Los incidentes de salud anómalos no explicados sufridos por personal gubernamental estadounidense en el extranjero y sus familiares, conocidos también como “Síndrome de La Habana”, podrían tener su origen en el uso de armas de energía dirigida por parte de una infame unidad de sabotaje de inteligencia militar del Kremlin, según reveló una investigación periodística que genera interrogantes sobre el conocimiento de Washington de los supuestos ataques y su respuesta.
La investigación, realizada durante un año por el medio ruso The Insider en colaboración con el estadounidense 60 Minutes y el alemán Der Spiegel, ha sacado a la luz que altos mandos de la infame Unidad 29155, un escuadrón especializado en asesinatos y sabotajes del servicio de inteligencia militar ruso GRU, recibieron premios y promociones políticas por trabajos relacionados con el desarrollo de “armas acústicas no letales”.
La unidad, originalmente creada para entrenamiento dentro del GRU, fue reorganizada en 2008 para incluir campañas de desestabilización política a nivel mundial. “Su ámbito de actuación es mundial para llevar a cabo operaciones letales y actos de sabotaje”, declaró a The Insider un antiguo alto cargo de la CIA experto en Rusia. “Su misión es encontrar, preparar y ejecutar, todo en apoyo de los sueños imperiales de Vladimir Putin”.
The Insider, 60 Minutes y Der Spiegel han descubierto pruebas documentales de que la Unidad 29155 ha estado experimentando exactamente con el tipo de tecnología armamentística que los expertos sugieren como causa plausible del misterioso síndrome. Las “armas acústicas” que habrían sido utilizadas por los agentes rusos, basadas en tecnología de energía dirigida tanto sonora como de radiofrecuencia, también han sido geolocalizadas en lugares alrededor del mundo justo antes o en el momento de los reportados incidentes de salud anómalos, reforzando la hipótesis de su implicación en estos sucesos.
El caso de Georgia
Las investigaciones revelaron la presencia de conocidos operativos de la unidad rusa en proximidades de los ataques, incluyendo a Albert Averyanov, vinculado por testigos con incidentes en Tbilisi, Georgia, en 2021.
El testimonio que ligó a Averyanov a este tipo de ataques es el que el medio The Insider atribuye a la esposa de un oficial de la embajada de los Estados Unidos en Tbilisi. “Joy” (el nombre no es real) tuvo los síntomas del ataque ya descriptos mientras lavaba ropa en su casa y corrió al baño donde vomitó. Aún en medio de un dolor de cabeza insoportable, se comunicó con su esposo, identificado como “Hunter”.
Siguió los protocolos de entrenamiento en estos casos: abandonar inmediatamente la zona “X”, el lugar donde está produciendo una situación de peligro. Joy salió de su casa, vio un automóvil Mercedes Benz negro estacionado justo frente a la ventana del cuarto donde tuvo el primer síntoma. Había una persona muy bien vestida junto a él. Alto, rubio y con una mirada penetrante. El rostro se grabó en su mente y cuando levantó su teléfono para tomarle una foto, el hombre entró al vehículo y partió. Llegó a tomar una foto del vehículo y reportó su patente.
El hecho ocurrió en 2020, a comienzos de la pandemia. Tres años después, alguien le mostró una foto de Averyanov. Se lo congeló la sangre. Era el hombre que había visto en la puerta de su casa de Tbilisi el día en que se produjo el incidente.
Albert Averyanov, además, no es un espía ruso como otros: es hijo del comandante y fundador de la Unidad 29155, el general Andrei Averyanov, de 56 años, que ahora es el poderoso director adjunto del GRU, encargado de dirigir la política exterior del Kremlin en África. Se cree que Averyanov (padre) planificó el envenenamiento del ex espía ruso Serguei Skripal en el Reino Unido y estuvo involucrado en la muerte de Yevgeny Prigozhin en un sospechoso accidente aéreo.
Su hijo Albert, quien está teniendo una carrera meteórica en el GRU, se cree que fue entrenado desde pequeño para seguir las huellas del padre. Cuando ocurrió el episodio en Tiblisi tenía apenas 23 años.
No fue el único agente ruso identificado por un testigo.
Contrariamente a la información que se ha hecho pública sobre el Síndrome de La Habana -que comenzó en la capital cubana en 2016-, probablemente hubo ataques dos años antes en Fráncfort (Alemania), cuando un empleado del gobierno estadounidense destinado en el consulado de esa ciudad quedó inconsciente por algo parecido a un fuerte rayo de energía. A la víctima se le diagnosticó posteriormente una lesión cerebral traumática, y también fue capaz de identificar a un operativo de la Unidad 29155 con base en Ginebra.
Agentes expertos en Rusia como blanco
Otro elemento que alimenta las sospechas de un involucramiento ruso en los ataques es que la misteriosa dolencia médica ha afectado hasta la fecha a más de un centenar de espías y diplomáticos estadounidenses, así como a varios funcionarios canadienses. Muchos de ellos son especialistas experimentados en Rusia y dominan el idioma; otros tienen experiencia en diferentes campos, como Oriente Medio o América Latina, pero fueron asignados tras la anexión rusa de Crimea a funciones delicadas del gobierno estadounidense destinadas a contrarrestar la agresión rusa y las operaciones de inteligencia en Europa y América del Norte.
Las víctimas del Síndrome de la Habana han reportado una serie de síntomas que incluyeron dolores de cabeza crónicos, vértigo, tinnitus, insomnio y náuseas, atribuidos a exposiciones a estas armas de energía dirigida.
La controversia rodea estos incidentes desde su primer reconocimiento público en 2017 entre el personal estadounidense en la Embajada de La Habana, con argumentos variando desde enfermedades psicógenas masivas hasta ataques deliberados por agentes extranjeros, particularmente Rusia, dada su influencia y capacidades tecnológicas la zona.
Sin embargo, un informe de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI) en marzo de 2023 ha calificado como “muy poco probable” la teoría de que los AHIs fueran causados por un adversario extranjero, causando consternación entre las víctimas por la falta de reconocimiento del origen de sus lesiones.
Esta conclusión contrasta con las evidencias recolectadas por The Insider y sus asociados, las cuales desafían la valoración de la ODNI y sugieren una posible negligencia o encubrimiento de los hechos por parte de la comunidad de inteligencia de EE.UU.