El joven gendarme cruza el río sobre un puente precario. En fin, llamarlo “puente” es un exceso: son dos troncos cruzados por maderas que crujen y se levantan bajo el peso de las botas. Sostiene una carpa enrollada sobre un hombro. Adentro va su ropa. De su mano izquierda cuelga una alforja. En la derecha aferra un bastón para no perder el equilibrio. Detrás, se adivina un fusil. Del cinturón, su pistola. A su alrededor, otros camaradas aguardan su turno para atravesar el cauce caudaloso de un afluente del río de las Piedras, en la zona de Orán, en Salta. Delante asoman dos fusiles apoyados contra las piedras. La fotografía data del otoño de 1964. Pasaron 60 años. En la comodidad de su casa, el comandante Ángel Ricardo Cerúsico mira la fotografía blanco y negro, a los 20 años y en pleno Operativo Santa Rosa, cuando era sub alférez de Gendarmería y pertenecía al Escuadrón 20 de Orán. Cerúsico, tucumano, por esa época recién había egresado de la Escuela de Gendarmería Facundo Cabral, en Buenos Aires. Y era parte de la avanzada que combatió a la primera guerrilla castrista que se aventuró en territorio argentino.
La invasión comenzó el 21 de junio de 1963, cuando unos diez hombres cruzaron el río Bermejo desde Bolivia hacia Argentina, en la zona de Orán, Salta. Era una de las fases de la llamada “Operación Penélope”, urdida en Cuba por el Che Guevara. El viaje había sido largo: luego de salir de La Habana en noviembre de 1962, pasaron por Checoslovaquia, Argelia y Brasil. Al frente marchaba el periodista argentino Jorge Masetti bajo el alias de “Comandante Segundo”. Era amigo personal del Che, fundador de la agencia de noticias Prensa Latina y había adquirido instrucción militar en La Habana. Con él, entre otros, estaba el cubano Hermes Peña (Capitán Hermes), hombre de confianza de Guevara, miembro de su guardia personal. También Federico Evaristo Méndez (llamado Basilio), Ciro Roberto Bustos (alias Laureano, que reaparecería en 1967 junto al Che Guevara en Bolivia) y Leonardo Werthein (alias Fabián), que era el médico. Lo primero que hicieron al pisar suelo argentino ese 21 de junio fue jurar como miembros del EGP, el Ejército Guerrillero del Pueblo, con la fórmula “revolución o muerte”. Luego de recorrer varias semanas la zona, regresaron a Bolivia, donde tenían una casa de seguridad en la finca adquirida por espías argelinos.
El EGP volvió a penetrar en el norte argentino entre el 23 y el 24 de septiembre de 1963. Algo había cambiado en nuestro país desde la primera incursión: Arturo Illia había ganado las elecciones a través del voto popular (aunque con un gigantesco asterisco: el peronismo estaba proscripto) y asumiría pocos días después, el 12 de octubre. Ya no había una dictadura, sino una democracia. No obstante, los miembros más encumbrados del EGP debatieron qué hacer y decidieron seguir adelante. El plan que perseguían era la instalación de campamentos en una zona cercana a los ingenios azucareros de Tabacal, en Salta, y Ledesma, en Jujuy. Luego, sumar pobladores para sus propósitos y lograr establecer una “zona liberada” en la frontera con Bolivia para facilitar, desde allí, la llegada de Ernesto Guevara (que sería el Comandante Primero) e iniciar una revolución a la cubana. La primera revolución castrista en Sudamérica. Soñaban con emular a Fidel en Sierra Maestra. La realidad es que les sucedió lo mismo que a la guerrilla del Che en Ñancahuazú, Bolivia, cuatro años después.
Durante poco más de dos meses recorrieron la zona y prepararon bases logísticas en la zona salteña de Orán, en parajes denominados “Anta Muerta”, “San Ignacio”, “La Galería”, “La Toma”, “El Alisal”, y “Río Piedras”. Habían logrado reunir alrededor de 50 guerrilleros, y un grupo de unas 15 personas como apoyo logístico. La mayor parte de los combatientes fueron entrenados en un campamento del EGP en Icho Cruz, Córdoba, bautizado “Camilo Cienfuegos”, como el jefe guerrillero cubano. El lugar fue desmantelado por la policía en marzo de 1964, que capturó a siete potenciales guerrilleros, uno de ellos menor de edad.
A poco de andar, la tropa de Masetti se dio cuenta que la zona no era sencilla. El lugar elegido por el Comandante Segundo era inhóspito, escarpado, lleno de alimañas, como serpientes e insectos que no los dejaron en paz y fueron un tenaz enemigo. El nerviosismo comenzó a tomar por asalto a los guerrilleros: dos de ellos, a los que la situación había sobrepasado, fueron fusilados por orden de Masetti y Hermes: se trataba de Adolfo Roblox (“Pupi”) y Bernardo Groswald (“Nardo”). Las circunstancias que narran aún los sobrevivientes son terribles. “Pupi” comenzó a atrasar a la columna por sus ataques de asma, sus desmayos y debilidad. Cuando pidió renunciar a formar parte de la guerrilla fue su fin: lo condenaron a muerte. El caso de “Nardo” es similar: estaba débil por la exigencia física del monte, no se higienizaba, desobedecía las órdenes, lloraba a menudo y hasta sus propios compañeros revelaron tiempo después que se masturbaba frecuentemente. También fue ejecutado.
No pasó demasiado tiempo hasta que los movimientos del EGP fueron detectados. El comandante Cerúsico explica: “Ellos comenzaron a hacer reconocimientos en la zona, prácticas de tiro. Usaban uniformes de fajina y equipamiento de última generación. En el 63, Masetti escribe una carta a los campesinos, pero dirigida al doctor Illia, donde dice que ha ganado las elecciones en forma fraudulenta, que renuncie, que ellos van a recuperar las tierras que son de los ingenios…”.
Luego que apareció la carta, el presidente Illia ordenó que se los detuviera. Cerúsico recuerda la frase exacta: “Dijo que se iniciaran las acciones para preservar la soberanía nacional, la democracia y los bienes nacionales, provinciales y privados”. Al frente se puso a la Gendarmería Nacional, en esa época comandada por Julio Alsogaray (hermano del economista y fundador de la Ucedé, Álvaro) y con Héctor Báez a cargo de las tropas en Salta. La fuerza, que por esos años pertenecía al Ejército, ubicó su base en la Colonia Santa Rosa, una pequeña población cercana a Orán, y bautizó el operativo con ese nombre.
Para principios de 1964, el EGP tenía una red de reclutamiento en Córdoba y Capital Federal, un apoyo en Bolivia a través del Partido Comunista de ese país, al campamento de Tarija había llegado José Tamayo (un capitán del ejército cubano) y en el grupo de Masetti se había producido el arribo de Alberto Castellanos, quien era chofer del Che Guevara. Lo que no sabían es que entre el grupo de guerrilleros había dos infiltrados de las fuerzas de seguridad argentinas: Víctor Fernández y Alfredo Campos.
La primera acción militar del EGP estaba planeada para el 18 de marzo, cuando pensaban copar el pueblo salteño de Yuto. Era un objetivo modesto, pero les garantizaría repercusión nacional. No contaban con que su presencia en la zona había sido detectada. En la causa 56.903 que se inició en Salta contra los guerrilleros que luego fueron detenidos figuran los testimonios de tres pobladores, los hermanos José y Antonio García y Pedro Castaño, que decían haber hablado con “personas extrañas”… “armados con armas automáticas, vestidos iguales, con el pelo y barba crecidos”. Gendarmería ya estaba detrás de sus pasos. El 4 de marzo -como cuenta Juan Bautista Tata Yofre en su libro “Fue Cuba”- se capturó en el paraje Río Colorado, sin llegar a combatir, a Raúl Dávila, Lázaro Henry Lerner, Federico Frontini, Oscar del Hoyo y los mencionados Fernández y Campos. En el expediente consta el testimonio del Sargento Ayudante Herminio Dal Molin, que relata la forma en que los apresaron: aguardaron que llegara una camioneta que les llevaba provisiones y luego siguieron su rastro hasta la espesura del monte, donde los atraparon.
Al día siguiente fue hallado el campamento de La Toma. Cuenta Cerúsico: “Nos informaron que en la zona de Los Toldos, cerca de la Colonia Santa Rosa, había gente de uniforme, con armamento. Entonces nos enviaron a ver de qué se trataba. Nos encontramos con el principal depósito logístico de ellos, el más grande que tenían. Había armamento, como fusiles automáticos M16 norteamericanos, que nosotros habíamos visto en las películas nomás, bazokas de origen ruso, pistolas ametralladoras Thompson y mucho dinero…”. En contraste, recuerda el gendarme, “nosotros usábamos una carabina Mauser, una pistola calibre 11.25 Ballester Molina… Lo más moderno era la pistola ametralladora Halcón 9 mm. de del 51″.
De un plumazo, el grupo guerrillero vio hecho añicos su soporte logístico. Lo único que hicieron, de ahí en más, fue intentar huir. “Empezamos a no darles tregua, a perseguirlos para agotarlos y que no pudieran aprovisionarse”, cuenta Cerúsico.
Un mes y medio después, el 19 de abril, todo había terminado.
Hambrientos y con el armamento al límite, Masetti ordenó una marcha hacia el río Las Piedras para intentar alcanzar los cerros que rodean al Parque Nacional Calilegua. A medida que avanzaban el grupo se desgranaba. Varios desertaron. En la causa judicial se lee el testimonio de Jorge Wenceslao Paul: “Como se acabó la comida, el comandante nos ordenó al teniente Federico, a Alberto, al Tano Miguel y a mi, que éramos los que estábamos mejor físicamente, ir a la población más próxima en busca de víveres”, En su relato, cuenta que caminaron varios días “muertos de hambre y frío” y que se alimentaron de “raíces, achiras y brotes de plantas”. Paul -cuyo hermano, también miembro de EGP, murió desbarrancado en el río Las Piedras el 1 de abril- se enfermó y lo dejaron cuatro días sobre un árbol, cubierto por un nylon. Luego, lo rescataron. Hasta que el 14 de abril los capturaron sin resistencia. Estaban casi muertos por inanición.
El comandante Cerúsico participó de esa parte de la operación: “Nosotros sabíamos que pasaría un guerrillero que había ido a unos almacenes a buscar mercadería y llevarla arriba. Lo emboscamos y detuvimos sin enfrentamiento. Estaban tan debilitados, tan hambrientos, que lo que menos querían era enfrentarse”. El cautivo era Federico Evaristo Méndez, el tercero en orden de importancia de la guerrilla.
El expediente abunda en testimonios dantescos. Según consta en sus folios, uego de un arroyo llamado Puente Caído escucharon gritos de una persona con acento porteño. Era Fernando Álvarez, que se había perdido y estaba trepado a un árbol. Dijo que lo había hecho porque dos gatos monteses y un anta lo habían perseguido. Con él atraparon a tres guerrilleros más.
Masetti y los pocos hombres que le quedaban se dispersaron y buscaron subir por los cerros. Cuenta Cerúsico que, en la persecución, “sobre los árboles encontramos cadáveres de guerrilleros en sus camastros, que eran del tipo de las hamacas paraguayas, que habían muerto de hambre. Y en una playa del río de las Piedras otro cuerpo de un guerrillero que se había quebrado a la columna al caer (se refiere a Antonio Paul) y dejaron ahí. A todos les dimos sepultura”. En la causa figura que los muertos por inanición fueron César Carnovali (entre el 26 y el 27 de marzo), Marcos Szlachter (el 1 de abril) y Diego Magliano (el 6 o 7 de abril).
Pero a las penurias no las padeció sólo el grupo de Masetti. Los gendarmes sufrieron privaciones muy similares. “Nosotros también nos quedamos sin víveres. Aunque pasamos por un río, no había tiempo para pescar. Así que cazamos un mono, que nos cayó mal, supongo que lo comimos con aprensión. Y también un anta, que es el tapir, pero que es pura grasa”. Eso no era todo: “Tampoco teníamos el equipamiento de ellos. Hay fotos donde estamos marchando en ropa interior. Nos sacábamos las botas y andábamos en alpargatas porque al caminar en forma permanente por el río y la selva, el uniforme se nos rompía. ¡Hasta parecíamos más bandidos que ellos!”
El 18 de abril, el EGP estaba prácticamente desmembrado. Pero ese día, a las 8.30 de la mañana y en el lugar donde se juntan el Río de las Piedras con el Pantanoso, se produjo uno de los dos enfrentamientos armados entre la fuerza de seguridad y el EGP. También la única baja que tuvo Gendarmería, el cabo Juan Adolfo Romero, que post mortem alcanzó ese grado. Cerúsico, que integraba la patrulla del 1er. alférez Garay, lleva intacta en su memoria la muerte de su camarada: “Vimos, en la orilla de enfrente, sobre el río Pantanoso, a dos guerrilleros que se estaban escondiendo. En ese momento, el gendarme Romero dejó su mochila y salió corriendo a perseguirlo junto con otro gendarme, Paliza Habíamos andado mucho tiempo en el agua, y en la selva hay mucha humedad. Romero tenía sólo la pistola Ballester Molina. Cuando le dió el alto, Hermes hizo el primer disparo. El gendarme quiso responder, pero la ojiva de la munición quedó trabada en el cañón. Entonces Hermes lo remató”.
Comenzó, entonces, la cacería del cubano y del argentino Jorge Raúl Guille (“Jorge”), un estudiante de medicina. Ambos pasaron por un lugar que llamaban “El desmonte de Martínez”. Al mismo sitio, a las cinco de la tarde, arribó la patrulla de Gendarmería. El capataz del obraje, Pascual Bailón Vázquez, les contó la presencia de los guerrilleros. Y el error que cometió Hermes, acuciado por el hambre. Le dijo a Bailón que le preparara comida, que regresaría por ella. A los gendarmes sólo les quedó esperar que cumpliera con su palabra. El 2do. El Comandante César Honorato dejó a sus hombres en distintos lugares de la espesura que rodeaba a los tres ranchos del paraje.
Alrededor de las ocho de la noche, Hermes y “Jorge” regresaron al obraje. Mientras el primero se dirigió al lugar donde estaba el capataz, “Jorge” se ubicó junto al fuego. De repente, oyó el ruido de los gendarmes arrastrándose hacia ellos y vio como una señora que atendía la cocina salía corriendo. En ese momento efectuó un disparo para alertar a Hermes. El cubano entendió que Bailón Vázquez lo había delatado y lo mató. La sorpresa fue tan grande que en el expediente consta que la mano del cadáver del capataz aún sostenía la colilla de un cigarrillo entre el dedo pulgar y el índice.
En ese momento, los gendarmes abrieron fuego contra Hermes. Dice Cerúsico: “Al gendarme Rosa se le trabó la pistola ametralladora Halcón, que era modelo 51 y era viejísima. Hermes se dio cuenta por el sonido del arma y se lanzó para matarlo. Pero se destrabó y Rosa lo mató”. El cubano murió a los pocos metros, junto a unos yuyos, mientras disparaba su carabina, cerca del primero de los tres ranchos. “Jorge” tomó el pan que había preparado Bailón Vázquez e intentó correr hacia el monte mientras disparaba un revólver Smith & Wesson, pero otro grupo de uniformados le cortó el paso y lo abatió. En su poder se encontraron tres mil dólares.
“Después, casi todos los demás se entregaron, porque vieron que estaban sin mando, sin comida, sin nada”, concluye Cerúsico. Sin embargo, subsiste un enorme misterio: hubo dos guerrilleros que jamás aparecieron. No están con vida. Ni muertos. Hasta el día de hoy permanecen desaparecidos. Ellos son Atilio Altamira, un joven guerrillero, y el mismísimo jefe de la incursión del Ejército Guerrillero del Pueblo, Jorge Masetti. Según uno de sus compañeros, Héctor Jouvet (ya fallecido), la última vez que los vio estaban en un campamento cerca del río de las Piedras, sobre dos hamacas, casi sin moverse, débiles y hambrientos, frente a una gran piedra. Hubo cuatro expediciones para intentar hallar los cuerpos durante la primera década del siglo. Todo fue infructuoso. Rodolfo Walsh eligió despedirlo así: “Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del comandante Segundo empuña un fusil herrumbrado”.
El Operativo Santa Rosa concluyó a mediados de mayo, cuando terminaron de hallar el resto de los campamentos guerrilleros, con una gran cantidad de armas, los “reglamentos de Justicia Militar” y “de Disciplina” y equipos, incluso de comunicación. Y en uno de ellos, la carpa y el diario de Hermes, una pieza clave para desentrañar los pasos del Ejército Guerrillero del Pueblo.
En Salta fueron juzgados 12 guerrilleros y 11 miembros de enlace del EGP por “asociación ilícita e intimidación pública, delitos contra la seguridad de la Nación, contrabando de armas, municiones y explosivos, homicidio calificado y conspiración para la rebelión”. Recibieron penas de entre 4 y años y prisión perpetua. La amnistía que dictó el 25 de mayo de 1973 el gobierno de Héctor J. Cámpora dejó en libertad a quienes aún purgaban la pena.