“Tengo 63 años. Nací en San Martín, por casualidad, pero soy de General Rodríguez. Soy la hija mayor de mis padres, que después de que nació mi hermana se separaron. Entonces mi madre tuvo tres hijos más con otra pareja y yo me críe con mis tíos. Cosas de la vida…”, comienza a relatar Claudia Valezuela. La mujer, que en los últimos años se hizo popular por ser la mamá de L-Gante -o mejor dicho, de Elián Valenzuela-, tiene una mirada transparente que a veces dice mucho más que sus palabras. Y una belleza que el paso del tiempo no logró opacar a pesar de los embates. Sufrió mucho, sí. Pero nunca se permitió bajar los brazos. Y hoy, por primera vez, se anima a contar su historia en diálogo con Infobae.
—¿Por qué la criaron sus tíos?
—Mi mamá, Nelly, tenía que trabajar y mi hermana era muy bebé. En ese momento no había niñeras. Y, como mis tíos Defi y Franco no tenían hijos, me cuidaron como si fuera su hija.
—¿A sus padres los siguió viendo?
—A mi mamá, sí. A mi papá, Ignacio, prácticamente, no lo conocí. Sabía donde vivía y también sé que ha tenido otros Valenzuela por ahí, pero no se dio. Y no porque yo me haya negado, pero tampoco me interesó. Él ya falleció. Mi madre, en cambio, sigue con nosotros y hoy tiene 85 años. Y a mis hermanos por parte de ella también los veo.
—¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
—Las imágenes que me vienen a la cabeza son con mis tíos, que para mí eran como mis padres. Ellos se ocuparon de darme una buena educación, tanto en la primaria como en el secundario. Me mandaron a buenos colegio. Éramos una familia de clase media, ni alta ni baja. En esa época no se conocían mucho los lujos. Y como era una casa de laburantes, me enseñaron que si quería lograr algo en la vida tenía que trabajar.
—¿Empezó a trabajar de muy chica?
—A los 18 años, cuando terminé el colegio. Yo no tenía muy claro qué quería hacer, pero me vine a la Capital Federal a buscar trabajo. En aquel momento había que ver los avisos clasificados del diario, marcar los posibles empleos e ir a las entrevistas. ¡No te alcanzaba el día para ir a todas! Pero conseguí un puesto en una casa de decoración de Avenida Santa Fe al 1200. Así arranqué. Después, me anoté en una agencia de trabajo y terminé haciendo una suplencia en una casa de vajilla de la calle Sarmiento. Hasta que empecé a trabajar como promotora para muchas marcas: iba a eventos, supermercados, estaciones de servicio y hasta a las carreras del autódromo.
—¿Cómo siguió su vida?
—Es una historia muy larga…
—La escucho.
—Después de la guerra de Malvinas, sería a fines del ‘82, me fui a vivir a Chile durante un año y medio. Yo había empezado a hacer algunos trabajos como modelo en boliches y así la conocí a Silvia Peyrou, que me propuso ir con ella para trabajar en un programa de Canal 13. Y yo en ese momento era muy mandada, así que me instalé en Santiago y fue una linda experiencia. Después volví a la Argentina. Tenía un proyecto para ir a Venezuela, pero justo hubo una crisis económica muy fuerte en ese país así que se suspendió. De manera que estuve haciendo algunos laburos acá, hasta que me llegó la propuesta de ir a Europa. Y yo dije: “¿Por qué no?”.
—¿Entonces?
—Escuché cuál era la propuesta. Y viajamos con un grupo de baile a Grecia.
—¿Usted era bailarina?
—No, pero todo se daba así que terminé bailando con gente de todo el mundo. Y después nos fuimos a Siria. Ahí me puse de novia con un muchacho que era militar en el Líbano y que después falleció en la guerra.
—Qué duro…
—Muy duro. En ese momento, yo ya me había hecho amiga del que después fue mi marido, Nidal Kazaz. Él se fue acercando a mí porque yo estaba muy mal por la situación. Hasta que terminamos siendo pareja. Entonces me fui a vivir a la casa de su familia y me casé con él, pero no con una ceremonia religiosa sino por lo que allá se conoce como el juzgado. Después nos fuimos a Rumania, porque él quería terminar de estudiar medicina. Y, finalmente, vinimos a la Argentina y nos volvimos a casar para que él pudiera tener la ciudadanía.
—¿Con él tuvo a sus hijos mayores?
—Sí: Yamil que es el más grande y hoy tiene 39 años, Jazmín que tiene 33 y Saleh, que era el del medio pero falleció…
—¿En el parto?
—No, cuando tenía 7 años. Fue a raíz de un tumor…No tengo problema en contarlo. Obviamente, no hay nada peor que la muerte de un hijo, pero hay que seguir adelante.
—Perdió a un amor y a un hijo, ¿de dónde sacó la fortaleza para seguir luchando?
—Yo soy una mujer fuerte. Y acá estoy.
—¿Por qué se terminó la relación con su marido?
—Estuvimos unos seis o siete años juntos y, después, se fue desgastando la pareja. Y se terminó el amor. Así que nos separamos. Y entonces él se fue a Dubai, donde sigue viviendo hasta el día de hoy.
—¿Tiene contacto con sus hijos?
—Sí, cada tanto hablan y tienen una buena relación. Mi hija lo fue a ver hace poco.
—Pero usted se quedó sola a cargo de los chicos…
—Exacto. Después comencé una relación con Ángel Prosi, el papá de Elián, aunque nunca llegamos a convivir. Así que de la crianza de mi hijo me ocupé yo.
—¿Y cómo hizo para poder con todo?
—Tuve la colaboración de mi mamá y de mi tía. ¿Fijate cómo son las cosas? Mi tío ya había fallecido, pero Delfi que me había criado a mí terminó ayudándome con mis hijos porque yo tenía que trabajar.
—¿A qué se dedicaba usted en ese momento?
—Promotora, vendedora…¡hice de todo!
—¿Alguna vez sintió que no podía más?
—Nunca. Directamente, no me lo permití, porque sabía que tenía que seguir adelante. Yo tenía a estas personitas que esperaban por mí. Y me ocupé de que no les faltara el estudio en lindas escuelas, de que tuvieran su ropa impecable y de que contaran con sus juguetes. Yo siempre estuve para ellos. Pero jamás dejé de ocuparme de mí. No dejé abandonada a Claudia, la mujer. Siempre tuve a mis amigos y no me aislé por el hecho de ser madre. Mi vida no fue trabajar, cocinar y lavar ropa. No. Porque, además, mi mamá no me dejó derrumbarme. Ella me instaba a salir y a arreglarme.
—¿Se volvió a enamorar?
—A enamorar…mmm…no. Creo que no. He tenido parejas, pero enamorarme ya es muy difícil. De hecho, ahora estoy sola, pero estoy muy bien. Es muy difícil estar conmigo. Mi último trabajo fue de acompañante terapéutica. Y lo dejé cuando Elián me pidió que no trabajara más. Así que ahora estoy aprovechando a disfrutar de mi familia y de la vida.
—Cuénteme qué pensó cuando su hijo comenzó a cantar como L-Gante…
—Al principio no lo tomaba muy en serio. Decía: “Es chico y le gusta cantar, por eso está con la computadora buscando música”. ¡Yo no entendía nada! Pero lo dejaba porque lo veía entusiasmado. El tema es que cada vez se fue metiendo más en eso. Venía y me hacía escuchar los temas que había compuesto.
—¿Y le gustaban?
—Era todo muy nuevo para mí. Pero le decía: “Sí, qué lindo”. Y por ahí le preguntaba: “¿Por qué tal cosa?”. Pero nunca, en ningún momento, le pedí que dejara de hacer eso que le gustaba, ni le dije que eso no servía para nada. Yo lo dejé ser, porque no sabía hasta donde podía llegar. Y, en ese momento, tampoco tenía la edad como para ir a laburar. Así que, mientras estudiara, para mí estaba bien.
—¿Le llamó la atención que adoptara como nombre artístico el latiguillo que usted usaba al verlo lookeado?
—”¡Qué elegante!”, le decía yo. Y me dio gracia, habiendo tantos nombres posibles, que terminara eligiendo justo ese. Pero se ve que, para él, eso tenía un valor especial y por eso le quedó grabado.
—Llegó un día en el que L-Gante explotó a nivel nacional e internacional. ¿Qué le generó esa situación?
—Fue un cimbronazo. Porque todo se dio muy rápido. Elián iba a tocar a boliches, con personas que lo trasladaban, pero iba creciendo de a poquito. Él mismo se ocupaba del equipo, de la bebida…¡Andaba a las corridas! Y, de repente, apareció alguien que lo empezó a llevar a otras ciudades o provincias. Y todo fue tomando otro color.
—¿Tuvo miedo? Porque la vida del artista implica viajes, nuevos vínculos, tentaciones…
—El miedo hasta hoy lo tengo. Y va a seguir estando. Porque nunca sabés quién es la persona que puede estar del brazo de tu hijo ni por qué camino lo puede llegar a llevar.
—No le queda otra que confiar en la educación que le dio, ¿no?
—Exacto. Eso fue lo que lo ayudó a él a decir: “Hasta acá sí y esto no me conviene”. Por eso es que fue alejando gente de su entorno.
—Debe haber sido muy difícil estar en sus zapatos durante los cien días que Elián estuvo detenido por una causa de amenazas y privación ilegítima de la libertad…
—Sí, fue terrible porque todos los días había novedades distintas. Y, mientras tanto, él estaba ahí adentro. Así que ustedes me veían destrozada en la puerta de la DDI de Quilmes, pero cuando iba a verlo tenía que mostrarme bien y no llevarle pálidas. Al contrario, tenía que tratar de darle ánimo y ayudarlo a sobrellevar esa situación de la mejor manera posible.
—Convengamos que él también demostró una gran fortaleza porque, lejos de deprimirse, se dedicó a componer.
—Es que nosotros siempre fuimos así. Cuando nos vemos, nos saludamos con un abrazo que nos impulsa a seguir adelante. Así que, en las visitas, ni me ponía a llorar ni me bajoneaba. Eso lo dejaba para cuando estaba escondida en mi habitación. Frente a él me mostraba fuerte.
—La causa sigue su curso. ¿Le preocupa que Elián pueda volver a prisión?
—Hasta que no se ponga punto final, voy a seguir con miedo. Porque, además, cada tanto le hacen algo para ensuciarlo. Esa causa, por ejemplo, vino del papá de unos amigos de mi hijo con los que había una relación. Pero está claro que hay gente que piensa que puede sacarle plata fácil. Y Elián tiene que tener cuidado de eso.
—¿Él ya tomó conciencia de esto? ¿Se dio cuenta de que no puede tirar un papel al piso sin que eso trascienda?
—Yo lo veo tranquilo, sereno, consciente y reflexivo. Siento que ya tomó las riendas de la situación. Pero también hay que tener en cuenta que tiene 24 años. ¿Y quién a esa edad no se mandó alguna macana? Por más serio y responsable que sea…
—Pensaba en ese día en que le dijo: “Mamá, no trabajes más que yo me hago cargo de vos”.
—Él sabía lo que yo ganaba y lo que no. Estuvo siempre al tanto de todo. A mí me tocó trabajar en la época del Covid, cuando era muy arriesgado salir todos los días, y él vio todo. Así que, como él surgió justo después de la pandemia, me dijo que no fuera más. “Si yo puedo poner la comida en la mesa, comprar mi ropa y pagarle lo que necesite a mi mamá”, dijo. Y yo le respondí: “Está bien”. No me costó mucho. Porque, además, en ese momento él también necesitaba mi ayuda.
—También fue papá muy joven…
—Sí. La nena es divina y tengo una relación bárbara con ella. Yo tengo cinco nietos: Abril, Yamil y Jalil de mi hijo mayor, Benja de mi hija y Jamaica de Elián. Y creo que soy una abuela muy compañera y pata.
—¿Sos de las que están disponibles un sábado a la noche o de las salen más que sus hijos?
—No, en general estoy. Yo aviso cuando voy a salir. Pero me los pueden dejar tranquilos y yo trato de que los chicos la pasen bien conmigo.
—En la separación de Elián y Tamara, la mamá de la nena, usted trató de poner paños fríos, ¿verdad?
—Siempre intenté de mantener mi lugar como abuela de Jamaica. Y, en los problemas de pareja, creo que lo mejor es quedarse a un costado. Hoy te puedo decir que ellos son grandes y saben lo que hacen. Yo lo único que quiero es que estén bien, tanto mi hijo como Tamara que es la mamá de mi nieta. Porque sé que hasta el final de mis días vamos a seguir relacionadas como familia por la nena.
—¿Qué pasa con las otras mujeres que aparecen en el camino de su hijo, como es el caso de Wanda Nara?
—Son grandes y tienen que saber manejarse en sus asuntos. Yo la he conocido y me pareció una buena persona, por el poco trato que tuvimos. Después, trato de no meterme en sus cosas. Así que hay cuestiones que me las entero por los medios.
—Hablando de medios, las vueltas de la vida hicieron que usted terminara debutando en teatro el año pasado. ¿Ahora tiene algún proyecto en mente?
—Estoy haciendo un seminario de actuación. Este año no pude armar nada para las vacaciones de invierno porque tuve días agotadores entre una cosa y la otra, pero tengo ganas de hacer algo para la temporada de verano. Me gustaría hacer una comedia.
—¿Lo siente como una revancha que le dio la vida?
—Sí, y me gusta. Fue maravilloso, a esta edad, poder subirme a un escenario. Así que estoy pendiente de lo que pueda surgir. Y, por suerte, la gente me reconoce y y tiene la mejor onda conmigo, cosa que me pone muy feliz.
—Cuando mira para atrás y ve todo el camino que recorrió, ¿qué piensa?
—Que he hecho muchas cosas y que, lo que me queda pendiente, es escribir un libro. Porque tengo mucho para contar. Pero soy una agradecida porque creo que, si bien fue con mucho esfuerzo, lo más importante que era criar a mis hijos me salió bien. Y ojalá llegue el día en que en mi familia no tengamos nada malo de qué preocuparnos.