“Me encantan los artistas trágicos, porque todos podríamos sentir sus obras como propias, como expresión de nuestros propios dramas. Llorando por el destino de los personajes, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad”. El papa Francisco retomó, al menos durante lo que dura escribir una carta extensa que publicó días atrás el sitio del Vaticano, su antigua devoción humana: la literatura.
Jorge Mario Bergoglio regresó a las reflexiones que le ocupaban una parte de su discernimiento cotidiano, muchas décadas atrás, cuando era profesor de Química pero también ejercía como maestro de Literatura y los alumnos de un colegio jesuita de la ciudad de Santa Fe le decían, cariñosamente, “Carucha”. Lo hizo en el contexto de un mensaje motivacional que les envió a los aspirantes a sacerdotes de Roma para que incluyan la lectura de “novelas y poesías” no solamente en su formación sino también en su “maduración personal”.
“Cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma, un buen libro, al menos, nos ayuda a ir sobrellevando la tormenta, hasta que consigamos tener un poco más de serenidad”, ponderó el Papa y comparó la época actual, líquida y de pantallas, de inmediatez frenética e inteligencia artificial con la de “antes de la llegada omnipresente” de los medios de comunicación, las redes sociales y los teléfonos móviles: “La lectura era una experiencia frecuente, y quienes la han vivido saben de lo que hablo”.
Francisco (87), que atravesó su juventud y gran parte de su adultez bajo las reglas de la era analógica, destacó que el lector es mucho más activo frente a un libro que con los ojos puestos en los medios audiovisuales, donde “el contenido en sí es más completo, y el margen y el tiempo para ‘enriquecer’ la narración suelen ser reducidos”.
“En cierta forma él (el lector) reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir. Una obra literaria es, pues, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de volver a hablar de muchas maneras y de producir una síntesis original en cada lector que encuentra. Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal”, escribió como el viejo profesor que fue.
Para sostener su argumentación en favor del acto de leer Francisco buscó referencias en algunos de sus escritores preferidos. Evocó a Jorge Luis Borges, su amigo, aquel con quien mantenía largas charlas sobre libros más que sobre fe, a quien entre 1964 y 1965 llevó a su curso santafesino para que les diera a sus alumnos una clase magistral sobre el Martín Fierro. Citó a T.S. Eliot, “el poeta a quien el espíritu cristiano le debe obras literarias que han marcado la contemporaneidad”, a los franceses Marcel Proust y Jean Cocteau, entre otros.
Por eso Francisco, a través de una frase del autor de la célebre “En busca del tiempo perdido”, esquivó al menor por un rato el dogma de la Iglesia y destacó el efecto que producen las novelas en los lectores “por una hora, todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas”.
El Papa pidió “reconocer que la literatura es como ‘un telescopio’ —según la célebre imagen acuñada por Proust— enfocado en los seres y en las cosas, imprescindible para concentrarse en ‘la gran distancia’ que lo cotidiano traza entre nuestra percepción y el conjunto de la experiencia humana”.
Y lo mismo hizo al referenciar algo que escribió C. S. Lewis, el autor de “Las crónicas de Narnia”: “Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo siendo yo mismo. Como el cielo nocturno del poema griego, veo con miles de ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Entonces, como en la fe, en el amor, en acción moral y en conocimiento; me trasciendo a mí mismo, nunca realmente soy más yo que cuando lo hago”.
“Cuando pienso en la literatura, me viene a la mente lo que el gran escritor argentino Jorge Luis Borges decía a sus estudiantes: lo más importante es leer, entrar en contacto directo con la literatura, sumergirse en el texto vivo que tenemos delante, más que fijarse en las ideas y en los comentarios críticos. Y Borges explicaba esta idea a sus estudiantes diciéndoles que quizás al comienzo iban a entender poco de lo que estaban leyendo, pero que en todo caso habrían escuchado ‘la voz de alguien’”, escribió Bergoglio en la misiva a los seminaristas.
Al respecto de la reflexión del autor de Ficciones, con quien supo entablar una amistad hace ya muchos años, agregó: “Esta es una definición de literatura que me gusta mucho: escuchar la voz de alguien. Y no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una especie de sordera ‘espiritual’, que incide negativamente también en la relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuanta teología o psicología hayamos podido estudiar”.
A partir de lo que Cocteau le dijo al filósofo francés Jacques Maritain, uno de los principales exponentes del humanismo cristiano, con aquello de “la literatura es imposible. Es necesario salir de uno a través de la literatura; sólo el amor y la fe nos permiten salir de nosotros mismos”, el Sumo Pontífice reflexionó: “Pero, ¿en verdad salimos de nosotros mismos si no arden en el corazón los sufrimientos y alegrías de los demás? Prefiero pensar que, siendo cristianos, nada que sea humano nos es indiferente”.
Meses atrás, el comediante Lucas Rodríguez llevó al Papa al terreno literario durante el Encuentro Internacional del Sentido, organizado por Scholas Occurrentes, en el Vaticano. Hizo referencia a La divina comedia, de Dante, y le preguntó “¿Qué rol cumple el arte en la búsqueda de ese sentido?”.
“El arte te abre horizontes”, respondió Francisco. Y luego citó a Borges: “Si vos, por ejemplo, leés una poesía de Borges, ‘Everness’”, dijo y recitó de memoria el inicio del poema publicado en El otro, el mismo de 1964: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios, que salva el metal, salva la escoria…”
“La literatura tiene que ver, de un modo u otro, con lo que cada uno de nosotros busca en la vida, ya que entra en íntima relación con nuestra existencia concreta, con sus tensiones esenciales, su deseos y significados”, escribió el Papa, lo que lo llevó a recodar sus tiempos de juventud, cuando con 28 años daba clases de literatura en el colegio jesuita de Santa Fe.
“Enseñaba los dos últimos años de bachillerato y tenía que asegurarme de que mis alumnos estudiaran El Cid. Pero a los chicos no les gustaba. Pedían leer a García Lorca. Así que decidí que estudiarían El Cid en casa, y durante las clases trataría a los autores que más les gustaban a los chicos. Por supuesto, ellos querían leer obras literarias contemporáneas. Pero a medida que leían esas cosas que les atraían en ese momento, fueron teniendo un gusto más general por la literatura, por la poesía, para luego pasar a otros autores. En definitiva, el corazón sigue buscando, y cada uno encuentra su propio camino en la literatura”, contó antes de revelar su predilección por los “artistas trágicos”.
“Por supuesto, no les pido que lean lo mismo que yo he leído. Cada cual encontrará aquellos libros que digan algo a su propia vida y se conviertan en verdaderos compañeros de viaje. No hay nada más contraproducente que leer algo por obligación, haciendo un esfuerzo considerable sólo porque otros han dicho que es imprescindible. No, debemos seleccionar nuestras lecturas con disponibilidad, sorpresa, flexibilidad, dejándonos aconsejar, pero también con sinceridad, tratando de encontrar lo que necesitamos en cada momento de nuestra vida”, recomendó, como en los tiempos en que era el cura Jorge. O “Carucha”.