Lo suyo es lograr que una fotografía hable, que trasmita los mismos sentimientos que él experimentó cuando emocionado frente a una escena apretó el obturador de su cámara, la que aprendió a usar de manera autodidacta. Milo Samperi refleja su pasión por las imágenes y la virtud de contar historias a través de ellas. Ahora, por primera vez habla con un medio de sí mismo: recuerda cómo fueron sus años como María Emilia, cuando vivía atrapado en el cuerpo de una mujer, lo que le incomodaba mucho porque, aún sin darle nombre ni saber qué era lo que en verdad le estaba pasando, simplemente no se sentía bien allí adentro.
Cuando nació Milo todo cambió y comenzó a vivir la vida que siempre soñó, y trabajando de lo que tanto le gusta. “Mi transición arrancó a principios de 2017, cuando siendo una mujer me fui de Junín, mi ciudad, para estudiar Diseño Gráfico en el Instituto Di Tella, en Buenos Aires. Estaba en esos momentos de viajes de ida y vuelta, y entre tantas nuevas vivencias comencé a notar cada vez más esa incomodidad con mi cuerpo, con las mamas, específicamente: cuando me bañaba no las quería ni mirar”, revive el joven de 26 años.
Se hizo caso y habló de lo que sentía con su familia, que le brindó todo el apoyo para que comenzara la etapa médica para poder vivir de acuerdo a su identidad de género: inició el tratamiento hormonal, se realizó la cirugía para sacarse las mamas y, luego, se hizo una histerectomía. “¡Fue un gran alivio!”, admite emocionado sobre el momento en que sintió que volvió a nacer.
María Emilia
“Recuerdo que pensaba en que tenía que intentar ser ‘lo más mujer posible’ —hace esas comillas con los dedos—, porque como me gustaba mucho andar en skate, me compraba toda la ropa grande: remeras grandes en locales de hombre, aunque me da mucha vergüenza; zapatillas grandes, todo grande… ¡Pero después me enojaba conmigo! Me decía: ’¡No!’ Y volvía a comprar ropa de mujer, anillitos y accesorios… Pero pasaba un tiempo y otra vez lo mismo. Con estas idas y vueltas por la vestimenta viví unos seis o siete años, cuando aún no terminaba el colegio. En ese tiempo, en mi ciudad no se hablaba de la sexualidad de nadie, ni nada referente a la identidad de género”, le cuenta Milo a Infobae sobre lo que pasaba antes de 2017.
En la adolescencia comenzó a jugar al básquet, deporte que amaba, pero vivía con el temor de tener que llevar una musculosa. “Yo me ponía una remera abajo, y no me la sacaba delante de mis compañeras”, recuerda. “Cuando salía de viaje con el grupo, mis viejos me acompañaban y dormía en un hotel con ellos porque no quería dormir en carpa con las demás. Esos eran mis miedos y los padecía porque no entendía de dónde venían ni por qué los sentía”, se lamenta.
Todas esas sensaciones de no sentirse bien en su cuerpo no las podía compartir con nadie. “En Junín no tenía amigos del colectivo… O sea, no tenía amigos gays, ni bisexuales, ni amigas lesbianas. No se hablaba bajo ningún punto de vista de esto. Pero cuando me mudé a Buenos Aires para estudiar, conocí a dos compañeros de la facultad gays, que fueron los primeros que conocí, y ahí la cabeza se me abrió. Los admiraba porque los veía tan libres de expresarse y de vestirse como querían, de ser ellos. Y lo que más me maravilló fue notar que estaba todo bien con ellos en todo su entorno y en todos lados. Y empecé a observar que cada persona podía vestirse como quería… Todo eso me daba vueltas en la cabeza y no evitaba compararlos con todos los miedos que yo tenía encerrados, al punto de que no quería salir del departamento, no quería juntarme con nadie. Era muy sociable dentro de la facultad, pero salía y me encerraba”, rememora.
Ese mismo año (2017), aún sin comprender qué le sucedía, comienza una relación con un chico. “Nos pusimos de novios, pero duró muy poco tiempo. Pese a eso, llegué a conocer a su familia e hicimos muy buena relación con su hermana, sobre todo, al punto de que nos hicimos amigas y me preguntó si podía mudarse conmigo a Capital porque iba a estudiar Medicina. Le dije que sí. En el verano de 2018, antes de que ella se mudara, nos reunimos en la casa de mis papás y de fondo sonaba en la radio un programa del Pollo Álvarez, en KZO, que se llamaba ‘Con amigos así’ y entrevistaba a la actriz Sofía Elliot y su pareja, Valentina Godfrid, que hablaban del canal de YouTube ‘Cómo salir del closet’, que compartían. Yo, medio escondida, anoté el nombre y cuando volví a Capital lo empecé a escuchar, también medio a escondidas, porque ya compartía vivienda con mi excuñada, y seguía con mis temores. Pero escucharlas fue suficiente porque me ayudó a darme cuenta de lo que me estaba pasando: me di cuenta de que me gustan las chicas. Pero no sabía cómo decirlo”.
Ante eso tan nuevo, como haberse dado cuenta por qué sus relaciones con los chicos no funcionaban, buscó como primer acercamiento a su verdadera personalidad un corte de pelo “bien cortito”. Luego siguió indagando en ese canal de YouTube y cuando quiso explotar su faceta fotográfica, le pareció que lo mejor sería proponerle una sesión de fotos a alguna influencer, para que compartiera su trabajo etiquetándolo en sus redes y así comenzar a sobresalir por su trabajo. Objetivo que logró con los años.
Por esa propuesta de fotos, llegó a contactar a una modelo cubana que hacía poco tiempo había terminado con su novia. Y en medio de un cambio de ropas le preguntó: “¿A vos te gustan las chicas o los chicos?”. “¡Fue la primera vez en mi vida que me hicieron esa pregunta y que respondí la verdad!”, dice con un alivio esclarecedor al revivir ese instante. Le confió a la modelo que era la primera persona frente a la cual decía en voz alta que le gustaban las mujeres.
“Le pedí que me diera una mano porque yo no sabía cómo afrontar ese tema. Y desde ese día, formamos una muy linda amistad. Ella fue quien me ayudó a decírselo a mi excuñada, que se lo tomó re bien; luego se lo dije a mis amigos más cercanos y así empecé a hablar del tema en las redes sociales, pero estando en Capital, obviamente. Todo eso me sacó las ganas de volver a Junín porque pensé en qué diría la gente, en que no me entenderían… Finalmente, un día volví. Habíamos quedado con mis amigas en reunirnos, y mientras manejaba para verlas, con el vidrio bajo, escuché que un chico me gritó: ‘¡lesbiana de mierda!’… ¡Fue terrible! Me impactó, pero llegué a hacerle una foto a la patente de su coche y cuando llegué a la puerta a la casa de mi amiga, grabé una historia contando lo que me había pasado. Aunque fue muy fea esa situación, no me afectó como lo hubiera hecho un tiempo atrás. Gracias a esa historia recibí el apoyo de mucha gente de acá (Junín), y mensajes de muchas personas que me confesaban que estaba pasando por lo mismo, pero que no se podía soltar. Luego, encontraron al chico que me gritó. Se terminó disculpando, eso estuvo bien, pero luego supe que era un chico muy violento con las mujeres”.
Ese mismo año, Telefé comenzó a emitir la telenovela ‘100 días para enamorarse’, protagonizada por Carla Peterson y Nancy Dupláa. La familia de entonces María Florencia la miraba. Fue el personaje de Juana (encarnado por Maite Lanata) el que logró que, de alguna manera, pudiera simplificar su propia historia y le dio el valor para hablar con su familia.
“Le decía a mi mamá que yo me sentía como Juana, pero porque era una mujer lesbiana, no un hombre trans”, revive la conversación y admite que lo que vivía el personaje le hizo “ruido”, pero que entonces no pensaba que viviría su propia transición.
Luego del momento del insulto, optó por seguir hablando cada vez más de la homosexualidad y cada vez tenía más seguidores en sus redes. “En febrero del 2019, viajo con un amigo del colegio y su familia a Uruguay. Otra vez tuve los temores por la ropa. Me compré por primera vez un top deportivo y una malla de hombre. Al quinto día, me sentía muy incómodo por la ropa y no sabía cómo expresarlo. Me hundía en mis libros, leía mucho. Estaba justamente leyendo en la casita alquilada de Uruguay cuando veo que aparece mi amigo. Al mirarlo me di cuenta de que yo también quería verme así, como él. En ese momento supe que quería ser un chico”.
Milo
Al regresar a Buenos Aires, se contactó con la ONG Trans Argentina (la había conocido por la Web mientras buscaba información en Google en durante su estadía en Uruguay). “Terminé de entender mi realidad, que realmente soy un chico. O sea, entendí que lo que yo quería era transicionar, así que empecé a investigar a fondo sobre cómo era, cómo hacerlo… Leí cada artículo que encontraba. Para mi sorpresa, me enteré de que en Junín existía un espacio amigable de la diversidad sexual desde el que se contactaron conmigo porque antes lo había hablado con mi mejor amigo, quien también me ayudó a decirles todo a mis papás; él tenía contacto con los trabajadores sociales de ese espacio. Su mamá era amiga de una de las asistentes de ese lugar, quien luego me llamó para darme información. Hablé con mis papás, les conté y desde entonces, todo fue muy rápido porque tomé la decisión de transicionar en febrero de ese año, en agosto me hice la cirugía y al otro día me llegó el DNI”, resume.
Milo —nombre que eligió porque dio con él el día que comenzó a buscar opciones y le gustó el significado de su numerología— recuerda que no le gustaban los cumpleaños de 15, pero ahora va a esas fiestas para hacer fotos y son parte importante de su trabajo. En sus momentos de dudas, no hablaba de su intimidad en la escuela; hoy da charlas a los adolescentes en las escuelas porque no quiere que pasen por lo mismo.
“Doy charlas en los colegios de mi ciudad, porque todavía falta mucho por aprender. Siempre cuento que lo mío fue un traspaso de muchas, pero de muchas cosas… Como digo en las charlas: yo actué casi 21 años de mi vida, y gracias a que me fui a estudiar, gracias a la fotografía, sin dudas, pude descubrir quién soy”.
Cuando comenzó a investigar por los tratamiento médicos para dejar de lado su cuerpo de nacimiento, supo que no es necesario hacerlos todos sino que se llega hasta donde cada persona quiere. “Lo primero que me dijeron fue sobre las formas de aplicarme la testosterona, cómo era el tratamiento y qué es lo que había que hacer. Entonces, apenas volví de Uruguay, tomé la decisión de hacer la terapia de reemplazo hormonal inyectable y, gracias a Dios, hablé con los auditores de la Obra Social para que lo autorizaran. Les llevé la Ley de Identidad de Género, les dije que por ley me corresponde que el tratamiento de reemplazo hormonal me lo cubran de por vida: son cuatro inyecciones anuales, una cada tres meses. Corresponde tanto ese tratamiento como las cirugías que yo quiera hacerme respecto al cambio de género. En 10 días, me dijeron que sí”, resume.
“En marzo del 2019, apenas volví de Uruguay, inicié el trámite de cambio de género en el DNI, y me llegó un día después que me operé por primera vez: el 26 de agosto del 2019, me sacaron las mamas. Antes, cuando me bañaba, no miraba para abajo, no quería que existieran. Cuando entré al quirófano, en una clínica de Chacabuco (ciudad vecina), sentí que al sacármelas por fin iba a vivir bien, que iba a poder ser yo, que llegaría el día de poder estar sin remera en la playa. Pese al dolor, al otro día andaba por la calle con la faja, con todos los cuidados, pero quería caminar y sentir ese alivio”. En 2022, se sacó el útero, los ovarios y las trompas de Falopio.
Con emoción por repasar su historia, y contarla a un medio por primera vez, dice orgulloso: “Conservo amistades de la época del jardín de infantes, amigas, y está todo más que bien. Tengo amistades de otras etapas de mi vida y todas respetan y entienden todo lo que viví. Tanto mis amigos de antes, como los de ahora y los de siempre, todos me respetaron y acompañaron en todo momento. En Junín, cuando transicioné y comencé a salir a los boliches, venía gente llorando a decirme que era valiente o me frenaban en la calle para decirme eso y felicitarme por abrirme, por querer ser yo y también por hablarlo, porque había mucha gente muy encerrada que no se animaba a contar lo que le estaba pasando”.
Milo, se convirtió en el primer activista trans por los derechos de la diversidad de Junín: “Creo que fue el primero que se animó a hablarlo abiertamente. Decidí también dar charlas en los colegios porque entre mis 12 y 15 años la pasé muy mal; y si hubiese llegado alguien del colectivo a decirme que lo que me pasaba estaba bien, hubiese sido totalmente distinto. Entonces, por eso mismo, decido dar esas charlas, por lo menos en primero, segundo y tercer año del secundario. Mi idea es hablarles y que sepan que si les pasa esto, está bien, que no se sienten distintos a los demás o distintas sus compañeras. Les digo que es muy importante el respeto a uno mismo y que escucharse está sumamente bien”.
Hoy, Milo mira a María Emilia y le agradece por haber tenido el valor de asumirse, de conocerse y escucharse. “Sin la familia que tengo, sin la María Emilia que fui, hoy no sería Milo y no sería quien soy”, asegura. ”No puedo enojarme con mi pasado porque es parte de mí y aprendí muchísimo en este camino. Es lo que me tocó y agradezco a esa persona que fui y todo lo que viví para hoy estar donde estoy, sinceramente”, finaliza.