La chica de humo, La novia del muelle, o el violento La loca de San Blas, son algunas de las expresiones con que se recuerda a Rebeca Méndez, la mujer que indefectiblemente vestida de novia vivía de la venta de muñecas de tela a la espera del regreso de su gran amor. Según la historia retratada por el grupo Maná, “él partió en un barco en el muelle de San Blas. Él juró que volvería, y empapada en llanto ella juró que esperaría”. Sin embargo, la verdadera historia dista bastante de lo allí retratado, y como en muchas otras oportunidades, la realidad superó a la ficción.
Esta es la historia de una mujer que amó cuanto pudo, que superó adversidades y destierros con un único arma en sus manos, la esperanza, el saber que algo llegaría. Y lo que finalmente llegó fue un reencuentro, la paz y el sentirse acompañada después de muchos años, después de mucha vida. Rodeada de sus seres queridos y de secretos que finalmente se llevaría con ella.
“Murió en mis brazos el 15 de septiembre de 2012, ese día yo le cantaba al oído”. recordó en declaraciones exclusivas a Teleshow Blanca Suárez Méndez, la hija de Rebeca, quien abrió su corazón y comenzó a desandar una historia que con el tiempo fue mutando hasta convertirse en una leyenda que se diferenciaba mucho de lo que realmente había ocurrido.
Por respeto a su madre, siente la necesidad de que la verdad se sepa. Que si se cuenta la historia, se cuente completa: “Necesito que hablemos, dígame a qué hora. No hay como una buena charla personal”, fue la respuesta ante la consulta de este medio al momento de contactarla para que en primera persona se sepa la historia que incluso en San Blas se replica mal a los turistas.
“Mucho se habló sobre mi madre. Lamentablemente, casi todo lo que se dice es mentira. Y por respeto a ella, a su historia, es necesario que se sepa la verdad de los hechos”, reafirmó su postura, para luego explicar: “Mi madre nació en Guadalajara, en 1943″, inició su relato Blanca, para luego recrear lo que sería una vida de frustraciones y de esperanzas. “Ella cantaba muy bonito y llegó a tener fama y a ganar dinero”, destacó sobre la entonces adolescente que integraba un grupo musical.
En aquellos años Rebeca se enamoró. “Estaba en lo mejor de su carrera e iba al colegio donde había ganado la beca de cinematografía cuando conoció a un compañero que estudiaba publicidad. Un día, ella quedó embarazada de mí, dice Blanca, y no la dejaron casarse con mi padre, temiendo que abandone su carrera y su profesión de cantante. La violencia con la que alejaron de ese hombre fue desesperante para mi madre, que en ese entonces todavía estaba embarazada. A tal punto que, para protegerla, la familia de mi padre lo envió al extranjero. Eso la llevó a la locura”.
El tiempo avanzaba, y la carrera musical de Rebeca quedó relegada a un segundo plano. Fue entonces cuando conoció a otro joven, de cuya relación nacieron dos hijos. Sin embargo, el destino le tenía preparado otro duro golpe. “Ella se quiso casar, pero ese hombre ya estaba casado”, relató. La primera vez que Rebeca se vistió de novia, la situación terminó llevándola al manicomio. “No solo perdió su herencia, porque la timaron sus hermanos, sino que también le quitaron a sus dos hijos”, quienes en 1984 fueron enviados a Italia: “Por eso tengo un sobrino Italiano que hasta le puso a su velero Rebeca”.
“Yo era menor de edad”, recuerda Blanca, en un tono melancólico. “Ella estaba en el manicomio y no me permitían visitarla hasta que cumpliera la mayoría de edad. Esperaba con ansias ese momento, mi cumpleaños era en octubre de 1985″. Así como Rebeca en el muelle de San Blas, Blanca aguardaba impaciente mientras las hojas del calendario seguían cayendo. Pero, de repente, todo cambió.
El 19 de septiembre de 1985, a las 7:17 de la mañana, un devastador sismo de magnitud 8.1 sacudió el centro, sur y occidente de México, convirtiéndose en el más destructivo de la historia del país. Según estimaciones extraoficiales, cerca de 40,000 personas perdieron la vida durante esos fatídicos días, especialmente a causa del terremoto inicial y la fuerte réplica del 20 de septiembre, que terminó por derribar las estructuras debilitadas.
“Después del temblor, mi mamá escapó del manicomio y comenzó a vagar por las calles buscándonos”, continúa Blanca, conmovida por el recuerdo. “Ella solo quería encontrar a su familia, a sus hijos. Es probable que una parte de ella pensara que habíamos muerto en medio de esa tragedia”. Así fue como Rebeca terminó en San Blas, un lugar lleno de recuerdos de su niñez, donde solía ir de vacaciones.
La gente del pueblo, intrigada por la enigmática figura de Rebeca, una mujer de una belleza cautivadora que no dejaba de fumar, empezó a llamarla “La chica de humo”. No solo por el constante cigarrillo en su mano, sino también porque podía desaparecer por días sin dejar rastro, como si se desvaneciera en el aire.
En ese lugar encontraría de nuevo el amor, pero esta vez fue diferente. Aquel amor la atravesó como ninguno lo había hecho antes. No importaba la diferencia de edad; lo que compartían era más fuerte que cualquier barrera impuesta por el tiempo o la sociedad.
En esas idílicas playas conoció a un joven surfista llamado Ladislao, aunque todos lo conocían por su apodo, Laus. A pesar de la considerable diferencia de edad entre ellos, Laus no pudo resistirse a la belleza de aquella mujer que parecía haber vivido mil vidas. “Juntos, ellos eran ‘la bomba’. Mi mamá, por fin, había encontrado el amor”, recuerda Blanca, con una mezcla de nostalgia y satisfacción al evocar esos días.
Rebeca y Ladislao comenzaron a vivir en una pequeña casa que se encontraba cerca de la plaza, a solo unos pasos del muelle, donde las olas rompían incansables. Ella, vestida con su traje de novia, que se había convertido en su atuendo habitual, se dedicaba a la venta de muñecas de trapo y pequeñas chucherías a los turistas y a los lugareños. Con entusiasmo, le contaba a cualquiera que quisiera escucharla que finalmente había encontrado en Laus al hombre de su vida. En su corazón, estaba convencida de que pronto se casarían, y hablaba de ello con una seguridad que dejaba poco espacio para las dudas.
Sin embargo, una fatídica tarde que parecía como cualquier otra, Ladislao tomó su motocicleta para dirigirse a un puerto cercano, con la intención de comprar algunas cosas que necesitaban. Nunca imaginó que ese sería su último viaje. Un accidente trágico terminó con su vida, y con él se desvanecieron los sueños de ambos. Allí quedó ella, sola y desolada, vestida con su traje de novia, aguardando el regreso de un amor que jamás volvería.
Uno de los taxistas de la zona detalló que “era muy impresionante” encontrarla. “Se vestía de novia y caminaba hacia el muelle. Ver aquello era entre triste y espectacular: lo hacía siempre, pero cada vez que la veía me daban ganas de llorar. Se podía sentir su gran tristeza, su soledad, el abandono. A algunos les parecía divertido. A mí no”, rememoró el chofer.
Rebeca no quiso irse de allí. Estaba segura de que la historia tendría un final feliz. Y empezó a dormir en los bancos de cualquier calle y a subsistir con la venta de muñecas hechas con retazos de tela, además de ayudar en la limpieza de un restaurante.
Fue en ese momento de desconsuelo y soledad que Fher Olvera, el vocalista de la banda mexicana Maná, la encontró. Movido por la tristeza y la poesía implícita en su historia, escuchó atentamente el relato. Inspirado por la trágica belleza de su vida, tomó un papel y escribió unas líneas que más tarde compartiría con los demás integrantes de la banda. La historia resonó profundamente con todos, y no pasó mucho tiempo antes de que la transformaran en una canción que, acompañada de música, daría vida a la leyenda de Rebeca.
El disco Sueños líquidos fue editado el 14 de octubre de 1997, convirtiéndose en un éxito en más de 36 países. El tema “En el muelle de San Blas” fue uno de sus grandes hits.
Esa tarde del año 2009 en Chihuahua era una más, con Blanca volviendo del trabajo cuando la intercepta su vecina de enfrente: “Me comentó que a su casa había llegado una señora que decía ser mi tía y tenía unas horas esperándome. Como llevaba muchísimos años son saber de mi familia (excepto por mis dos hijos, que viven conmigo), me sorprendí un poco, crucé la calle y la invité a pasar a mi casa”.
“Sumergida en mis recuerdos de pronto regreso al presente y me pregunto qué estoy haciendo. Mi vida rutinaria y monótona se ve modificada abruptamente por una prima de mi madre, la cual no había visto en mi vida”, reflexionó. “Yo vivía muy lejos, y ella me fue a buscar para que escuchara las historias que se contaban de una mujer en el muelle, porque ella vivía cerca de San Blas. Pero no daba crédito a lo que mi tía me decía, a la historia que me contaba. Lo que sí sabía con certeza era quién fue mi madre y lo mucho que había sufrido a lo largo de su vida. Que lo que me contaban parecía coincidir perfectamente con lo que mi madre había padecido, aunque de una manera muy romántica”.
Finalmente, Blanca logró reunirse con su madre en un pequeño hotel ubicado cerca del barrio de San Juan de Dios. Seguía dedicándose a la fabricación de muñecas, la mayoría de ellas vestidas de novia, un símbolo recurrente en su vida, y gracias a esas ventas podía cubrir los gastos de su habitación y su alimentación diaria. Las dos mujeres, madre e hija, continuaron su vida juntas en Guadalajara, tratando de recobrar el tiempo perdido. “Desde ese momento, mi mami nunca paró de decirme que finalmente yo fui el más grande de sus amores, el que tuvo en su vientre y en sus brazos”, rememora con emoción, al recordar el vínculo que compartían.
Sin embargo, había preguntas que rondaban la mente de Blanca, una duda que necesitaba despejar era sobre la elección de la ropa, a lo que la mujer contestó que “uno con los años cambia, pero si me viera vestida de novia sabría que lo estoy esperando y así no se iba a equivocar”. Un día, no pudo evitar preguntarle a su madre sobre el gran amor que ella siempre había mencionado. “Le pregunté quién era el amor que esperaba, y sus ojos se le llenaron de lágrimas”, relató con voz entrecortada. Sin dejar de mirar a su hija, la mujer respondió: “Es un misterio que me llevaré a la tumba”. Y así fue, nunca le reveló esa parte de su historia. El 15 de septiembre de 2012, Rebeca falleció en los brazos de su hija. “Ese día yo le cantaba al oído”, confiesa, reviviendo uno de los momentos más dolorosos de su vida.
A pesar de todo el sufrimiento, tiene claro cómo desea recordar a su madre. “Mi madre fue una mujer que vivió de la manera más sencilla y feliz a pesar de su sufrimiento y soledad”, explicó. “Y como muchas mujeres, se enamoró. Una mujer que siempre buscó ser libre. Una mujer que nunca perdió la esperanza, y que encontró a su amado más allá del sol”. Estas palabras resumen la esencia de Rebeca, una mujer que, pese a las adversidades, siempre mantuvo viva su capacidad de soñar y de amar con intensidad.
Finalmente, cierra el relato con una reflexión en la que busca aclarar los malentendidos en torno a su madre. “Esta es la historia real, no un mito”, aseguró. “A veces, así son las vidas reales. Tanta desilusión lleva a la locura”. Porque, aunque muchos la apodaron como “La loca de San Blas”, Blanca sabe que nadie se tomó el tiempo de aclarar la verdad: “Rebeca estaba loca, sí, pero de amor”. Una locura que, lejos de ser patológica, era la manifestación más pura y profunda de un corazón que, pese a todo, nunca dejó de amar.