Los huracanes tienen un lugar asegurado en la política norteamericana. La temporada de ciclones y tormentas tropicales empieza en junio y se diluye en noviembre y, cada dos años, se solapa por completo con la campaña para el Congreso o para la Casa Blanca.
Los dos más letales del último siglo, Katrina y María, perdonaron en cierta forma a George W. Bush y a Donald Trump. Uno destruyó Nueva Orleans, en 2005, y el otro, el territorio norteamericano de Puerto Rico, en 2017; pero ambos lo hicieron en años no electorales.
Sandy, en cambio, avanzó con su furia sobre la costa atlántica una semana antes de los comicios en los que Barack Obama buscaba su reelección, en 2012. Paralizó Nueva York y Nueva Jersey y dejó destrozos milmillonarios y unos 60 muertos.
La Casa Blanca, a través de la agencia de manejo de desastres, movilizó todos sus recursos para evitar que la supertormenta devastara la región, un esfuerzo que le ayudó a minimizar el impacto político de la destrucción sobre la reelección de Obama. Nueva York y Nueva Jersey, por otro lado, son estados sólidamente demócratas, lo que le permitió al entonces presidente adjudicárselos (y con ellos, los delegados en el Colegio Electoral) incluso si el huracán pudo haberle restado algunos votos.
Carolina del Norte y Georgia hoy no tienen dueño político. Son, a diferencia de Nueva York o Nueva Jersey, estados indecisos y oscilan entre demócratas y republicanos. En ambos, Trump aventaja a Kamala Harris por apenas un punto, según la mayoría de los promedios de sondeos. Esta semana Florida se preparó para la llegada de Milton como no pudieron hacerlo Carolina del Norte y Georgia ante la irrupción de Helene a fines de septiembre pasado. El resultado fue devastador: pueblos enteros inundados, más de 230 muertos y decenas de desaparecidos.
En la campaña electoral más cerrada del siglo XXI, Helene amenaza entonces con convertirse en el huracán más político e influyente de la historia norteamericana. Con solo condicionar algunos miles de los siete millones de votantes registrados de cada estado, el ciclón puede inclinar el resultado hacia Harris o hacia Trump.
Aunque sea por décimas, una victoria es una victoria y el o la ganadora se llevará los delegados de esos estados en el Colegio Electoral, órgano que elige al presidente. ¿A cuál de los dos favorecerá? ¿Será a Trump, que, siempre oportunista, construyó un relato de noticias falsas sobre la supuesta impericia y ausencia del gobierno de Biden para socorrer a ambos estados? ¿O será a Harris, que apeló a la destrucción del huracán para alertar sobre el avance del cambio climático?
Los sondeos aún no registran un impacto definido del huracán, pero sí muestran a Trump cerrando la corta distancia que Harris le llevaba en la mayoría de los siete estados decisivos, Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada. En los promedios de sondeos sobre el voto popular, la vicepresidenta le lleva entre 1,8 (RealClearPolling) y 2,9 puntos porcentuales (Nate Silver y The Financial Times) al exmandatario. Pero en los estados decisivos, la paridad es casi perfecta y la llave de la Casa Blanca está exactamente allí.
Faltan tres semanas para las elecciones y los republicanos se entusiasman con el lento avance de Trump. Entre los demócratas, la sensación es antagónica; la ansiedad empieza a instalarse, a pesar de la ventaja en el voto popular y de que Kamala recaudó un récord de 1000 millones de dólares en apenas dos meses, 150 millones más de lo que Trump juntó en todo 2024.
La ansiedad demócrata tiene antecedentes y justificación. En las últimas dos elecciones, sin excepción alguna, los sondeos subestimaron a Trump y a su voto oculto tanto en el sufragio popular nacional como en los estados clave. En 2016, incluso, ese fenómeno llevó a Trump sorpresivamente a la Casa Blanca. De ocurrir lo mismo en 2024, la derrota demócrata sería abrumadora. ¿Es ese el escenario que definirá al 5 de noviembre? ¿O los sondeos fueron corregidos y Harris se encamina a ser la primera presidenta de Estados Unidos?
1. Ante todo, la tendencia
A medida que se acerca el martes 5, la pregunta que ni los propios encuestadores se atreven a responder es si sus sondeos son acertados, o al menos más acertados que en 2016 y 2020. En estos ocho años, ellos corrigieron sus metodologías para incluir variables más representativas de los votantes ocultos de Trump, como los norteamericanos de menor educación, por ejemplo. Pero no están seguros de si los números de sus sondeos son confiables por completo; por eso aconsejan concentrarse en las tendencias de la intención de voto. Y esas, hoy, favorecen a Trump.
En 2016 y 2020, el expresidente llegó al día de la elección con una significativa desventaja en los promedios de sondeos generales y en los estados decisivos. Hillary Clinton le llevaba cuatro puntos de distancia, según el promedio de sondeos de fivethirtyeight, mientras que Biden le sacaba 8,4 puntos porcentuales. Los resultados de esas elecciones determinaron que Clinton ganó por 2,1 puntos, mientras que Biden triunfó con una diferencia de 4,5 puntos.
En ambas campañas, las señales de Trump movilizaba más seguidores de los que los sondeos estimaban se insinuaban precisamente en la tendencia. En la segunda semana de octubre de 2016, empezó a subir mientras que Clinton se estancó. La contienda de 2020 fue un espejo; pasada la mitad de octubre, Trump comenzó un ascenso marcado al tiempo que Biden bajó unas décimas. ¿Por qué esa tendencia de Trump se cristaliza en las últimas semanas de octubre? Porque es cuando los votantes menos politizados y menos comprometidos empiezan a interesarse por la campaña y a definir su sufragio. En ambas elecciones, ese grupo se decantó por el magnate.
La tendencia en un 2024 de polarización total es más milimétrica, pero está. Sin excepción, un repaso de todos los promedios de sondeos muestra que Harris llegó a su máxima intención de voto a mediados de septiembre, impulsada por su sólido desempeño en el debate. A partir de allí, descendió, muy poco, pero descendió. Trump en cambio empezó a recuperar voluntades.
Ese recorrido es más marcado y evidente en los promedios de sondeos de los siete estados decisivos, incluso en aquellos en los que Harris retiene la ventaja. El promedio del gurú de los pronósticos electorales Nate Silver muestra que, en la última semana, Trump creció decimalmente en todos menos en Georgia.
2. Del Cinturón del Óxido al Cinturón del Sol
La caída más inquietante para Harris es la del Cinturón del Óxido, los estados que alguna vez fueron el corazón industrial de Estados Unidos y hoy, en un mundo de cadenas de suministros globalizada, intentan reinventarse para sobrevivir. El camino más directo a la Casa Blanca para Harris es retener esos tres estados, Michigan, Wisconsin y Pensilvania, que le allanaron la ruta a la presidencia a Biden.
Pero el recorrido de la vicepresidenta en esos estados hoy parece descendente. En Michigan pasó de una ventaja de 2,7 puntos después del debate a una de 0,7 puntos hoy, según registra el promedio de sondeos de fivethirtyeight. Esa trayectoria se repite en Wisconsin, donde la exsenadora lideraba con 2,8 puntos a mediados de septiembre y hoy apenas lo hace con 0,6 puntos. Tres sondeos publicados esta semana –The New York Times/Sienna, Reuters/Ipsos y The Wall Street Journal– desentrañan las razones de esa curva descendente: los norteamericanos confían más en la gestión de la economía y de la inflación de Trump.
Pese a una semana adversa, Harris tiene motivos para ilusionarse. El sondeo de The New York Times/Sienna, el más confiable y respetado según todos los ránkings de encuestadoras, le otorgó hace unos días cuatro puntos de ventaja sobre Trump en el más determinante entre los estados determinante, Pensilvania.
Con esa ventaja consolidada, Harris solo debería tratar de mantener en la recta final su diferencia en Michigan y Wisconsin para transformarse en presidenta.
De ser acertados los sondeos de este ciclo electoral, el retorno de Trump a la Casa Blanca parece más difícil así como está. El expresidente encabeza los promedios de sondeos en solo tres de los siete estados decisivos, Arizona, Carolina del Norte y Georgia, en el Cinturón del Sol.
Su ventaja es marginal, solo un punto, pero incluso si fuera más sólida Trump no accedería a la presidencia. Con los delegados de esos tres estados más los de los estados históricamente republicanos sumaría 268 de los 538 representantes en el Colegio Electoral. El ganador o ganadora necesita 270, la mitad del colegio; es decir que el ex mandatario precisa otro estado más. El Cinturón del Sol, donde se muestra fuerte, no le alcanza.
¿Tendrá en las últimas semanas de campaña la potencia para cruzar los límites del Cinturón del Óxido? Desde agosto, cuando Harris lo superó en los sondeos de voto popular y de los estados del cinturón del óxido, el empresario se acercó cíclicamente a su rival, pero luego se alejó y nunca pudo superarla. Eso es también una tendencia, y esta vez favorece a los demócratas.
3. Los votantes rebeldes
A Harris no le será fácil retener su ventaja y tampoco lo será para Trump revertirla. A ambos les cuesta superar las trabas que ahuyentan a grupos esenciales de las bases electorales que le permitieron a la fórmula Biden-Harris ganar en 2020 y a Trump, en 2016.
A la vicepresidenta le cuesta articular una política económica sustanciosa y diferenciada de la de Biden, que les permita a los norteamericanos ilusionarse con que los alentadores números de la economía de ese país se traducirán pronto en heladeras más llenas, cuentas con dinero a fin de mes, autos y casas accesibles. Allí, en parte, está explicación de por qué los demócratas ven alejarse a dos grupos tradicionalmente fieles, los hombres jóvenes negros e hispanos, un fenómeno reflejado la semana por varios sondeos.
Trump tiene sus propios problemas. Sus asesores van en una dirección y él, en otra, la de la campaña del insulto y la denigración contra Harris. La campaña del miedo y el agravio personal contra la vicepresidenta consolida a los seguidores más radicales del empresario pero espanta a dos grupos que necesita sí o sí para ganar, las mujeres y los republicanos más moderados.
El riesgo para ambos candidatos no es que esos votantes se inclinen por el otro, sino que simplemente no sufraguen.
A los dos les queda tres semanas para atraer a los indecisos. Tampoco será fácil, ellos no son tantos. De acuerdo con un estudio del Centro Pew de la semana pasada, el 82% de los norteamericanos ya está seguro de a quién votará. Del resto, 8% es “persuadible” y el resto elegirá a un tercer candidato o directamente no sufragará.
En apenas dos meses y medio, la campaña 2024 ya tuvo dos atentados contra uno de los candidatos, un postulante que renunció y le dejó el lugar a su compañera de fórmula y dos huracanes de alto impacto humano, económico y político.
Aun cuando las ventajas sean o milimétricas o inexistentes, cualquier sorpresa puede cambiar el rumbo de las elecciones del cinco de noviembre. Y, en esta contienda, tres semanas parecen una vida.