(ENVIADO ESPECIAL) Aaron Stainthorpe lleva un sombrero Panamá y una camisa floreada casi de estilo Versace que le ajusta particularmente, mientras juega con un rosario de cuentas de hueso típico del budismo tibetano. Una reconocida bailarina y sacerdotisa porteña se lo regaló diez años atrás, cuando visitó Buenos Aires. Del otro lado de la ventana en la suite está el mar Caribe, con la proa hacia la República Dominicana.
Stainthorphe, inglés, de Staffordshire, con un acento propio de Staffordshire, ni siquiera piensa en la contradicción, pero nadie condensó la capacidad del heavy metal para la angustia melancólica, el drama y el horror existencial como él. No hay otro poeta como él en la música pesada. Como el cantante y letrista de My Dying Bride, la banda fundamental del subgénero death doom, Stainthorpe empujó al heavy desde comienzos de los años 90 a nuevos límites, retorciéndose en el piso del escenario, llorando, mientras la música que tiene un dolor real va y te aplasta, porque no hay nada como la muerte para decir que el metal está vivo.
“Tengo suerte. La música es un recipiente que lleva los tiempos horribles por mí, para que no los tenga que cargar en la cabeza. Hay gente que lleva tanta negatividad encima, sin posibilidad de soltarla, que los va a llevar a una tumba temprana. Hay que encontrar una salida. Escribir poesía, gritar, lo que sea”, le dice a Infobae: “No voy a terapia. No necesito terapia. Esta música es mi terapia… No puedo solo cantar. Tengo que entregar las palabras. No puedo caretearla. Tengo que ser este personaje que creé. Odio tocar en vivo, toco por la banda y porque hay gente que ama esta música”.
Hay belleza y libertad en esas palabras. Y lo dice en un crucero en el Caribe donde es una de las atracciones principales: el 70000 Tons of Metal, el crucero heavy metal más grande del mundo.
Creado por el promotor suizo Andy Piller, 70000 Tons of Metal navega desde 2011 en la línea Royal Caribbean, un festival flotante de 60 bandas que parte desde el Port Of Miami para cuatro días de música casi sin parar, grupos que tocan desde las 10 AM hasta las 5 AM. Esta última vez, desde el 29 de enero al 2 de febrero, partió hacia Puerto Plata, en República Dominicana, para luego volver. En el camino, lo que se imaginen. Casi tres mil asistentes -en su gran mayoría europeos y estadounidenses que escapan del invierno- abordaron el Freedom of the Seas, de 14 niveles y 338 metros de eslora, con 60 bandas como Blind Guardian, Sodom, Unleashed, Katatonia, Epica, Batushka, Angra, Lich King, Lord of the Lost, nombres clave de la historia del underground extremo como Avulsed de España o Pentagram de Chile.
Es una fantasía. El escenario principal, a cielo abierto en el Caribe, tiene un jacuzzi literalmente enfrente. Algunas personas van y se quedan allí casi todo el día, intentando que las burbujas no le mojen el celular. Hay otros dos jacuzzi al costado del escenario. Casi siempre están llenos, mucho más de noche. Y es una fantasía costosa, al menos para cualquier argentino en la era de la crisis. Hay paquetes desde 1500 a más de cinco mil dólares. El número depende de la habitación, el nivel de comodidad y lo que se quiera comer o beber. Una cerveza, en promedio, cuesta poco menos de diez.
No se acepta efectivo. Todo, a efecto argentino, es dólar tarjeta. Los consumos se cargan a las tarjetas magnéticas de las habitaciones. Perder una toalla tiene un castigo de 25. Y la gente carga, y carga, y carga. De todas formas, algunos ocultan vodka, whisky o ron en envases de shampoo y lo contrabandean, para mezclarlo con gaseosa.
“Estamos casi a capacidad”, dice el promotor Pilfer, orgulloso de sí mismo en medio de un cocktail. También hay shows memorables. El de Unleashed por ejemplo, en la cubierta superior. Son un pilar del death metal sueco, con su cantante y bajista, Jonny Hedlund. Su música, de espíritu vikingo, es la doctrina del machaque, para gente incapaz de usar zapatillas, incluso en el Caribe.
La performance de Epica es notable también, un polo opuesto. Puede no gustar ese tipo de metal, tan pulido, demasiado pulido, pero lo que hace Simone Simons en un escenario, con su registro soprano, es propio de una diva. Blind Guardian tiene algo entrañable, un power metal épico, música de fantasía cantada con una agresión melódica, generada por su doble bombo que acelera y acelera y las guitarras de Marcus Siepen y André Olbrich, quizás el autor de muchas de las melodías más reconocibles en todo el movimiento. “The Bard’s Song”, su clásico del disco Somewhere Far Beyond, de 1992, es cantada desde la memoria. Los heavies cantaban el estribillo tras el final del show en el Royal Theater, mientras caminaban en columna al casino en el nivel 4, el único lugar en todo el barco donde se puede fumar puertas adentro.
También, la agresión pura que es Sodom, una clave del thrash metal alemán con su cantante y bajista Tom Angelripper y su histórico guitarrista, Frank Blackfire, con una mugre y un desprecio heredados de Venom, de Motörhead. Son, por sobre cualquier otra banda en el crucero, el espíritu del movimiento, los influenciadores de los influencers. La mayoría de los músicos en el crucero dirá que, en algún momento de su vida, Sodom significó algo para ellos. Cualquiera escucha a Metallica, pero Sodom no es para cualquiera. Básicamente, Sodom ES ser metalero.
Estamos en todas partes
Hubo algunos argentinos presentes en el show de Sodom en el Royal Theater -el segundo escenario del evento, un teatro bajo cubierta de más de mil asientos, como un Gran Rex pero más chiquito-, como Cristian de Villa Urquiza, que decidió convertir al crucero en una meta de su vida, para ahorrar todos los años y llegar, un planteo épico dada la coyuntura. Es la segunda vez que viene al 70000 Tons of Metal. Viste una camiseta de la Selección, la de Messi. Nota que nadie agita, a pesar de que la banda lanza un set basado en su clásico LP de 1989, Agent Orange. Esto, en casa, no pasaría.
Entonces, Cristian se pone de acuerdo con otro argentino que lo acompañaba, vestido en un clásico chaleco de parches, que grita por la memoria de Osvaldo Civile, guitarrista de Horcas y V8, muerto hace más de 20 años. Comienzan a empujar a los europeos, a los americanos, y una golpiza feliz se forma. Otro argentino, literalmente en ojotas, se suma. Minutos después, la danza es tan intensa como la música. Minutos antes, el productor Pilfer había supervisado un operativo que lo mostraba preocupado. En el crucero anterior, Kreator, otra banda clásica del thrash alemán, igualmente feroz que Sodom, realizó un set de sus clásicos de los años 80s. El piso del Royal Theater estaba cubierto de una bella alfombra impresa. Terminó partida en dos por el arrastre y las pisotadas.
Esta vez, hubo que cubrirla con láminas de goma remachadas.
Comfort y música para destruir
70000 Tons of Metal no se trata solo de las bandas que se ven, sino de cómo se ven, una experiencia de música en vivo, por lo menos, infrecuente. Sodom, por ejemplo, tocó en Buenos Aires a mediados de 2023 en el Teatro Flores, en un evento de tickets agotados, para casi 3 mil personas. En 70000 Tons of Metal, el espacio sobra. La calidad de sonido y la comodidad son notables. Después de todo, es un crucero en el Caribe. Nadie se agolpa ni le bloquea la vista al otro, funciona una suerte de código de civilidad. Tampoco hay barro, o distancias agotadoras entre escenario y escenario, como en la mayoría de los festivales del mundo. Y si uno se cansa, se va a su camarote, o a comer. Se sirve comida todo el tiempo. Hay gente que deambula por los restaurants, que vive básicamente en las barras de alcohol.
Los músicos están allí todo el tiempo, circulan, se divierten con quien les saque charla. Fabio Leone, cantante de Angra, ex Rhapsody, fuma en el casino y agradece la atención de sus seguidores.
La escala en Puerto Plata es un tanto bizarra. Hay una suerte de resort allí, junto al muelle donde llegan los cruceros, para que los turistas compren souvenirs, mimen a un guacamayo o gasten en cerveza y tragos alrededor de una pileta. El DJ del lugar entiende al público. Suenan Pantera, Slayer, metal. Pero de un momento a otro, la música se corta de cuajo. Una voz anuncia a “las mujeres latinas”. Aparecen cinco bailarinas que realizan una coreografía de perreos, musicalizada con reggeatón, o algo parecido al reggaetón. A casi nadie le interesa. Vuelve el metal. Jonas Renkse, voz de Katatonia, uno de los referentes del metal depresivo, llega al lugar en chupines negros y borceguíes.
Uno creería, por otra parte, que en un festival de metal todo tiene la gravedad propia del género. Pero, en 70000 Tons of Metal, el ridículo es parte central de la experiencia. No es una situación de intermedios. Los metaleros se expresan como el heavy metal mismo, que casi siempre es absoluto en todo lo que dice y a la vez inabarcable.
Hay gente que se viste de metal, con cintos de balas. Otra gente se disfraza: del payaso Pennywise de It, de enfermera hot, de ananá humana o de parca de la Muerte, de langostino. Hay gente que te golpea a traición en la cabeza con un pene de goma de 30 centímetros de largo. Si te pasa, no te ofendas. Es un lugar para ser ridículo. Nanowar of Steel, de Italia, se convirtió en una atracción inesperada, una banda de metal en chiste con un humor preadolescente realmente hábil. Su show en la cubierta superior comenzó con un solo de pedos que fue aplaudido.
Lo que realmente importa
El Star Lounge, un living típico de crucero donde cantaría un imitador de Frank Sinatra, es donde está la verdadera acción. Allí, Avulsed y Pentagram dieron testimonio de su lealtad al género. Anton Reisenegger, cantante y guitarrista de Pentagram, fue un miembro fundacional para el heavy en Sudamérica casi tan importante como Max Cavalera de Sepultura a mediados de los 80s. Los demos de Pentagram fueron escuchados con atención por el underground de su época. Esa música sonó igual de desgarradora casi 40 años después.
También fue el momento para Crypta, una banda de cuatro mujeres de Brasil. Hacen death metal. Y lo hacen particularmente bien. El show que dieron en el Star Lounge es propio de una banda que tiene lo que se necesita para romper y dar un salto, con una performance intensa, agitadora. Su estilo, muy brasileño, es crudo, pero lo suficientemente cocido para el paladar del público heavy en general, que, paradójicamente, no tolera cosas demasiado abrasivas. Tener éxito en el metal es una cosa caprichosa. Pero se necesita música y la actitud para ejecutarla. Crypta tiene con qué.
Fernanda Lira, cantante y bajista, que tomó el ejemplo de Sepultura de cómo hacer metal en el Tercer Mundo, dice que no lo planea, que no hay plan. Tampoco hay formato. “Solo tiene que ser death metal”, dice, en otra suite de Royal Caribbean. El heavy metal, por otra parte, tiene una historia riquísima de mujeres en el género, el crucero lo demuestra. Pero, para Fernanda, esa pared sigue allí.
“Piensan que las mujeres no tocamos porque nos peleamos, porque nos vino el período. Pero la presión es inmensa para nosotros, para ser perfectas, hay presión sobre cómo debemos vernos, cómo movernos. Debemos complacer a las chicas y a los chicos. Nos exigen ser lindas. Es un ambiente demandante, terrible. Yo toco porque vi a tantas mujeres tocar antes que yo. Si sos una chica y nos estás leyendo, no dejes de tocar”, asegura. “Y todavía somos blanco de las peores críticas. El ambiente es mejor que cuando empecé. Todavía tengo que lidiar con que alguien se saque una foto conmigo y ‘accidentalmente’ me toque una teta. A Kerry King de Slayer no le tocás una teta”.
La sensación de volver a tierra es un poco desoladora, el final de un Disneyworld para adultos del metal. Poco después de regresar a Miami, 70000 Tons of Metal anunció su próximo crucero para 2025. La escala es Ocho Ríos, Jamaica.
Fotos y video: Federico Fahsbender