El locutor cordobés que se convirtió en la voz latina de la audioguía para turistas de la Estatua de la Libertad

“Flaca, alguien me está haciendo una joda”, le dijo Agustín Giraudo a Natalia, su mujer. Fue una noche de agosto de 2017, cuando estaban haciendo dormir a su hijo mayor, Benicio, y recibió un correo escrito en inglés en el teléfono. Lo enviaban desde la productora de Tim Giardina, en Nueva York, y le decían que había sido elegido para grabar la voz de la audioguía latina para los visitantes de la Estatua de la Libertad.

Sentado en el estudio de grabación que construyó con sus propias manos durante la pandemia, utilizando maderas, pallets y otros materiales recolectados de volquetes, Agustín recupera la sensación de incredulidad que el produjo el mensaje para contársela al cronista. Recién al día siguiente, al releer el correo y ver que también llevaba adjunto un contrato, recordó aquel casting de voz al que había enviado un audio dos meses antes y después olvidado.

“En junio me había llegado un pedido donde necesitaban una voz joven, latina, para narrar historias de Estados Unidos, un chico de 18 años. Yo pensé que era algo escolar y les mandé un audio cortito, donde con voz de adolescente decía: ‘Hola amigo, me llamo Agustín ¿cómo estás?, espero que estés bien, ¿podemos echar mocos? No, no, no echemos mocos porque nuestros padres se van a enojar’. Y después les decía: ‘Bueno, cualquier cosa me avisan’. Yo me presento a muchos castings por día, así que me olvidé. Eso había sido todo”, cuenta.

Agustín tiene 43 años y es locutor desde hace más de veinte. Estudió en el Colegio de Periodismo Obispo Trejo y Sanabria, en Córdoba, y empezó a trabajar en una radio local de su ciudad natal, Río Segundo. Después fue voz en FM Dale y locutor de piso en Touch Tv, por Canal 12, y en Muy de Minas, por Canal C, todos medios cordobeses. Pensaba que la radio y la televisión eran los únicos lugares donde podía estar un locutor hasta que en 2010 descubrió que, gracias a internet y los avances tecnológicos, podía hacer otras cosas… y que le gustaban.

Agustín Giraudo, locutor argentino de la Estatua de la Libertad
El locutor cordobés Agustín Giraudo en su estudio

“Un día, navegando por internet, encuentro una página que se llamaba 123, de unos ingenieros mexicanos que enseñaban a hacer cualquier cosa, desde cocinar una papa frita hasta desarmar un auto, en tres pasos. Hacían unos videos con eso y necesitaban narradores, así que me presenté. Hice un par de pruebas y empecé a trabajar para ellos. Me pagaban un dólar por cada texto. Al principio lo tomé como un hobby, pero un mes grabé como 50 audios y cobré 50 dólares. Ahí pensé que podía meterme más en eso y empecé a buscar en productoras y bolsas de trabajo. Y los trabajos me fueron saliendo”, explica.

Los primeros trabajos

Al principio lo tomó como un ingreso más, como si hiciera horas extras, pero pronto vio que se le abría otro mundo. Además, estaba preparado para meterse en él, gracias a una charla del locutor Sebastián Yapur, que hacía doblajes. “Seba era un gran locutor comercial, por eso fui, pero en un momento de la charla empezó a hacer voces de todo tipo, como hacía en los doblajes y yo dije: ‘¡Quiero eso!’. Y bueno, ahí me puse a estudiar acento neutro, actuación, tomé clases de foniatría y, bueno, también tengo mucho manejo autodidacta del sonido vocal. Ya sabía hacer todo eso cuando descubrí la veta de trabajar online”, dice.

Agustín no solo lo cuenta, también lo demuestra. En la charla con el cronista hace diferentes tipos de voces, con distintos acentos, de diferentes edades. “Empecé haciendo doblajes. Uno de los primeros trabajos que pegué fue para una plataforma de iPhone, donde hacía un personaje de un videojuego para niños, un malo llamado Malitovich. Es un científico malo que en realidad quiere ser un niño y entonces corre a los otros niños, les roba los caramelos”, dice.

A partir de allí, los trabajos se fueron sucediendo. Por su probada capacidad para hacerlos, pero también porque sabe buscar. Hoy se presenta a un mínimo de cinco y un máximo de quince castings por día, para todo tipo de empresas y productos, para audioguías o locuciones institucionales. Dice que su trabajo creció de manera exponencial, lo que junto a que había cerrado la radio en la que estaba trabajando, lo llevó a centrarse en el trabajo independiente.

AFP
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“Desde 2010 trabajo como freelance a través de internet para todo el mundo, directamente desde mi estudio. Hago desde comerciales a videos internos para empresas como Coca Cola, Pepsi o McDonald’s. Me centro sobre todo en el mercado de voice over en Latinoamérica”, cuenta.

Martín, el pibe de la estatua

Después de firmar el contrato para la audioguía de la Estatua de la Libertad, recibió un guion de 76 páginas para grabar con voz latina neutra. Su personaje se llamaba Martín, tenía 18 años, y compartía la tarea de guiar a los visitantes con otra locutora, su “hermana menor” llamada Celine.

Agustín nunca había viajado a Nueva York y conocía a la Estatua de la Libertad solamente por fotos de su exterior, no sabía como era el recorrido por dentro. Le habían pedido que Martín fuera un adolescente intrépido, aventurero, que iba descubriendo la historia y el mundo para contarlo.

¿Te imaginaste el personaje?, le pregunta el cronista. “Sí, claro, lo construí, pero no se trataba solamente de leer el guion, yo tenía que saber qué era lo que Martín estaba viendo para transmitir con la voz también lo que sentía en cada parte del recorrido, ante lo que estaba viendo”, responde.

Para lograrlo buscó fotos y videos del interior del monumento, de cada parada de su recorrido, para “verlos” él también. “Hay una parte en la visita en la que llegás como a un mirador. Entonces hay que entender eso, que Martín sale a ese mirador y qué ve, ¿el mar?, ¿el sol?, ¿la isla? La vista es muy impactante y hay que transmitirlo. Fui trabajando eso para que la voz de Martín dijera: ‘Ahora vamos al mirador, es momento de que deslumbres’. Esa fue una de las partes que más trabajo me dio. Al final tuve clara la personalidad que tenía Martín y cómo lo que iba descubriendo la condicionaba. Tenía que ser un adolescente asombrado que sintiera e hiciera sentir algo así como ‘¡Amigo, mirá la maravilla que estás viendo!”, explica.

“Are you crazy?”

Agustín cuenta que le dieron un plazo de 15 días para entregar el audio terminado, pero que lo hizo en apenas un día, que un miércoles mandó el contrato firmado e investigó el recorrido y que al día siguiente trabajó sin parar. Lo cuenta así: “Llamé a mi mamá y le dije: ‘Vieja, te necesito mañana a las 8 de la mañana en casa para que cuides al nene. Yo desaparezco, me meto en el estudio y desaparezco, no sé cuándo salgo’. Me metí el jueves a las ocho y media de la mañana y salí a las seis de la tarde con todo el trabajo ya grabado, editado, limpio, listo para entregar”.

Lo mandó ese mismo día a la productora y al rato recibió un mensaje que decía: “Are yoy crazy?” (¿Estás loco?”). “Les contesté que había tenido tiempo para hacerlo y que, bueno, lo había hecho. También les pedí que me mandaran las correcciones y me dijeron que iban a revisar todo y que el lunes me contestaban”, cuenta Agustín.

Cuando llegaron las correcciones descubrió que había acertado en la voz, el tono y la personalidad de su personaje. De las 76 páginas del guion original, solo recibió media carilla con sugerencias o modificaciones. “Eran cuestiones de fonética más que nada. Las hice, se las mandé y me quedé esperando”, dice.

Pasó todo agosto y Agustín recibió el pago por su trabajo, pero no tuvo más noticias. “Era una cosa extraña, después de pagarme no me dijeron nada más. Yo sentía como que era un sueño, que lo había imaginado, necesitaba ver que mi trabajo se materializaba, que cumplía con su función para terminar de creer que era cierto”, recuerda.

La confirmación de que su voz estaba en la audioguía de la visita a la Estatua le llegó por un camino impensado. Estaba viajando desde Córdoba a su casa cuando recibió el mensaje por WhatsApp de un amigo desde Nueva York. “Me decía: ‘No vas a creer dónde te encontré’. Paré a un costado de la autopista y me encuentro con un video donde mi amigo está con el telefonito, la audioguía y la estatua de fondo. ‘Mirá, mirá’, me decía mi amigo. Recién ahí caí… fue como ‘¡Mierda! ¡Es en serio!’. Me puse a llorar ahí mismo, en el auto, a un costado de la autopista. Recién ahí supe que todo era real”, dice Agustín y vuelve a emocionarse.

Agustín Giraudo, locutor argentino de la Estatua de la Libertad
Giraudo grabó también la audioguía del recorrido de Montblanc, un trabajo muy grande con toda una retrospectiva de la historia canadiense, y la del Zoológico de Maryland

Locutor, actor vocal, lector

Ese trabajo le dio una nueva visión de su oficio. Hoy Agustín dice que, si bien su título es el de locutor, se considera un actor vocal y también un lector, porque se la pasa leyendo de todo, desde un guion hasta manuales de mecánica para hacer los diferentes trabajos que se le van presentando.

Después de grabar la audioguía para los visitantes latinos de la estatua, recibió otras ofertas similares. Grabó también la audioguía del recorrido de Montblanc, un trabajo muy grande con toda una retrospectiva de la historia canadiense, y la del Zoológico de Maryland. “El de Maryland fue muy lindo, porque pude jugar mucho con las voces, presentando a cada animal con un tono que lo identificara. Me divertí muchísimo buscando cada tono y haciéndolo”, explica.

Cuando está por terminar la charla, dice que es feliz con su trabajo y que eso es lo que trata de enseñarles a sus dos hijos, Benicio y Francisco, que busquen cosas que los hagan felices, que eso no tiene precio.

Cuenta también una historia que muestra cómo su padre le permitió a él elegir su propio camino, aunque no estuviera muy convencido de que tuviera éxito: “Cuando estaba construyendo este estudio, él me ayudó mucho. Un día estábamos haciendo una prueba para ver si el soporte iba a aguantar el peso del panel de luces y yo salí un momento. Cuando volví lo encontré llorando. Yo me preocupé y le pregunté si estaba bien. Él me miró y me dijo: ‘Yo nunca creí que vos fueras a vivir de hacer vocecitas’. Me puse a moquear yo también y le contesté: ‘Gracias, viejo, por no condicionarme, por no decirme, que me iba a cagar de hambre. Gracias por confiar en mí y no pincharme el globito con un alfiler’”.

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