Acaso, como nunca antes, el mundo del ajedrez ha tenido un crecimiento en popularidad tan significativo como el sucedido en los últimos cuatro años. Su rápida adaptación a la era digital provocó no sólo un aumento de sus practicantes y una más fácil comprensión en la metodología de su aprendizaje, sino que, además, su versatilidad atrajo la atención de los más pequeños. Así, miles de chicos y chicas, cada vez más jóvenes, viajan por el planeta dejando su sello con plusmarcas o alcanzando cada día resultados más sorprendentes. El niño argentino Faustino Oro, de 10 años, es uno de los más emblemáticos.
Faustino, al igual que otros argentinos, como los casos de Ilan Schnaider (de 12 años) o los hermanos Fiorito (Joaquín, de 16 y Francisco, de 13 -ellos están radicados junto a sus padres en Canarias), y decenas de otros jóvenes ajedrecistas de diversas nacionalidades, entre las que sobresalen India, Rusia, China, Turquía, Kazajistán y Uzbekistán, libran duras batallas para sumar puntos en el ranking; ellos corren detrás del sueño de todo deportista: primero, pertenecer al grupo de la élite y segundo, ser campeón mundial. La vara es muy alta y además, el precio que se paga es muy alto.
Según el “Handbook” -el reglamento de la FIDE-, hay una tabla con los siguientes valores de compensación que una federación (la nueva) debería pagar a la otra (la de origen). Son los siguientes: el costo de un pase de un ajedrecista con 2700 puntos de Elo o más (los 40 mejores del mundo) a otra federación tiene un costo de 50.000 euros; con 2600 puntos, 30 mil, con 2500 puntos, 10 mil, con 2400 puntos, 6 mil, y con 2300, 4 mil. ¿Y los niños? La FIDE percibe un canon por cada transferencia; si el jugador posee el título de gran maestro recibe 5000 euros, por un maestro internacional, 2 mil, y un Maestro FIDE, 1 mil.
De acuerdo a esta tabla, hoy, una de las mayores promesas del ajedrez argentino, Faustino Oro podría dejar la representación argentina por un valor aproximado de 5000 euros. Todo un negocio de inversión para el mundo del marketing. Obviamente que la decisión final la tomará el jugador, o en este caso como en otros, será un juicio de los padres. Pero la posibilidad está al alcance de la mano. El tema es que los más jóvenes, los que aún no escalaron a la cima, no tienen títulos de grandes maestros y se perfilan como grandes estrellas del futuro inmediato, son bocados tentadores para el inversionista o el dirigente sin escrúpulos.
A veces por cuestiones de prestigio social, como sucede en India o China, y muchas otras veces para no lamentar la falta del intento, los padres ejecutan grandes sacrificios económicos para alimentar la fantasía de sus hijos. Como un caracol con su casa a cuestas se trasladan por distintos puntos geográficos en la búsqueda de un mejor horizonte y de mayores posibilidades competitivas para que el niño se adecúe al roce junto a los mejores. El camino es duro e incluso con imprevistos; los objetivos como el dinero tienen vencimientos. Y las tentaciones suelen estar agazapadas a la vuelta de cualquier esquina.
Un proyecto serio y completo, con el armado de una estructura para que un niño en un plazo de cinco años alcance la posibilidad de sumarse a la élite del ajedrez tiene un precio aproximado de USD 10.000 mensuales, según cuentan los expertos. La logística encargada de la selección de profesores, más un entrenador permanente, acompañante de sus viajes, el costo de pasajes y hotelería, más la inclusión del herramental informático, indispensable en la práctica de hoy en día, tienen un costo para muy pocos bolsillos.
La India hoy es una de las principales usinas generadoras de potenciales estrellas del juego. La figura del ex campeón mundial, Viswanathan Anand fue todo un suceso; se trató del primer gran maestro de ese país (1986). En Chennai se construyó un centro para la formación de los jóvenes interesados en el aprendizaje y de atención a las necesidades de su familia. Hoy, India es la 2ª potencia en el mundo del ajedrez, y suma más de 70 jugadores con el título de gran maestro.
“La razón principal de la expansión del ajedrez en India fue, sin duda, Vishy Anand; lo conoce hasta la gente que sólo juega por diversión. Y, los niños aspiran a ser como él. Eso ayudó a que cada vez más personas se dediquen a este deporte profesionalmente, y cuando eso sucede, es probable que haya muchos más jugadores talentosos”, contó Arjun Erigaisi, segundo mejor ajedrecista indio del ranking.
En China sucede algo similar; una vez identificado el talento del niño es invitado a participar del entrenamiento en centros especializados, y se les ofrece a los padres la posibilidad de un cambio laboral en algunas de sus principales ciudades. China hoy es la 3ª potencia en el ajedrez.
No obstante, sin el espejo de Anand, ni la escuela china de entrenamiento, los jóvenes ajedrecistas viajan a esos puntos de gran actividad (España es uno de los principales) en la búsqueda del éxito, donde sin proponérselo, tras algunas asombrosas actuaciones, pueden volverse presas fáciles de algún oportunista.
Es que la actual legislación de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) no pone límite a la codicia, y así, cualquier “mecenas” o grupo inversor tiene al alcance de su mano la “compra” de un talento o potencial campeón mundial por un puñado de euros. Por ejemplo, el equipo más poderoso del mundo del ajedrez, Estados Unidos, está integrados por: Fabiano Caruana (Ítalo norteamericano), Hikaru Nakamura (nacido en Japón), Wesley So (Filipinas), Leinier Dominguez (Cuba) y Levon Aronian (Armenia). El empresario y filántropo Rex Sinquefield, de 79 años, lo hizo posible. Dada su afición al ajedrez (es propietario del mejor club-escuela de ajedrez en Saint Louis) se ocupó personalmente del asunto de contratación. Sólo el avance indio y chino impidió que Estados Unidos sea el nuevo Rey del ajedrez en el siglo XXI.
En España, el joven Lance Henderson, que se consagró en el gran maestro más joven del historial de ese país, a los 16, aceptó el pase a la federación de Andorra, dado que la federación española integró a sus listados varios ajedrecistas extranjeros, como los casos de Shirov (Letonia), Pichot (Argentina), Chigaev (Rusia), Yuffa (Rusia) e Iturrizaga (Venezuela), entre otros más, que lo superaban en el Elo (sistema de puntuación del ranking en el ajedrez) y lo relegaban de las mejores plazas para representar a su país. Lo mismo sucede en el seleccionado femenino, en el que la N°1 Sara Khadem y la N°3 Ana Matnadze, son iraní y georgiana, respectivamente. Con un agregado no menor, Javier Ochoa, titular de la federación española, no invirtió un euro en esas contrataciones.
También, la actual N°1 del ajedrez femenino en Inglaterra es la china Lan Yao. Además, la invasión de Rusia a Ucrania abrió también un foco de conflicto en el plano deportivo, el Comité Olímpico Internacional (COI) castigó a los atletas rusos y bielorrusos con su participación en las competencias internacionales bajo su bandera de origen, por lo que varios de ellos emigraron y pasaron a representar a otros países. El caso más llamativo fue el de la ex campeona mundial rusa, Alexandra Kosteniuk, que actualmente juega para Suiza.
El gran maestro más joven de la actualidad es Abhimanyu Mishra (lo llaman, y es más fácil de escribir, Abhi), nacido en Nueva Jersey, es hijo de padres indios y alcanzó el título con 12 años, 4 meses y 25 días. Teniendo en cuenta la cantidad de compatriotas y extranjeros (nacionalizados) que lo preceden en el ranking, ¿Cuánto tiempo jugará bajo bandera norteamericana sabiendo que sus chances de representar al país son casi nulas?
Se sabe que los jugadores son libres de su elección de representar o no a sus naciones; en Argentina causó zozobra cuando en 2023, el N°1 del ranking local, Alan Pichot decidió jugar para España. El argumento fue sus desavenencias con el presidente de la federación vernácula. Antes, en 2010 se había marchado Anton Kovalyov, aunque era ciudadano ucraniano, también contó sus diferencias con los dirigentes argentinos. Hay más casos, de acá y de otros países.
Sin embargo, el tema que preocupa es la falta de resguardo o el respeto a la federación formativa. En el fútbol esto se ve a diario y apenas los clubes pueden morigerar sus pérdidas con el valor de una cláusula. El órgano rector de esta actividad es la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, según sus siglas francesas) que está más ocupada de su poder recaudatorio que el de evitar, sobre todo en los más jóvenes, que no sean presas de tentación o usufructo.
En Argentina existe un proyecto -guardado bajo siete llaves- en el que se contemplaron diferentes alternativas para sostener a sus mejores promesas. Pero de eso no se habla.
“Desde la Federación Argentina de Ajedrez (FADA) hacemos todo lo posible para que los buenos y jóvenes talentos puedan seguir jugando para Argentina; se les brindan becas, apoyos y en lo posible se organizan torneos internacionales. Además, en el ajedrez, a diferencia de otros deportes, los jugadores pueden participar de todas las competencias internacionales sin necesidad de cambiar de bandera ni perder la nacionalidad. Por lo tanto, no creo que en este caso suceda un cambio. Y si hubiera una gran oferta económica de otro país, siendo aún menor, la decisión final será de los padres”, le dijo a Infobae Mario Petrucci, director ejecutivo de la FADA.
El ajedrez competitivo, como deporte de élite ha sido desde siempre para un grupo de privilegiados; desde hace siglos que apenas un grupo de 10, 20 o 50 nombres consiguieron la fantasía de muchos: convertirse en ajedrecistas profesionales; vivir del ajedrez. Sólo casos excepcionales como los de Karpov, Kasparov, Korchnoi, Spassky, Fischer, Anand, Topalov, Polgar o Carlsen, y algunos más, además, aseguraron su futuro desplazando levemente 32 piezas de madera. Para el resto, la enorme mayoría, fue como intentar aferrarse a un palo enjabonado; sus figuras terminan (ron) deambulando por distintas competencias, dedicándose al dictado de clases particulares, como entrenadores, o emprendedores de nuevas actividades vinculadas al juego. Viven como pueden.
Los efectos causados por la pandemia del COVID-19 no sólo produjo cambios en las sociedades, sus consecuencias también llegaron al ajedrez. Cambió el juego y sus hábitos. El estereotipo del ajedrecista obeso, calvo, con lentes y cigarrillo, ya no tiene espacio. Hoy son jóvenes, y cada día más jóvenes los que están en la vanguardia, y cada vez más niños y niñas, se asoman como los nuevos príncipes herederos del trono soñado. Ellos son el futuro. Y hay que cuidarlos.