo total de esa persona que quedó atrás”, sostiene Julieta. Apeló a la sinceridad como mecanismo de conexión y motor empático. “Con un bebito tan chiquitito, de repente estás descubriendo un montón de emociones que quizás no sabías que tenías y ese cambio tan profundo y sincero conmigo misma fue lo más transformador, lo que me permitió también poder hablarle a otras mujeres desde ese lugar y decir ‘me voy a mostrar así, vulnerable, porque creo que es la única manera también de transitar este camino tan desafiante que es la maternidad’”.
Con Nino aparecieron “un montón de miedos y de cuestiones a trabajar profundas, de las que no se habla en general”, dice y le agrega la presión social que insiste con la premisa de que estás viviendo “tu mejor momento”. “Ese famoso puerperio o posparto del que tampoco se habla mucho, parece que es un cambio hormonal de la mujer y es mucho más que eso, es un cambio vincular, es un cambio psicológico -define-. Te tenés que descubrir de nuevo y ver qué es lo que te gusta y qué es lo que no te gusta del otro, en medio del sueño, del caos, de los cólicos. Tenés sueño y no te encontrás con tu propio cuerpo y la sexualidad empieza a ser como algo extraño”.
En esa vida definida por la existencia de otra persona, la intimidad de la pareja -dice- también sufre alteraciones de base: habla de una nueva intimidad. “Está relacionado a aprender a encontrar nuevas formas de hacer el amor, que no necesariamente están vinculadas al sexo como lo conocemos. Encontrarte con tu pareja quizás dándote la mano a la noche, mirándote a los ojos en el silencio de la casa porque el bebé finalmente se fue a dormir. Estuvimos todo el día juntos, entre vómitos, llanto caótico, lío de la casa. Estás todo el tiempo como con una tela en la cara y de repente te encontrás con el otro de una manera que quizás te habías encontrado la primera vez que saliste a tu primera cita, desde un lugar mucho más profundo”.
El tiempo pasó, el puerperio lo superó, empezó a acostumbrarse y a organizarse. Hace pocos meses, ya con su hijo con tres años, volvió a encontrar espacios para ella misma, en los que está sola y se descubre maravillada. “Me digo ‘esto es Disney’. Antes tomarte un café sola era normal; hacerme la limpieza de cutis, común; ir al gimnasio, normal. Ahora, salir a caminar sola y ver las hojas del otoño crecer y tomarte un café en silencio es como ‘guau, me gané la quiniela’”. Dice que le gusta reencontrarse en esos espacios que aparentemente perdió: los descubre como “una nueva oportunidad”.”Nino es la persona más importante de mi vida y yo soy muy feliz con la transformación que me trajo mi hijo -sostiene-. Y también hay días que digo hay un día de nada, cero responsabilidad y carga mental. Porque las mamás vamos a trabajar, a hacer nuestras cosas solas, pero nuestra cabeza y nuestra carga mental sigue ahí”. En su tribu, la que define como fundamental porque enseña lo que nadie muestra de la maternidad real, identifica ese “alivio” cuando escucha a otras mamás diciéndole “me pasa exactamente lo mismo”. Por ejemplo, en el sentimiento de culpa del duelo de la mujer que dejó atrás su vida.
“Toda la gente te va a decir lo que tenés y lo que no tenés que hacer, lo que estás haciendo bien, lo que estás haciendo mal, si le tengo que poner medias, si le tengo que dar teta, si lo tengo que tener a upa o no. De repente todo el mundo decide opinar sobre tu vida privada, sobre dónde tiene que dormir el chico, todo el mundo opina, y eso es muy difícil porque realmente las mamás ya tenemos un matete mental y encima que venga tanta opinión de afuera es muy complejo”, enseña. La clave -dice- está en reconocerse falibles y en intentar abrirse al diálogo, a la honestidad y a las enseñanzas: “Me parece muy importante que las mamás sepan que hablar es vital. Es vital hablar con otras, hablar con sus parejas, hablar con sus suegras, hablar con sus mamás, hablar con sus hijos. Nos vamos a equivocar todo el tiempo, constantemente, y vamos a dudar sobre lo que hacemos, sobre lo que decimos, sobre nuestras acciones. No sabemos lo que estamos haciendo y eso está bien. Estamos aprendiendo en ese camino. Pero si hablamos y podemos decir lo que nos pasa, es mucho más fácil y sanador que guardarse las cosas y quedarse sola”.