Muy pocos personajes de ficción resisten el paso del tiempo y conservan el cariño de su público. Uno de ellos es Don Ramón, el icónico personaje interpretado por Ramón Valdés para la serie El Chavo del 8, quien sigue siendo una figura entrañable, incluso a casi 40 años de su muerte. Este legado se mantiene vivo no solo por las constantes repeticiones del programa en televisión, sino también, por diferentes videos que se fueron viralizando en las redes, sumando así la atención de nuevas generaciones.
“No se muere quien se va, solo se muere el que se olvida”, dice el dicho popular y es sabido que ese hombre humilde, de pocos recursos pero mucho ingenio, que generó empatía y cercanía, jamás será olvidado. ¿Quién no tiene un personaje como Don Ramón en su entorno? Un padre de familia que tiene poca ropa, que hace changas informales para conseguir algo de dinero, que se atrasa en el pago del alquiler y hace malabares para que a sus hijos no les falte nada, podría ser cualquier padre en cualquier barrio de cualquier país.
“Y así, igualito, era mi papá. Como el personaje que construyó”, recuerda Esteban Valdés, el hijo del actor, desde México y en diálogo telefónico con Teleshow. De gira promocional con su reciente libro, “Con permisito, dijo Monchito” (Anka Ediciones), revela cómo fue el impacto de convivir con una figura tan importante tanto en su vida personal como en la cultura popular latinoamericana; pero, sobre todo, narra la historia familiar y los retos que enfrentaron antes de alcanzar la fama.
“Cuento la historia detrás de cámara de Don Ramón, es decir, lo que sucedía en casa, en la intimidad y sobre todo, me enfoco en la época que no era tan famoso. Es la historia de un ser humano, entre comillas, común y corriente, y todas las dificultades que pasamos como familia: mi papá como esposo, como padre, pero siempre saliendo adelante, solucionando problemas de una manera creativa y hasta divertida”, explica sobre la biografía y agradecido por el amor con el que fue recibido en una breve visita por Argentina, en la que recorrió ferias del libro de todo el país.
Cuenta la leyenda y ratifica su hijo, que cuando Roberto Gómez Bolaños invitó a Ramón Valdés a trabajar con él le hizo un único pedido: “‘Sé tú. No cambies, no actúes. Sé tú’, le dijo. Y por eso el personaje de Don Ramón terminó siendo tan influyente en la gente, porque es algo real. La Chilindrina, por ejemplo, no es real. Es muy linda y muy chistosa, pero es un personaje. Lo mismo El Chavo o Kiko, que te mueres de la risa, pero nunca ves a un Kiko en la calle. Son adultos actuando de niños. En cambio, él se interpretaba a sí mismo y eso lo hacía auténtico”, dice Esteban. Gómez Bolaños incluso reconoció en varias entrevistas que Valdés era su comediante favorito, por eso le dio un papel preponderante dentro de su historia.
Sobre aquellos años de su niñez, cuando las necesidades económicas crecían, el patriarca que ya trabajaba como actor, pero todavía no le habían llegado la popularidad y el dinero, pasó por distintos rubros buscando el sustento. “Todos los oficios que aparecen en la serie los hacía en la vida real. De eso vivía mi papá: haciendo muebles de madera, cortando el pelo, cocinando, trabajando de chofer”, recuerda Esteban. “Antes de ser famoso, hizo todas esas cosas para ganar un poco de dinero y llevar el pan para la casa. Las dificultades que pasaba Don Ramón también las pasamos. Un capítulo de mi libro se llama Las muchas casas y ahí repaso todos los lugares en los que vivimos, pero no porque fuéramos ricos, sino porque éramos pobres en la vida real y mi papá no tenía para pagar la renta por más que se esforzara para cubrir esos gastos”, agrega trazando otro paralelismo entre ficción y realidad.
“Ese hombre que salía todas las semanas en la televisión, era el mismo que había salido de mi casa a trabajar, a grabar esos programas en los que vestía igual y hacía lo mismo que hacía en mi casa: construirnos muebles de madera -como nuestras camas o literas-, pintar, cantar, tocar la guitarra, cocinar, enojarse y gritar, e incluso, ¡deber la renta!”, escribe en un pasaje de su libro, destacando los valores que su paso por esta tierra le dejó. Porque, a pesar de las dificultades económicas que se puedan presentar, como persona o personaje, siempre mantuvo un equilibrio en la vida familiar, enseñando a valorar las cosas más importantes como el amor y la compañía.
La popularidad de Ramón Valdés cuando su personaje se volvió el vecino preferido de la vecindad cambió para siempre a la familia, al menos puertas afuera. En la intimidad todo continuó igual, salvo un cambio sustancial en las condiciones de vida. “Cuando mi papá empezó a trabajar con Chespirito, yo era un adolescente. Ahí recuerdo poder disfrutar de una mejor casa, mejores muebles, a veces hacer viajes, comer mejor comida, pero mi papá siempre se mantuvo y nos mantuvo a nosotros con un equilibrio para no depender de las cosas materiales para ser feliz. Es que si antes no las teníamos y éramos felices con papá, mamá y mis hermanas, ahora qué bueno que ya las tenemos, disfrutemos, pero de manera equilibrada”, explica sobre las enseñanzas de sus padres.
¿Cómo era entonces la reacción de sus compañeros en la escuela? “Más de una vez mis compañeros me decían: ´Oye, tu papá es famoso, ¿Qué sientes?´. Y yo les preguntaba a qué se dedicaban sus papás. ´Mi papá es doctor´, me respondía uno. ´¿Y qué sientes que tu papá sea doctor?´, les decía yo. ´Pues nada´, respondía. Bueno, yo tampoco siento nada porque para mí era normal. En mi familia, del lado de mi mamá, hay baladistas, cantantes de ópera, locutores. Muchos artistas y músicos”.
Esteban también rescata uno de los momentos más felices de su padre, o al menos desde su percepción. “Fue hermoso que tuviera esa satisfacción de darnos lo que durante muchos años no pudo. Y creo que uno de los mensajes también más importantes de mi libro y de la historia es el ser agradecido, el apreciar lo que tienes, el valorar lo más importante que es el amor de tu familia, de tus hijos, el saber perdonar, el compartir. Es la historia de una familia, con la única diferencia que el papá de esa familia llegó luego a convertirse en Don Ramón”.
Su eterna despedida
El libro también aborda momentos difíciles, como la enfermedad y posterior fallecimiento de Ramón Valdés. Esteban detalla con emotividad ese tiempo, donde tuvo la oportunidad de acompañar a su padre durante sus últimos días. “Fue un privilegio cuidar de él, ofrecerle el amor y el tiempo que él me había dado”, evoca el escritor, que por aquel entonces tenía 28 años.
Corría 1985 y Ramón se encontraba de gira en Perú, pero fuertes dolores de estómago lo obligaron a retornar de emergencia en silla de ruedas a México para hacerse exhaustivos estudios, sin imaginar que dejaría para siempre su labor en el circo y su personaje en el programa humorístico “¡Ah qué Kiko!”. “Hacía un año que tenía dolores, pero fingió demencia y siguió trabajando. Cuando llegó lo enviaron a hacerse rayos X y tan pronto como el médico analizó los resultados, desafortunadamente, observó algo anormal”, detalla en la biografía.
Tres días después lo estaban operando y llegó el peor diagnóstico: “Me duele mucho decirles esto, pero dadas las circunstancias y debido a lo avanzado del cáncer en su estómago, a Don Ramón le quedan máximo 6 meses de vida” –y continuó el médico– “Con quimioterapia podrían ser 8 meses, pero son terapias muy agresivas y eso es solo para retardar un poco el proceso. Aun así, lo que podría ayudar es lo siguiente: ustedes tendrán que asegurarse de que, en estos meses, limite tanto lo que come como lo que bebe”.
Luego de una breve cumbre familiar entre hermanos, definieron que lo mejor era no darle la noticia al actor, por ende no encarar ningún tratamiento y darle la mejor calidad de vida el tiempo que le quedara por vivir. Y parece que lo hicieron bien, porque el semestre se convirtió en tres años más. “Fui su enfermero, su acompañante de cabecera junto con todos mis hermanos. Dentro de lo triste fue algo muy hermoso porque aunque sabíamos que iba a morir, él todavía hacía bromas y se tomó tiempo para despedirse. En lo personal, llevo muchos años leyendo la Biblia y ese fue el mejor regalo que le pude dar, sentarse y escuchar un poco del tema de la esperanza, de volver a vernos, que es lo que la Biblia promete. Entonces murió en paz, tranquilo y bien”, cuenta reconfortado.
¿Cuál es el legado que dejó entonces el hombre, más allá del personaje? “Imagínate, se cumplieron 36 años desde que falleció mi papá y lo seguimos extrañando, sigue en nuestros corazones y lo que veo y más me encanta, es que sigue en el corazón de las personas. Prendo la tele y oigo su voz; abro YouTube o Instagram y ahí está mi papá en algún video. ¿Qué mejor señal para nunca olvidarlo?”.