“Hay que hacer el esfuerzo para garantizar el diálogo con todos. Hay tragar algunos sapos y hacer la unidad aunque duela”. En marzo del 2019 José Luis Gioja era el presidente del PJ Nacional y una de las voces peronistas que más se escuchaba en los medios de comunicación. Con una fuerza política dinamitada y sin rumbo claro, pedía la unidad de todos los sectores para poder vencer a Cambiemos. Medio año después el Frente de Todos se terminaría imponiendo en las urnas de la mano de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Frases similares a esa pronunciaron ayer el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, y la senadora nacional de Catamarca Lucía Corpacci, durante el acto que encabezó Axel Kicillof en la Quinta de San Vicente, en el homenaje al ex presidente Juan Domingo Perón, a 50 años de su muerte. El concepto de unidad otra vez presente. Como grito de guerra, como súplica ante el desorden, como llamado de atención frente a la adversidad.
“Perón y Evita dijeron ‘unidad hasta que duela’ y eso es lo que tenemos que construir, cada uno desde su territorio”, expresó la catamarqueña. “Hay que constituir un espacio común para que podamos construir un proyecto de país. El personaje que hoy conduce la Argentina no es producto de su mérito, sino de los errores que cometimos y que tenemos que hacernos cargo de revertir. La unidad es una necesidad más que nunca”, sostuvo el mandatario riojano.
Cuatro años después de haber ganado la elección que los devolvió a la Casa Rosada, el peronismo vuelve a pedir unidad de todos sus sectores para poder enfrentar a Milei. En otro contexto político, más convulsionado que aquel 2019, después de cuatro años desgastantes de gestión, inmersos en una interna inagotable, y tras una derrota electoral que escenificó el agotamiento de una mayoría del electorado con la fuerza política. Otros tiempos y un mismo pedido como camino a una solución inmediata.
La aplicación del concepto “unidad hasta que duela” ya falló en el peronismo. Porque la unidad bajo el techo del Frente de Todos se disolvió a los pocos meses de que comenzó la gestión de Fernández. Aunque el entonces presidente nunca aceptó romper la alianza con el kirchnerismo, la ruptura fue un hecho consumado después de la fiesta de Olivos y la derrota en las elecciones de medio término. La unidad pero con diferencias indisimulables, no sirvió porque no se acordó un proyecto económico y político para gobernar un país que vive de crisis en crisis. Fue una unidad vacía. Solo una exclamación.
El llamado a una nueva unidad es un pedido desesperado para frenar las internas que atraviesan a todo el peronismo, de norte a sur y de este a oeste. Sobre todo para matizar las diferencias indisimulables – guerra dialéctica de por medio- que atormentan al peronismo bonaerense y de las que son parte Axel Kicillof, sus dirigentes más cercanos, Máximo Kirchner y los principales referentes de La Cámpora. Los mensajes de Corpacci y Quintela parecen haber estado dirigidos directamente a la interna bonaerense. El volcán que está en erupción desde abril de este año.
“La unidad no es uniformidad. Es cambiar y ordenar piezas. Es una etapa de transición en la que hay que abrir las puertas de par en par. Con la situación que hay en el país y el crédito que aún tiene Milei, la gente no puede ver al peronismo peleándose”, analizó un histórico dirigente del PJ. Una justificación a una nueva convocatoria para dejar las diferencias de lado. La pintura de una necesidad imperiosa: renovar la conducción y la estrategia política.
La interna es sinónimo de pelea y por eso en el peronismo entienden que exponer esas discusiones permanentes solo generan rechazo en la sociedad. Es entendible que existan diferencias respecto a los posicionamientos políticos, pero no son pocos los dirigentes que creen que el debate interno debe darse a fondo el año que viene, cuando las elecciones legislativas estén bien cerca.
Por eso es que en la fuerza política hay quienes consideran que las elecciones para la renovación de autoridades del PJ Nacional y el PJ Bonaerense, estipuladas para el 17 de noviembre, deben postergarse. ¿El motivo? La disputa por el nombre propio que presida ambos partidos, sin liderazgos claros ni ordenamiento territorial, puede derivar en un alto nivel de confrontación, que solo exponga las miserias y anule cualquier intención de coordinar una nueva estrategia electoral de cara al 2025.
Uno de los puntos centrales en los que no hay unidad dentro del peronismo es el lugar que debe ocupar Axel Kicillof. El gobernador bonaerense es, después de Cristina Kirchner, la figura más relevante que tiene la fuerza política. El sector que lo custodia en La Plata y el conurbano pide que lo cuiden, que no lo desgasten con internas de poder y que le den relevancia a su rol en el esquema nacional. Es el kirchnerista con votos y el que ganó dos veces en el lugar donde se concentra el 40% del padrón electoral.
Ese pedido se extiende en varios sectores del peronismo en el país, que ven a Kicillof como uno de los pocos candidatos presidenciales posibles. Aunque falta mucho para la elección, una parte de la coalición insiste en la necesidad de refrescar los liderazgos, darle más protagonismo al economista y empoderarlo para que transite el camino hacia a las elecciones como el principal líder de la oposición.
En La Cámpora, donde lo miran de reojo y con desconfianza, no piensan lo mismo. Creen que es una figura relevante en el espacio político, pero que el liderazgo sobre la mayor parte de la fuerza política recién se constituirá si logra pasar la puerta de Balcarce 50. Mientras tanto, vivirá a la sombra de CFK. Miradas encontradas y choques de intereses en un tiempo impensado para la vida interna del kirchnerismo, donde la ex presidenta no logra – o no quiere – ordenar la telenovela de reproches que dejan a Kicillof en medio del fuego cruzado.
“Hay que enfrentar a Milei y bancar a Axel. Todo lo demás es ficción. El lugar que debe ocupar no lo va a definir una persona, sino la realidad”, sentenció uno de los funcionarios bonaerenses más cercanos al Gobernador. La ficción es demasiado real. Y los reproches son auténticos. Incluso, muchos de ellos, son públicos. La anulación del dedo es una proclama de estos tiempos crispados en el mundo K.
El entorno del economista trata de reducir la identidad del conflicto con el camporismo aunque saben bien que esa fricción sistemática, a pesar de no hacerle bien a la figura de Kicillof, les sirve para discutir posicionamiento y influencia territorial con la agrupación de Máximo Kirchner. “Si no le dan centralidad, por lo menos hay que dejarlo en paz y ayudarlo”, aseguró un dirigente con un largo recorrido en el peronismo que estuvo presente en San Vicente.
La ausencia del massismo en la quinta fue también una muestra de las divisiones internas. Desde el Frente Renovador aseguraron que el faltazo tuvo que ver con no quedar atrapados en la disputa entre el armado de Kicillof y La Cámpora. “No queremos ser rehenes de un tironeo interno”, advirtieron. Massa fue elocuente en su postura pública. Subió a sus redes sociales una postal de Juan Domingo Perón estrechandole la mano al radical Ricardo Balbín, bajo el título “Vigencia de una enseñanza. Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
Reclamar la unidad es una definición en si misma. Significa que las piezas del rompecabezas están muy distantes una de las otras. Como lo estaban en el 2019. El peronismo comenzó a desandar el largo camino hacia la unidad. Un camino que ya recorrió y una unidad que ya forzó. Volver a intentarlo demandará un nuevo sistema de discusión. Y más ambición y entereza de los sectores que están dispuestos a romper el statu quo peronista. El enorme desafío de levantar la voz sin romper el edificio de cristal en el que están todos alojados.