El debate trans es un debate prohibido. Una sola conducta es admitida: la afirmación del autodiagnóstico de la persona que dice haber nacido en el cuerpo equivocado, incluso si se trata de un menor. Los adultos -padres, docentes, médicos, autoridades- sólo pueden seguirle la corriente al niño o adolescente que afirma “sentirse” del sexo opuesto.
Por eso una de las madres que dan testimonio en esta nota, recuerda que el día que habló por primera vez a un medio lo hizo “como si fuera un delito”, porque estas familias están forzadas a la clandestinidad, al anonimato. Por un lado, para no tensar más el vínculo con sus hijos o hijas a riesgo de perderlos, ya que la ley no estará de su lado, por el otro, para eludir las acusaciones de transfobia que inmediatamente se abaten sobre ellos, porque se ha instalado en la sociedad, de la mano de la difusión constante de la ideología de género, que cambiar de sexo es un juego de niños, que los padres deben incluso celebrar el tener un hijo o hija trans. De los efectos secundarios -muchos irreversibles- de los bloqueadores de pubertad, de la hormoanción cruzada y mucho menos de las cirugías mutilantes de reasignación de sexo, poco y nada se dice.
Recibió información sobre la Ley de Género en la escuela
Desde el fallecimiento de su esposo, Teresa y su hija viven solas en Mar del Plata. La pandemia del 2020 irrumpió cuando la niña debía empezar el secundario. “Casi dos años sin presencialidad afectaron de manera drástica la psiquis de mi hija”, dice Teresa. Lucía permanecía encerrada todo el día en soledad, ya que el confinamiento le había impedido crear vínculos con sus compañeros de colegio. “Tenía fobia social”. La adolescente, entonces de 12 años, pasaba muchas horas en las redes consumiendo mangas y animé.
Aunque las aulas estaban cerradas, “Lucía recibió información sobre la Ley de Género y tuvo clases de ESI (Educación Sexual Integral) por primera vez en su vida”, dice Teresa.
Recordemos que en plena pandemia y sin presencialidad, la ESI formó parte de los contenidos esenciales de un currículum reducido por el confinamiento. Entre las prioridades fijadas por el gobierno estaba justamente el nuevo enfoque dado a la educación sexual, es decir, contenidos enmarcados en la ideología de género.
“A los 12 años Lucía me dijo que se sentía varón, y la psicóloga a la que yo la llevaba me pidió que acompañara esa autopercepción”, cuenta Teresa.
La adolescente informó al colegio sobre su nueva identidad. Inmediatamente todos los registros escolares fueron modificados con el nombre de fantasía elegido por ella y comenzaron a llamarla con pronombre masculino. “Yo acompañé ese proceso llevada por el desconcierto y el temor que me transmitió la psicóloga del colegio al decirme que mi hija se podía suicidar si no la aceptábamos”, explica Teresa. Sin embargo, intranquila con esa decisión, se puso a buscar información adecuada.
“Cuando la encontré, comencé a informar a mi hija y al colegio de este nuevo enfoque. Fui a hablar con la psicóloga y con los directivos del establecimiento y les pedí que ya no afirmaran esa autopercepción porque ella estaba confundida e inestable emocionalmente y estábamos consultando a otro psicólogo”, cuenta la madre. Ahí vino lo increíble: “Lo único que logré con este pedido de prudencia fue que la psicóloga del colegio me denunciara penalmente por supuesto ‘maltrato psicológico’, amparándose en la ley de Identidad de Género”.
En efecto, la Ley 26743 promulgada en Argentina en 2012, que muchos propagandizan como de “avanzada”, en realidad atrasa. Porque cuando en muchos países que fueron pioneros en materia de transición de género, las autoridades sanitarias están empezando a reconsiderar su laxismo, a recomendar un enfoque psicológico, en particular en los casos de menores de edad, antes de pasar a una terapia afirmativa (bloqueadores de pubertad, hormonización cruzada, criguías de reasignación de sexo) e incluso en algunos casos prohibir estos tratamientos en menores, en la Argentina sigue vigente una norma que obliga a padres, médicos y autoridades -educativas, administrativas, etc- a plegarse a la declaración identitaria de un menor de edad que se autodiagnostica una disforia de género. Es algo que en muchos ámbitos científicos está empezando a ser calificado como un descomunal escándalo médico.
La historia de Teresa y Lucía tiene un final feliz: “Mi hija hoy se dice mujer nuevamente. Es una adolescente feliz, con proyectos y sueños. Entendió que estaba siendo manipulada. Pero para llegar a este punto tuvimos que pasar por la denuncia penal, la cual fue desestimada por no encontrar delito en mi accionar”.
Fue un verdadero vía crucis. Ambas fueron citadas por la Asesoría de Menores, donde a Teresa la “quisieron convencer”de que su hija “era un niño, luego de verla 5 minutos antes de la entrevista”. “También fuimos citadas por el Centro de Proteccion de los Derechos del Niño y luego por el Tribunal de Familia; todo por la denuncia de la psicóloga del colegio. Mi propia hija tuvo que explicar a la jueza de menores que no quería irse de nuestra casa y que yo no la maltrataba psicológicamente”, recuerda Teresa, quien también evoca el modo en que ese proceso “afectó psicológicamente a toda la familia”, además de los gastos que tuvieron que afrontar para defenderse legalmente y mantenerse sanos “frente a los embates de esta gente”.
Su conclusión: “Hoy puedo decir que la psicóloga se equivocó, y que si yo me hubiese asustado con la denuncia o con la amenaza de suicidio, mi hija no sería quién es, no sería feliz; sería una paciente más de todo este experimento perverso al que someten a nuestras hijas”.
Candela se autodiagnosticó varón trans
La pandemia -que aisló a los niños y adolescentes y los dejó mucho más tiempo a merced de las redes– fue la gran disparadora de estos casos. Sumado a ello, la ESI -falsa educación sexual-, caballo de Troya de la ideología de género, vehículo de información no adecuada para esas edades. Y, como corolario, la conducta imprudente de autoridades y de profesionales que sin la menor precaución impulsan al adolescente a la transición; aunque no todos llegan al extremo de la psicóloga que denunció a Teresa.
Verónica es de Rosario. Su hija Candela se autodiagnóstico varón trans dos años después de la pandemia, en 2022, con 14 recién cumplidos.
“Hasta entonces había sido superfemenina y cuidadosa de su imagen -recuerda la madre-. Me planteó que lo que habían visto en ESI en la escuela a ella le abrió los ojos. Su discurso no era más que lo que aparece en TickTock y en las páginas oficiales”.
Para los desinformados, se recomienda una recorrida por las web de los gobiernos de cada distrito sobre los temas de género, tanto en términos de salud como en contenidos ESI.
“Para mí fue como un puñal en el pecho -se sincera Veronica-. Yo la escuchaba y no entendía cómo manejaba términos tan poco acordes al vocabulario adolescente”.
Veronica pasó a ser “la mala de familia”. Candela llegó a pedirle que la diera en adopción… Es conocida la crueldad de que son capaces los adolescentes en guerra con sus padres, pero no por eso duele menos. Así lo describe Verónica: “Me dijo que para qué la tuve si no la acepto, si prefería verla muerta antes que feliz. Me sentí morir en vida. Tuve que dejar dos de mis trabajos para estar más con ella y comencé a buscar ayuda psicológica y psiquiátrica tanto para Candela como para mí. Las noches sin dormir y la angustia se apoderaron de mí y de mi hija. Ella pasó de usar ropa re femenina a oversize y a estar encerrada en su pieza. De tener pelo hasta la cintura a cortarlo como varón. Comenzó a vestirse varonil y hasta fingía la voz. Se hacía llamar Michel por sus amigos y también en la escuela, pese a mi oposición. En la familia la seguimos llamando Candela”.
El drama creció en escala cuando la adolescente pidió hormonizarse y mastectomizarse, amenazando con la Ley de Género y con su cercana mayoría de edad.
Como Teresa, tampoco Verónica se resignó a la “afirmación”: “Consulté a 25 profesionales que pudieran conocer sobre el autodiagnóstico trans, porque mi instinto me guíaba hacia otro lado. Y un día leí la nota de Infobae y llegó Manada [Madres de Niñas y Adolescentes con Disforia Acelerada] a mi vida y pude conectarme con profesionales que me guían y orientan”.
Así resume el epílogo de la historia: “Candela tiene novio varón desde hace casi un año. Volvió a usar la ropa que antes usaba y se está dejando el pelo más largo. Volvió al maquillaje. También hace deporte competitivo. Me habla de los hijos que va a tener. Actualmente está en tratamiento psicológico y realizando test psicodiagnóstico ya que los profesionales infieren que no es disforia de género.”
MANADA es el otro punto en común de todas estas historias. No sucede solo en la Argentina. En muchos otros países, madres y padres de adolescentes con la llamada disforia de género repentina o acelerada se unen en redes y organizaciones que son antes que nada de autodefensa ante la pretensión de imponer un único enfoque y un único tratamiento a estos casos por parte de las autoridades, tanto políticas como sanitarias.
En un reciente coloquio en el Senado francés, ”El niño en el centro de las mutaciones antropológicas”, organizado por el Observatorio de la Sirenita (OPS, por sus siglas en francés) y la Society for Evidence Based Gender Medicine (SEGM), que reunió a especialistas de todo el mundo, se escucharon los testimonios de asociaciones de padres de menores trans de Québec (Canadá), Suiza y Francia.
“Siempre pensamos que la presión más eficaz vendría de los padres, padres que se unieron para darse cuenta de que no estaban solos”, dijo Caroline Eliacheff, psiquiatra infantil y una de las organizadoras del coloquio.
Al igual que MANADA, estas redes tienen por objetivo asistir a los padres conectándolos con profesionales que puedan asesorarlos, además de difundir esta realidad a los medios y a las autoridades. Buscan interpelar a los políticos responsables de las leyes vigentes en la materia.
La asociación MANADA viene haciendo además lo que las autoridades no hacen hasta ahora en la Argentina: el registro y seguimiento de estos casos que se multiplican a medida que crece la géneromanía. De acuerdo a los números que manejan, más del 90 por ciento de los casos de disforia adolescente son de mujeres que quieren ser varones. Dato suficiente como para que saltasen las alarmas, pero el sistema está sordo ante la realidad.
MANADA tiene integrantes en otros países latinoamericanos, porque este fenómeno de la disforia acelerada se manifiesta en casi todo el mundo occidental..
El caso que sigue, por ejemplo, es de Chile. Camila tiene dos hijos: Tomás, de 17, y Antonella, de 11 años. “Antonella siempre ha sido muy sensible y dependiente emocionalmente. Durante la pandemia, se rodeó de amigos con problemas emocionales, lo que la afectó profundamente. En particular se hizo muy amiga de la hija de una colega, una niña mayor que ella, y con disforia de género. Poco a poco, Antonella comenzó a mostrar los mismos síntomas: depresión, autolesiones y, finalmente, declaró que quería ser tratada como niño”.
Camila buscó ayuda profesional. Tuvo mejor suerte que Teresa con los profesionales que contactó. Un neurólogo diagnosticó a Antonella con trastorno de ansiedad y desregulación emocional. Y la psicóloga con la cual empezó terapia se enfocó en su salud mental sin abordar directamente el tema de género. “Esto fue crucial para su recuperación”, dice Camila, que también destaca: “El grupo MANADA fue esencial en nuestro caso. Gracias a ellos, encontré información, apoyo y testimonios de otros padres en situaciones similares, lo que me ayudó a comprender y manejar mejor lo que estaba pasando con mi hija”.
“Tres meses después, Antonella ha descartado la disforia de género -sigue contando la madre-. Hemos limitado el uso del celular y cambiado su entorno, incluyendo la escuela.
Ahora participo activamente en MANADA, apoyando a otros padres. Antonella misma, consciente de lo que la confundió, también quiere apoyar esta causa, ayudando a evitar daños irreversibles en otros niños”.
“Que este monstruo no vuelva”
En el caso de Emi, de casi 13 años, la disconformidad consigo misma también comenzó después de la pandemia, cuando se reintegró al colegio. Un desarrollo temprano, previo a los 10 años, y un gran cambio corporal, fueron factores que incidieron en su malestar. “Emi siempre fue más alta y grande que las demás -dice su madre, Melina- pero al volver a la escuela, luego de un año y medio de aislamiento, la diferencia con sus compañeras era muy notable. Durante ese tiempo se presentaron problemas sociales, de vínculos, rupturas… hasta que a los 11 años nos manifestó que se sentía varón”.
Como a otras familias, esta disforia repentina les representó un shock: “Nunca imaginamos algo así, nos tomó de sorpresa y nada tenía que ver con la niña que teníamos. Pasaba el tiempo y cada vez se ponía peor. Más exigencias, más tristeza, usaba su nuevo nombre con sus amigas, nos empezó a reclamar que lo usáramos nosotros… Estábamos muy confundidos, y si bien nunca afirmamos, no estábamos justamente firmes en el ‘no’. Teníamos mucho miedo”.
Cuando se enteraron de que Emi se autolesionaba, decidieron dejar de lado el miedo y encarar el tema de frente. También en su caso, el contacto con otros padres que atravesaban el mismo drama fue clave: “Comenzamos a poner límites, a controlar aplicaciones de celular, a prohibir otras, a contarle historias del grupo, a prohibir el uso del nombre elegido en nuestra casa y a hablar en el colegio para impedirlo también”. Por suerte, en este caso hubo buena recepción.
En cuanto a Emi, al comienzo se rebeló: “Ella se enojaba mucho -recuerda la madre-, sobre todo conmigo, pero nada nos hacía cambiar de camino”.
Un día, descubrieron que un adulto ajeno a la familia le había facilitado a Emi la compra de un binder -una faja para comprimir los pechos- que ella estaba usando a escondidas.
“Ante esta situación nos plantamos como padres de una manera muy segura; creo que nunca nos vio así, tan enojados, pero a la vez manifestándole el amor y el cuidado que teníamos hacia ella. Eso nunca dejamos de repetírselo. Lloró mucho, yo creo que se asustó…y ese día su mirada hacia nosotros fue otra. Se veía en sus ojos, que algo había calado muy profundo en ella”, evoca Melina.
Este hecho y otros desencuentros con algunas de sus pares, a las que creía amigas, la llevaron a reflexionar. También empezó un tratamiento por sus autolesiones.
“Todo esto hizo que de a poco empezara a ceder su angustia, su enojo y toda esa rabia contenida. Empezó a aparecer ella, amorosa, sensible, que ‘veía’ al otro. Muy de a poco nos fue dejando ver que ya no se sentía tan cómoda con la identidad adoptada. Primero lo manifestó entre sus amigas y por último con nosotros. De la misma manera que todo esto comenzó”, cuenta Melina.
Aunque Emi dejó atrás esas ideas, la madre siente que no puede bajar la guardia. “Sigue angustiándose cuando algo la lleva a ese lugar. Es una nena muy sensible. Hoy se la ve sonriente, entusiasmada con muchas cosas, conectada con sus gustos, maquillajes, ropa linda. Hasta llegó a contarme el esfuerzo que hacía para que nada de eso le gustara, porque a un varón no podía gustarle. Esas fueron sus palabras textuales”.
Y concluye: “Imagino que queda un largo camino, pero de corazón espero que este monstruo no vuelva”.
“Que la política se haga cargo del desastre que causó”
El 5 de agosto de 2023 quedará grabado para siempre en nuestra historia familiar. Ese día, mi marido y yo esperábamos el artículo de Infobae en el que nos habíamos animado a contar, como si fuera un delito, que éramos padres sufrientes y angustiados porque nuestra hija menor, Kiara, hacía casi dos años que se auto percibía varón. Con terror de que alguien de nuestro entorno social y laboral, se diera cuenta de que la disforia de género de nuestra hija de 16 años y su ‘autopercepción de varón’ no nos alegraba, ni nos enorgullecía, ni nos parecía algo normal o cool, sino por el contrario, estábamos angustiados, preocupados y extremadamente solos y perdidos; la única contención era un pequeño grupo de mamás y un papá (MANADA) donde podíamos hablar con la libertad de no ser juzgados, con la tranquilidad de ser entendidos y contenidos”.
Así empieza el testimonio de Marianella, que integra el pequeño grupo que dio nacimiento a MANADA.
Fueron dos años sumamente duros para esos padres, viendo a su hija sumida en una oscuridad horrible, que se reflejaba en todo cuanto la rodeaba, su ropa, su corte de cabello, sus dibujos, la decoración tétrica de su cuarto, sus conflictos sociales permanentes en la escuela, la apatía de no querer realizar ninguna actividad extraescolar, ni compartir ni tan siquiera diez minutos en familia y, lo peor, descubrir que se autolesionaba el antebrazo con la hoja del sacapuntas -el llamado “código de barras”-. “Nuestra hija, durante la pandemia, se había convertido en la antítesis de la que hasta entonces habíamos criado”, resume Marianella.
Cuando los testimonios de MANADA vieron la luz, explotó la casilla de mail con historias similares, muchas desgarradoras. “En el grupo fundador -recuerda Marianella, comenzamos a hacer una doble tarea, la interna con nuestras hijas, la familia, el trabajo, etc. y la social con las familias que se iban sumando, leyendo artículos científicos, buscando literatura sobre disforia, estudiando las leyes, etc. Nos volvimos expertas en el tema, aprendimos desde el origen al porqué y cómo se instaló en la sociedad, también sabemos que el hecho de que exista una ley que avala la barbarie, no significa que no se la pueda cuestionar”.
De hecho, es lo que está sucediendo en otros países, precisamente en aquellos que fueron pioneros en materia de transición de género –Suecia, Finlandia, Noruega, Gran Bretaña, entre otros-, en particular a partir de la constatación de que no existe evidencia científica suficiente sobre los tratamientos. En concreto, que se estaba usando a los niños como cobayos.
Actualmente la red de familias está integrada por cientos de padres de Argentina y de 17 países más. “Pasamos de solo hacer catarsis a tener zooms con muchos profesionales de salud, hacer estudios estadísticos, organizar charlas con personas trans y destrans que están en contra del adoctrinamiento y las “terapias de reasignación de sexo en menores” y a exigirle a la política que se haga cargo del desastre que causó. Cada familia va aprendiendo de las demás las estrategias que ayudan a revincularse con sus hijos, a poner límites amorosos, a acompañar sin avalar, a reeducarnos como familias, a informarnos científicamente, a perder el miedo a ser padres
“Todos los días hay nuevos ingresos a MANADA, pero también todos los días, tenemos la dicha de ver como muchas de nuestras hijas logran reencontrarse a sí mismas, se amigan con su biología y así como fue abrupta su disforia, algunas veces, también lo es la salida”, explica Marianela.
Y agrega: “En mi caso puedo decir con certeza qué día cayó mi hija en la cuenta de haber sido manipulada para “autopercibirse trans”. Fue escuchando una de las charlas de un varón trans que nos contaba el calvario de su día a día como hormonodependiente de por vida. Era la primera vez que Kiara escuchaba la realidad de la transición. Ese día comenzaron las dudas, porque quienes le contaban sobre las bondades y valentía de ser quien quieras ser habían omitido el lado B”.
Otra clave fue dar con una psicóloga (después de haber pasado por 5 terapeutas que solo veían a Kiara “como a un cliente eterno”, que trabaja en una terapia exploratoria, en su autoestima y el TDAH que la hija de Marianella arrastra desde los 7 años de edad.
“Poco a poco Kiara se empezó a amigar con todas las cosas hermosas de la vida, con su cuerpo pero también con su ser, volvió a sonreír, a tener esa luz que había perdido, ya no se tapa la cara para ocultarla en las fotos, se deshizo de toda esa ropa oscura y gigante, busca y disfruta de los momentos familiares, hace deporte, estudia en un instituto de idiomas, y tiene los conflictos de cualquier adolescente normal, sí, digo normal, ya no le temo a decir las cosas por su nombre, porque gracias a perder el miedo, recuperé a mi hija”, afirma Marianella.
Hoy Kiara es colaboradora de MANADA, ayuda a otras madres a que puedan entender que pasa por la cabeza de sus hijas, alerta sobre sitios web, apps o foros donde manipulan a los chicos más vulnerables. Está a punto de cumplir 18 años.
Marianella recuerda que hasta hace poco tiempo “hablaba de hormonas y cirugías de reasignación sexual”.
“Si yo hubiera aceptado las palabras de la psiquiatra que nos atendió hace tres años, y que en una sesión de media hora a solas con mi hija, me hizo pasar para decirme que debía estar contenta porque ahora tenía un hijo trans y que eso era mejor que una hija muerta, hoy, la historia sería otra”, sostiene.
Tiene un mensaje para los terapeutas y para los padres: “A esa psiquiatra y a todas las que trabajan con el mismo grado de ideologización, les digo: se equivocan, no todos los niños y adolescentes con disforia de género tienen que sí o sí, terminar en un quirófano. A las madres y padres, no se dejen manipular, duden, averigüen, investiguen, nadie mejor que ustedes conoce a sus hijos.”
La provincia de Québec, en Canadá, es una de las más copadas por la ideología de género. Allí los menores pueden cambiar el sexo en su DNI a partir de los 14 años sin consentimiento de los padres. Sin embargo, el gobierno quebequense acaba de crear un Comité de Expertos que analizará esta problemática. El motivo es que cada vez más deben pronunciarse frente a estas cuestiones, como ser el pedido de algunas escuelas de que los baños sean mixtos para seguridad de los niños trans. El Gobierno puso un freno y decidió investigar y reflexionar.
La Argentina no debería esperar mucho más para revisar la Ley de Identidad de Género y su impacto en el conjunto de la sociedad.