El frío extremo que se vive este año en casi todo el país dejó impactantes imágenes que se viralizaron por su crudeza: no solo se congelaron lagos y cascadas sino también animales. En la Patagonia, las temperaturas gélidas también ocasionaron graves trastornos, como fueron las rutas y caminos intransitables por la nieve, la suspensión de clases, la falta de agua potable y medicamentos, los pueblos incomunicados por falta de Internet y mucha gente varada en parajes inhóspitos.
Esto último es lo que le pasó a Santiago Field, un técnico de campo del Programa Patagonia de Aves Silvestres que permaneció 21 días atrapado en soledad en la Estación Biológica “Juan Mazar Barnett”, dentro del Parque Nacional Patagonia, en Santa Cruz.
Si bien este guardaparques de formación, que trabaja en la preservación del Macá Tobiano (un ave en peligro de extinción), ya había finalizado con su período de trabajo (que es de septiembre a mayo) decidió quedarse en la base a pasar el invierno mientras hacía un curso a distancia.
A pesar de que el lugar contaba con todas las comodidades para afrontar las bajas temperaturas -como calefacción, luz eléctrica con paneles solares, un galpón lleno de leña y stock de comida-, lo que le jugó en contra fue una falla total en la red de Internet, que lo dejó prácticamente sin contacto con el mundo exterior.
Ante esa emergencia, Santiago solo podía usar un GPS satelital dos veces al día para enviar mensajes o mails a sus compañeros a través de su teléfono celular. La situación se volvió desesperante con el correr de las semanas, sumada a la preocupación de la familia del joven que temía por su vida.
En este contexto, desde el Programa Patagonia armaron un operativo de rescate, que duró dos días. Tres voluntarios anduvieron 14 horas en 4×4 por rutas congeladas y 17 kilómetros en esquís a -16°C para devolver sano y salvo a su compañero.
Los héroes fueron Kini Roesler y Laura Fasola, coordinadores del programa; y Pablo Hernández, guardaparque de la zona que trabaja para la Secretaría de Ambiente de San Carlos de Bariloche. Ellos también contaron con la colaboración de Mauro Pattri y los hermanos Lucas y Alejandro Hormachea en algunos tramos del trayecto.
“Estamos en un invierno atípico. Veníamos acostumbrados de tener poca nieve y la gente no estaba preparada. Por eso, muchos pobladores estaban sin comida y sin calefacción. No quisimos movilizar a Gendarmería y Defensa Civil. Preferimos que se utilizaran esos recursos en la gente que la estaba pasando realmente mal”, remarcó Kini Roesler a Infobae para justificar la decisión de emprender esa peligrosa travesía por su cuenta.
Tras dos intentos fallidos, el rescate del lunes 1 de julio arrancó bien temprano, desde Río Negro. “Salimos desde Bariloche y llegamos hasta el hostel de Mauro Pratti, en Mariano Moreno, que nos ayudó con la logística. Allí nos reunimos los cuatro integrantes del equipo. Al día siguiente, por la mañana, salimos hacia la estación biológica desde la tranquera de la Estancia ‘9 de Julio’, que asoma por la Ruta 40″, precisó Kini.
El martes 2 el día estaba “espectacular”. No había nevado mucho y tampoco había mucho viento. Kini, Laura y Pablo iban súper cargados con los equipos de comunicación, las carpas que soportaban temperaturas de hasta -30°C, unos snacks para el camino y un par de esquíes extras para Santiago pudiera volver a la par de ellos.
“Sabíamos que el rescate tenía que ser sí o sí ese día. Caso contrario, se tenía que postergar una semana porque venía el mal tiempo”, recordó. En total fueron seis horas de esquí casi sin parar, porque si frenaban se congelaban y se les dificultaba arrancar otra vez. “Cada tanto comíamos algo dulce para no perder la energía. La máxima de ese día llegó a -8°C”, remarcó.
Debido a su trabajo, los tres contaba con formación y experiencia para afrontar este tipo de situaciones y la travesía transcurrió sin sobresaltos. Arribaron a la base cerca de las 16 horas y apenas divisaron la edificación lo vieron a Santiago en la puerta, que los estaba esperando con ansias.
“En realidad, él nunca pidió ayuda. Se la bancó muy bien. Los que estaba muy preocupados eran sus padres, y su mamá ya estaba teniendo algunos planes un poco extravagantes y preocupantes”, admitió Kini, sobre los motivos para concretar el rescate.
Esa noche recuperaron fuerzas, sabiendo que la jornada que le seguiría sería igualmente desafiante. Aunque el pronóstico marcaba que la madrugada iba a estar complicada por el temporal de nieve, todo indicaba que por la mañana iba a mejor. “Si la metereología fallaba, íbamos a tener que permanecer 3 o 4 días más en la estación”, recordó Kini.
A las siete de la mañana del miércoles 3, antes del amanecer y con un viento blanco cortante, pudieron emprender el regreso. “Confiábamos plenamente en las apps que nos predijeron el clima. Nos pusimos en manos de la tecnología y todo resulto bien. Se dieron todas las condiciones para que podamos volver los cuatro sanos y salvos”, admitió.
Para el regreso, optaron por un camino más corto, de apenas 12 kilómetros: “La vuelta fue más llevadera porque era en pendiente y volvimos a mayor velocidad. Encima ya no veníamos tan cargados”.
Eso los ayudó bastante porque tenían que llegar hasta la tranquera antes del mediodía, que se venía otra tormenta. “Ver a la camioneta que nos estaba esperando en la ruta fue el momento más feliz de esta odisea”, sentenció Kini tras reencontrarse con Lucas y Alejandro, que los llevaron de regreso a Perito Moreno. Esa noche la pasamos en Los Antiguos, en la casa de Lucas, y el jueves 4 partieron hacia Bariloche con Santiago ya rescatado.
Más allá del entrenamiento que recibió Kini, hoy -con el diario del lunes- confiesa que hay algo que no volvería a hacer. “En ese momento, con Laura no nos dimos cuenta de las consecuencias que podríamos haber sufrido si el rescate fallaba. Nuestro problema es que además de ser compañeros de trabajo, somos pareja y tenemos un hijo chiquito. Por suerte no pasó nada. Pero los dos sabíamos que íbamos preparados para lo peor”, concluyó Kini.