Corría 2016 y Tom Jones estaba de gira. Junto al productor Ethan Johns venía trabajando en una serie de muy buenos discos de versiones –Praise & Blame, Spirit in the room y Long Lost Suitcase-, que lo impulsaron a salir nuevamente a la ruta. Su carrera había dado un nuevo vuelco y gozaba del prestigio y la popularidad en partes similares, dos caminos que muchas veces le habían circulado en paralelo. Cuando la salud de su esposa Linda, que batallaba contra un cáncer, entró en una situación crítica. Se habían conocido en el colegio, cuando eran quinceañeros y desde entonces no se separaron. Disfrutaron juntos del éxito y sortearon los recovecos de la fama, más difíciles aún para un hombre que siempre hizo gala de su seducción.
Tom frenó la gira para estar cerca de su esposa en sus últimos días. Antes de morir, Linda le rogó que siguiera cantando a pesar de todo. Quizás para protegerlo, porque qué otra cosa podía hacer sino lo que había hecho toda su vida. Eso que empezó como un juego de niños, siguió como travesura de adolescente y terminó siendo un trabajo muy bien rentado, con ventas por encima de los cien millones y con audiencias en cada lugar del planeta.
Con Mark, el hijo de ambos como sostén, dejó su mansión en Los Ángeles por un piso en Londres y se puso a trabajar en un nuevo disco. Surrounded by time es un trabajo notable que lo devolvió al número uno de los ránkings británicos. Fue un récord para un artista tan longevo, que para colmo, visita el catálogo de músicos contemporáneos o incluso anteriores a él. Y sobre esa paradoja de este este tiempo de la industria se edifica el tour Ages and Stages, que como pocas otras veces define de manera contundente al artista y a su show. Porque si los escenarios han sido una constante en su vida, las épocas cambiaron y él supo adaptarse a cada una de ellas. A replegarse cuando lo creyó conveniente. A renacer cuando pocos lo esperaban. Y en esa permanente resurrección se presenta esta noche en el Movistar Arena de Buenos Aires, siete años después de su último show en el país.
Thomas John Woodward nació el 7 de junio de 1940 en Pontypridd, una ciudad minera al sur de Gales. Creció en una familia trabajadora en la que la música lo cautivó de pequeño: cantaba en su encuentros familiares, en el coro del colegio, y en cuanta ocasión encontrara. Cuando a los 12 lo diagnosticaron con tuberculosis, la música también fue refugio, escuchando por la radio lo que llegaba a las estaciones de la zona.
Sus comienzos formales los tuvo entrando a los ‘60, como líder de un conjunto beat de su ciudad llamado Tommy Scott and the Senators. En uno de los tantos conciertos lo vio el productor Gordon Mills, que dio inicio a su carrera profesional. Le propuso un cambio de nombre –Tom Jones proviene del filme homónimo múltiple ganador del Oscar en 1963-, se lo llevó a Londres como solista y le firmó un contrato con la célebre compañía Decca, la misma que tiempo antes había rechazado a Los Beatles y fichado a los Rolling Stones.
En poco tiempo la jugada dio sus frutos. En 1965, con su single “Is not unusual” llegó por primera vez al tope de los charts en Inglaterra y al top ten en Estados Unidos, donde se presentó en el mítico show de Ed Sullivan. La interpretación de “Thunderball”, tema homónimo de la película de James Bond , lo pusieron a tono de una escena efervescente. Fue el trampolín a su época más fructífera en cuanto a su presencia en los rankings, con títulos como “Green Green Grass of Home”, “What’s New Pussycat”, “Help Yourself” y “Delilah”.
Tom recién había pasado los 25 años y se encontraba en plenitud, pero no logró llevar su popularidad mucho más allá de las islas británicas. En Estados Unidos era el momento de los grupos, y su estilo de crooner no maridaba con la potencia de grupos como Los Beatles, Los Rolling Stones o The Who. “Estados Unidos no quería oír hablar de solistas. Me lo dijo el tipo de la discográfica, cuando llegué a Londres. ‘Esa cosa de macho a lo Elvis ya es historia’”, revelaría tiempo después en su biografía. Paradojas del destino, Elvis era fanático de Tom pese a ser una estrella cuando el galés recién comenzaba y cultivaron una amistad arriba y abajo de los escenarios.
En cambio, se hizo profeta en su tierra, donde le ofrecieron conducir su propio programa en televisión. Con The Tom Jones Show, profundizó su faceta de entretenedor, aprovechándose de un medio en constante evolución. Por allí pasaron los artistas más destacados de su tiempo, de Peter Sellers a The Who, de Liza Minelli a una recordada actuación junto a Janis Joplin poco antes de su muerte.
El programa se grababa en Inglaterra y se veía también en Estados Unidos, y su tarea le valió una nominación al Golden Globe como mejor actor en serie de televisión. Y de alguna manera configuró el terreno para reagruparse en los años difíciles. Porque cuando logró consolidar otro hit como “She’s a Lady”, su carrera entró en un espiral descendente que pareció no tener fondo.
Lejos de desesperarse, se hizo fuerte en su physique du rol apto para café concert e hizo de Las Vegas su patria chica. La ciudad del pecado al fin y al cabo no era un mal plan. Se aseguró de actuar al menos una vez por semana, y mientras el resto del mundo le daba la espalda, las luces de neón y la opulencia a su alrededor le permitían maquillar la situación.
Hasta que empezó a asomar la cabeza. Tras la muerte de su manager y mentor, su hijo Mark tomó las riendas de su carrera. A comienzos de los ‘90 apareció en Los Simpsons y en El príncipe del rap y sintió que había una generación que podía interesarle su obra, y además de editar discos, empezó a hacer presencias. En 1996 actuó en la película de Tim Burton Mars Attacks! y se lució junto a Robbie Williams en la ceremonia de los Oscar. Y entrando en el nuevo milenio, publicó el álbum de su resurrección definitiva.
Ya sugerido desde su título, Reload, proponía una resurrección con una fórmula que con el diario del lunes parece imbatible. Una vieja gloria de la canción, en duetos con artistas de diferentes estilos y generaciones. Registró desde INXS y Lenny Kravitz hasta sus contemporáneos Ray Davies y Randy Newman. Y le dejó su gran hit global, “Sexbomb”, el único tema original del álbum registrado junto al productor alemán Mousse T, que entró a último momento en la lista para quedar en la historia.
El tema lo devolvió a los primeros planos de la canción, ratificó sus credenciales de símbolo sexual y el beat electrónico sumó un detalle más al registro de un intérprete que antes y después supo navegar entre el rhythm and blues, el rock, el pop, el soul y el country, todo con su personalísimo estilo de crooner, que llegó a las altas esferas del Reino Unido.
En 2006, la Reina Isabel II lo nombró caballero en el palacio de Buckingham por sus servicios a la música y al año siguiente actuó en un concierto homenaje a la Princesa Diana de Gales. Su popularidad volvió a experimentar un subidón en 2010, cuando fue convocado por el reality televisivo The Voice UK como uno de los coaches. Su equipo se impuso en la primera edición y solo faltó a una del programa que se volvió un clásico de la industria musical de esta era.
Lo dicho, ni la muerte de su amada novia de la escuela logró retirarlo de los estudios de grabación ni de los escenarios. En los primeros, parece atravesar un momento de introspección y nostalgia, un ejercicio que también visitaron congéneres como Paul McCartney, Keith Richards y Rod Stewart Una práctica saludable para quienes podrían descansar en sus respectivos catálogos. Sobre las tablas no hay mayores cambios, más allá del inevitable paso del tiempo. Mantiene la energía, la seducción y el registro vocal con un sello inconfundible, que saldrá a revalidar esta noche en el Movistar Arena.