Ver a niños y niñas comiendo, trabajando y viviendo en la basura fue para Julio Manuel Pereyra un momento bisagra en su vida porque, además, ninguno había ido alguna vez a la escuela. Estaba en una de las zonas más vulnerables de Corrientes, provincia donde tuvo el primer contacto con el analfabetismo como una realidad tapada con un velo. Allí también se encontró con personas adultas con discapacidades y sin el acceso a sus derechos vitales.
Había llegado hasta la zona porque había ideado un programa de educación inclusivo, verdadero, realizable y sostenible en el tiempo. Y allí, donde la teoría cobraba vida, supo que era donde debía accionar: sumó el objetivo de hacer visible todas las falencias que observaba. Pronto, lo que comenzó como una denuncia, se convirtió en su manera de educar y de generar políticas públicas. “Las grandes escuelas están donde están los grandes maestros, no los grandes edificios”, asegura el educador comunitario y fundador Escuelita Ambulante Caminos de Tiza.
Ese fue el proyecto educativo en el cual quedó plasmada su idea. “Es una propuesta de educación comunitaria de voluntariado en basurales, aldeas, comunidades originarias y barrios marginales en diferentes localidades argentinas. A ello, se suman los talleres sobre Inclusión Educativa y estrategias didácticas a Centros Educativos Públicos de manera gratuita”, explica sobre la iniciativa que cumplió diez años y que en 2020 fue reconocida con el Global Teacher Awards (AKs India), el Premio Educativo Espiral de España, el Premio Iberoamericano a la Labor Docente y que lo hizo merecedor del premio Maestros que Inspiran Latinoamérica y en diciembre pasado recibió Premio de los Derechos Humanos 2023, otorgado por Naciones Unidas (ONU). Pese a esto, en Argentina poco y nada se conoce, ni reconoce la importante labor que desempeña junto a su pareja, la profesora misionera de Educación Especial, Yanina Rossi.
Haciendo foco en la actualidad, como educador que vivió unos años en Corrientes, lamenta: “Lo que pasa con Loan no es nuevo”. “La trata de persona es común en la zona, Nueve de Julio, en el límite con Brasil, que lo cruzan en canoa. Esto es de público conocimiento: Missing Children debe tener contadas unas 120 desapariciones en esa región en los últimos diez años, y son los casos que trascienden y genera un gran impacto. Después están los casos de niñas embarazadas, de adolescentes embarazadas a las que después sus hijos ‘se pierden’, mágicamente. Eso es de público conocimiento. Por esto digo que, lamentablemente, no me sorprende la situación”. En su intento de hacer algo para frenar esas situaciones llegó a sufrir amenazas.
Aún sin estar tan comprometido con esas realidades, inició su trabajo en la educación en 2014, en Uruguay, y poco después llegó a Argentina para un Congreso de Educación que se realizaba en la Universidad de Misiones. Allí presentó el Proyecto “Pedagogía de la otredad” —el marco teórico de Caminos de Tiza—, que también se refería al trabajo en zonas de emergencia y vulnerables. En ese evento académico, una de las personas participantes le recomendó que visitara las comunidades del interior de la provincia y Corrientes, por ahí su proyecto era aplicable.
“Cuando veo que verdaderamente es aplicable regreso al país y empiezo a trabajar en un basural en Paso los Libres, en Corrientes. Ahí vi, literalmente, a chicos viviendo en la basura. Les empezamos a enseñar protocolo de seguridad e higiene, cómo prevenir enfermedades vinculadas a todo lo que eran vectores patógenos para que no se contagiaran enfermedades vinculadas al tétano, por ejemplo”, recuerda el inicio del camino por el que asegura que dejó todo de lado.
Desde entonces, pasó una década de trabajo incansable y, pese a todo, asegura que preferiría no tener que hacerlo. “No me siento ni orgullo ni conforme. Sí, quizás, siento la conciencia tranquila, pero estas son convicciones políticas, filosóficas y biológicas, pero preferiría no hacerlo porque esto tiene costes personales, profesionales y humanos muy grandes”, asevera con la crudeza que la realidad otorga.
En ese mismo tono, continúa: “Teniendo una oportunidad de trabajar en cualquier lugar del mundo, me quedo acá. Repito: tengo la conciencia tranquila, pero no es algo que me enorgullezca porque para hacer esto tuve que sacrificar una pila de cosas y hasta el cuerpo pasa factura. Sí admito que cuando me llamaron de Naciones Unidas para decirme que iban a darme un premio de tal magnitud, les pregunté por qué si hay otras personas trabajando en zonas de riesgo donde en cualquier momento lo mata una bala. Y me responden: ‘Yo fui el que investigó tu trabajo, estuve ahí y a ti te puede matar un mosquito…’. No lo había dimensionado de esa manera”.
Convencido de que siempre se podría hacer mejor, admite: “Ante tanta renuncia, en verdad, que te valoren es un valor agregado, como conseguir material terapéutico, vacunas, colchones para escaras, materiales para hacer un baño en una escuela, etcétera. Soy un instrumento en este momento, que es funcional, pero quisiera no hacerlo. Me gustaría que los empleados, los funcionarios públicos ineptos o incapaces fueran un poco más funcionales a la realidad porque proponen proyectos de escuelas robóticas en Posadas y a kilómetros de ahí nosotros trabajamos con chicos que viven sin agua, en el medio del monte y no tienen luz”.
El desafío
La escuela itinerante Caminos de Tiza es una propuesta única en Latinoamérica. No es una ONG ni una fundación sino un proyecto voluntario sustentado desde la promoción y gestión de donaciones comunitarias de materiales, útiles escolares, material ortopédico-terapéutico, vestimenta (para los roperos solidarios) y material deportivo; y llevado a cabo solamente por dos docentes: Julio y Yanina, que van hasta donde los llamen, adonde nadie más llega.
Con ellos llevan una pizarra y tizas de varios colores. ¿Qué enseñan? Lo esencial, como leer y escribir; hacer cuentas; pero no se quedan solo en esas asignaturas básicas de la enseñanza primaria sino que realizan un proyecto social y comunitario para más de 300 niñas y niños, con y sin discapacidades, que viven en catorce comunidades misioneras; y educa a los adultos analfabetos y analfabetos funcionales, que sí saben leer, pero no comprenden o no pueden usar un celular, por ejemplo. Hasta el momento, la propuesta que desarrolla fue reconocida en Europa, India y en los Estados Unidos debido a que además su trabajo institucional denuncia y previene el abuso sexual, los embarazos infantiles y adolescentes, y la trata de personas.
“También armamos bibliotecas barriales y colaboramos con comedores comunitarios, sin recibir ni aceptar dinero, transparentando en las redes sociales los usos y destinos de los recursos, y de todos los materiales recibidos”, señala Pereyra que destaca el apoyo recibido por la Asociación Educar para el Desarrollo Humano. “Nos ha dado becas para que otros educadores se formen para poder atender pedagógicamente a los chicos. Han sido un pilar en nuestra lógica de formar a otros educadores”, destaca el docente de 38 años, que hace diez años dejó todo de lado en su país para poner una solución donde vio problemas. O al menos lo intenta.
Volviendo al inicio de este camino revive el día en el que estuvo frente a un niño en el basural y no institucionalizado. “Tenía zoonosis y parasitosis, y nunca nadie había hecho algo por él. No tenía siquiera identidad”, revive. No pudo quedarse con su impotencia y esa angustia disparó el deseo de trabajar visibilizando esas necesidades que no estaban cubiertas desde el Estado, pero primero les enseñó a los habitantes de las zonas vulnerables que tenían derechos y, sobre todo, dignidad. En el medio de ese trabajo había un velo oculto que escondía la trata de personas, el trabajo infantil, sobre todo en la industria del tabaco y la yerba mate, e incontables casos de desnutrición. Y se puso a trabajar.
En este tiempo, más de 360 niños y niñas fueron educados de manera directa por Camino de Tiza y a lo largo de estos años unos siete mil recibieron ayuda directa o indirectamente. “Cuando hablamos a la ayuda de manera directa, me refiero a aquellos que están de manera permanente o eventualmente, y después se termina acompañando a sus familias. A nivel familiar les hacemos desde evaluaciones médicas, traslado a turnos médicos, los acompañamos en etapas de judicialización, en situaciones vinculadas a la discapacidad porque nosotros siempre buscamos que se institucionalice todo. Trabajamos para que llegue a instancias judiciales, escolares y educativas”, explica.
Pese al gran esfuerzo —consiguió sacar algunos niños del trabajo en las industrias (yerba y tabaco, sobre todo)— siente que falta mucho por hacer. “El trabajo infantil en Misiones es de público conocimiento y para acabar con él, logramos el acceso a becas tanto sociales como académicas, articuladas con padrinos particulares o algunas asociaciones, como el grupo de Argentinos en Suiza. Ellos apadrinan a un chico para que pueda estudiar y que no vaya a trabajar. Con esto, además, se redujo el abandono escolar”. Esas becas, además les dan el apoyo alimentario necesario.
Con ese apoyo, cuenta, que los chicos ahora hasta se mantienen en una institucionalización permanente. “Eso también genera que, articulando con los municipios (como hemos hecho en el Andresito y otras localidades) se mantiene una lógica de trabajo donde los gurises (niños en guaraní) tienen controles médicos, asistencia médica y visita de trabajadores sociales”, explica.
Volviendo a la desaparición de Loan y a los casos similares en toda esa zona, recuerda que en su intento por hacer algo para frenar esas situaciones llegó a sufrir amenazas. “Ahora que este caso está siendo cubierto por todos los medios nacionales, esperemos que salte que detrás tiene que haber una complicidad grosera. Cuando denunciamos este tipo de realidades (que hay chicos viviendo en basurales, chico que no están escolarizados, niños migrantes que no tienen un seguimiento institucional) y lo primero que hacen es callarnos, esconder las denuncias o intentar difamarnos, es porque no quieren que esto salga la luz, pero es la realidad de Norte Argentino, particularmente de las provincias de Misiones, Formosa, Corrientes está la misma estructura de poder…”.
El gran reconocimiento
El Premio de las Naciones Unidas en la Esfera de los Derechos Humanos es un premio honorífico que se otorga a personas y organizaciones en reconocimiento por sus logros destacados en derechos humanos.
“En diciembre viajé los Estados Unidos y estuve en la Asamblea General de Naciones Unidas porque siguieron nuestro trabajo y destacaron que en éstos años rescatamos a unos 700 niños y niñas. Para ellos ‘rescatar’ es institucionalizar (darles DNI, vacunas), trabajar contra la trata de personas, el trabajo infantil y el embarazo infantil (llevamos cinco años sin una chica embarazada), gracias a que logramos implementar la Educación Sexual Integral (ESI), el uso del anticonceptivo y empezamos a articular nuestro trabajo con propuestas, como el Banco de Ortesis y Prótesis, que es muy importante porque está garantizando el acceso a las sillas de ruedas, bipedestadores y todos los elementos que requieren los niños con discapacidad de la zona”, describe.
Aunque la lógica indica que su trabajo tiene todos los componentes y complementos para ser destacado, apoyado e imitado en toda Argentina, Pereyra sufrió amenazas y censuras por denunciar lo que ocurre en Corrientes y Misiones; y padeció situaciones complejas que buscaron desalentarlo.
Pese a eso, siguió firme en su objetivo que le bastó este reconocimiento por contribuir a la reinstitucionalización de más de 700 niños en el sistema educativo; facilitar el acceso a vacunas, documentos de identidad, políticas públicas y becas para sus alumnos; reducir la mortalidad infantil y el embarazo adolescente; colaborar en el combate de las enfermedades endémicas; brindar asistencia terapéutico-pedagógica a niños con discapacidad y acceso a órtesis, prótesis y medicamentos. Además, impartir clases en cuatro idiomas sobre violencia de género, zoonosis y parasitosis, derechos y leyes.
“El logro de los chicos (y de los grandes también) es un premio. Saber que pueden dar sus primeros pasos, que acceden a la salud, que forman parte de la sociedad, que ya no pueden ser víctimas de la explotación laboral, ni de la prostitución infantil, ni ser víctimas del narcotráfico o del tráfico de órganos, me motiva muchísimo. Todo esto tiene una complicidad grosera. Hay mucha vulnerabilidad que seguir atendiendo. Mucha”, finaliza.