La muerte se agazapó en un recodo con forma de “s” de la chimenea de la parrilla del patio de comidas del supermercado y shopping Ycuá Bolaños, en la zona del Botánico de Asunción del Paraguay. A las 9 de la mañana del domingo 1° de agosto de 2004, las hornallas de la cocina se encendieron para satisfacer a la multitud que ya se adivinaba: era un día un poco frío, pero el sol estaba a pleno. Alguna chispa generada en la cocina hizo arder la grasa y las cenizas acumuladas en esa curva mortal, y a fuego lento, se inició la peor tragedia moderna de ese país.
Aún faltaban casi dos horas y media para que una gigantesca hoguera descendiera del techo del centro comercial y se cobrara la vida de 327 personas y dejara a 249 heridas. Son las cifras oficiales. Otras fuentes señalaron que hubo 464 ataúdes para las víctimas.
La escena de la tragedia
El supermercado era el último de una cadena cuyo dueño era el empresario Juan Pío Paiva, un emprendedor nacido en Caazapá (a 250 kilómetros de la capital), que había comenzado con una carnicería en 1978 y tenía, en 2004, 57 años. En esa época era el centro comercial más moderno de Asunción. Se encontraba en la intersección de las avenidas Artigas y Santísima Trinidad. Tenía una superficie de 12 mil metros cuadrados, lugar para que circularan en su interior mil personas, un estacionamiento para 350 vehículos y un restaurante. Los planos habían sido aprobados el 26 de junio de 2001 y la construcción concluyó el 30 de noviembre de ese año. Una semana más tarde, el 7 de diciembre, fue inaugurado. Cuando se hizo el juicio por el desastre, se comprobó que la seguridad del lugar no había sido inspeccionada. La tragedia ya había rozado a Paiva: en 2002, su hija María Isabel sufrió un secuestro express.
El domingo 1, el analista de sistemas Víctor Bobadilla y la empleada de la empresa de electricidad Gloria Morales, pensaron que ir al centro comercial era un buen plan. Tomaron en brazos a su hijo Enzo, de sólo cuatro meses, y partieron. El shopping y el patio de comidas estaba atiborrado de personas. No solo porque muchos habían cobrado sus salarios y hacían las compras del mes en el supermercado, sino porque en Paraguay, el viernes 30 de julio se había celebrado el Día de la Amistad, y muchas de las reuniones pospuestas se llevaban a cabo ese domingo.
Las causas
Mientras los Bobadilla paseaban, las llamas reptaban entre el cielorraso y el techo de chapas del supermercado, sin que casi nadie lo percibiera. Alrededor de las 11.20 la presión de los gases provocó que, de golpe, cedieran varias placas del techo. El ingreso de oxígeno produjo una violenta deflagración, que se sintió como una gran explosión. Para los que estaban cerca, la muerte por calcinación resultó instantánea. Otros trataron de escapar de las llamas, pero sucedió lo impensable: el cierre de las salidas del centro comercial por los guardias mientras la gente -y ellos mismos- morían atrapados por el fuego que se expandía velozmente: casi todo lo que hay en un supermercado es inflamable.
En el juicio que siguió a la tragedia, varios sobrevivientes atestiguaron que los guardias cerraron las cortinas metálicas del supermercado “para que nadie se vaya sin pagar”. En el juicio se estableció que era una orden pre establecida por Paiva, el propietario del comercio. Una multitud pujaba por salir para no morir carbonizada. En el proceso judicial también declaró el primer bombero en arribar al lugar, Juan Valiente. Al diario ABC Color le dijo: “accedí hasta la zona de cajas y había un guardia ahí, tratando de cerrar un portón de rejas. Me interpuse y me cerró la puerta en la mano. Estaba de particular, pero me identifiqué como bombero y le mostré mi credencial. Traté de empujar el portón con otra gente que había ahí y al guardia, que solo gritaba ‘orden, orden’ se le cayó su escopeta. Entonces sacó un revólver y pegó dos tiros al aire. Creo que ese guardia murió. Me dijo ‘remanosé pio?’ (¿querés morir?, en guaraní) y le respondí que igual íbamos a morir todos. Cuando hubo una segunda explosión, mediana, ya no pudimos seguir. Pienso que de no ser por el guardia hubiera salido más gente…”.
El informe del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay indicó que la causa del fuego se debió a “la acumulación de grasa en la desviación de la chimenea por falta periódica de mantenimiento”. Luego, según indicaron, las llamas se propagaron entre el cielo raso y el techo. Y cuando cayó el cielo raso, los gases calientes tuvieron con el oxígeno y se produjo la explosión”.
El propio abogado defensor del dueño del centro comercial, Luis Escobar Faella, le dijo a la BBC que “tres de los ductos de la parrilla, de la panadería, de la confitería y la rotisería, no salían al exterior. Lo que significa que había una gran cantidad de humo y gases que desde la misma inauguración del supermercado se iban acumulando en la cámara que se formó entre el cielo raso y el techo del edificio que permitió una acumulación de gases de 9.000 metros cúbicos”.
Además, se supo, en el techo no había extractores eólicos ni rociadores de agua, las mangueras contra incendio tenían cerradas sus llaves de paso y las alarmas contra el humo no sonaron.
El rescate
Los primeros que intentaron salvar a los que gritaban con desesperación fueron aquellos que llegaban al lugar con intención de pasar un mediodía agradable. Pero no podían acceder. La primera dotación de Bomberos de Trinidad ingresó por el estacionamiento, tapado por un humo negro que les impidió avanzar demasiado. La segunda unidad comenzó a golpear una pared de vidrio para abrir un boquete. Cuando lo lograron pudieron acceder al horror de ver pilas de cadáveres, moribundos y algunos sobrevivientes. De inmediato formaron una cadena humana junto a varios policías y comenzaron a evacuar a quienes aún estaban con vida. Al fuego se le sumaba un posible derrumbe. A los cadáveres los trasladaron luego a una discoteca que estaba frente al shopping, llamada Tropiclub. Allí se dirigieron los familiares de las víctimas para reconocerlas. Por la noche, quienes permanecían sin que nadie se acercara fueron llevados a la vieja sede de Caballería.
En el año 2004, Juan Duarte era un bisoño oficial segundo de Orden y Seguridad de la policía. Pertenecía a la Comisaría 9na. Metropolitana . Hacía pocos meses había regresado desde Chile, donde había hecho un curso de Criminalística con los Carabineros. El domingo patrullaba por el barrio Jara, en la zona de la avenida Artigas junto a su jefe y dos compañeros. De pronto, divisaron la negra columna de humo que se alzaba desde la zona del Botánico.
Hoy, Duarte tiene 47 años, es comisario principal y trabaja en la Comisaría 11 de Juan Emilio O’Leary, en Alto Paraná, cerca de la Triple Frontera. Está casado con María Elsa y tiene una hija de seis años, Sofía Ailén. Hace 20 años, fue protagonista de un rescate heroico. “Parece que hubiera sido ayer -le cuenta a Infobae.– Fue una tragedia muy grande, difícil de olvidar”.
Dentro del patrullero, recuerda Duarte que su jefe pensó “que estarían quemando cubiertas. Además, nadie había pedido auxilio por la radio. Pero unos minutos después nos pasó por al lado y a toda velocidad un carro de bomberos. Ahí nuestro jefe, en guaraní, nos dijo ‘vamos a mirar qué sucede’. A 200 metros del centro comercial ya había muchísima gente. Nos bajamos y llegamos a pie. Había personas gritando”.
Lo primero que vieron, a través de un vidrio, fue a mucha gente atrapada. Como pudieron, llegaron al patio de comidas. “Vimos muchos muertos, gente moribunda y otros corriendo desesperados, quemados y con dificultades para respirar. Ahí empezamos a sacar a la gente. Hacíamos lo que podíamos, porque el humo era espeso y no teníamos equipos de protección”.
La foto icónica
El fotógrafo Sebastián Cáceres tenía 44 años y trabajaba en el extinto diario Noticias de Paraguay. Al enterarse, lo enviaron a cubrir el incendio. Tomó su moto y marchó. “Cuando llegué vi que la gente corría hacia el supermercado, a pesar que la policía no los dejaba. Todos querían ayudar. El barrio es muy populoso y muchos tenían familiares adentro”. A los diez minutos de haber llegado, él y su cámara Canon EOS D10 se cruzaron en el camino del policía Duarte y del bebé Enzo Bobadilla. El resultado fue una imagen icónica, que fue portada de los diarios de todo el mundo.
Duarte recuerda muy bien ese momento: “Entre la gente que sacaba, vi un bebé en el suelo. Lo levanté. La criatura estaba gris, casi sin poder respirar. Me di cuenta que se estaba muriendo. Y me nació, al querer salvarlo, comenzarle a insuflar aire con una respiración boca a boca. Luego se lo di en las manos a un paramédico que estaba en la calle. Después llegaron los bomberos, con máscaras y oxígeno. Nos quedamos afuera, nos pasaban gente y los sacábamos”.
Cáceres estaba ubicado en el lugar exacto y en el momento justo: “Fue en un costado del supermercado, que tenía la entrada principal por la esquina y a un lado el estacionamiento, que estaba en la planta baja”. Allí vio a Duarte correr con Enzo en brazos. “El policía salió corriendo y yo me puse frente a él, corriendo de espaldas. Hice tres cuadros y miré la cámara. Dije ‘ufff, que fuerte esto’. Enseguida me di cuenta de la foto que había hecho”, cuenta hoy, a los 64 años. Lo curioso es que el diario que tuvo esa imagen cerró sus puertas apenas ocho meses después, el 11 de febrero de 2005. Desde marzo de ese año, Cáceres trabaja como fotógrafo para la Corte Suprema de Paraguay. Y atesora la foto que le tomó su colega Carlos Shatebech del momento exacto en que aprieta el obturador.
Luego de cruzarse, ese día no se volvieron a ver. Cáceres volvió con su material al diario a las seis de la tarde. Duarte continuó su trabajo en el lugar hasta las tres de la madrugada del lunes. “Estaba sin comer, ni nada. En ese momento, con la adrenalina que tenés no dimensionas la magnitud de la tragedia. Hoy, que tengo más experiencia, espero nunca más participar de algo así”.
Un mes más tarde, el 30 de agosto, la policía condecoró a Duarte con la medalla de “Honor al Valor”. En 2009, se reencontró con Enzo Bobadilla, ya un niño de 5 años que era alumno de preescolar. La historia familiar es triste. En el incendio, murió su padre. Su mamá, Gloria, sufrió quemaduras en todo el cuerpo. Estuvo meses internada en terapia intensiva. Enzo también pasó por ese trance: sus familiares lo llevaron a Emergencias Médicas y desde allí lo trasladaron al hospital San Roque, pero salió mucho antes que su madre.
Con Cáceres, Duarte suele intercambiar mensajes de whatsapp. Cuando pueden, se ven. Con la familia de Enzo, en cambio, dice que al principio se encontraban, pero luego se fueron distanciando: “Por lo que se, la mamá se casó nuevamente, con un uruguayo, y se fueron a vivir a ese país. Pero ya desde antes se habían alejado, para no recordar la tragedia. Entiendo, Enzo perdió a su papá allí, y Gloria a su esposo. Son decisiones y hay que respetarlas”.
La condena
El 2 de febrero de 2008, luego de un segundo juicio -el primero se declaró nulo- la justicia paraguaya tuvo en sus manos las 724 páginas del fallo. Un tribunal integrado por los jueces Germán Torres, Bibiana Benítez y Blas Cabriza leyó la sentencia. Condenaron a 12 años de cárcel a Juan Pío Paiva por haber sido quien ordenó cerrar las puertas; a 10 años a su hijo Víctor Daniel Paiva; a 5 años al guardia Daniel Areco y a 2 años y 6 meses a Humberto Casaccia, otro accionista del centro comercial.
Cuando cumplió 10 años de reclusión, Juan Pío Paiva fue dejado en libertad por buena conducta. Su hijo Víctor Daniel había salido un año antes, y murió el 5 de diciembre de 2020 por COVID-19. Tenía 54 años.
El nombre de Ycuá Bolaños se desprestigió. De a poco, los centros comerciales de la cadena fueron cerrando. El último lo hizo en 2009. En el lugar de la tragedia, hoy existe un memorial.
Cinco meses después, en Buenos Aires, se incendió el boliche Cromañón. Aquí hubo 194 muertos. Nadie aprendió nada.