Una guitarra vieja, traída desde España por sus bisabuelos, fue la chispa inicial. La excusa perfecta para que Ramiro Rodríguez Zamarripa con 12 años comenzara a experimentar con la música en su casa de Buenos Aires. Nadie imaginó que esas cuerdas, tocadas torpemente al principio, se convertirían en su conexión más íntima con este arte. No hubo clases de conservatorio ni profesores consagrados. Fue un amigo del barrio quien le enseñó sus primeros acordes, y el niño Ramiro pasó de ensayar canciones descargadas de portales piratas a intentar interpretar melodías de Los Beatles y Pink Floyd. La música, desde esos primeros encuentros, fue algo que Ramiro exploró a solas, guitarra en mano, en la intimidad de su cuarto. El chico se recostaba en su cama y empezaba a rasgar la guitarra. Las melodías fueron saliendo. Cada vez más lo que tocaba se asemejaba a las canciones que escuchaba en las voces de John Lennon y Roger Waters.
Pero antes de esa guitarra, ya había un instrumento que despertaba su curiosidad infantil: el piano vertical de su abuela. Profesora de música en Junín, la mujer tenía ese instrumento que era el centro de la sala de su casa en la Capital y el corazón de la familia. En cada encuentro, aquel piano servía de escenario para canciones, improvisaciones y risas. Para Ramiro, sus primeros recuerdos musicales están atados a esas teclas y a su abuela tocando con delicadeza mientras él y sus primos intentaban imitarla. Los chicos golpeaban notas que probablemente carecían de armonía pero que tenían el eco de una infancia feliz. Así se construyó la banda de sonido de la infancia del chico. “Escuchábamos a la abuela y cuando los adultos se iban, con mis primos intentábamos copiar las melodías”, recuerda Rodríguez Zamarripa en diálogo con infobae.
Ramiro fue un niño de gustos variados y, como muchos, tuvo su etapa de rebeldía adolescente. El sonido distorsionado de bandas como Led Zeppelin, Red Hot Chili Peppers e Iron Maiden marcó el ritmo de su adolescencia. Y aunque su camino se torció hacia el rock pesado con Metallica como estandarte, también fue influenciado por la música clásica que se escuchaba en casa, con compositores como Beethoven, Vivaldi y Bach. “Me gustaba como sonaba la unión de toda la orquesta”, explica el joven. Sería el jazz el que cambiaría por completo su perspectiva sobre la música y la guitarra. “La complejidad de esa música me motivó a estudiar guitarra y teoría musical más seriamente. Ese estilo cimentó mi amor por la música y mi deseo de convertirla en una profesión”, resalta.
El joven estudió Composición y Producción Musical en la Universidad Católica Argentina (UCA), en Buenos Aires, donde se graduó con honores. Formado como multiinstrumentista
Ramiro, camino a cumplir el sueño americano
En su adolescencia, Ramiro descubrió algo que iba a marcar su destino: la música de cine. No soñaba necesariamente con Hollywood. Simplemente quería componer para películas, darle vida a las imágenes a través de notas musicales. La música para cine, sin un género predeterminado, le ofrecía la libertad de experimentar y jugar con estilos tan diversos como una orquesta sinfónica o sintetizadores electrónicos. Esa flexibilidad lo sedujo, y decidió seguir su instinto.
Mudarse a Los Ángeles fue una aventura llena de emociones encontradas. Ramiro se encontraba en la capital mundial de la música y el cine, un territorio que prometía ser fértil para un compositor joven y con sueños de grandeza. Sin embargo, la llegada a la ciudad estuvo teñida de incertidumbre. Debía empezar de cero, abrirse camino en una industria compleja, hacer amistades nuevas y, por supuesto, perfeccionar su inglés. Pero su determinación y amor por la música lo mantuvieron firme. Se inscribió en el Programa de Música para Cine en UCLA, y a partir de ahí, todo fue cuestión de trabajo y constancia.
“Había una mezcla de entusiasmo e incertidumbre, ya que había llegado a la ciudad de la música y el cine, con todas las ganas de perfeccionarme y perseguir mi sueño -explica Ramiro-. Al mismo tiempo me enfrentaba a un nuevo país y a una ciudad desconocida, donde debía empezar de cero. Esto implicaba hacer nuevas amistades, interactuar a diario en un idioma que no era el mío y entender la dinámica de la industria y cómo se relacionaba la gente. Todo era un mundo nuevo para mí”.
El primer paso en la industria fue con el orquestador Tim Davis. Mientras otros buscaban llamar la atención de los compositores más conocidos, Ramiro decidió probar suerte escribiendo a profesionales menos reconocidos pero igualmente conectados con la industria. Tim fue uno de los primeros en responder y, en cuestión de semanas, Ramiro ya estaba colaborando con él. La serie animada Trollhunters, de DreamWorks, dirigida por Guillermo del Toro, se convirtió en su primera gran oportunidad. No solo escribió música adicional para la serie, sino que tuvo la posibilidad de asistir a sesiones de grabación en los estudios más emblemáticos de Los Ángeles, como Sony, Fox y Warner Brothers.
De fan a compositor: Ramiro y su vínculo con “Cobra Kai”
Hubo una película que marcó a Ramiro en su infancia: Karate Kid. Era uno de esos filmes que veía una y otra vez, en tardes de sábado o domingo, en la televisión por cable. Esa historia de artes marciales, de lucha y superación, dejó una huella indeleble en él. Años más tarde, el destino lo llevó a componer música para la nueva iteración de la saga: Cobra Kai, la exitosa serie de Netflix. La emoción de trabajar en un proyecto que formaba parte de sus recuerdos de infancia fue indescriptible. Contribuir al universo de Karate Kid a través de la música le permitió conectarse con ese niño que había soñado con el sonido de las peleas y la intensidad de la historia. “Fue algo muy nostálgico y lindo a la vez”, explica el joven.
Pero Cobra Kai fue solo el principio. Ramiro también trabajó en producciones de gran impacto en la industria del entretenimiento. Componer la banda sonora para la película “Weird: The Al Yankovic Story”, protagonizada por Daniel Radcliffe, le valió un premio Emmy, uno de los galardones más prestigiosos del mundo de la música para cine. También formó parte de la musicalización de series como Die Hart, protagonizada por Kevin Hart y John Travolta, que alcanzaron los primeros puestos en Amazon Prime Video.
Una carrera en ascenso: participación en series como “Jurassic World” y documentales virales
En el camino de Ramiro, la música y la televisión se entrelazaron de manera constante. Así llegó a componer para series animadas de DreamWorks como Kung Fu Panda y Jurassic World: Camp Cretaceous. Y su contribución a Jurassic World: Chaos Theory, el más reciente proyecto de la franquicia, logró alcanzar el segundo lugar entre las series más vistas de Netflix.
Más recientemente, el nombre de Ramiro resurgió gracias a la serie documental “Cómo Robar un Banco”, ambientada en la ciudad de Seattle de los años 90. La producción de Netflix se convirtió en un éxito viral, con más de 3 millones de reproducciones en sus primeros cinco días. Para él, fue un desafío apasionante. La mezcla de nostalgia y adrenalina que la historia requería le permitió explorar su estilo y conectar con sus propios orígenes. “Todos los días me doy cuenta de lo afortunado que soy de poder desarrollar mi profesión y cumplir mi sueño de componer música para grandes producciones que se ven en todo el mundo”, comenta desde su casa en Los Ángeles.
El futuro de Ramiro
El horizonte de Ramiro está repleto de posibilidades. Entre los proyectos que tiene en mente, uno de los que más lo entusiasma es el lanzamiento de su propio trabajo solista. Un EP de música ambient y electrónica que lleva tiempo postergando, pero que siente que por fin podrá concretar. “Creo que en los próximos meses tendré más tiempo para enfocarme en terminar el EP en el que he estado trabajando y, finalmente, lanzarlo oficialmente en todas las plataformas”, confiesa con entusiasmo.
Ramiro Rodríguez Zamarripa hizo de la música no solo su profesión, sino también su estilo de vida. De la guitarra vieja que lo vio crecer a los estudios más prestigiosos de Hollywood, su trayectoria es una historia de pasión, esfuerzo y dedicación. Una historia que, sin duda, crecerá al ritmo de cada nueva melodía que componga.