Josip Ilicic no vislumbraba estar ahí, estar así. Se imaginaba en malla, abstraído, de vacaciones en alguna playa del verano europeo. Lo confesó en rueda de prensa, luego de que Eslovenia igualara sin goles contra Inglaterra y alcanzara así un hito: clasificarse por primera vez en su historia a octavos de final de una Eurocopa. “Esperaba estar en el mar, sinceramente, pero simplemente pasó y estoy contento”, expresó. Ilicic es suplente: disputó apenas quince minutos en el tercer partido. Tiene 36 años y juega en el Maribor de Eslovenia. Usa la 26 en la espalda porque no le dejan llevar su número favorito, el 72. Mide 190 centímetros. Es zurdo. Y alguna vez el técnico que lo vio brillar dijo que merecía ganarse el Balón de Oro.
“Para mí es un placer estar aquí. No te debes rendir jamás porque la vida te puede quitar cosas pero te puede dar tantas otras”, dijo. A Ilicic la vida le quitó a su padre, le quitó la posibilidad de sostenerse en la máxima competencia, le quitó a un amigo, le quitó confianza y serenidad. Le dio, a cambio, una segunda oportunidad. Nació el 29 de enero de 1988 en Prijedor, territorio bosnio antes de que la geopolítica intercediera. La guerra de los Balcanes estalló en su casa: su padre fue fusilado cuando él tenía apenas un año. Cayó en el exilio con su mamá Ana y su hermano mayor Igor: juntos se refugiaron en Eslovenia. “No sabía lo que era la palabra papá, me la explicaron mis compañeros de colegio”, contó.
Sus compañeros también le hicieron notar otra condición que arrastraría con los años: su destreza con el pie zurdo. El talento se distingue fácilmente. Niños de una escuela primaria son capaces de identificar antes de saber multiplicar quién es el mejor del aula en los deportes. Lo que es innato es difícil de esconder. Jugar bien a la pelota era una condición natural en Ilicic.
Empezó en el Britof. Pasó por el NK Bonifika. Recaló en el Interblock Ljubljana. Su proyección causó asombro en el fútbol de la región. El Dinamo Zagreb croata mostró interés en ficharlo. Era 2008: Ilicic era una promesa de apenas veinte años. La contratación se derrumbó junto a las esperanzas del esloveno, que experimentó su primer desmoronamiento anímico. “Estaba cerca del Dinamo Zagreb, pero luego decidieron no ficharme. La carrera a veces no sale como querés. Estuve pensando seriamente en retirarme. Pero el destino me llevó a otro lado, viví y experimenté mucho”, sostuvo. Lo rescató del desánimo el Maribor, el club más grande de Eslovenia. Pagó ochenta mil euros por su pase.
Al año, su ficha costaría más del triple. El Palermo de Italia desembolsó dos millones y medio en contratarlo. La Seria A sería su escenario favorito. Primero Palermo, después la Fiorentina, finalmente el Atalanta. Desde 2010 hasta 2022, Ilicic fue convirtiéndose de a poco en una de las principales figuras del fútbol italiano. Fiorentina lo pagó nueve millones de euros. Tres años después, el Atalanta lo compró a cambio de poco más de seis. Pero Ilicic no fue su cotización: a los 29 años y en el equipo conducido por Gian Piero Gasperini mostró su mejor versión.
Cuatro temporadas jugó en Bérgamo: completó 141 partidos, marcó 55 goles, brindó 37 asistencias y compartió cartel de estrella con Alejandro “Papu” Gómez. Atalanta se convirtió en un equipo de referencia por su caudal futbolístico y su innovación táctica. Ilicic, el zurdo espigado con la 72 en la espalda, deslumbraba. Pero en el tránsito hacia ese esplendor, sintió que se moría. A mediados de 2018, le detectaron una infección bacteriana de los ganglios linfáticos del cuello. “Fue un momento complicado. A veces pensaba que no lo superaría. Cada día era peor. Me conformaba solo con poder hacer vida normal. Tenía miedo de dormirme por si no despertaba. Salí adelante, pero tuve que empezar de cero, como si fuera un niño”, confesó.
Meses antes había recibido otro golpe: el 4 de marzo de 2018, Davide Astori fue encontrado sin vida en la habitación del hotel donde concentraba la Fiorentina, que esa tarde debía jugar contra el Udinese. Astori era el capitán de la Viola, amigo íntimo del esloveno. Ilicic quedó herido. Pasaron dos años. 2020 fue un umbral para la sociedad moderna. El esloveno protagonizó el partido que marcó un quiebre en la cotidianeidad europea. Los epidemiólogos lo describieron como el “día cero” y fue calificada por el alcalde de Bérgamo como una “bomba biológica”.
El 19 de febrero de 2020, Atalanta y Valencia jugaron el encuentro de ida por los octavos de final de la Champions League en el estadio San Siro de Milán. Las autoridades italianas reportaban tres casos positivos de coronavirus, por entonces un inocente y extraño virus procedente de un exótico mercado chino. En la cancha hubo 44.236 personas: público que se había trasladado desde Bérgamo y Valencia. Atalanta ganó 4 a 1: Ilicic marcó el segundo. Una semana después, los tres casos se convirtieron en 322 contagios y once muertos.
Las autoridades italianas catalogaron a Milán como una zona de alto riesgo. Los 2.500 hinchas del Valencia que presenciaron la derrota de su equipo sirvieron de puente para propagar la epidemia en España. De los 120 mil habitantes de Bérgamo, 3.500 ya denunciaban síntomas compatibles con el covid-19 días después de ese duelo. “La congregación de miles de personas, a dos centímetros una de las otras, aún más asociada a las entendibles manifestaciones de euforia, gritos, abrazos, puede haber favorecido la replicación viral”, expresó el inmunólogo italiano Francesco Le Foche. La revancha se disputó el 10 de marzo. El Mestalla fue uno de los primeros estadios en albergar un partido de fútbol a puertas cerradas por aislamiento preventivo.
El Atalanta volvió a ganar. Esta vez 4 a 3. Los cuatro goles del equipo italiano los convirtió el mismo jugador: el zurdo y espigado esloveno con la 72 en la espalda. Alcanzó el pico máximo el mismo día que empezó a caer. La gloria y la debacle en simultáneo. El derrumbo fue estrepitoso. El fútbol se detuvo por unos meses. El 11 de julio, en el 2 a 2 contra la Juventus, Ilicic lo intentó: pesaba cinco kilos menos, tenía el gesto adusto y lucía desaprendido. Jugó pero fue como si no hubiese estado ahí.
La competición europea volvió en agosto en un formato express en una sede neutral. En el duelo ante el PSG por los cuartos de final, él ya no estaba. Una semana antes, Gasperino había ido a visitarlo al hospital. Cuando lo vio se quedó absorto. “Había perdido más de diez kilos, lo agarré como a un muñeco y le dije: ‘Josip, ven con nosotros’. Entrar en las cabezas humanas es como entrar en una jungla. Ni siquiera los médicos tenían una explicación”, relató el director técnico.
Atalanta perdió 2 a 1 contra el PSG de manera agónica. Días antes de esa caída, había concluido la temporada del Calcio en la tercera posición. El argentino Alejandro Gómez publicó en su cuenta de Instagram el primer día de agosto una foto del plantel posando con la camiseta 72 y un mensaje que decía: “Por Bérgamo y por Ilicic, otro año en Champions League”. Los rumores de su ausencia escalaban. El trascendido sobre una ruptura amorosa ganó popularidad. No formaba parte de las convocatorias ni de los entrenamientos. “Estaba entre los mejores jugadores de Europa -recordó su técnico-. Podría haber ganado el Balón de Oro pero en la pandemia comenzó a sentir síntomas. No estaba bien y no soportaba estar lejos de su familia”.
El propio futbolista desterró las dudas de su alejamiento: depresión. El aislamiento en Bérgamo, la soledad de esos días de encierro habían causado estragos en la psiquis del esloveno. Había intentado recuperar su espíritu en una cancha: no era la solución. “No es fácil hablar de esta situación para mí. Siempre estaremos al lado suyo, es algo que va más allá del fútbol”, explicó su entrenador para dar respuestas a la incertidumbre de su estado de salud. Recurrió a especialistas. “Tuvo coronavirus y lo sufrió mucho, cayó en depresión. Llega un momento que la cabeza te explota”, graficó, tiempo después, el volante argentino.
Soportó un año y medio más. El 22 de mayo de 2022 jugó por última vez en el Atalanta en la derrota como local 1 a 0 ante el Empoli en la última jornada del Calcio. Disputó apenas ocho minutos. Necesitaba volver a sus raíces, estar con su familia en la Eslovenia que lo había adoptado con apenas un año de vida. Encontró sosiego en el mismo club que lo había abrigado cuando el Dinamo Zagreb descartó su incorporación: el Maribor. En su regreso a las canchas, se mostró recuperado en lo anímico, descuidado en lo físico: estaba gordo y feliz.
“Necesitaba volver a casa. Estaba harto de jugar en el extranjero y en Eslovenia solo había un club en el que podía jugar. Esto aún no ha terminado: es sólo la segunda parte de mi carrera”, dijo a comienzos de año cuando se especulaba que podría integrar la lista de convocados a la Eurocopa. Una dieta, nueve goles y doce asistencias contribuyeron a propiciar su regreso. Tardó 933 días en volver a vestir la camiseta de su selección y solo cuatro minutos en marcar en el amistoso ante Armenia del 4 de junio que terminó en victoria por 2 a 1. “Sabía que lo lograría, que me levantaría. Sabía dónde estaban los problemas”, reveló.
Ilicic pensaba que en junio de 2024 iba a estar en una playa mirando al mar. Con 36 años, 190 centímetros, el número 26 en la espalda y un estado de forma impecable, está en la antesala de un hecho histórico: el primer partido de Eslovenia en los octavos de final de una Eurocopa.