Puerta giratoria chavista

El presidente de Venezuela Nicolás Maduro, en una fotografía de archivo. EFE/ Miguel Gutierrez
El dictador de Venezuela Nicolás Maduro, en una fotografía de: EFE/ Miguel Gutierrez (MIGUEL GUTIERREZ/)

“Puerta giratoria”, le adjudico su autoría a Alfredo Romero de Foro Penal, organización de derechos humanos venezolana. La metáfora retrata una arraigada táctica de la dictadura chavista: por cada preso liberado otro es encarcelado. Con frecuencia se trata de secuestros, ya que muchos de ellos no tienen cargos formales ni delitos probados. El debido proceso es inexistente.

Dicha táctica es fundamental para su objetivo estratégico primordial: permanecer en el poder indefinidamente, garantía de su impunidad. Es una iteración, ocurrió siempre asociada a repetidos procesos de dialogo y negociación que derivarían en una solución política.

Y fueron varios a saber: en 2013 con los 11 puntos de Chávez, en 2014 con las conversaciones en Miraflores, en 2016 con el enviado del Papa y el referéndum revocatorio cancelado, en 2017 en República Dominicana, en 2018 con la participación de varios políticos en los fraudes electorales, en 2019 en Oslo y Barbados, luego un par de ejercicios adicionales en México. Y seguramente alguno más que escapa a mi memoria.

Nunca ocurrió tal solución política. Los supuestos gestos de buena voluntad consistían en liberar un puñado de presos, enfriar la calle y ablandar a los observadores internacionales. Para luego recuperar oxígeno y regresar al punto de partida: una dictadura pura y dura. Y desde luego volver a encarcelar inocentes; su sadismo repetido ad nauseam. Usé la metáfora por primera vez en 2019, al menos eso creo.

La usé por última vez en una columna titulada “El partido del crimen”, eso lo sé con certeza. Fue en ocasión de la liberación de Alex Saab, pieza clave en la arquitectura criminal chavista. Lavador y traficante, procesado por sobornos y alojado en una cárcel de Florida, fue intercambiado por 36 presos, muchos sin cargos, o sea rehenes, 10 de ellos de ciudadanía estadounidense. Ello fue un mes atrás, el 20 de diciembre.

El dictador venezolano, Nicolás Maduro (c), saluda al testaferro colombiano Alex Saab (i), liberado recientemente por EE.UU. en un acuerdo con el régimen venezolano, antes de presentar su rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional (AN, Parlamento), de contundente mayoría oficialista, hoy, en Caracas (Venezuela). EFE/Rayner Peña R.
El dictador venezolano, Nicolás Maduro (c), saluda al testaferro colombiano Alex Saab (i), liberado recientemente por EE.UU. en un acuerdo con el régimen venezolano, antes de presentar su rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional (AN, Parlamento), de contundente mayoría oficialista, hoy, en Caracas (Venezuela). EFE/Rayner Peña R. (Rayner Pena R Rayner Peña R./)

Ocurrió en vista a las negociaciones auspiciadas por la Administración Biden para lograr elecciones justas, libres y transparentes en Venezuela. Tan clave es Saab que el régimen lo incorporó de inmediato al equipo negociador. Y tan clave es que a los pocos días Maduro lo nombró presidente del Centro de Inversiones Productivas de Venezuela. Alex Saab es captador de capitales de inversión extranjera, otra muestra del obsceno exhibicionismo del régimen.

Hoy es necesario volver a utilizar la metáfora en cuestión. Con Saab libre, el régimen anunció este lunes la detención de 31 civiles y militares vinculados con cinco supuestos complots contra el gobierno frustrados entre mayo del año pasado y los primeros días de 2024. El fiscal general Tarek William Saab aseguró que todos los detenidos están “convictos, confesos y han develado información sobre los planes”. No mostró una sola prueba.

Al mismo tiempo, implicó a varios ex altos oficiales y civiles que se encuentran fuera del país, ordenando entre ellos la detención de una periodista de Infobae, Sebastiana Barráez, y otros cronistas y defensores de derechos humanos, entre ellos Tamara Sujú, abogada, colega y coautora con quien aquí firma

La pregunta es si alguien puede estar sorprendido por esto. Decía yo un mes atrás que la clemencia otorgada por el presidente Biden generaba un riesgoso precedente. Pues si los gobiernos normalizan ceder ante el crimen organizado, este será legitimado como actor político y, lo que es peor, sus metodologías de acción se verán reafirmadas, garantía de repetición.

Todo ello debido al consabido riesgo moral. La legitimación del crimen encoge la estatura ética de la constitución, las leyes, y los derechos y garantías. En definitiva, vulnera el propio espíritu del sistema de gobierno democrático. Es que la puerta giratoria es el ADN de la dictadura chavista.

@hectorschamis