“El de arriba me dijo que todavía me faltaba un rato, así que por suerte todavía sigo acá, disfrutando de la familia y del trabajo, pero fue una situación complicada. Yo nunca me lesioné a lo largo de 18 años de profesión, solo me pasó una vez y casi no la cuento. Empezó cuando me di cuenta que estaba incómodo para sentarme y era porque tenía un tumor en el colon. En la operación me sacaron la mitad del estómago y cuando estaba en período de recuperación, a los tres días, me agarró una trombosis pulmonar y eso fue lo que me llevó a charlar un rato con Diosito allá arriba (risas)”. Ni siquiera para relatar un momento tan difícil, Roque Alfaro pierde el humor y ese don de buena gente, que ha sido su marca registrada en el ambiente del fútbol, junto con su talento, despliegue, goles y una desbordante vitrina desbordante de títulos. Recuperado de aquel duro trance, se prestó a la charla con Infobae para rememorar una carrera llena de éxitos.
Roque vive en Rosario y desde allí, y por toda la zona, desarrolla su tarea de captación y seguimiento de los chicos para River Plate. El comienzo fue en el peor momento, de la manera menos esperada y gracias a la mano de un amigo: “Me operaron un lunes y el miércoles a la noche estaba en el hospital charlando con mi hijo dentro del horario de las visitas. De pronto él notó que le apretaba mucho la mano y cuando me preguntó, le respondí que era porque no aguantaba más los calambres en el estómago. Enseguida me entubaron en terapia intensiva y allí el doctor les dijo a todos mis hijos: ‘Recen mucho para que mañana su papa esté con ustedes, porque no sé lo que puede pasar’. Por suerte salió todo bien y me desperté un sábado de febrero de 2020 al mediodía. Sonó el teléfono y así medio dormido como estaba, atendí y era Enzo Francescoli: ‘Roquecito: curate, tráeme el alta médica y empezás a trabajar en River’. Sorprendido y agradecido le pregunté: ‘¿Y qué voy a hacer?’, a lo que contestó: ‘No sé, pero vas a estar acá con nosotros’. Desde ese momento, tengo la alegría de estar nuevamente en el club, pero más aún de tener un amigo así. Por suerte la recuperación fue perfecta y en las endoscopías posteriores se vio que el tumor había desaparecido”.
“Sigo pensando que aquel equipo con el que ganamos la Copa Intercontinental es el mejor en la historia de River, más allá de las comparaciones con los cuadros de Gallardo, que fueron muy ganadores, pero mientras no haya otro campeón del mundo, no habrá uno igual a nosotros”. Roque deja sentada su posición con firmeza, dejando el espacio para el siempre apasionante debate futbolero. Había llegado a River a principios del ‘84, pedido por Luis Cubilla, el primer técnico que contrató Hugo Santilli al ganar las elecciones y que le dio la camiseta número 10, relegando al banco nada menos que al Beto Alonso: “Era una falta de respeto total (risas). Me costó horrores y sufrí mucho, porque no di las respuestas que se esperaban de mí. Cubilla se tuvo que ir y apareció interino Adolfo Pedernera, que me dio una lección: ‘Usted va a ser titular en River, pero lo primero que tiene que hacer es sacarse la número 10 y ponerse cualquier otra’. Agarré la 11 y no la solté más”.
En septiembre y con el promedio que comenzaba a incomodar, llegó el Bambino Veira como entrenador y la historia rápidamente cambió: “En el partido de su debut perdimos contra Velez de local y al otro día nos citó para entrenar y se dio cuenta de que estábamos golpeados por la derrota. Cuando terminamos de bañarnos, estaba escribiendo con una tiza en el pizarrón del vestuario algo que me quedó grabado: ‘Con personalidad, humildad y trabajo, podemos quedar en la historia de River’. Armamos un equipo inalcanzable para los adversarios. Ese grupo consiguió todos los objetivos, que fueron grandísimos, con un año ‘86 inolvidable, ganando el título local cinco fechas antes, luego la primera Libertadores y la única Intercontinental en la historia del club”.
El año ‘86 es incomparable en la rica historia de River, porque además de los títulos, sumó la inmensa alegría de dar la vuelta olímpica en la cancha de Boca, en un partido muy recordado: “Siempre digo que fue la vuelta olímpica más rápida del mundo, porque nos tiraron todo lo que tuvieron al alcance de la mano (risas). Yo era el encargado de la pelota parada y cada vez que iba a patear cerca de los palcos era una locura. Hasta una gallina me arrojaron. Tuve la suerte de participar en el legendario gol de la pelota naranja, porque tiré el centro pasado, no llegó el Loco Gatti y por atrás apareció, para meter un cabezazo, el Beto Alonso, que es el ídolo futbolístico máximo que tiene River Plate hasta el día de hoy”.
La ansiada copa Libertadores, ganada en dos batallas ante América de Cali y la posterior consagración ante el Steaua Bucarest por la Intercontinental, hicieron tocar a River el cielo con las manos. Ese día, en el estadio de Tokio, en medio de la gran alegría, quedó una anécdota especial para Alfaro: “Fue la única vez que le falté el respeto al técnico. Yo siempre le decía Héctor o Veira, jamás por el apodo, pero ese día, cuando faltaba un minuto para terminar, vi que había un cambio: ingresaba el Gringo Sperandío y yo tenía que salir. Estaba enojado y lo encaré: ‘¿Cómo me vas a sacar ahora, Bambino, que lo más lindo es terminar dentro de la cancha?’. Me abrazó, muy a su estilo: ‘Tranquilo Roquecito, es la cábala’ (risas). Esas eran las cosas que tenía y lo llevaron a conformar un equipo único. Conducía muy bien al plantel y solo se enojó una vez, cuando era carnaval, dejando las cosas en claro: ‘Si me llegan a tirar una bombita de agua, me voy’. ¡Para qué! Le llovieron hasta baldazos (risas). Pero cumplió, porque agarró las cosas y se fue para su casa, pero al otro día regresó”.
Su constante y parejo rendimiento a lo largo de varias temporadas con la camiseta de la banda roja, tuvieron como premio la convocatoria a la selección mayor por primera vez, con más de 30 años: “Yo estuve peleando la chance hasta último momento con el Negro Enrique para México ‘86, porque Bilardo sabía la utilidad que le podía dar, al igual que lo hacía en River, donde pasé de ser un futbolista de creación, a ser un volante de ida y vuelta por el sector izquierdo, al costado del Tolo Gallego. La elección de Bilardo fue la correcta, porque Héctor jugó un Mundial fantástico. En el ‘87 fui al preolímpico de Bolivia, donde clasificamos para los juegos de Seúl ‘88 y en junio, Carlos me llamó para ser parte de la Copa América, en la que tuve la posibilidad de actuar al lado de Maradona. Fue algo inolvidable, porque además compartí un mes de concentración con él. Años más tarde, me di el gusto de verlo llegar a Newell´s y ponerse la camiseta número 10 que yo había utilizado”.
Nacido en Nogoyá, Entre Ríos, desde pibe, como tantos otros de varias generaciones, el amor a la pelota le vino casi de nacimiento: “Jugaba en el club 9 de julio, y en 1973 fuimos a disputar un torneo en Rosario. Anduvimos bien, con un debut auspicioso para mí, porque ganamos 4-0 y convertí todos los goles. Esa fue la carta de presentación a los ojos de Griffa, a cargo de las Inferiores de Newell´s: a comienzos del ‘74 ya me incorporaron, La transferencia costó un juego de camisetas y once pares de botines. Fui parte de una 4° especial sensacional, en la que conformé la mitad de cancha junto al Gringo Giusti y al Tolo Gallego. En el ‘75 me llegó el debut en Primera División y de a poco me fui ganando un lugar hasta consolidarme”. En febrero del ‘76, Argentina debía afrontar el torneo Preolímpico buscando un lugar en los Juegos de Montreal. Alfaro concurrió en medio de una situación muy particular: “Menotti tenía una gran relación con Griffa y entonces le pidió si la tercera de Newell´s podía ir a representar a la selección en ese certamen en Recife. La respuesta fue afirmativa y allí fuimos. Estuvimos a la altura, quedándonos con el tercer puesto, aunque no se obtuvo la clasificación”.
El pedido de Menotti tenía el sustento de tantos años de trabajo exitoso de Newell´s con los chicos, siendo un semillero admirado por todo el mundo del fútbol: “La institución siempre se destacó por eso y yo tuve la suerte, muchos años después, de ser parte de lo máximo, porque cuando fuimos campeones del torneo de la temporada 1987/88, todos los integrantes del plantel éramos surgidos de Inferiores. Es un récord mundial, porque además también el cuerpo técnico que encabezaba José Yudica, eran ex jugadores del club. Aquella vuelta olímpica fue la coronación de un ciclo y de una manera de sentir a este juego, gracias al nombre rutilante de Jorge Bernardo Griffa, un maestro con todas las letras”.
Alfaro comenzó a destacarse como un habilidoso jugador de los metros finales de la cancha en los diferentes equipos de Newell´s a fines de los ‘70 y comienzos de la década siguiente: “En el Metropolitano del ‘80, con Luis Cubilla como técnico, hicimos una enorme campaña con un equipazo, en el que estaban el Tolo Gallego, Chirola Yazalde, Juan Simón, Cucurucho Santamaría y Daniel Killer, entre otros. Le ganamos a Boca en Rosario 5-2 y goleamos a Independiente en Avellaneda 5-0, en una noche en la que convertí tres tantos. A mediados de ese año, se hizo el pase a Grecia: una experiencia hermosa en el Panathinaikos, en una ciudad increíble como Atenas, con una cultura y una forma de vivir completamente distintas. Fue un tiempo muy corto y tuve que volverme a los seis meses, porque los papeles no estaban en regla. El cupo de dos extranjeros estaba cubierto y a mí me llevaron como descendiente de griego y la verdad es que de griego no tuve ni tengo nada (risas).”. Estuve en Newell´s hasta julio del ‘81, cuando pasé al América de Cali y salí campeón dos temporadas seguidas. A fines del ‘83, regresé una vez más al país para incorporarme a River”.
Tras ayudar con su juego y su despliegue a que los Millonarios llenasen la vitrina de copas, Roque hizo las valijas y regresó al amor rojinegro de los comienzos: “En agosto del ‘87 ganamos la Copa Interamericana contra la Liga Alajuelense de Costa Rica y ese fue mi último partido en River, porque al día siguiente ya me vine a Rosario para incorporarme nuevamente a Newell´s, en el que fue el regalo más grande de la profesión, porque sentí que le podía devolver a club todo lo que me había dado en la etapa de formación. Además, fui parte de un cuadro impresionante, que ganó con claridad el torneo de la temporada 1987/88, en el que fui el goleador del equipo y logramos amalgamar a la perfección los que regresamos (conmigo lo hicieron Víctor Ramos y Sergio Almirón) y los jóvenes que ya estaban, a quienes había trabajado muy bien el Indio Solari y luego le dio su impronta José Yudica, que fue un inmenso trabajador del fútbol y era la honestidad caminando. Se nos escapó por muy poco la Copa Libertadores, en aquella final contra Nacional, que tenía muy buenos jugadores, pero nos quedamos con las manos vacías”.
“A mediados de 1990, Yudica se fue y llegó Bielsa en su lugar. Hice el mes de pretemporada, que fue muy exigente, y cuando armó el equipo, no me puso. Ese mismo día, le pedí de hablar en su casa, porque teníamos una confianza distinta que el resto de los muchachos, porque nos conocíamos de haber compartido las Inferiores. La planteé que Yudica tampoco me había tenido en sus planes cuando llegó, pero que me había ganado un lugar, pero tres años más tarde, estaba desgastado desde lo físico y mental para volver a intentarlo. Le pedí que me diera la posibilidad de irme, a lo que me respondió que sí y allí partí hacia O´Higgins de Rancagua, adonde fui por seis meses y me terminé quedando dos años y medio, en una ciudad maravillosa; siempre agradezco que me hayan querido tanto. No me costó el retiro, porque era consciente de que la actividad profesional se iba a terminar y debía prepararme. Enseguida me sumé como técnico en las Inferiores de Newell´s y a los pocos meses dirigí interino, a pedido de los jugadores. El destino quiso que el primer partido fuera en el Monumental contra River, donde perdimos 2-0 el día del debut por torneos de AFA de Marcelo Gallardo como futbolista. En 1994 se probó un chico que nos impresionó por su fuerza y que, además, podía cubrir nuestra necesidad de lateral izquierdo en la categoría ‘78. Es un orgullo haber visto su crecimiento y hasta donde llegó. Es Gabriel Heinze. Algo parecido viví con Demichelis, cuando dirigía la Reserva de River en 2001. El actuaba de volante central y tenía una enorme técnica, pero era un poco pesado para el puesto, por la manera que se movía el equipo y le sugerí que podía actuar en la defensa. Aceptó y arrancó su gran carrera”.
El éxito, ese anhelo tan buscado, que suele serle esquivo a la mayoría, con otros adquiere forma de romance eterno. Roque Alfaro se ha ganado ser uno de ellos, porque siguió siendo campeón, una vez retirado, en la función de ayudante de campo del Tolo Gallego, tanto en River como en Independiente. Y ahora también fuera de las canchas, derrotando a ese rival inesperado, que le jugó una mala pasada, pero que pudo superar, para alegría de su familia y de todo el mundo del fútbol que reconoce en él, a un hombre querido, respetuoso y admirado.