“Lo dije hace mucho tiempo: esta Copa no me interesa. En primer lugar, es una barbaridad que se enfrenten en la misma zona, las dos mayores potencias como Argentina y Brasil. A los europeos jamás se les ocurriría eliminar entre sí a Alemania y Holanda. Será un buen banco de pruebas para los jugadores que no han tenido rodaje en la Selección. Un caso es el de Coscia, delantero de San Lorenzo. Sobre él hablé mucho con Bilardo, porque levantó su nivel y quiero tenerlo conmigo para saber cómo es”.
¿Quién era la persona que hacía esta declaración en julio del ‘79, refiriéndose a sus charlas con el Narigón? César Luis Menotti, aunque 45 años más tarde parezca mentira. El Flaco solía mantener conversaciones con los técnicos de los diversos clubes y Carlos, por entonces en el Ciclón, no fue la excepción. La cordialidad entre ambos comenzó a extraviarse entre los laberintos de los egos, allá por 1983, cuando uno sucedió al otro en el cargo de entrenador de la Selección y la polémica se derramó para todos los tiempos.
Quedaba claro que, para Menotti, aquella Copa América de 1979 estaba muy lejos de sus prioridades y quizá por ello decidió abordarla con un equipo particular, compuesto casi en su totalidad por elementos de tenían poco o nulo rodaje con la camiseta celeste y blanca, como lo citó ante la prensa: “Passarella será el único de los mundialistas, porque es el capitán y mi lugarteniente dentro de la cancha. Será el abanderado del grupo, porque es un ejemplo y el líder natural de este nuevo grupo. Y qué mejor garantía de seriedad para los más jóvenes que empezar a trabajar con el capitán y con el cuerpo técnico de la Selección campeona del mundo”.
Entre ese nuevo grupo de jugadores estaba José Antonio Castro, quien se venía destacando con interesantes actuaciones como puntero derecho de Vélez. En diálogo con Infobae, Pepe recordó el particular modo en cómo se enteró que la anhelada convocatoria era una realidad: “Yo había tenido un año muy bueno en Velez en el ‘77 y lo estaba repitiendo en el ‘79, casi al nivel que tuve luego en Argentinos Juniors, pero con menos repercusión en los medios. Una noche estaba yendo junto a quien era mi mujer con el auto a una pizzería chiquita a la solíamos concurrir, sobre la avenida Rivadavia. Íbamos escuchando la radio, esperando para conocer la lista de los nuevos convocados para la Selección. Yo tenía expectativas porque mi nombre estaba sonando, aunque no había nada confirmado. Bajé solo del coche, fui caminando al negocio y estando ya en el local, todos estaban en derredor de una radio, escuchando La Oral Deportiva de Rivadavia, porque estaban dando la lista. Cuando dijeron Castro, le dije al hombre del mostrador: ‘Me citaron a la Selección’. Él no lo podía creer y me regaló una grande de muzzarella (risas)”.
Se iniciaron las prácticas con el duro objetivo de tener que debutar ante Bolivia en la siempre compleja altura de la ciudad de La Paz. Para Pepe Castro no fue todo lo bueno que pensaba: “Me incorporé a los pocos días, pero no conocía a casi ninguno de los muchachos, con la excepción de mi mejor amigo, Pedro Larraquy. En la primera práctica, en cuanto me vio, Menotti me dijo: ‘Por fin uno de ojos claros’ (risas). El Flaco te impactaba. Ese día, se apareció una pelota en la mano y dejó una gran frase: ‘La única indispensable es esta’. Tenía sus ideas muy claras y estaba adelantado al resto. Igualmente, no me sentía del todo cómodo en ese grupo, porque tenía pocos con quien hablar. Con dos de ellos tuve una linda anécdota: el Ropero Díaz tenía un auto importado, pero viejo y se quejaba todo el tiempo. Un día dijo que le tenía que poner un litro de aceite por día, a lo que Guillermo Trama le contestó: ‘¿Tenés un coche o una sartén?’” (risas).
En octubre del ‘78, Quilmes se había dado el gran gusto de su historia, al ser el campeón del Metropolitano, con un golazo inolvidable de Jorge Gáspari, un mediocampista que se venía destacando. Para Infobae recordó como fue el momento de la llamada de Menotti para la Selección: “Fue una experiencia inolvidable, que me tocó vivirla a una edad muy temprana, con varias cosas importantes que me sucedieron de golpe, porque llegué a Buenos Aires desde Mar del Plata en el ‘76, dos años después fui campeón con Quilmes y pocos meses más tarde llegué a la Selección. Ese paso me dejó muchas enseñanzas que pude disfrutar y aplicar con el paso del tiempo. Ya en el mes de marzo me había incorporado, porque fui parte del plantel que se preparaba para el tradicional torneo de Toulón, con Menotti como entrenador. Pero cuando llegó el momento de viajar, él debió quedarse, por el partido de Argentina contra Resto del Mundo, por los festejos del primer año del Mundial. Nuestro técnico allí fue su ayudante Poncini, pero al regreso, varios seguimos practicando, porque se rumoreaba que algunos podríamos ser parte de la Copa América y así se dio en mi caso”.
El calendario ‘79 de las selecciones nacionales fue muy abultado, con dos giras por Europa, la Copa América, el torneo de Toluón, el campeonato Preolímpico de Puerto Rico y el Mundial juvenil. Menotti pensó que era el momento exacto de comenzar a ver jugadores que abrieran la posibilidad de una renovación de cara a España ‘82. Para Pepe Castro, el debut en el máximo torneo continental fue un momento destacado de su carrera, con una anécdota particular: “Se hizo el sorteo de la Copa América, que eran tres zonas de tres países, y nos tocó compartirla con Bolivia y Brasil, en un hecho insólito, que pongan a las dos máximas potencias del continente en el mismo grupo. En las prácticas previas se veía que iba a ser titular y así ocurrió en el debut, que fue en La Paz, a 4.000 metros de altura. Perdimos 2-1, pero no tuve problemas e hice un partidazo, y todos los medios me resaltaron como la figura del equipo y gracias a eso viví un muy lindo momento. Al regresar, en uno de los entrenamientos, se sumaron los chicos que se preparaban para el Mundial juvenil de Japón, y en un momento vino Diego, que era un pibe: ‘¡Qué partido jugó en Bolivia! Lo felicito’. Ya era una inmensa figura, pero me trató de usted, con gran respeto. Un fenómeno”.
En aquela presentación en La Paz, Argentina alineó a 10 debutantes: Enrique Vidalle; Eduardo Saporiti, José Van Tuyne, Miguel Bordón; Jorge Gáspari, Pedro Larraquy, Carlos Ángel López; José Castro, Sergio Fortunato, Roberto Díaz. Obviamente, el único con experiencia, y mucha, fue Daniel Passarella. Se dio una situación curiosa con la numeración, ya que no fue la tradicional, sino en bloques por la posición en la cancha. Los tres arqueros tuvieron del 1 al 3, seguidos por los defensores, mediocampistas y delanteros.
La idea era que Maradona no estuviera en el torneo, preservado para el Mundial juvenil, que arrancaba el mes siguiente. Menotti cambió de parecer y decidió llevarlo para el segundo compromiso, nada menos que ante Brasil en el Maracaná. Los 16 de la delegación que habían viajado a Bolivia ya tenían su número asignado, y el 10 era propiedad del lateral Juan Carlos Bujedo. Eran pocos los que quedaban libres y uno de ellos fue el 6, que Diego lució allí. Pese a tener solo 18 años, causó conmoción su llegada a Río de Janeiro. Para Pepe Castro, esa noche significó una de las más grandes frustraciones: “Mucha gente no recuerda que algunos partidos de la Selección se podían observar en los cines, en pantalla gigante. Y eso ocurrió en esa ocasión contra los brasileños y por eso mi familia concurrió a uno para verme. Pero en la charla técnica, me enteré que iba a ir al banco, porque como titular estaba Coscia, que era amigo de Passarella, por ser del mismo pueblo. El viejo Maracaná explotaba y apenas arrancó nos metieron un gol, entonces pensé: ‘Qué mal viene la mano acá’ (risas). Y cuando faltaban unos veinte minutos, el Flaco me dijo: ‘¿Nene, se atreve?’ Y sin dudar le respondí: ‘¿Y para que me trajo?’. Lo tomó bastante bien, porque sabía cómo era mi personalidad y que siempre quería estar en esa clase de partidos. Ahí me di el gusto de poder jugar al lado de Diego”.
Para Jorge Gáspari también permanecen intactas las imágenes de esa noche en Río de Janeiro: “No sé si es como un pecado de juventud, pero en el momento no le di la exacta dimensión que sí le puedo otorgar ahora. Con el paso del tiempo me pongo a reflexionar: ¿en qué estaba pensado yo en ese momento? Seguro el deslumbramiento por el Maracaná, pero estaba enfocado en poder hacer las cosas bien. Con la visión que dan los años, me doy cuenta de que fue algo extraordinario actuar allí, con la camiseta de la Selección, ante casi 100.000 personas y en el mismo equipo de Diego. Si bien con él ya habíamos sido compañeros en el sudamericano juvenil que se disputó en Venezuela en el ‘77, el hecho de jugar al lado de él te marca para toda la vida”.
Argentina debía ganar sus dos partidos en condición de local para tener chances de avanzar a las semifinales. En primer término, enfrentó a Bolivia en cancha de Velez, ganando con la claridad que expone el 3-0 final, y ocurrió el famoso gol de Diego, que, al recibir la pelota dentro de área, logró convertir pese a caerse, producto de un resbalón. Aquel del Maracaná y este, fueron los dos únicos partidos en los que fue titular sin utilizar la camiseta número 10 en su incomparable trayectoria en la selección nacional. Por eso, esas dos presentaciones de Diego en la Copa América del ‘79, son tan recordadas por todos sus fanáticos.
Quedaba la revancha ante Brasil, con la única opción de quedarse con los dos puntos para llegar a la semifinal. Fue un clásico atípico, con poco clima en las tribunas: apenas se cubrió la mitad de la capacidad del estadio Monumental. Un detalle poco conocido de esa noche es que el técnico de la selección fue Federico Sacchi, en forma interina, ya que Menotti se encontraba en Japón con la selección juvenil que debutaría tres días después en el Mundial, con Maradona como figura excluyente.
A la baja de Diego, se sumaron la de otros futbolistas para el decisivo compromiso, que motivó nuevas convocatorias. Sin dudas, la más particular fue la de Ricardo Bochini, que llevaba dos años sin actuar en la Selección y recién volvería a ponerse esa camiseta en 1984. Así lo recordó Jorge Gáspari: “En los días previos hizo su aparición en la fundación Natalio Salvatori, donde nos entrenábamos siempre, en José C. Paz. Era muy particular, tanto como jugador y también como persona, con una forma de ser muy introvertida, pero genial dentro del campo. El primer día, bien a su estilo directo de pocas palabras me dijo (imita la voz del Bocha): ‘¿Gáspari: vos tenés auto y vas para Quilmes?’. Le respondí que sí y de ese modo compartimos varios viajes, porque venía desde mi casa, lo pasaba buscar por Avellaneda y partíamos para allá. Me causaba gracia, porque era todo un personaje y no sabía manejar (risas). Como futbolista era maravilloso, porque estaba como un segundo adelantado a la jugada y tenía una capacidad superior para desprenderse de la pelota en el momento exacto. Era muy raro verlo en el piso”.
La irregularidad de ese equipo que parecía estar en permanente formación también se evidenció frente a Brasil. Pudo ganar, pero los permanentes errores y desacoples de la defensa no se lo permitieron y el 2 a 2 final fue un castigo que se pagó con la eliminación. Lo atípico de la numeración, tuvo un capítulo más esa noche, con Bochini utilizando el 22, el último de la lista…
El objetivo de Menotti, de poder utilizar al certamen como banco de pruebas no se alcanzó, porque 15 de los futbolistas convocados para esa Copa América, no volvieron a actuar en la Selección luego de 1979. Quizá, fue una ocasión desaprovechada de poder levantar ese trofeo que se venía negando de 1959 y permanecería lejos de las vitrinas de la AFA hasta 1991, ya que, con todos los problemas señalados, se estuvo apenas a un gol de la clasificación. En ese momento, con las mieles del éxito del ‘78, no se le dio importancia. Unos años más tarde, en el Mundial de España, se pudo observar que la tan ansiada renovación, que pudo comenzar allí, no había llegado al plantel nacional, que regresó tan pronto como inesperadamente, decretando el fin del ciclo de Menotti, en medio de una dolorosa eliminación en la segunda fase.