La entrada de la policía ecuatoriana a la embajada de México para buscar al exiliado Jorge Glas, ex vicepresidente del “progresista” Rafael Correa, ha conmovido en estas horas a muchos gobiernos latinoamericanos. La regla es muy simple y pasa por la inviolabilidad de una embajada extranjera para sacar a los empellones a un ex funcionario acusado de corrupción y conducirlo a una cárcel común. El gobierno del joven presidente Daniel Noboa no lo entiende así.
No es un hecho nuevo en América Latina. En 1956, durante el nuevo gobierno de la Revolución Libertadora, comandos del Ejército violaron la residencia del embajador de Haití para tomar preso al general Raúl Tanco y otros refugiados, violar la figura del “asilo” y conducirlos a prisión o fusilarlos.
El vicepresidente de facto almirante Isaac Francisco Rojas contará en sus memorias que en la noche del sábado 9 de junio de 1956 se encontraba plácidamente sentado en su palco del Teatro Colón. Estaba acompañado por su esposa, el matrimonio Galli y el capitán de fragata José María Rubio y su esposa. Observaban en profundo silencio la obra de ballet “El espectro de la Rosa”, musicalizada por Karl María Von Weber. En un momento, cuando el bailarín saltaba por la ventana y daba leves pasos alrededor de la primera figura femenina, que se mostraba dormida, y depositaba una rosa en su regazo, “me interrumpió un ordenanza” para informarle que tenía una urgente llamada telefónica”. Salió del salón, tomo el teléfono e inmediatamente reconoció la voz del jefe de Inteligencia de la Armada, el capitán de navío Mario Robbio Pacheco, que informaba: “Señor almirante, están ocurriendo algunos sucesos” y Rojas entendió que debía abandonar el Teatro y dirigirse al Ministerio de Marina.
En realidad Rojas y el gobierno que presidía el teniente general Pedro Eugenio Aramburu sospechaban que se gestaba un conato contra el gobierno de facto de la “Revolución Libertadora” que había desalojado al presidente constitucional, teniente general Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955, y después al presidente de facto teniente general Eduardo Lonardi en noviembre del mismo año.
Cuando llegó a la sede naval lo estaban esperando, entre otros, Robbio Pacheco y el capitán de navío Francisco Guillermo “Paco” Manrique, jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación. Tras los saludos de estilo, Manrique le dijo que se debían activar “los instrumentos legales para sofocar una contrarrevolución”. Confiesa Rojas a su biógrafo, Jorge González Crespo, que le dijo a Manrique: “Yo me encargaré de todo esto de la Marina y él me contestó: Yo me encargaré de la Fuerza Aérea y el Ejército.” El vicepresidente fue a la central de comunicaciones y se comunicó con Aramburu que en ese momento volvía en barco desde Rosario. Lo hizo pasar al buque de guerra “Drummont” –que lo escoltaba—y le informó los acontecimientos. Luego de escuchar, Aramburu lo instruyó: “Rojas ponga en marcha la ley marcial y los demás decretos ya firmados.”
“Señor Presidente, respondió el almirante, quédese tranquilo que ya está todo hecho y controlado.”
El relato más completo de lo sucedido lo dio Salvador Ferla, un ítalo-argentino, que militó en la Alianza Libertadora Nacionalista y escribió en los medios peronistas Resistencia Peronista, Palabra Argentina y Rebeldía. En su libro “Mártires y verdugos” resume que el golpe se hizo (e intentó) en varios lugares de la Argentina con oficiales, suboficiales y civiles que se movilizaron tras conocerse una proclama que para algunos la habían escrito el general ( R ) Juan José Valle con el poeta Leopoldo Marechal, creador de “Adán Buenosayres”. Como todo se presume la planificación era conocida por los diferentes servicios de Inteligencia del Estado. Tras un comienzo medianamente exitoso en alguna guarnición el complot fracasa rotundamente. No logra prolongarse más que unas pocas horas. “Es una rebelión de subalternos” dirá Arturo Ossorio Arana, Ministro del Ejército.
Para el historiador estadounidense Robert A. Potash el hecho expresaba “en esencia un movimiento militar que trató de sacar partido del resentimiento de muchos oficiales y suboficiales en retiro así como de la intranquilidad reinante entre el personal en servicio activo. El movimiento no logró la aprobación personal de Juan Perón”, exiliado en Panamá. “El fracaso de la asonada del 10 de junio de 1956 –le dice a John William Cooke—ha sido la consecuencia del criterio militar del cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con ingenuidad. Lástima grande es que hayan comprometido inútilmente la vida de muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano, podía predecirse como un fracaso.” En la misma misiva, fechada el 12 de junio de 1956, le dice a Cooke que “hace cinco meses impartí las instrucciones sobre la forma en que debíamos encarar el problema: mediante la resistencia civil. Durante estos cinco meses no he hecho sino repetir que los golpes militares no interesaban al peronismo porque no era solución salir de las manos de una dictadura para caer en otra”.
Fracasado el golpe y tras la detención de militares y civiles se aplica –después– lo determinado en la Ley Marcial, los fusilamientos. “No se fusila para reprimir –escribirá Ferla—se fusila para castigar”. Engendrar temor en prevención de otras posibles sublevaciones. Si antes del 9 de junio existía una profunda fisura en la sociedad argentina, tras los fusilamientos se produjo un abismo insondable entre peronistas y antiperonistas. “Se acabó la leche de la clemencia” exclamará Américo Ghioldi, un dirigente socialista y miembro de la Junta Consultiva Nacional, cuyos hermanos Rodolfo José y Orestes Ghioldi, eran de los tantos dirigentes comunistas que arroparon la Libertadora.
Para el dirigente conservador Emilio Hardoy “el gobierno provisional aplicó la ley marcial con fusilamientos que, en el caso de civiles revolucionarios de José León Suárez, no halla justificación ni moral ni jurídica. Trágico epílogo de una algarada que contribuyó a ahondar la división entre los argentinos.”
Semanas más tarde, el Capitán de navío Manrique le informa al almirante Hartung los pormenores de esas horas. “Me ha pedido usted que haga un relato de los hechos que llevaron a la detención del general Valle con el objeto de que en el Ministerio se recopilen para que sirvan para una futura apreciación histórica. Ayer me insistió en que lo hiciera, pero debo confesarle que este suceso en el que me tocó intervenir me produce náuseas. De ahí que trataré de ser lo más objetivo, sin agregarle apreciaciones mías – lo intentaré – para que sus historiadores saquen de allí las conclusiones que correspondan con toda la frescura mental que les deseo”, arranca la carta.
“Me enteré de que había sido localizado en la Embajada de Haití cuando el general Quaranta, jefe de la SIDE entró en mi despacho reclamando ver al presidente enseguida. Minutos después informaba que, en realidad, no se trataba de una Embajada sino de una casa particular que usaba el Embajador. Aramburu le ordenó hacerse de correcta información. Volvió a mi despacho junto con otros oficiales y usaron mis teléfonos. Y desde allí se decidió – esto no lo sabía Aramburu – que se procedería a detenerlo porque parece que la casa esa, embajada o no, no tenía bandera haitiana”, prosigue.
“Cuando se fueron vi a Aramburu, informándole que se cometería una barbaridad y que nadie en el mundo entendería ese asalto a una embajada, con bandera o sin bandera. Aramburu compartió mi opinión y me dio orden de hablar con Ossorio Arana para frenar este episodio que de todas maneras se efectuó, con detalles que usted conoce y que no hablan bien de esta Revolución. Se atropelló gente, se desalojó un colectivo para usarlo de transporte de detenidos, se insultó a la mujer del embajador y se detuvo a Tanco. Ossorio Arana intervino y esa misma noche el general Tanco estaba seguro, con la decisión oficial de que saliera para México. Los hechos fueron vertiginosos”, finaliza el texto que relataron los hechos.
El almirante Rojas recordaría en sus memorias que el general Quaranta llegó al departamento señalado, pidió hablar con el embajador haitiano Jean Brierre y la mujer que lo atendió le dijo: “Señor general yo soy la embajadora…” a lo que el militar respondió: “Qué vas a ser vos la embajadora, negra de mierda” (era Dilia Vieux, esposa del embajador)al tiempo que le pegó un manotazo. A continuación Quaranta “lo sacó a Tanco a los empujones” junto con seis oficiales y civiles. Como toda evaluación Rojas dijo que el militar de la Libertadora era “muy impulsivo y desubicado”. El 10 de junio Aramburu llegó a Buenos Aires y firmó los decretos –Estado de Sitio y Ley Marcial– que se estaban aplicando, durante una reunión con la Junta Militar, integrada por Ossorio Arana, Hartung y el brigadier Krause. El incidente causó una gran conmoción en el cuerpo diplomático acreditado en Buenos Aires y el embajador Bierre fue declarado persona no grata pero se salvaron las vidas de los asilados en la embajada de Haití. Tanco primero se radicó en Venezuela y más tarde pasó cinco años en México.