Más que la semblanza sobre la resiliencia de Irene Olazo Mariné, “Te soñé Libre” es la otra realidad de la tortura en Venezuela, es la cruda verdad de lo que durante años han vivido los familiares de los presos políticos; es la historia de sus lágrimas, sus miedos, las amenazas, el chantaje, la violación a sus derechos humanos y al debido proceso. Este libro también es parte de lo que ha vivido el capitán (GNB) Juan Carlos Caguaripano Scott, uno de los presos políticos más relevantes, desde su lucha contra la guerrilla y el narcotráfico hasta el asalto al Fuerte Paramacay.
Se entreteje la vida de una chica criada para ser la princesa que rescate el príncipe azul, como en los cuentos infantiles, pero lo que llegó fue un hombre vestido de verde, con sentido de pertenencia a la Fuerza Armada de Venezuela, trayendo consigo un hogar que se quedó a medias mientras los cuerpos de inteligencia lo persiguieron a él y a su familia.
Aun así, es también la relación de amor que llevó al nacimiento de una pequeña, que hoy tiene 10 años y que huyó en los brazos de su mamá hace seis años. Olazo acerca la lupa hasta el hombre al que amó, al que defendió aún cuando hacía años él se fue a la clandestinidad y ella no pudo seguirlo sin arriesgar a su hija.
Hay episodios que, si bien describen a un Juan Carlos Caguaripano casi heroico, tierno y fuerte, también lo muestran con errores brutalmente humanos. Uno de esos momentos es después del tormentoso y arriesgado parto. “Juan se acercó con la niña en brazos. Me dijo: ‘Salió muy blanca, pero, aunque no sea mi hija, ya la quiero como si fuera mía’. Quería matarlo, después de todo el trabajo de parto, ¿acaso no sabía que todos los zamuros nacen blancos? Jajaja”.
En todo el relato hay episodios que revelan a una mujer que estuvo profundamente enamorada de su esposo, a quien admira y realza por su lucha contra el régimen venezolano. Lo difícil que fue, como militar activo, la relación con sus superiores. “Cada vez que intentaba exponer los lazos entre la guerrilla colombiana y el narcotráfico en su territorio, encontraba resistencia. Le ordenaban mantenerse al margen, ignorar lo evidente”.
Pero Juan Carlos “coordinó investigaciones clandestinas, desenterró y destruyó campamentos guerrilleros y destruyó pistas de aterrizaje utilizadas para el contrabando de drogas. Cada paso lo acercaba más al peligro, pero también a la verdad. Fotografías, testimonios, pruebas contundentes. Demostraba que el gobierno venezolano permitía, e incluso protegía, a los grupos armados irregulares que operaban en su suelo”.
La separación cuando estaban en el Amazonas y aquella noche, que Irene describe oscura y amenazante, “el tono de la voz de Juan al teléfono me hizo estremecer”. “‘Busca un lugar seguro en la casa, mantente al ras del piso’. Las armas de guerra rugían con ferocidad, acercándose peligrosamente a nuestra casa. Cada disparo era una puñalada en la oscuridad, un presagio de violencia inminente. ¿Quiénes eran nuestros enemigos invisibles, acechando en las sombras? Eran grupos guerrilleros”.
¿La esposa del héroe?
Se casaron a escondidas, como adolescentes, hasta que meses después se lo confiaron a sus familias. “Mi mamá se sorprendió mucho, el papá de Juan Carlos sintió un gran dolor al no tener la confianza para saber que su hijo se iba a casar. Mi papá se enojó al punto de decirle que sería responsable de lo que a mí me pasara, ya que conocía su situación política dentro de las Fuerzas Armadas y no quería que le entregaran a su hija en una bolsa negra por culpa de sus decisiones”, la excepción fue su suegra Carmen Cecilia.
No, no fue nada fácil para Irene Olazo huir de Venezuela, luego del secuestro por parte de funcionarios al servicio del régimen. Huyó por la frontera sin despedirse de sus padres; relata paso a paso cómo logró triunfar en esa hazaña, aunque estaba muy vigilada. Dejó su teléfono en la casa para que no la rastrearan. Así saltó del suelo venezolano hacia Colombia y luego hacia Costa Rica.
En el apartamento donde logró alquilar “el piso de madera estaba infestado de pulgas. Desesperada, veía cómo saltaban sobre mi hija cuando se acostaba en su cama y dormía, las vi caminando por su rostro. Le notifiqué al arrendador sobre la plaga, pero solo me dio un bote de aerosol y no asumió más responsabilidad. Mi desesperación era enorme, pero no quería mostrar debilidad a nadie”, dice destacando que en esos días un familiar de su esposo le escribió: “Me imagino que te sobra ayuda por ser la esposa de un héroe”.
Aquí, en “Te Soñé Libre” está la razón que llevó al capitán Caguaripano Scott a conspirar y cómo fue. “Me confesó que, junto a un grupo de compañeros, estaba en la búsqueda de soluciones para restaurar el hilo constitucional en Venezuela”.
“Cada día era una batalla por la libertad, una lucha por un futuro más justo y esperanzador. Y en medio de la oscuridad, Juan y sus compañeros se alzaban como faros de esperanza”, pero luego de una reunión en Fuerte Tiuna “notó un ambiente tenso y decidió marcharse”. La mayoría de los asistentes a esa reunión fueron detenidos e investigados por oponerse al gobierno. “Juan me llamó y me dijo que las cosas estaban extrañas y que cortaría todo contacto con nosotras por seguridad”.
De ahí en adelante vino la vigilancia de los cuerpos de seguridad sobre Irene y su hija, así como otros miembros de la familia; los allanamientos, la presión y la amenaza. “Pronto se acercaron y me preguntaron por la dirección que buscaban. Por su forma de hablar, supe de inmediato que eran militares. Les pedí que se identificaran. Resultaron ser el Coronel Edgar García, Jefe de Operaciones del CONAS (Comando Antiextorsión y Secuestro) y un teniente, de donde Juan Carlos estaba asignado”.
Asalto al Paramacay
El 1 de abril de 2014 “a primera hora de la mañana, nos vimos rodeados de patrullas de la División de Contrainteligencia Militar (DGCIM). Tocaron el timbre y me mostraron una orden de allanamiento, por lo que tuve que informar a mi familia que los funcionarios iban a ingresar a la vivienda. Fue un momento muy incómodo porque los funcionarios vestían de negro, con pasamontañas”. “Día tras día, la vigilancia se mantenía, y uno vivía con el temor de salir a las calles. Recibí varias amenazas por teléfono, en las que me advertían de hacerme daño a mí o a mi hija si mi esposo no aparecía”, incluso intentaron, el 13 de abril, llevarse a la bebé,
“El 28 de abril, me reuní con la directora de protección integral de la familia del Ministerio Público, Semiarimis Valor Cortés. Durante la conversación, la fiscal leyó el expediente de una manera muy poco profesional, me preguntó por qué no me iba del país si creía que mi hija corría riesgo”.
“El 21 de octubre recibí una comunicación de la defensoría delegada del área metropolitana de Caracas. Después de eso, nunca más fui contactada por ninguna institución del Estado venezolano por este caso”.
Durante meses y años, Caguaripano nunca hizo contacto directo, “desapareció incluso del radar de la familia. Como mujer, experimentar ese abandono, aunque fuera sin intención, fue devastador”.
“De manera sorprendente, en la transcripción de un acta de ascenso de Juan Carlos, aseguraban que no se le ascendía porque, en una entrevista, había mencionado ser amigo del capitán Javier Nieto Quintero, hermano del Capitán Juan Carlos Nieto Quintero, quien había sido detenido con él en 2009 y mantenidos en el DIM. Javier ya estaba en el exilio, pero su hermano seguía activo hasta esa fecha”.
Olazo relata cómo aquella noche del 5 de agosto de 2017, recibe un mensaje de voz de Juan Carlos. “Dado que nuestro contacto era casi nulo, este mensaje me desconcertó”, más aún porque le advierte que si algo ocurre busque a su amigo Luis. Ocurrió el asalto al Fuerte Paramacay y en el libro se narra todo lo que lo precedió, el video público, el robo de las armas y la Operación David.
Describe paso a paso cómo la ayudó su amigo el Dr. Luis Argenis Vielma y evitó que los funcionarios policiales las capturaran, a ella y a su hija, como rehenes, aún cuando la Policía estuvo cerca de detenerlas. “La cónsul de Costa Rica nunca nos abrió las puertas del consulado, se quedó haciendo diligencias, decía ella”.
Cinco días después de la toma del Fuerte Paramacay son detenidos el capitán Caguaripano y el Teniente Jefferson García. Olazo cuenta la traición de un coronel en el exilio.
“En cuestión de horas, ya estaba en varios medios de comunicación dando declaraciones, exigiendo que se respetaran sus derechos humanos. Estaba aterrada porque conocía de primera fuente lo que ellos eran capaces de hacer, porque cada vez que mi amigo Juan Nieto Quintero me contaba lo que le pasó, era aterrador”.
Ella va a los medios de comunicación para denunciar, se presenta a la sede de la Dirección de Contrainteligencia Militar (DGCIM) y a la Policía de Sucre. A las 48 horas, recibe una llamada de Caguaripano, diciendo que estaba bien, pero no le creyó. “Pero su intención era solicitar ciertos datos que le estaban pidiendo. Le pedí que me dijera dónde estaba y quiénes lo tenían secuestrado. Le quitaron el teléfono y me dijeron que no preguntara y colgaron”.
La tortura
Fue varias veces a hablar con el defensor público militar, quien “me indicó que Juan Carlos fue presentado en tribunales en unas condiciones terribles casi desfigurado. No podía ni caminar, estaba ensangrentado, golpeado, casi no podía ni hablar. Al verlo, no podía creer el descaro que habían tenido de torturarlo antes incluso de presentarlo en tribunales”.
“Cuando Juan Carlos tomó la palabra en su presentación, se bajó los pantalones y les mostró a todos los presentes la condición de sus testículos. Se los habían desprendido en las torturas que había sufrido, pero no solo se los desprendieron, sino que además lo llevaron a que una doctora de un comando lo suturara en la parte de atrás de un vehículo, sin anestesia, peor que a un animal”.
Es un relato terrible y conmovedor que dibuja la praxis de la tortura impuesta por el régimen venezolano. Junto con Mariela Hernández quien vivía fuera del país, solicitaron medidas cautelares ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que lograron en menos de 2 meses y aún está vigente.
La copia simple del examen médico forense es descrita en el libro de manera íntegra.
Cuando por fin en el Servicio Bolivariano de Inteligencia le permiten a Irene y a su suegra que vean al capitán como fe de vida, “Juan Carlos salió por una puerta. Caminaba erguido, mostrando una fortaleza y entereza como nadie, pero era obvio que lo hacía con dolor. A pesar de haber pasado 40 días, aún tenía evidentes lesiones en su cuerpo”.
“Se veía muy delgado y aún tenía una cicatriz en la mejilla, la misma que con maquillaje intentaron ocultar cuando me mostraron la fotografía. Se le veían marcas muy pronunciadas en las muñecas, con formación de queloides, y tenía otras cicatrices y marcas en las piernas producto de los golpes y torturas recibidas”.
“Él me dijo que no esperaba verme allí, que no pensó que yo me iba a arriesgar tanto para llegar a donde él estaba. Supo de cierta forma todo lo que estaba haciendo para no dejarlo abandonado. A lo que le dije: ‘No estás solo ni lo estarás jamás, vas a contar conmigo el resto de tu vida’. Y aunque la distancia haya acabado con ese amor pasional, ese amor fraternal jamás iba a desaparecer”.
El secuestro
Cuando ocurrió la masacre del Junquito, donde fue asesinado el piloto Oscar Pérez y sus compañeros, Olazo se acerca con la hija del General Baduel a la morgue, autoridades policiales las retienen y finalmente liberan a Margaret Baduel pero secuestran a la esposa de Caguaripano, la encapuchan, la llevan en un taxi, la golpean y luego la dejan en medio de una vía iluminada. De eso Olazo hizo por escrito un relato para Juan Carlos.
Cuando ella va al Sebin a visitar a su esposo, él le murmura “No sé cómo no te dejaron presa o no te mataron”, y le pide “necesito que agarres a la niña y te vayas de Venezuela. La próxima no la vas a contar”.
Así, ella planifica la salida y la de su hija, y más aún cómo sacar la información y documentos importantes. Ya en Costa Rica “comencé a trabajar en una denuncia formal ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”, que formalizó el 19 de abril de 2018.
La hija de Irene y Caguaripano tiene hoy 10 años, está dedicada a la música y ha sobresalido en algunos eventos, mientras lucha contra los prejuicios de quienes no quieren saber por qué está preso su padre. Olazo participó, en el 2002, en la realización del documental “Pasos Invisibles por Latinoamérica”, que trata sobre la migración a partir de varios casos reales. Es una defensora de Derechos Humanos por lo que fue invitada por la CIDH a la audiencia pública para representar a una víctima: el padre de su hija”.
Irene sigue viviendo con su hija en Costa Rica tratando de convalidar su título de Fisioterapeuta, encontrando en la escritura una manera de demostrar que ante la adversidad nunca deja de luchar. “Si quieren el libro, está en Amazon, o contacten conmigo al email: olazomarine@gmail.com Tel: +506 7185-4897″, dice en la conversación con Infobae.