En su última gran aparición pública, Juan Carlos Calabró resumió de alguna manera su recorrido en el mundo del espectáculo. Fue el 5 de agosto de 2013, sobre el escenario del Teatro Colón, en la entrega de los Martín Fierro 2013. Flanqueado por sus hijas Iliana y Marina, observado de uno de los palcos por su amada Coca, con las grandes figuras del mundo del espectáculo como testigos. APTRA lo premiaba por su trayectoria, y él sentía que se despedía. Las palabras le costaban, un poco por su salud ya deteriorada pero sobre todo por la emoción. Por esa película que rebobinaba en su cabeza a pasos acelerados, con ese impulso con el que afloran los recuerdos con la fuerza de lo inevitable.
En poco más de dos minutos, Cala sacó a relucir lo mejor de su repertorio. Fue emotivo, quizás a su pesar. Fue gracioso, como se esperaba. Y fue irónico: “Después de acompañarlos 50 años en sus hogares, hoy se hizo justicia”. Mirtha Legrand, Susana Giménez y las grandes figuras de la escena nacional lo aplaudieron de pie. Los chicos que habían bailado Johnny Tolengo, las estrellas que habían sido confundidas por El Contra, los colegas con los que había compartido estudios de televisión o set de filmación. Todos los que lo lloraron apenas tres meses después, cuando su corazón dejó de latir, pero su figura nunca se apagó.
Hoy cumpliría 90 años el hombre que quiso ser deportista antes que actor, cómico, locutor, el potencial economista que presagiaba su título de perito mercantil o cualquier otra cosa. Era tan buen ciclista en su adolescencia no tardaron en federarlo. Ganó carreras y trofeos que adornaban vitrinas y estantes de su casa familiar, pero el vicio por el cigarrillo lo puso en una encrucijada. Y cuando la alta competencia era el paso inevitable, optó por darle descanso a su bicicleta y se puso a estudiar locución en el ISER. Su timidez era el siguiente escollo a superar.
La magia de la radio hizo su trabajo, y con la lectura de publicidades fue perdiendo el temor. Estaba listo para probarse como humorista y cuatro años después dio el salto a la pantalla chica con Telecómicos. El nombre lo decía todo. Lo que nunca pensaba era que se iba a convertir en un símbolo del humor familiar, que iba a asociar su nombre a una manera de hacer reír y que le iba a dar forma a personajes de esos tan fáciles de ver que solo lo detectan quiénes tienen un olfato especial.
Calabromas
En 1978, sintió que tenía el recorrido suficiente para ponerse al frente de su propio proyecto. En La vida en Calabromas preparó el escenario para el desfile de sus criaturas más entrañables, que luego mutó en Calabromas, a secas. Y algunos de esa galería se recuerdan hasta hoy.
Con Johnny Tolengo, un excéntrico cantante pop, volvió a sorprenderse a sí mismo. Con sus trajes blancos y sus tapados de piel bien ochentosos y un irresistible paso de lado a lado, se volvió el ídolo de los niños, y condensó el concepto de humor familiar. Los chicos que quizás se quedaban afuera de los remates más adultos, caían rendidos ante la excentricidad de sus lentes oscuros y sus canciones pegadizas. Y si queda alguna duda de su popularidad, ahí están las hinchadas argentinas cantando en todas las canchas “Estás para ganar”. Pocas muestras más válidas de esta para un fenómeno popular.
Otro gran personaje de esta etapa fue Aníbal, un pelotazo en contra. Un galán de barrio, con pretensiosas frases en inglés, autoproclamado el namber uan, que saía de roteishon con su auto Topolino, presumido pero sin éxito más que en su imaginación. De innegociable musculosa blanca y con su clásico saludo de la mano detrás de la cabeza, dejó frases como “Tu ruta es mi ruta” o “Cuidado con el Bobero”.
Y si Tolengo llegó a las canchas y a las disquerías y a los tablones, Aníbal hizo carrera propia en el cine, en tres películas emblemáticas junto a Juan Carlos Altavista: Mingo y Aníbal, dos pelotazos en contra; Mingo y Aníbal contra los fantasmas y Mingo y Aníbal en la mansión embrujada.
El contra
Como tantos otros ejemplos –Polémica en el bar quizás sea el más característico- El Contra, nació como sketch y se terminó imponiendo por su peso específico en un programa con nombre propio. El origen se remonta a los tiempos de Telecómicos y se le ocurrió a Calabró cuando advirtió que lo confundían muy seguido con Alfredo Alcón. El esquema era siempre el mismo. Un actor o presentador haciendo de sí mismo -pasaron Marcos Zucker, Gerardo Sofovich, Fernando Bravo, y el más duradero fue Antonio Carrizo-, un famoso que tarda en llegar y Renato que prepara el terreno para hacerle pasar un mal trago.
El personaje que compuso Calabró era un hombre un tanto despistado. Oriundo de Banfield -fue antológico el encuentro con su “vecino” Sandro- podía desconocer a Diego Maradona, a Susana Giménez y por tanto cualquier famoso de mayor o menor calibre. Estos pasos de comedia derivaban en enojos forzados de los invitados y en la desesperación del anfitrión de turno, que se veía obligado a improvisar pedidos de disculpas ante la inimputabilidad de Renato, que a su vez terminaba enojado con el famoso. Más allá de estas exageraciones, Renato tenía algo de la bohemia de Calabró, en el culto a la amistad y al café.
El programa se estrenó en 1989 con el nombre Toda estrella tiene contra, con Antonio Carrizo como contrafigura. La pulcritud en el lenguaje y el porte del locutor eran el contraste ideal con el despistado y porfiado Renato, que tuvo que ampliar su repertorio de trucos. En ese plan se sumó su hija Iliana con varios personajes, entre los que se destacó Renata, su supuesta hermana italiana, con una tonada que aportaba aun más confusión al asunto.
El otro gran personaje de El Contra es también una manera de conocer a Calabró. Aprovechando al máximo los recursos actorales y escénicos, un día que se olvidó la letra recurrió a un mozo imaginario para ganar tiempo y ordenar las palabras. Era cuestión de tiempo para que Pedro, el mozo en cuestión, se sumara a esa troupe encantadoramente delirante, cada vez que Renato necesitaba alguien para tirar una pared. Y el saber popular adquirió el “Pedro, mirá quién vino”, como saludo irónico para los recién llegados. Y en cada una de estas frases del saber popular está Juan Carlos Calabró, el hincha de Villa Dálmine, el marido de Coca, el humorista entrañable, el papá de Iliana y Marina, el ídolo de los niños, el campeón de ciclismo, el tipo de barrio. Y un actor inolvidable.