-Dame a alguien perdedor.
-Los Washington Generals.
-No. No tan perdedor.
Los Washington Generals son eternos partenaires de los amados Harlem Globetrotters, destinados a maravillar al público con acrobacias, piruetas y bromas. Destinados también, más allá de que nadie lo dice de tan obvio que es, a ganar cada partido que jueguen, aunque el resultado parezca lo menos importante de un espectáculo que por momentos combina el básquetbol y el circo. Es difícil encontrar en el deporte a un equipo con un rol tan marcado de segundón -y perdedor-, al punto de que hasta en “Los Simpsons” se aludió al tema en un capítulo en que el payaso Krusty caía en bancarrota por sus múltiples vicios, y una de las causas de su ruina era haber apostado buena parte de su dinero a una victoria de los Generals.
Pero hubo una noche improbable de 1971 en la que un grupo de muchachos -desubicados- se hartó de seguir a rajatabla el libreto prefijado para los Generals y se robó la alegría. Por si faltaba algo para agregarle épica, todo eso lo hicieron liderados dentro de la cancha por el patriarca de su equipo, que tenía ya 50 años.
Cuentan que, como corresponde a la mayoría de los eventos que dejan una marca en la historia, nada hacía prever lo que estaba por ocurrir aquel día, que algunos aseguran que fue un 5 de enero aunque sin plena certeza. El privilegio de presenciarlo estuvo reservado a unos pocos: el partido se jugó en el estadio del campus de la Universidad de Tennessee en la ciudad estadounidense de Martin, que tiene una población de poco más de 10 mil habitantes. Cuentan que el día del partido había unas 3.600 personas en la cancha de la casa de estudios, que se presenta en Internet como “la universidad de un pequeño pueblo para personas con grandes sueños”.
No había en las tribunas un solo hincha de los muchachos que suelen vestir de amarillo o verde. Como sabe cualquiera que haya presenciado un show de los Globetrotters, allí se da el escenario contrario del que se repite en cada espectáculo deportivo en cancha neutral, cuando el público tiende a inclinarse hacia el lado del más débil, un poco por sentirse identificado con el que tiene menos posibilidades de triunfo, o tal vez por el morbo de ver caído al favorito.
En el caso de los saltimbanquis de Harlem, se sabe que el apoyo para ellos será unánime, con la poco probable excepción de algún excéntrico, o de algún chico al que se le ocurra compadecerse de esas cinco personas que soportan con resignación las bromas muchas veces picantes de los que tradicionalmente usaron la emblemática casaca azul con vivos blancos y rojos, y en tiempos más recientes pasaron a una negra con vivos azules, blancos y rojos.
Pero algo fue distinto en aquella poco documentada noche de 1971, cuando ni siquiera había en la cancha un periodista de la revista de la Universidad de Tennessee como para redactar una crónica, porque el partido se jugó durante el receso por la Navidad y los estudiantes estaban de vacaciones. Los reportes de ese día cuentan que desde el principio los Generals se sintieron tentados a desafiar a sus eternos verdugos, a pesar de que en el segundo cuarto llegaron a estar 23 puntos por debajo en el marcador. Hasta que una chispa se encendió y les hizo creer que ese era el día en que se abría el hueco para una historia distinta.
Entre los rebeldes había un héroe. Red Klotz ya había sido muchas cosas en el medio siglo que llevaba vivido por entonces. Había combatido en la Segunda Guerra Mundial y había jugado maravillosamente al básquetbol en los Philadelphia Sphas, uno de los mejores equipos de Estados Unidos en tiempos previos a la existencia de la NBA, cuando supo ser rival de los Globetrotters y ganarles en algunas ocasiones. Ya en 1952, cuando empezaba el ocaso de su carrera, fundó a los Washington Generals para acompañar a los Globetrotters en las giras. Aquel día de 1971, Klotz, que por entonces era además entrenador y jugador de su equipo, fue el protagonista soñado de la victoria.
En su biografía, “La leyenda de Red Klotz – Cómo el líder de derrotas del básquetbol ganó alrededor del mundo 14.000 veces”, del escritor Tim Kelly, Klotz contó cómo fue que los Generals empezaron a creer seriamente que podían ganar. “Todo lo que tirábamos entraba. Agarrábamos cada rebote y los frenábamos en defensa. No podíamos perder”, comentaría sobre esa noche en que el público, a medida que vio que el margen del resultado se estrechaba, empezó a alarmarse, ante un escenario que no tenía mucho que ver con lo que habían ido a presenciar.
Después de un último cuarto parejo, los Generals llegaron a su última posesión un punto por debajo en el marcador, y estaba claro para todos quién iba a hacerse cargo de ese lanzamiento. “Si los míos tienen una chance de ganar, yo quiero el tiro”, explicó Klotz. El dueño, fundador, entrenador y jugador de su equipo no se iba a perder la oportunidad. Ese tiro, como correspondía a una noche tan especial, iba a entrar, para pasar arriba en el resultado. La última posesión fue de los Globetrotters, que erraron. A otra cosa.
“Fue como si hubiéramos matado a Papá Noel”, afirmó Klotz en su biografía con un toque dramático, al recordar las caras impávidas en el público y algunos abucheos que lo acompañaron en el camino al vestuario. En la página de Internet de la Universidad de Tennessee en Martin abundan los testimonios de algunos de los que estuvieron ese día. Algunos de ellos todavía eran muy chicos y recibieron la advertencia de sus padres de que lo que acababan de ver no era normal y que hicieran fuerza para no olvidarlo.
Cuenta el sitio oficial de los Globetrotters que en realidad el equipo perdió 345 partidos a lo largo de sus 90 años de historia. Esa estadística presenta del otro lado unas 27 mil victorias, número que se sigue engrosando en cada presentación contra los abnegados Washington Generals, que después de alguna salida de circulación momentánea siguen ahí. Sin Red Klotz, que desde 2014 no está entre nosotros, un grupo de muchachos se entrena día a día para cumplir su rol de acompañante en un partido preparado para que se luzcan otros. Ninguno de ellos vio aquella lejana victoria de 1971, en un mundo en el que todavía había lugar para que los rebeldes se salieran del guion.