El heredero del Zorro: los recuerdos del actor Fernando Lúpiz de sus participaciones en los Juegos Olímpicos y su relación con Guy Williams

Fernando Lúpiz pudo combinar su deporte olímpico, la esgrima, con la actuación. El Zorro, un personaje que lo marcó para toda la vida
Fernando Lúpiz pudo combinar su deporte olímpico, la esgrima, con la actuación. El Zorro, un personaje que lo marcó para toda la vida

La imponencia de la avenida Corrientes. En esta versión actual, un tanto distante de aquellos tiempos de intelectuales, librerías y cultura a casa paso, pero donde aún se vislumbran destellos. Ya quedó en el olvido su célebre esquina con Montevideo, donde el bar La Paz se había erigido como un símbolo de la bohemia de los ‘60 y ‘70, al tiempo que La Giralda permanece firme, aunque remodelada, en su sitio eterno. Equidistante entre ambos, la majestuosidad del teatro San Martín. Un emblema que sigue respirando arte en cada rincón. El encuentro con Fernando Lúpiz, que allí está representado un clásico como Cyrano de Bergerac. Siempre amable, con una sonrisa que es su marca, como aquella de la Z, que supo hacer como nadie, el justo heredero de Guy Williams. Las tablas, que llegaron lentamente a su vida, hasta convertirlo en un actor famoso, pero que siempre fueron de la mano con la esgrima, que vino casi desde la cuna, como transfusión de pasión de parte de su padre, y que le permitió la grandiosa experiencia de representar al país en los Juegos Olímpicos.

“Es lo más maravilloso que le puede pasar a cualquier persona que decide dedicarse a un deporte y, desde chico, va haciendo el camino, paso a paso, creciendo en cada intento: lo máximo a lo que puede aspirar es a ser olímpico. Sea en la disciplina que fuera, uno siempre se va trazando objetivos para poder cumplir. En Europa, por ejemplo, la esgrima es muy popular, incluso en Hungría es uno de los deportes nacionales y hacia allí se apunta, pero no hay nada como poder representar a tu país en los Juegos. Desde siempre ha sido complicado el tema del apoyo económico para la mayoría de los deportes en nuestro país, pero contamos con algo a favor, que es único y es el crisol de razas con el que estamos formados, que nos da un plus de confianza: ‘Cuidado que soy argentino y te puedo ganar’. Eso sentimos todos y es lo que perciben los adversarios”.

Fernando Lupiz
En los ’70 Lúpiz fue uno de los mejores juveniles que causaba asombro y admiración en cada cruce en la legendaria sede de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires

Desde chico ya se había desmarcado como uno de los mejores juveniles, con gran capacidad, que causaba asombro y admiración, en cada cruce en la legendaria sede de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires de la calle Bartolomé Mitre. Con el amanecer de los años ‘70, asomaba la posibilidad de estar en Munich ‘72: “La clasificación para los Juegos Olímpicos hace 50 años eran mucho más simple que ahora, porque la obtenías por país y no por región, como ocurre en la actualidad, en una medida que se tomó para achicar costos. Éramos varios en un muy buen nivel, pero con solo 18 años lo conseguí y fue extraordinario, porque la competencia era muy fuerte, solo había lugar para dos y yo me destacaba en la especialidad de florete. Llegamos con dos semanas de anticipación, para poder entrenarnos y adaptarnos. Lo recuerdo como una fiesta, desde el mismo momento en que nos dieron la indumentaria y toda la delegación argentina estaba vestida de la misma manera, algo que no solía suceder. La sensación de ser olímpico es fresca, única, y se emparenta con los valores históricos del deporte”.

Era un sueño realizado para Fernando poder estar compitiendo mano a mano con los mejores del planeta y rodeado de las más encumbradas celebridades del deporte. Sin embargo, allí en Múnich iba a ocurrir un hecho luctuoso, que empañaría la fiesta y se perpetuaría como el Septiembre Negro, un atentado terrorista contra la delegación de Israel, que conmovió a todo el planeta: “Fue algo completamente inesperado que mancilló al mundo entero. Fue una locura con tiroteos, bombas y muchos muertos. En nuestro caso, fue más tocante aún, porque, según lo que nos comentaron, la primera de las víctimas fue el instructor de esgrima, quien se parapetó en la puerta, tratando de impedirles el acceso, mientras le decía al resto de sus compatriotas que fueran a avisar lo que estaba sucediendo. Entrenábamos con ellos y teníamos buena relación. Estábamos alojados en un edificio cercano en la villa olímpica y durante un par de días teníamos prohibido salir de las habitaciones por una cuestión de seguridad. Los muchachos de tiro nos prestaban las miras de sus armas, para poder observar, con sumo cuidado desde las ventanas, los acontecimientos. Pudimos ver cómo el gobernador de Múnich estaba en las negociaciones con los terroristas. Es algo que me quedó grabado. Era como estar dentro de una película de terror, porque fue una pesadilla. Las competencias se detuvieron por cinco días y nadie sabía qué podía pasar”.

Fernando Lupiz
Fernando Lúpiz representó a Argentina en 1972 en los Juegos Olímpicos

Ha transcurrido medio siglo y los cambios fueron inmensos, en todas las direcciones, pero sobre todo en el tema de las comunicaciones, que no era nada fácil en aquellos tiempos: “En Múnich teníamos unas cabinas donde había unos grabadores. Como promoción, nos regalaban los cassettes de audios, que colocábamos allí, para registrar nuestras voces, contando lo que cada uno quería. Eso se llevaba al correo, se enviaba a la dirección que indicábamos y llegaba perfectamente, como máximo a los dos días. En uno de esos mandé el relato de una las cosas más increíbles que vi en toda mi vida que fue una mujer con bigotes, pero con mostachos impresionantes (risas). Era una de las cuidadoras de los atletas de una delegación, creo que Bulgaria, pero realmente no lo recuerdo con exactitud, pero sí que fue uno de los impactos más grandes que tuve”.

La gran mayoría de los deportistas que han tenido la fortuna de poder participar de este evento inigualable, subrayan que compartir la villa olímpica con los mejores y más variados colegas de todas las disciplinas, es una marca para toda la vida. En esa dirección también van los recuerdos de Fernando: “Eso es un regalo, porque te vas encontrando con los más grosos del universo y estamos todos en la misma situación. En Munich ‘72, la gran figura fue Mark Spitz, el nadador de los Estados Unidos, que obtuvo nada menos que siete medallas, y a quien me crucé varias veces. Se produjeron inmensos avances en las comunicaciones, pero ya en ese tiempo había una organización extraordinaria, sentías que te estaban agasajando, porque se desvivían para atenderte bien, porque al ser un olímpico, eras como de otro planeta y daba una sensación muy agradable. Yo me sentía muy confiado, pero es normal que en tus primeros Juegos Olímpicos no tengas una actuación destacada”.

A su regreso de Múnich ‘72 se produjo un hecho que lo conmovió y le fue abriendo puertas quizás impensadas para ese chico soñador: “Estaba practicando en GEBA y me avisaron que tenía una llamada por teléfono. Me convocaban desde Canal 13 para trabajar junto a Guy Williams, que había llegado al país, con 4.000 personas esperándolo en Ezeiza, en medio de tremendo suceso de El Zorro. Allí fui y enseguida se dio una relación extraordinaria con él. Lo primero que hicimos juntos fue un sketch en Porcelandia, el programa de Jorge Porcel, donde teníamos que simular una pelea. A partir de ese momento, comencé a escribir esgrima escénica, que tiene que estar cronometrada y que los golpes sean bellos y exactos, gracias a sus consejos. De a poco, me fue enseñando los secretos y soy un eterno agradecido. En total, estuvimos 16 años trabajando juntos y no tengo dudas de que en mí encontró un amigo, que terminó siendo como un hijo, por todas las coincidencias que teníamos: actores, modelos, jinetes y esgrimistas. Llegamos a hacer 750 shows en todo el país y él me fue dejando sus cosas, como la espada, que jamás se rompió y la ropa, que es todo un símbolo”.

Fernando Lupiz
Fernando Lupiz en el podio

El éxito de la serie se potenció con esas presentaciones, donde el público acudía y llenaba cada una de las actuaciones. Eso no distrajo a Fernando, que siguió adelante también con la esgrima, con la idea de poder ser parte de los siguientes Juegos Olímpicos. Luchó, alcanzó el objetivo y dijo presente en Montreal ‘76: “Fue otra gran experiencia, a la que llegué más preparado, pero igual era muy alto el nivel. Quedé impactado por varias cosas y viví un momento particular. El comedor tenía unas dimensiones extraordinarias, con mesas que tenían capacidad para ocho personas. Estaba todo incluido y, por supuesto, no usás dinero y podés comer todas las veces que quieras, algo que también marca un desafío para cada uno, en el hecho de saber cuidarte. Buscabas tu comida e ibas con la bandeja buscando un lugar libre para poder sentarte. Así fue como encontré uno, me ubiqué entre varios chicos muy jóvenes, que enseguida detecté que eran de Rumania y allí estaba nada menos que Nadia Comaneci, que era la gran figura y ya había deslumbrado al mundo con su brillante performance, que la sigue consagrando como la mejor de la historia en su especialidad dentro de la gimnasia. Era muy humilde, simpática, comenzamos a charlar entre todos y me preguntaban cosas de nuestro país. En un momento, saltó un yudoca, que era inmenso (risas) y me dijo en un intento de castellano: ‘Yo, Mar del Plata, campeón del mundo’ (risas). Pero lo más importante es que uno se codeaba con los mejores de cada deporte y era inigualable”.

Hubo una generación de deportistas argentinos que vio cómo se desvanecían sus esperanzas de participar en una edición de los Juegos Olímpicos, pese a haber luchado y obtenido su clasificación, por una decisión ajena y lejana. Le ocurrió a todos los que estaba listos para viajar a Moscú ‘80 y debieron quedarse con la frustración, porque Argentina decidió plegarse al boicot que decidió Estados Unidos, en plena guerra fría. Fernando Lúpiz era uno de los que tenía chances concretas de obtener una medalla: “Fue una locura eso, porque nos avisaron una semana antes del viaje. Fuimos convocados al Comité Olímpico en la calle Juncal, vestidos con el uniforme de la delegación y allí nos dieron la noticia, que desató una tristeza generalizada. Nos mirábamos entre nosotros y no lo podíamos creer, porque nos habían arrancado una felicidad inmensa. En mi caso, atravesaba un gran momento, quizás el mejor de mi carrera y eso se reflejaba en los resultados vigentes, donde era campeón argentino y sudamericano y subcampeón panamericano. En mi vida es una asignatura pendiente que no va a repararse jamás”.

Fernando Lupiz
Fernando Lupiz con don Diego de la Vega, hicieron más de 700 shows con Guy Williams a lo largo del país

Mientras llega el ansiado momento de los Juegos Olímpicos, ese placer que se da cada cuatro años, Fernando Lúpiz sigue con la pasión de la actuación. Cyrano de Bergerac parece una obra a su medida, donde tanto él como el Puma Goity se lucen cada noche en uno de los escenarios del mítico San Martín: “Gracias a Guy Williams que me enseñó tanto de esgrima escénica y me dio los secretos para que nadie salga lastimado y sea algo vistoso. Como en esta obra, también lo hice en muchas otras, instruyendo a los actores y es un gusto inmenso. El Puma es una revelación, porque tiene un texto inmenso y le ha sumado una enorme destreza con la espada, que jamás había empuñado. Yo disfruto mucho haciendo Cyrano, no solo con mi personaje que es muy lindo, sino por todo lo que se ha generado. Nunca vi un clásico tan bien hecho”.

La llama olímpica se encendió y nunca más se apagó. Sigue destellante, alumbrado al mundo del deporte, cada cuatro años, con una luz única. Con el mismo fuego siguen ardiendo la esgrima y la actuación, las dos pasiones en la vida de Fernando Lúpiz, ese hombre amable y divertido, con quien siempre será grato compartir una charla, en la mesa de cualquier bar, o en la imponencia del teatro San Martin.