“¿Cómo le gustaría que lo recuerden?”, le preguntaron en una ocasión. “¿Qué me recuerden? -retrucó él- ¡Yo quiero que me vivan ahora!”. A la edad en que muchos actores parecen ser descartados por los medios, Max Berliner se había convertido en una suerte de superhéroe virtual. Es que, como era un hombre lleno de vitalidad, una empresa de publicidad había decidido contratarlo para una saga de comerciales de un medicamento para el reuma, en la que se lo veía haciendo todo tipo de destrezas. Desde entonces, las redes sociales replicaron su imagen extendiendo su popularidad a las nuevas generaciones y creando la ilusión de que se trataba de un ser inmortal. Sin embargo, el 26 de agosto de 2019, sus seguidores se desayunaron con la triste noticia de su partida.
No hubo lágrimas. O sí, pero camufladas detrás de una sonrisa. Porque así lo quería él. Y así lo quiso su familia: su amada esposa Rachel Lebenas y sus hijos Daniel y Ariel. “¡Hoy solo música para recordarlo! Ejemplo de vida”, escribió el mayor de ellos en su cuenta de Facebook para anunciar la muerte de su padre. Y decidió acompañar el posteo con una foto del actor luciendo un sombrero estilo Piluso, apoyando su rostro en su puño y mostrando su mejor cara de felicidad.
Mordcha Berliner -tal su verdadero nombre-, había nacido el 23 de octubre de 1919 en Varsovia. Pero sus padres, Moszek y Rylka, decidieron emigrar de una Polonia devastada por la Primera Guerra Mundial junto a él y sus hermanos, Duba y Estera. Y así fue como, el 15 de abril de 1922, arribó a la Argentina y tras una breve estadía en el Hotel de Inmigrantes, se instaló con su familia en el barrio de Once, donde su padre que era broncero consiguió trabajo en una fábrica de camas y su madre se empleó como vendedora en un local de corsetería.
Era un niño de apenas 5 años de edad cuando debutó con un parlamento en ídish en Inmigrantes, una obra teatral del autor Sholem Aleijem. Y, desde entonces, se preocupó por difundir la lengua judía a través del arte. “El ídish tiene que ser un idioma y no un dialecto. Hay muchos que están luchando por el ídish, como yo. Está bien que cuando surgió el Estado de Israel se haya impuesto el hebreo, pero no se puede eliminar el ídish. Los seis millones de muertos en los campos de concentración hablaban ídish. Soy el único actor de la colectividad que vive en dos mundos. Yo hago en ídish teatro universal y en castellano temáticas judías”, decía al respecto.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el actor y director Maurice Schwartz le ofreció participar en La Familia Karnowsky, con la que Max comenzó su carrera profesional encarnando a un judío alemán. Y se apasionó tanto las tablas, que solía decir que estaba “casado con el teatro”. Sin embargo, un día conoció a una joven actriz y pintora de la que se enamoró perdidamente. Él tenía 36 años y ella apenas 19, cuando pasaron por el Registro Civil y se fueron a vivir a Caballito, donde nació su primer hijo, para luego mudarse a Villa Crespo, donde tuvieron al segundo.
El porteño de Varsovia, como se autodenominaba él, actuó en más de 40 películas entre las que figuran El profesor tirabombas (1972), La Patagonia rebelde (1974), Los gauchos judíos (1974), Y mañana serán hombres (1979), Plata dulce (1982), Pasajeros de una pesadilla (1984), Tacos altos (1985), Conviviendo con la muerte (1989), Highlander II. The Quickening (1991), Yepeto (1999) y Un amor en Moisés Ville (2000). El film El último traje, con el que se despidió de la pantalla grande, se estrenó en 2018, un año antes de su fallecimiento.
La televisión también lo tuvo entre sus favoritos. Entre otros ciclos, participó de Otra vez Drácula (1970), El pulpo negro (1985), Pelito (1986), Amigos son los amigos (1991), Poliladron (1995), Mi familia es un dibujo (1998), Chiquititas (1998/1999), Tumberos (2002), Casados con hijos (2006), Botineras (2010), Graduados (2012) y Variaciones Walsh (2015), entre otros.
En 2002 recibió el Premio Podestá a la Trayectoria por parte de la asociación Argentina de Actores. En 2010, fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Y, en 2012, obtuvo el Premio Martín Fierro a la Trayectoria entregado por la Asociación de Periodistas de Televisión y Radio de la Argentina.
Parecía haber encontrado el secreto de la eterna juventud, al menos, la que al espíritu se refiere. “Me mantengo siempre activo. Yo camino. Hay que caminar, respirar, ver el aire, la naturaleza y estar enamorado. Yo soy un enamorado de la naturaleza. Y soy un enamorado del amor, mejor dicho. Amo las cosas. Hay que amar. Si vos amas, todo sale bien. Amar la vida. Amar. Yo amo, tú amas, él ama, todos tenemos que amar…Y bueno, así es mi vida. Sigo trabajando, sigo estudiando, escribo”, había dicho Berliner en su última entrevista con Infobae.
De hecho, en el festejo por su cumpleaños número 99, el actor había dicho que tenía planeado vivir hasta los 120 porque, hasta ese momento, todo lo había parecido “maravilloso”. “Me siento un pibe de 18 que quiere seguir trabajando”, aseguró. Y dejó en claro que todavía tenía muchos proyectos por delante. Sin embargo, siguiendo el proceso natural de la vida, hace 5 años partió de este mundo. Hasta el último día estuvo acompañado por su esposa, que falleció en 11de septiembre de 2023 y, seguramente, se reencontró con él en otro plano. Sus restos descansan en el cementerio de La Tablada.