Los golpes y malos tratos ya eran una constante, pero era tan joven que no encontraba las herramientas para poder huir de ese infierno. A los 7 años, tras abandonar los estudios y habiendo hecho solo hasta segundo grado de nivel inicial, comenzó a buscar changas para no solo conseguir dinero para ayudar en su hogar, sino para mantener su cabeza ocupada en medio de ese panorama del que esperaba pronto salir.
José Carlos Marrone nació el 25 de octubre de 1915 en la Ciudad de Buenos Aires. Creció en el barrio porteño de Palermo, en una casa ubicada en la calle Julián Álvarez 1575. Proveniente de una familia humilde, su padre era taxista y su madre trabajaba como costurera para la histórica tienda de ropa Gath & Chaves, además de sus dos hermanos mayores, Roberto y Antonio.
Durante su infancia, Marrone experimentó una dura disciplina por parte de su padre, que no dudó en revivir en algunas de las entrevistas que se le realizaron: “Era el tiempo en que los padres si no le pegaban al hijo era mal padre. Me daba cada paliza el sanguinario este. Le pegaba a mi madre, pobrecita, tanto, porque pegaba trompadas, no tenía amor para nada”.
Cómo habrá sido lo que allí se vivía que de muy chico comenzó a estudiar boxeo con la única finalidad de poder esquivar los golpes que en su casa recibía. “Un día me dio una paliza que se me revolvió la sangre. tuve tantos granos en mi cuerpo que me envolvían en una sábana con jabón de azufre porque creían que tenía sarna”.
Del colegio solo hizo los dos primeros años de la enseñanza inicial y según reveló “nunca saqué suficiente, jamás. Siempre insuficiente en el colegio, pero en la vida creo que tengo más suficiente, así que estoy parejo”.
De ese tiempo, además de las penurias, recuerda su primera pasión, las murgas: “Andábamos con los chicos del barrio, todos rotosos, cantando, bailando y haciendo chistes. Yo era el ‘empresario’: iba a comprar las bolsas, confeccionaba el vestuario y hasta escribía los libretos. Revolucionábamos el barrio, principalmente cuando había que repartir la plata: yo quería más porcentaje por mi trabajo extra, y como era boxeador siempre lo conseguía”.
Los trabajos que realizaba en esa corta edad, entre otros, fueron como ayudante de carnicero, y regresaba feliz con los $10 de paga y el kilo y medio de carne que le daban cada día, para poder ayudar en las comidas familiares.“Mi mamá alquilaba piezas, y en un momento estuvo tres meses en cama y yo hacía la comida para los pensionistas. Picar la cebolla, picar, ajo y perejil, y yo iba y le mostraba a mamá para ver si estaba bien para hacer el estofado, mondongo, puchero. Y así aprendí y de ahí me gustó la cocina”, recordaría en El pueblo quiere saber, conducido por Lucho Avilés y Oscar Otranto.
A los 14 años se fue de su casa y se encontró casualmente en un cafetín de la calle Leandro N. Alem a una de las mujeres que anteriormente alquilaban una habitación en su casa, y finalmente se fue a vivir con ella. “Sí, a los 14 me hizo hombre. Una gran mujer que perdí cuando hice el Servicio Militar Obligatorio”, destacó Marrone en ese momento.
La noche y las actuaciones por monedas ya eran su vida, y su forma de sustento -luego de que incluso en una manufactura de tabacos había llegado a ser maquinista de cigarrillos- siendo también el ayudante de un gran ventrílocuo local como fue F. Belvedere. En una extensa charla con Pinky en el ciclo La década del ‘60 detalló: “Era un gran ventrílocuo. y un gran hombre, ventrílocuo de cuando no había micrófonos y se hacía varieté en los cines -entre cada película-. Entonces, para escucharlo, todos los pibes venían adelante y yo le llevaba la valija y le preparaba los muñecos al ventrílocuo. Me gustaba el teatro. Me escapaba a los circos cuando venían, repartía volantes y me metía adentro.
Su debut profesional fue a los 16 años integrando la orquesta cómica que al inicio se llamó “La voz de la quema” y luego “Los caballeros de la quema” -sí, de allí tomó su nombre Iván Noble-,dirigida por el célebre Hermes Rómulo Peressini, donde ya ganaba 30 pesos por mes.
Llegaría entonces el tiempo del Servicio Militar Obligatorio, del que constantemente se escapaba por las noches para hacer actuaciones en los cabarets barriales. Gracias a conocer de la noche a Pedro Quartucci, llegaría el tiempo de conocer a su pareja, Rosa, que al tiempo de separarse y luego de la insistencia de Marrone, comenzarían a salir, pese a las reticencias iniciales por los 15 años de diferencia entre ambos, y sin embargo al poco tiempo llegaría el casamiento.
Eximia bailarina, entre ambos comenzaron a interpretar el dúo La gorda y el flaco y a trabajar en lo que se denominaba “la rascada”, actuaciones por los distintos cabarets, y cines donde después se pasaba la gorra y se trataba de llevar algo de dinero al hogar. Fueron épocas duras donde hubo que remar más de la cuenta para alcanzar el dinero necesario, incluso hasta niveles insospechados.
“Cada vez que lo recuerdo lloro como un niño, preferí morirme de hambre antes de ir a robar. Pasé las de Caín. En Río Gallegos me agarró la nieve y estuve todo un invierno. Ay, Dios santo, es muy triste la que pasé. Dormía en una galería. No tenía para comer. Estaba con mi gorda, mi primera mujer. No puedo contarlo porque no puede ser que haya pasado lo que pasé. Dormía bajo un frío a -18° en una galería. Me levantaba con la escarcha alrededor de la boca del aliento”, rememoraría de ese instante clave.
Allí llegó en medio de “la rascada”, recorriendo los cabarets por recomendación de un conocido que le dijo que aproveche a ir a Gallegos, que era el tiempo final de la esquila y la gente estaba con plata. “Me habían dicho que hasta el 25 de mayo no iba a caer nieve, así que fui tranquilo el 1 de mayo. Cuando llegué, me dicen que estaba nevando, se me cayó el plato con las pocas monedas que tenía”.
Fueron seis meses en que se encontró varado, con clientes de cabarets que cansados de verlos todos los días ni un peso les dejaban. Sin comida y sin pensión, aguantó en una galería esos seis meses consiguiendo como sea la forma de subsistencia. “Creo que algo tenemos que purgar en la vida, porque yo creo, como soy católico, que Dios nos pone a prueba. A mí, Dios me probó. Creo que respondí. Esa es la verdad”, reflexionó sobre lo vivido.
“Desde 1937 hasta el ‘47 rasqué como un loco: en todos los lugares de actuación pasábamos el platito. A veces alternaba con actividades para nada artísticas: fui barrendero, destapé pozos -a 7 pesos por día-, arreglé calles”, explicó en 1967 a la revista Siete Días. Pero llegaría el tiempo del renacer, cuando ya estaba por bajar los brazos y pensando en un futuro con un empleo estable ahora que ya era padre.
“Estaba cansado de pasar hambre, de viajar en segunda. Teníamos ya una hija y vivíamos en La Plata. Pensaba poner una verdulería. El 19 de marzo de 1947 perdí un ómnibus, y entré en ‘La Paz -la histórica cafetería- para hacer tiempo. Me encontré allí con un chanta, viejo amigo, que me propuso debutar en el ‘Quisme’ -ahora ‘Palacio de la papa frita’-. Dudé un poco pero al final agarré viaje. Desde entonces no salí más de Callao; salté el alambrado. Pensaba: Si Dios me mandó esta posición es porque me la merezco”.
Comienza la época de gloria del teatro, ya había pasado la radio y en un momento tiene como compañera de elenco a Juanita Martínez, actriz de cine, teatro y vedette de la que quedó obnubilado desde un primer momento. Como relataría luego Marrone: “Lo mío con Juanita es tan especial que cuando cumplimos 3 años de casados, festejamos las Bodas De Plata por los 25 años de estar juntos”.
Él amaba a Juanita, claro, pero también amaba a su “Gorda”, y no la iba a dejar. Y menos en un momento en que ella comenzó a tener problemas de salud. “De todo tuvo, La operaron de la vesícula y le dejaron un alambre adentro. Después la tuvieron que volver a operar. Le sacaron un riñón, tenía el colesterol alto, coronarias tapadas, diabetes y cáncer en la cabeza del páncreas. Pobre mi gorda, fue muy buena mujer”, recordaba con la voz entrecortada.
Durante varios años, él salía de su casa a las 16 ya para encarar la funciones teatrales, de paso encontrarse con Juanita el tiempo que pudieran estar juntos. Así, terminadas las funciones y luego de cenar, volvía a su casa religiosamente a las 4 de la mañana. Estaba 12 horas con cada una de ellas.
Al último tiempo, Rosa, postrada, recibía llamadas todos los días donde se le consultaba “¿querés saber dónde está tu marido? Andá a que a esta hora está en lo de Juanita, anotá el teléfono y llamala”. Los días finales de Rosa estaban cerca y comenzó a hablar por teléfono con la vedette, sí, las palabras que repetía eran: “Cuidalo”.
“Cuando murió la gorda quedé mudo seis días”, graficó sobre sus sentimientos, para luego continuar, “no hablaba con nadie, venía mi hija y me llevaba a lo de Juanita y me ponían partidos de fútbol, me gustaba mirarlos por TV, pero solo se me caían las lágrimas. Después de seis días sin hablar, un día estoy sentado en la mesa, en el departamento que tenía Juanita y me dice ‘¿Qué pensás hacer? Hablame de una vez”, y Marrone volvió a hablar y le dijo exactamente lo que pensaba hacer: “Me voy a casar con vos”.
El año 1960 fue el despegue en la televisión, con Los trabajos de Marrone durante tres años, para luego pasar a El circo de Marrone en el año 1967, con muletillas y frases que quedaron marcadas en la memoria colectiva de un país, como el famoso: Cheeeeeee…pero no se quedaría solo allí, ya que entendía que podía aportar algo para que la industria cambie, para que los artistas consigan no solo reconocimiento, sino también trabajo, sustento para sus familias.
“El llamado de las urnas”, tituló Siete Días su edición del 11 de mayo de 1970 en que se informaba que más allá de la actuación, asumía un nuevo rol en su carrera siendo elegido por una mayoría abrumadora como el nuevo secretario general de la Unión Argentina de Artistas de Variedades: Marrone recibió 742 votos contra 174.
El anuncio de su victoria desató una celebración entre los artistas de varieté que se congregaron en el lugar, coreando su nombre y expresando sus esperanzas en su nuevo líder. Entre los asistentes se encontraban cantantes, malabaristas, bailarines de flamenco y muchos otros profesionales del entretenimiento que enfrentaban diversas problemáticas, incluyendo el trato inadecuado en locales nocturnos, exigencias de libretas sanitarias innecesarias en algunas provincias y falta de seguridad en los lugares de trabajo.
“En los últimos años cerraron 40 locales de varieté. Hay que revivir todo ese mundo. ¿Acaso la gente de Buenos Aires tiene dónde ir los fines de semana? Los boliches darían de comer a 300 mil familias argentinas. Calcule: dos patrones por local, rufianes o no, pero ya ahí hay 10 mil personas; después están las mujeres, que ejerzan o no, no me interesa discutirlo; y también están los mozos, los gastos de luz, de comida, de bebida. . . ¡300 mil familias pueden vivir de eso!”, se entusiasmaba.
El 27 de junio de 1990, José Marrone falleció por un ataque cardiaco. La relación con Juanita perduró hasta su fallecimiento. Ella, por su parte, se quitó la vida en el año 2001, tras una prolongada lucha contra el cáncer de pulmón. En una mano tenía el revólver y en la otra la foto del hombre que amó.