Agresivo y nervioso en la cancha, pero agradecido, calmo y de bajo perfil fuera de ella, Francisco Comesaña dejó Wimbledon con una huella en su tenis. El mismo que lo llevó de la tranquilidad de su hogar a cruzar fronteras a pie, a cuarentenas en solitario y a valerse por sus propios medios buscando su futuro.
“Si tuviera que agradecerle a alguien, sin dudas, empezaría por mi familia”. Así comienza la charla con Francisco, el pibe de la película, la Cenicienta de Wimbledon, que apareció jugando su primer gran torneo en donde él soñaba, y sobre una superficie a la que sólo conocía por “el fútbol y las vacas”. Adela y Agustín, sus padres, no sólo deben extrañarlo, también deben sentirse orgullosos de él. “Ellos fueron quienes me criaron y me hicieron ser esta persona. No hubo un día en el que no me hayan apoyado, siempre estuvieron, por más que yo, a veces, sea medio desaparecido con ellos. Yo sé que están, sin importar el momento o la distancia. Y los extraño, por eso, siempre que puedo, en algún momento o si tengo un fin de semana libre, intento ir a Mar del Plata a darles un abrazo, porque lo necesito y porque sé que a ellos les encanta que yo pueda pasar un ratito junto a ellos”.
– Ya estás en Alemania, ya pasó Wimbledon y la realidad golpea a la puerta. ¿Qué viene ahora?
– Y, a seguir. Voy a jugar el ATP de Hamburgo y, después, dos challengers. Como voy a quedar al límite con el corte de ranking del US Open (N. de la R.: el corte de ranking se hace 40 días antes del inicio de cada torneo y se usa para armar la lista de tenistas que ingresan, de acuerdo al puesto en el escalafón de ese día), voy a ver si juego Winston Salem o me voy directo a la Qualy.
– ¿Cómo fue la experiencia en Londres?
-No sé, no sé, la verdad es que sigue todo igual. O sea, lo disfruté mucho en el momento. Fueron un montón de mensajes y un montón de personas que se acercaron, pero yo intento, simplemente, seguir siendo la misma persona y quiero hacer lo mismo, que es estar en contacto con mi gente, con mi familia y mis amigos. Son ellos los que me mantienen con los pies sobre la tierra. Nada ha cambiado, sólo gané dos partidos la semana pasada. Fueron buenos, es cierto, pero el año sigue y mi carrera sigue. Ya está, disfruté ese momento y, ahora, estoy enfocado en lo que sigue.
– ¿Cómo fue el cambio? Vos no estabas acostumbrado a esto, venías de jugar torneos chicos construidos con mucho esfuerzo, como el M25 de Río Cuarto, otros con canchas irregulares y otros en ciudades prácticamente desconocidas, como la de Rumania.
– (Se ríe moviendo la cabeza, recordando la anécdota) La verdad es que en Wimbledon es todo tan prolijo, tan perfecto, muy distinto. El primer entrenamiento que hice ahí fue divertido, no lo sentí tanto, porque estaba muy emocionado. Después empecé a sentir mucho más la carga. Pero lo que pienso es que, muchas veces, llegar a los Grand Slam es como un premio al sacrificio que se ha hecho, al haber estado en Río Cuarto, al haber viajado solo, a bancar momentos difíciles y ganar partidos. Y, nada, creo que es un premio, es el sueño que cada jugador sueña.
– Pero el contexto se transforma, las canchas son parejas, la gente no está colgada del alambrado y pasás a un vestuario todo en madera, diferentes comidas, transporte.
– Al principio se siente un poquito la presión, no fue fácil, nunca había jugado con tanta gente, ni siquiera en Buenos Aires me había pasado. Todo eso me gustaba, pero después, de pensar en la cancha y en Rublev, a poder jugar y hacer lo que pude haber hecho ante él en ese estadio que no era fácil, es otra cosa. Ya había tenido un episodio cuando jugué en Buenos Aires este año y la cancha estaba bastante llena, ahí sentí mucho la presión de jugar frente a tanta gente. Sin embargo, cuando llegué a Wimbledon todo cambió, aunque era una superficie totalmente distinta para mí, en la que nunca había jugado, así que por eso no tenía mucha expectativa. De todos modos, los entrenamientos eran distintos y yo me sentía libre, me sentía que estaba disfrutando de… No sé, de estar jugando el torneo que siempre soñé y que siempre tenía ganas de jugar.
– ¡¿Wimbledon?! ¿Por qué la fascinación por Wimbledon?
– No sé (sonríe), era el único que me faltaba conocer. Para mí, desde chiquito, Wimbledon fue siempre el torneo soñado, de hecho, en su momento tenía de fondo de pantalla a la cancha central de Wimbledon. Es que tengo muchos recuerdos de haber visto a Federer vestido de blanco haciendo magia en la cancha. Pero siempre me llamó la atención el hecho de que se veía todo muy perfecto, con la vestimenta toda blanca, todos prolijos, una superficie totalmente distinta y porque sentía que tenía cierta mística. Y, sí, tal cual. Cuando llegué todo era perfecto, hasta en los entrenamientos en las canchas oficiales de partidos, sí o sí, tenés que estar todo de blanco. Por eso, cuando entrené por primera vez y vestido de blanco, sentí algo muy distinto adentro.
Como ya contara Infobae, Francisco Comesaña no viene de una familia de tenistas y, de chico, lo suyo era el fútbol. Pero, un día, su amigo de la infancia Francisco Arán, le hizo una propuesta que le cambiaría su vida. “Yo nunca hubiera jugado al tenis si no fuera por él, y sigue siendo uno de mis mejores amigos. Por eso, cuando voy al US Open siempre lo invito a Francisco (vive en Estados Unidos) para que me acompañe y nos veamos, aunque sea, una vez al año. La primera vez que jugué ese torneo nos paramos frente al Arthur Ashe y le dije: ‘pensar que vos me hiciste jugar al tenis por primera vez’. Nos abrazamos y nos emocionamos juntos”, recordaba “Come”.
– Vos jugabas fútbol como 9 en el club San Isidro, ¿por qué la decisión de largarlo todo por el tenis?
– Es que la primera vez que agarré la raqueta, no sé, sentí que quería jugar todo el tiempo. Lo miraba por tele y me encantaba, quería estar ahí. Además, le dije a mi mamá que me estaban golpeando mucho en fútbol y yo quería seguir con el tenis. Como no me quería lesionar, el fútbol pasó a segundo plano. Me pasaba horas en el frontón del Edison (tomaba clases con Horacio Zeballos padre), fui creciendo y cambiando de clubes y entrenadores, siempre en Mar del Plata, hasta que en 2017 decidí mudarme al CENARD, en Buenos Aires.
– Eras chico todavía. ¿Estuvieron de acuerdo tus padres?
– Mi familia estaba totalmente de acuerdo con mis decisiones y hacía hasta lo último de sus fuerzas para poder apoyarme en mi carrera. Me apoyaron ahí y cuando me la jugué para ir a Córdoba a entrenar con Facundo (Argüello).
– ¿De qué trabajan tus padres?
– Mi papá tiene una fábrica de ropa de nieve y mi mamá trabaja con él.
– ¿De esa fábrica salió siempre el presupuesto de tu carrera o tuviste algún otro tipo de apoyo?
– Ciento por ciento, todo eso costeado por mis padres. Nunca tuve ningún apoyo ni de una Federación o de algún sponsor, sólo el de raquetas y cuerdas. Después, ni un peso, siempre me bancaron mis viejos y, a veces, había que viajar como se podía, hasta solo, si era necesario. Me la rebuscaba, si hasta crucé de un país a otro caminando (comienza a reírse, recuerda la anécdota), como cuando fui a Rumania.
– Viajaste mucho con Mariano Navone, ranking similar, mismos torneos, finales y tiempos compartidos. Se hicieron amigos, pero despegó un rato antes que vos. Hablame un poco de esa relación.
– Nos llevamos muy bien, siempre tuvimos el ranking muy parecido y, por eso, coincidíamos en muchos torneos. Mariano es muy buena gente y es muy gracioso. Siempre me escribe. En el momento en que él no lo estaba haciendo bien, antes de empezar a ganar y hacer toda esa racha de finales, yo le mandaba mensajes. Después, cuando me vio que yo estuve como siete meses sin ganar un partido, fue él quien se acercó para alentarme. Y cuando nos va bien, también nos escribimos o nos acercamos, como el otro día en Wimbledon, que se acercó para darme un abrazo y decirme: “Te lo merecés”. Tenemos muy buena relación.
– ¿Cómo decidís volver a Buenos Aires y acercarte a Sebastián Gutiérrez?
– Siempre hubo algún vínculo con Sebastián. Él me ayudó para que pudiera ir al CENARD, también nos cruzábamos cuando él estaba con los Juniors. No teníamos mucha charla, pero nos llevamos muy bien en su momento. Después, en plena pandemia, yo me voy a jugar unos partidos a Francia y había que hacer la cuarentena. Como coincidíamos, la hice con Báez y “Guti” en Italia, porque íbamos a entrenar ahí. En ese momento salió una invitación para que Seba (Báez) juegue y Guti empezó a pelear para meterme a mí, también. A pesar de mi ranking, lo consiguió y pasé la cuarentena con ellos. En la casa que nos dieron empezamos a conocernos mucho más, pero cuando terminamos de jugar, él se va y yo me quedé solo unos días. Yo me volví a sumar con ellos en República Checa. Guti estaba entrenando a Seba, pero yo me juntaba con ellos, charlábamos y quedó una relación muy buena. Por eso, cuando terminó mi relación con Facundo, pensé en sumarme a su Academia. La primera semana que quedé sin coach y antes de decidirme, fue media complicada, porque sabía que Guti estaba con Báez y yo no sabía cómo él iba a poder armar todo, pero levanté el teléfono y lo llamé. Le gustó la idea, me pidió unos días para acomodarse y cuando se ordenó me dio el OK. Y volví a Buenos Aires.
– Cuando no coinciden los torneos con Gutiérrez, ¿quién te acompaña?
– Cuando viajamos es difícil coincidir, por la diferencia en el ranking con Seba (Báez). Esta semana me está acompañando Manuel Abades, que trabaja en la Academia, pero cuando coincidimos él también se acerca para darme una mano.
– ¿Cómo sos adentro de la cancha? Porque Gutiérrez es un poco intenso en los partidos cuando te alienta. ¿Qué te dice?
– (Comienza la respuesta riéndose) Me pongo algo nervioso, pero lo que encontramos con Guti es que a veces salen algunas charlas medio divertidas dentro de la cancha y eso hace que se me pasen los nervios. Entonces, ya me empiezo a reír y, ahí, es como que me relajo un poco. Creo que él me captó enseguida y yo intento hacerle caso lo más que pueda, porque la gran mayoría de las cosas que me ha dicho en la cancha han funcionado muchísimas veces, cuando las logró hace,r está bien.
– A comienzos de año deben haber planificado una cosa, pero después de lo que hiciste en Wimbledon, el futuro puede llegar a verse diferente, ¿cómo lo ven ahora?
– La primera meta era meterme Top 100, que quizás era una barrera mental que no podía superar cada vez que me acercaba. Yo sabía que estaba muy cerca de estar Top 100, que podía, pero sentía como una presión extra que me tiraba para atrás. Hoy ya no me pasa, no siento esa presión, sino que sé que es cuestión de hacer las cosas lo mejor posible y, así, los resultados llegarán. Tampoco intento acelerar los tiempos ni pensar en el futuro, porque es cuando me lleno de presión y empieza de nuevo el “defiendo puntos y si no sumo no llego”, y eso no sirve. Por eso, intento hacer lo mejor que puedo hoy, mañana y todo el tiempo que pueda. Me encantaría poder terminar el año, te diría (piensa, evalúa el número de la respuesta), dentro de los 50 primeros del ranking, si vamos a poner una meta numérica. Obviamente, me gustaría poder jugar todo el tiempo los Grand Slam y muchos ATP, porque los torneos son mucho mejores y jugás contra los mejores. Esta semana pude jugar contra ellos, contra los problemas y me gustó mucho y quiero ir por ello de vuelta.