Fui, vi y escribí: Quién soy, quién es, quiénes somos

Fui, vi y escribí Noire et Blanche, de Man Ray (1926) 1920
«Noire et Blanche», de Man Ray (1926).

Hola, ahí.

Hace un tiempito vengo manejando una nueva obsesión. Me gustaría decir que tiene que ver con la tecnología —porque ocurre en las redes— pero no, claro que no. Es puro morbo.

El algoritmo detectó enseguida mi curiosidad malsana al borde de la perversión y me bombardea con videos de mujeres que muestran su antes y su después. Jovencitas y adultas mayores que pesaban 350 kilos y luego, gracias al esfuerzo, la tenacidad y seguramente la boca cerrada, consiguieron bajar a 55 en un par de meses y sin dejar de esculpir su cuerpo en el gimnasio. Parecen otras, claro.

Todo el tiempo me pregunto quiénes son realmente, si las obesas mórbidas o las bombas esculturales. ¿Dónde se sienten más ellas? ¿Son la misma persona cuando se ven en el espejo? ¿Son las mismas cuando las miran con lástima o con asco o directamente no las miran que cuando su presencia despierta deseo, admiración o sorpresa?

Antes de que me adviertan que estoy cayendo en la trampa, no importa si lo que se ve en esos videos son personas reales o son efectos de IA, para el caso da igual ya que a lo largo de mi vida conocí mujeres que alteraron de manera dramática su figura y siempre me hice la misma pregunta: ¿seguían siendo ellas después de la transformación o esos cambios físicos fenomenales alteraban también su identidad?

Fui, vi y escribí El doble secreto, de René Magritte
«El doble secreto», de René Magritte.

Señas de identidad

Busco en el diccionario de la RAE, con el que me peleo seguido pero al que acudo como si fuera a llamar la directora de la escuela, la que tiene autoridad para dirimir un conflicto.

Ahí leo, entre otras definiciones, que identidad es:

Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.

Conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás.

Entro a Google y me agoto antes de empezar a leer en cuanto advierto la cantidad de psicólogos y cientistas sociales que trataron y aún tratan el tema de la identidad y que además acuñaron sus propias reglas para definir ese conjunto de ideas y hechos que determinan quiénes somos.

La identidad es lo que dice quién soy; es algo que viene con uno pero también es una construcción, concluyo.

Hace algunos meses escribí en uno de estos envíos a propósito de historias reales y de ficción de mujeres que habían vivido como varones. Impostoras del género que necesitaron travestirse para poder combatir, amar por fuera de las convenciones, trabajar sin acoso de los hombres o estudiar. Me seducen esas vidas colmadas de secretos y a la vez me llenan de preguntas porque me cuesta imaginar cómo puede alguien ocultar cuestiones tan esenciales durante toda una vida o durante, al menos, gran parte de su vida.

La muerte y las mascaras - James Ensor
«La muerte y las máscaras», de James Ensor.

De chica me alucinaba una canción heredada del romancero español que nos cantaba mi mamá y que también cantábamos solas con mi hermana, mientras hacíamos juegos de palmas, esa actividad con la que procurábamos no aburrirnos de chicas, mientras no había nada para hacer (¿Te acordás que antes muchas veces no había nada para hacer? ¿En qué momento decidimos que siempre tenemos que estar haciendo algo útil?)

Le mando un mensaje a mi hermana, para ver si recuerda la canción. Me responde que sí. Le pregunto si recuerda a mamá cantándola. Me dice que espere un segundo, que necesita cerrar los ojos para recordar eso. Cuando vuelve de ese ejercicio, me pregunta si quiero que me la cante, dice que la recuerda completa. Le digo que sí, así tomo nota de la letra.

Escucho su audio y la que cierra los ojos soy yo. Vuelvo entonces a estar en el auto verde, en un viaje largo, con mi viejo al volante y mi mamá con sus anteojos de sol oscuros y enormes. Mariana y yo nos aburrimos atrás y entonces arrancamos palma contra palma cruzada, una, dos, triple aplauso de cuatro manos y música.

El tiempo pasa y ella sigue siendo mi memoria externa. Lo que me falta de nuestro pasado lo conserva ella. Ella también es mi identidad.

Fui, vi y escribí Masks 1911 Emil Nolde
«Máscaras», de Emil Nolde (1911).

La canción es famosísima y, si sos muy joven para recordarla, tal vez la escuchaste en Las malas intenciones, una película preciosa de la peruana Rosario María Montero.

Dice así (con ligeras variaciones según los países y las generaciones).

Estaba la Catalina

sentada bajo un laurel

mirando la frescura

de las aguas al caer.

De pronto pasó un soldado

y lo hizo detener.

Deténgase usted soldado

que una pregunta le quiero hacer.

¿Usted no ha visto a mi marido

en la guerra alguna vez?

No señora, no lo he visto

ni tampoco sé quién es.

Mi marido es alto y rubio

y buen mozo como usted

y en la punta del sombrero

lleva escrito algo en francés.

Por las señas que me ha dado

su marido muerto es

y me ha dejado encargado

que me case con usted.

Eso sí que no lo hago.

Eso sí que no lo haré.

Siete años he esperadoy otros siete esperaré.

Si a los catorce no vuelve, a un convento yo me iré.

Y a mis dos hijos varones a la patria entregaré.

Y a mis dos hijas mujeres conmigo las llevaré.

Calla, calla Catalina

calla, calla de una vez,

que estás hablando con tu marido,

que no supiste reconocer.

El final siempre me resultó sorpresivo, emocionante. Lo que se ve ahí es el recurso retórico de la anagnórisis o reconocimiento; el reencuentro entre personas después de mucho tiempo de no verse o el descubrimiento de datos esenciales de un personaje que alteran por completo la dirección de la trama (en la tragedia griega, en Shakespeare, en los teleteatros, en Star Wars) y que sacuden de manera definitiva el mundo de quien es sorprendido con la revelación.

Fui, vi y escribí El regreso de Martin Guerre
Una imagen de «El regreso de Martin Guerre», con Gérard Depardieu y Nathalie Baye.

Pienso en estos reconocimientos o desconocimientos y me acuerdo de El regreso de Martin Guerre, una película hermosa de comienzos de los 80 con Gérard Depardieu (cuando solo disfrutábamos de sus actuaciones y no nos veíamos obligados a escuchar sus groserías vomitivas sobre el sexo y las mujeres) y Nathalie Baye. El argumento estaba basado en una historia real de la Edad Media, sobre un hombre al que creían muerto y un buen día regresaba a su casa, en el final de la Guerra de los Cien Años.

El recién llegado no se parece mucho al que se fue, aunque confunde a todos a partir del conocimiento que tiene de información personal y de detalles íntimos de la vida de Martin Guerre.

La esposa lo recibe y convive con él durante tres años. Sin embargo, hay dudas entre los vecinos: su personalidad es absolutamente opuesta a la que le conocían y hay otras señales que despiertan suspicacias, por lo cual lo denuncian y las autoridades lo llevan a juicio por usurpar la identidad de otro hombre. No te cuento más.

Lo mejor: el vínculo que establece con la esposa y que confirma que la identidad no solo es una construcción sino que también puede ser una forma de persuadir y un modo de convencerse. (Hubo una versión estadounidense mucho más flojita con Richard Gere).

Fui, vi y escribí Un padre extranjero de Eduardo Berti
«Un padre extranjero», de Eduardo Berti (Tusquets). La novela también tiene una edición de Impedimenta en algunos países.

Un judío inauténtico

Están quienes mienten para quedarse con lo que no es suyo (hay una enorme variedad de tramas criminales en las que la impostura juega un papel clave, como en el caso del asesino serial familiar que reconstruye Emmanuel Carrère en El adversario) y están aquellas personas que, por determinadas circunstancias, se ven obligadas a ocultar o a alterar información personal para preservar la vida. Por ejemplo, las personas que son perseguidas precisamente por su identidad.

Hace mucho tiempo tenía pendiente una lectura. Tengo pendientes millones de lecturas, pero en algunos casos soy absolutamente consciente de esa deuda. Tengo el libro a la vista, estoy a punto de tomarlo una, dos, cinco veces y no lo hago. Sé que va a interesarme pero la agenda se interpone y el libro sigue allí, esperando. Algo de esto te conté tiempo atrás, cuando te hablé de Miramar, la novela de Gloria Peirano.

Esta vez, mi deuda era con Un padre extranjero (Tusquets), la novela de Eduardo Berti publicada en 2016. Berti es un autor que me gusta mucho, tal vez porque fue un gran periodista cultural y siento que nunca olvida a los lectores cuando escribe. Tal vez porque es un lector desenfrenado y curioso que ama la literatura; alguien que entiende que la forma del relato y el trabajo con la lengua son tan importantes como aquello que se narra.

Lo cierto es que leer sus libros (hablo de Faster, de El país imaginado, La máquina de escribir caracteres chinos, Círculo de lectores o Una presencia ideal, por ejemplo) es para mí saber, desde antes de empezar a leer, que habrá una construcción elegante y un viaje sensible y delicado por una historia, un juego o una experiencia. Todo aquello que busco en la literatura.

La aparición de Un hijo extranjero (Híbrida), un libro breve en el que Berti continúa la investigación sobre su padre y sus silencios, fue un estímulo más. Las vacaciones suelen ser el espacio para las deudas literarias, de manera que esta vez me dispuse a leer ambos libros, uno detrás del otro. Pensé que habría en esa decisión una dosis extra de placer lector: no me equivoqué.

Eduardo Berti
Eduardo Berti es un escritor argentino radicado en Francia.

Un padre extranjero es un trabajo de memoria y tejido de, al menos, tres historias. Hay un ida y vuelta con los tiempos, los escenarios y las paternidades. Hay vidas y hay literatura. La novela es un juego de espejos y relatos.

Aquí, algunas de las pistas.

1- Un narrador cuenta la historia de su padre rumano, un extranjero que huyó de su país y de su continente en guerra y, luego de pasar por Francia, llegó a la Argentina a los 22 años. Así como su padre se quedó a vivir en la Argentina, el narrador, ya adulto, viaja a Francia y decide quedarse a vivir allí. En el caso de su padre, hay una lengua fantasma, una familia de origen difusa, una primera esposa ignorada y hay, sobre todo, un secreto clave, la verdadera razón por la que el padre huyó y por la que el hijo sabrá que el padre cambió el apellido. De modo que, luego de una vida como hijo que parecía ignorarlo todo, llegará la revelación y ese narrador sabrá que su padre era judío.

”Me pregunto cuándo le contó a mi madre esta historia por vez primera. Me pregunto cuándo le dijo que en verdad su apellido no era Berti”.

”Me tienta concluir que así funciona el exilio: que, a medida que pasa el tiempo, el país que a veces se extraña no es el que lo esperaría a uno, si uno decidiese volver, sino otro. Un país que no existe más o que existe únicamente atesorado en la memoria”.

”Cuando en julio de 1994 una bomba explotó en el centro de Buenos Aires, una bomba destinada a la mutual israelita, a la AMIA, y el atentado causó más víctimas que el ataque a la embajada de Israel en 1992, mi padre, muy conmovido, se puso a hacer esculturas, muchas de ellas alusivas, aunque no explícitamente, y recordé que antes de que yo naciera, mucho antes, cuando aún vivía en Europa, él había pasado horas frente a un espejo hasta completar una serie de cuatro o cinco cabezas que lo retrataban joven: en varias fotos de esos tiempos pueden verse aún las cabezas alineadas y, no sé por qué, todas negras”.

2- El mismo narrador está investigando un episodio biográfico del escritor polaco Joseph Conrad, él también un extranjero que cambió de tierra y de lengua y que, al hacerlo, reinventó también su identidad. El narrador (que en este caso se sobreimprime con la figura del autor) quiere escribir sobre la estadía de Conrad en Pent Farm, cerca de Londres, adonde llega algo enfermo con su esposa Jessie y su hijo Borys. Conrad está enfermo y también bloqueado: no consigue escribir. A unos kilómetros de allí, un hombre planea matarlo. Se trata de un alemán ofendido al sentirse aludido por Conrad en uno de sus cuentos, de modo que planea algo así como la venganza de un lector. En esta parte de la historia, el relato sobre esos días dolorosos de Conrad se cruzan y se mueven en paralelo con el viaje accidentado del propio narrador hacia Pent Farm.

”Hay algo de mi padre en cada hombre que llega a viejo”, cita Berti al Conrad de “Victory”.

Joseph Conrad
Joseph (Jozef) Conrad, el gran escritor polaco que escribió y vivió en inglés y que es uno de los protagonistas de «Un padre extranjero», de Berti.

3- El padre del narrador también había escrito una novela basada en su propia vida. Lo hizo luego de leer Agua, la primera novela de su hijo, en la que el protagonista cambia de apellido y de vida. El hijo creía que escribía ficción y, tal vez, lo que hacía al escribir era poner por escrito las dudas sobre el origen de su padre. Algo de aquella ficción fue, sin dudas, lo que impulsó al padre a escribir su propia versión de su vida. Aunque el hijo —el narrador, el autor — tenía resistencias para leer la novela de su padre, a su muerte se decide a rescatar ese libro.

”Me pregunto qué pasaba por la mente de mi padre cuando veía que mis mejores amigos eran casi todos judíos”.

Al contar la historia de su padre, cuenta su historia como hijo.

Al contar la historia de Conrad en Pent Farm, cuenta su historia como lector y como escritor.

Al reconstruir los seis cuadernos de El derumbe (así, con una sola r, como seguramente pronunciaba la palabra), la novela de su padre, reescribe la historia de un hombre que escapó de la muerte, abandonó su identidad al otro lado del Atlántico y eligió construirse una nueva. La novela quedó inconclusa.

Fui, vi y escribí Un hijo extranjero, de Eduardo Berti
En «Un hijo extranjero» (Híbrida) Eduardo Berti regresa a la ciudad rumana en la que nació su padre.

Continuidad de los libros

Un hijo extranjero es un libro menos complejo, escrito a partir de textos breves ilustrados con fotos en blanco y negro, un recurso que recuerda los libros de Sebald, cuyo fantasma sobrevuela el texto de Berti. El nuevo libro es un ejercicio delicioso, compuesto por postales, reflexiones y crónicas de viaje y puede leerse de manera independiente porque está concebido para eso ya que los hilos necesarios para comprender la historia familiar están tendidos.

Berti sigue tras las huellas de su padre. A partir de la publicación de Un padre extranjero, un amigo —judío— consiguió y le envió una copia del legajo con el que su padre solicitó en 1952 la ciudadanía argentina. Allí está toda la información que nunca había revelado, incluida la dirección de la casa en la que nació el hombre que cambió su identidad. Hacia allí, Galati, Rumania, parte el hijo extranjero.

Mientras viaja hacia su origen, o el origen de su padre, que para el caso es lo mismo, lee los diarios de un escritor judío rumano, Mikhail Sebastian (1907-1945). Lo hace para entender mejor desde la literatura y la emoción el tiempo en el que su padre vivió en Galati.

“El mismo año que mi padre deja Francia y se instala en Argentina, en Rumania se sancional las leyes antisemitas. Mikhail Sebastian ya no puede ejercer como abogado ni estrenar o firmar obras de teatro. Para esto último busca “dobles” que firman en su lugar”.

“Mi padre me habló una vez de los ‘tipos básicos’ de Sartre, pero sin decirme que citaba a Sartre o sin saber que lo citaba, repitiendo algo leído o escuchado en otra parte: el demócrata, el judío auténtico, el judío inauténtico. Me habló, recuerdo, sobre todo de este último. El judío que busca fundirse en la masa, pero que nunca o casi nunca lo consigue. Mientras me hablaba de esto tuvo que pensar un instante, me imagino, que él era un raro ejemplo cabal de inauténtico exitoso. La prueba: yo estaba escuchando estas teorías sin sospechar, ni por asomo, su verdadera religión. Lo cuento en Un padre extranjero, Mientras él estuvo vivo, no supe ni sospeché nada. Hoy me parece inaudito”.

Berti visita la casa de su padre (primero se emociona en vano porque el cambio de numeración de las calles lo llevó a confundirse), visita la escuela, conoce las calles, va a la sinagoga, la única en una ciudad en donde llegó a haber más de veinte templos para veinte mil judíos (hubo casi un millón en toda Rumania).

Ahí lo recibe un hombre con una kipá celeste y blanca en la cabeza.

— Hace unos noventa años, entre las dos guerras mundiales, éramos aquí el veinte por ciento de la población— dice sacando una llave del bolsillo e invitándome a que lo siga—. Hoy hay setenta judíos en Galati…

“Vine a Rumania para tocar eso que jamás pude conocer. Para ver de cerca la raíz del silencio de mi padre”.

Fui, vi y escribí Ensor with Masks (1899)
Ensor con máscaras (1899).

Palabra de autor, palabra de hijo

Cuando terminé de leer los libros, le escribí a Eduardo contándole que iba a escribir sobre su historia y le mandé un mensaje por whatsapp.

“¿Qué cosas pasaban por tu cabeza cuando pensabas que tu viejo había venido de Rumania? ¿Qué te decía y qué te decías? ¿Que había escapado de la guerra? ¿Él era ateo? ¿Pensabas que venía de una familia cristiana? ¿Te preguntás cómo se pudo mantener en secreto ese origen y por qué lo mantuvo oculto durante tanto tiempo, aún cuando ya no corría riesgos? Me gusta cuando mencionás en un momento que ahora te preguntás que pasaría por su cabeza cuando te vinculabas con chicos judíos. Lo que más me alucina de estas cosas es pensar que los humanos no necesariamente somos siempre la misma persona. Me pregunto qué es la identidad, finalmente, ¿no? ¿Una convicción que construimos?”

Así de intensa soy cuando pregunto.

Y así de gentil y amoroso es Berti cuando responde:

“Mi padre era genuina y rabiosamente ateo. Y anticlerical. Esto era algo auténtico, pero a la vez funcionó (no sé si él lo planeó así) como una especie de coartada o de cortina de humo perfecta. Esto, más las informaciones confusas y difusas que él transmitía sobre su pasado, sobre los orígenes de la familia, donde a veces mi abuelo era suizo, otras veces mi abuela era rusa, otras veces otras cosas, y entonces el asunto de la religión se diluía…

Por supuesto, yo me hice mil preguntas y algunas de ellas son las que vos me enviás. Pero no quise hacer un libro para responder a esas preguntas porque no tengo las respuestas y porque no quise ponerme a inventarlas. Por momentos, habrás visto, juego con posibles explicaciones, pero trato de no abrazar ninguna como la más indicada o la más plausible. Al final de Un padre extranjero me atrevo con una teoría: ¿mi padre tal vez había previsto confesar la verdad, pero una serie de hechos (los dos atentados, sobre todo: embajada y AMIA) modificaron su plan? Nunca lo sabré. Sé, en cambio, cuánto lo afectaron esos atentados. Más de lo que yo me imaginaba que podrían afectarlo.”

Fui, vi y escribí La famlia Karnowsky, de Israel Yehoshua Singer
«La famlia Karnowsky», de Israel Yehoshua Singer (Acantilado). En la tapa, una pintura de Felix Valloton.

El hermano mayor

En estas vacaciones saldé otra deuda: leí La familia Karnowsky (Acantilado), novela de Israel Yeoshua Singer (1893-1944), hermano mayor del Nobel Isaac Bashevis Singer. Esther Kreitman (1891-1954), hermana mayor de ambos, también fue novelista. Todos nacieron en Polonia, los varones terminaron sus días en Nueva York y la mujer, en Londres.

La familia Karnowsky, publicada en 1943 —un año antes de la muerte de su autor, a causa de un infarto—, merece un envío aparte, pero no quiero dejar de comentar algo vinculado a los libros y a la historia de Eduardo Berti. En su novela (escrita en idish), Singer cuenta la historia de tres generaciones de una familia judía europea, un prisma a través del cual el lector asiste a una reconstrucción extraordinaria de lo que fue la agitada primera mitad del siglo XX.

Los hombres son los principales protagonistas. David, el abuelo, a comienzos del siglo elige abandonar el shtetl (pueblito) polaco porque le queda chico. Hombre culto y con ambiciones, siente que está para mucho más y quiere ser algo así como ciudadano del mundo, por eso se traslada a Berlín, donde sin renegar de su condición de judío pretende dejar la religión para la intimidad y vivir como un europeo más.

En Berlín nace Georg, su hijo, quien luego de una adolescencia desordenada, se convierte en un respetado y admirado médico, llevando el éxito y el reconocimiento social a la familia. Profundamente laico, con intereses que van por fuera de los temas religiosos, Georg tampoco reniega de sus orígenes pero naturalmente está aún más asimilado que su padre. Es un verdadero alemán, o al menos eso siente.

Fui, vi y escribí Roman mosaic with stage masks, 2nd century AD
Mosaico romano con máscaras teatrales, siglo II DC.

Rechazado por el amor de su vida (una entusiasta judía socialista que elige dedicarse a la política y hacer a un lado su vida amorosa), Georg se casa con una joven alemana, con quien tiene un hijo, Yegor, que nace durante el ascenso del nazismo. Como todos los judíos berlineses, los Karnowski comienzan a perder derechos de ciudadanía y de humanidad. A través de contactos, la familia entera consigue dejar Berlín y viajar a Nueva York, una Babel pujante que los recibe con los brazos abiertos y en donde todos deben comenzar de nuevo.

Pero Yegor, para quien todo debería ser más fácil porque es muy joven, está perdido. Luego de sufrir en carne propia en su país el rechazo y el hostigamiento a los judíos que terminará en el Holocausto, no consigue adaptarse. La fragilidad de su carácter lo conduce a la confusión, al rechazo violento de su origen y a renegar dramáticamente de su identidad.

Los personajes están construidos con una mano única; la novela entera está colmada de personajes e historias secundarias maravillosas y también de reflexiones filosóficas, al mejor estilo Tolstoi.

Si te digo que la novela es fabulosa, pensarás que exagero. Pero prefiero pasar por exagerada y que salgas a buscarla antes de que te la pierdas porque es poco conocida. Pocas veces leí una ficción que mostrara de manera tan atractiva, emocionante e inteligente cómo fue el ascenso y el descenso a los infiernos sociales de los judíos alemanes durante los tiempos de Hitler.

Fui, vi y escribí Lorenzo Lippi, Allegory of simulation, ca 1640
«Alegoría de la simulación», de Lorenzo Lippi, ca 1640.

Mi nombre, mi identidad

Antes de despedirme, quiero contarte algo que acaba de pasarme. Sucedió mientras buscaba información para escribir, puntualmente cuando buscaba las fechas de nacimiento y muerte de la hermana mayor de los Singer, conocida en todos lados como Esther Kreitman, por el apellido de su marido.

Según leí, muchas de sus obras tratan sobre la condición de la mujer, en particular de las intelectuales, entre los judíos askenazis. Según leí, también, tuvo mala relación con sus hermanos, quienes no solo no la alentaban en la escritura sino que la menospreciaban y tampoco se ocuparon de ella cuando, luego de la Segunda Guerra, la mujer vivía en malas condiciones en Londres y pidió que la ayudaran a viajar a Nueva York, donde ellos residían.

Esther también merece que le dedique una newsletter, por todo esto que te cuento, pero sobre todo porque mientras buscaba más datos, como te decía, encontré que su primer nombre era el mío.

La hermana mayor de los Singer se llamaba Hinde Esther Singer Kreitman. Se llamaba Hinde, ¿entendés? Estoy escribiendo un texto sobre la identidad y me encuentro con esta sorpresa. Mi nombre no es cualquier nombre y no porque sea relevante sino porque es inusual. Al menos hoy, al menos acá, donde vivo. Y en todos lados, en realidad, porque es un nombre en idish, otra lengua fantasma.

Pero además, mi nombre no es cualquier nombre porque aunque siempre pienso que soy mujer, madre, judía, argentina y periodista en orden aleatorio, en cuanto digo cómo me llamo lo primero que se ilumina es mi condición de judía.

Hinde era la escritora polaca y protofeminista, la hermana de los escritores famosos. Pero Hinde también soy yo.

Escribir es buscar, leer, recordar, coser, entretejer, borrar, reescribir. Exactamente igual a lo que pensamos que es la identidad.

La muerte y las mascaras - James Ensor
«La muerte y las máscaras», de James Ensor.

Ahora sí, te saludo y me despido.

Las imágenes de este envío pertenecen a los libros mencionados (la tapa de La familia Karnowsky tiene un cuadro de Felix Valloton que adoro) y de obras de artistas como Nolde, Man Ray, Ensor y Lippi.

Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Espero que pases una buena semana y que las tribulaciones no se impongan por sobre los buenos momentos.

Ojalá puedas buscar la forma de salir de las turbulencias argentinas a través de la lectura, los paseos, la música, las películas…

Por mi parte, lo intento, aunque no siempre tengo suerte.

Hasta la próxima.

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