Opinión – Pergamino 7 de abril de 1995: lo que el agua se llevó, lo que los Gobiernos no trajeron

Fue una catástrofe. El 7 de abril de 1995, Pergamino vivió su peor inundación. Más de 300 milímetros en menos de 3 horas, mientras dormíamos, desbordaron el arroyo y convirtieron en una buena parte de la ciudad en una enorme laguna. Las calles desaparecieron, el agua avanzó y miles de familias lo perdieron todo. Pero también fue el día en que Pergamino mostró de qué estaba hecho su pueblo.
El gobierno municipal con su intendente Alcides Sequeiro a la cabeza, aunque limitado en recursos por la magnitud del evento, estuvo presente. Funcionarios, empleados y concejales pusieron el cuerpo: asistieron evacuados, consiguieron recursos, coordinaron con Provincia y Nación, y abrieron cada espacio público disponible para recibir a quienes no tenían dónde dormir.
LT 35 Radio Mon fue el corazón de la ciudad durante esos aciagos días. Transmitía en vivo pedidos de ayuda, ubicaba familiares y mantenía informada a una comunidad que se aferraba al transistor como a un salvavidas. Prestó un servicio ejemplar y en tiempo real, cuando no existían redes sociales y muy pocos celulares.
Al padre “Mingo” Pissone, entonces al frente de Cáritas Pergamino, se le asignó la responsabilidad de implementar un transparente sistema de recepción, clasificación y distribución de ayuda, con voluntarios que trabajaron día y noche, sin pausa y sin ruido. Su trabajo ejemplar sostuvo la paz social.
Los Bomberos Voluntarios dieron una verdadera lección de coraje. Rescataron vecinos atrapados en techos, evacuaron a enfermos, abrieron camino en calles que ya no existían. No se detuvieron. En medio de esa entrega total, la ciudad perdió a uno de ellos, Fernando Tomás Esquivel, caído en acto de servicio. Y junto a él fallecieron Claudio Herro, Matías Rodriguez, Faustina Masciotta y Oscar Scollo. No hay estadísticas cuando se trata de vidas. Hay ausencias.
Aprendimos sin manual. No había protocolo ni redes sociales. Sólo compromiso y decisión.
Pero también aprendimos otra cosa: que la solidaridad no alcanza. Que después del abrazo, hace falta la obra. Que no hay comunidad que resista indefinidamente si los Gobiernos no invierten donde deben: en obras públicas, en prevención, en infraestructura hidráulica, en planificación urbana real y no electoral. El aplauso al vecino solidario no puede tapar la obligación de que el agua no vuelva a entrar.
Cuando el agua baja, lo que queda —además de la comunidad— es la pregunta evidente: ¿y las obras definitivas, para cuándo?

Redacción: Marcelo Pacifico
Abogado
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Marcelo Pacifico