“Ver a Diego con la azul y oro fue algo extraordinario, pero en Boca, primero Riquelme. Para mí no hay otro igual; igualmente muy pegadito a él, Martín Palermo, por las alegrías que nos dieron. Eran indivisibles, como el jamón y queso, no va el uno sin el otro. Román era una cosa de locos, hasta a nivel estético, con esa sensación de que cuando él tenía la pelota, algo importante iba a pasar. Es el más grande en la historia de Boca, no tengo ninguna duda. Lo que consiguió, no lo hizo nadie y para los Bosteros, que siempre fuimos más de la garra, un jugador así fue muy fuerte. Como estar atendiendo un negocio en el Once y que un cliente te pague de contado (risas)”.
Apenas un párrafo sirve para pintar lo que fue la charla futbolera con Roberto Moldavsky, donde está condensada su pasión por Boca, un amplio conocimiento del deporte y ese gran sentido del humor, que lo hace ser un artista reconocido y querido, con enorme éxito en el siempre difícil arte de hacer reír. Y que lo hace vivir situaciones increíbles: “Este laburo me permitió acercame a muchos jugadores, que me han regalado camisetas de casi todos los equipos. En un momento, fui a actuar al cumpleaños de Matías Patanian, que es amigo y actualmente es dirigente de River. Al concluir el show, fui a saludarlo a Marcelo Gallardo y nos quedamos hablando como media hora y no solo de fútbol. Me dijo que me seguía, porque le divertía e intercambiamos los teléfonos. Nos escribimos cada tanto y el día que renunció Ibarra, le mandé un mensaje para que rompiese la grieta y viniese a Boca, porque iba a ser algo para toda la vida. Pero no hubo manera. En realidad, ni cerca estuve. Cuando asumió Almirón, le dije: ‘Te la perdiste’ (risas)”
“Mis primeros recuerdos vinculados al fútbol no son con Boca sino con Atlanta, porque de chico vivía en Villa Crespo y mi viejo me llevaba a la cancha. El plan del domingo era el típico de la época: almorzábamos en familia y después los hombres partíamos para el estadio. El equipo que vi en aquellos primeros años de la década del ‘70 es de los más gloriosos en la historia de Los Bohemios, que le ganaba con frecuencia a los grandes y con jugadores de alta calidad, como Gómez Voglino, Candau, Cortés, Ribolzi, Rubén Cano, Pichón Rodríguez, el Gorrión López. Toda mi familia era de Boca, nadie me llevaba a verlo y era comprensible, porque era más lejos y complicado, hasta que un tío empezó a laburar en el tema (risas). Fuimos a La Bombonera y me enganché definitivamente”.
Eran los tiempos de un fútbol casi ajeno a la televisión, donde apenas se podía ver un encuentro en directo los viernes por la noche, uno en diferido el domingo al concluir la fecha y algo más que podían reflejar los noticieros. La gran vedette era la radio para seguir cada jornada con la información: “Me volvía loco escuchar los partidos en la época de José María Muñoz. Tengo muy presente un Superclásico del año ‘71 en cancha de Racing, una tarde que estaba en cama porque tenía fiebre. Boca perdía 3-1 y, como me subió la temperatura, mi vieja me sacó la radio. Al rato me dijo que había terminado 3-3 con dos goles de Rojitas y me bajó la fiebre. Claramente el fútbol ya era una enfermedad (risas)”.
En la década del ‘70, todavía se jugaba a la pelota en las calles de toda la geografía nacional, incluso en la mayoría de los barrios de la Capital Federal, que comenzaba a dar señales de un tránsito complicado. Roberto no fue la excepción, pero con un cambio de barrio que lo marcaría al encontrarse con alguien muy especial: “Eso era algo que encantaba. Primero en Villa Crespo y luego cuando nos mudamos a La Paternal, en un potrero que era llamado El Convento o más tarde en Argentinos Juniors, donde me hice socio, en una especie de fiesta nómade de equipos que fue mi vida (risas). Siempre fui fanático de Boca, pero siento un amor terrible por el Bicho, que comenzó cuando veía a Maradona en los Cebollitas con esa racha interminable de partidos sin perder. Lo seguíamos con el grupo de amigos en las Inferiores y nos volvía locos. Estuve en la cancha el día que debutó contra Talleres en 1976, aunque ahora parece que hubo 150.000 personas (risas). Tengo grabado que fue un miércoles por la tarde y el técnico que lo puso fue Juan Carlos Montes, con quien tengo una anécdota de ese día, porque nos ubicamos en el alambrado detrás de él y le gritábamos que lo pusiera a Maradona. En un momento se dio vuelta y nos puteó (risas). Para aquellos que lo habíamos visto en los Cebollitas, nada nos extrañaba, ni siquiera el hecho que desde allí diese ese salto brutal hacia la Primera, casi sin pasar por las Inferiores. No tengo dudas de que como él jugó en Argentinos no sé si volvió a hacerlo en otro lugar, quizás algo similar en el Nápoli y nada más. En el ‘77 sacó goleador del torneo a Carlos Bartolo Álvarez, que después lo compró Boca. Los que vivimos esa época con Diego, nunca más pudimos desprendernos de esa idolatría”.
El primer lustro de la década del ‘70 no tuvo el brillo que esperaban los hinchas de Boca, acostumbrados a los títulos de años anteriores, pero la llegada de Juan Carlos Lorenzo en 1976 reverdeció los laureles y volvió a gritar campeón: “Recuerdo que en el primer torneo del Toto fuimos campeones al ganar un partido decisivo contra Huracán en cancha de River, en medio de un diluvio, cuando el Chino Benítez clavó un golazo tremendo en el ángulo desde fuera del área. Fue una fase final con varios equipos todos contra todos y Boca no se clasificó entre los primeros, porque no jugaba bien, pero en el segundo partido de esa ronda, que ganamos con el estilo de Lorenzo, le dije a un compañero del colegio, que también era Bostero, que íbamos a salir campeones. Esa tarde contra Huracán me quedó en la mente también porque justo me había ido a comprar un pancho, y cuando volví llegó el golazo, se me mojó todo y fue un desastre (risas). Un año más tarde nos dimos el gusto de ganar la Copa Libertadores con Gatti atajándole un penal a Vanderley de Cruzeiro en el estadio Centenario. Esa fue una cosa grandiosa. Y al año siguiente la Intercontinental contra el Borussia en Alemania, donde tengo una linda anécdota, porque la escuchamos junto con Carlos Maslatón, porque yo era novio de su hermana y él era radioaficionado, entonces enganchamos la transmisión en su casa. Cuando hizo un gol Boca, revoleó una silla y rompió un vidrio”.
Ese Boca que dirigió Juan Carlos Lorenzo entre 1976 y 1979 fue un equipo hecho a su medida, como un traje que la calzaba a la perfección. Era pragmático, utilitario, no lucía, pero llenó la vitrina de copas. De sus integrantes, casi ninguno se destacaba demasiado por sobre el resto, con la excepción de uno: “Gatti era extraordinario y era mi ídolo total. Era un cuadro guerrero y luchador, con un poco de Marito Zanabria, los goles de Mastrángelo, pero nadie era vistoso. Gatti era un artista dentro de la cancha y creo que después yo fui arquero por él. Nos conquistó desde el principio e incluso varios años después, en el torneo del ‘81 con Maradona, regresó en el momento justo, en el recordado partido contra Estudiantes, donde cortó un avance, se fue hasta la mitad de la cancha y se la dio a Perotti para que marcara el gol”.
En febrero de 1981 el mundo futbolero argentino se conmocionó como pocas veces ante el pase de Maradona a Boca. El viejo sueño xeneize se convirtió en realidad: “Fue tremendo para mí porque eran los tiempos en los que alternaba la Bombonera con la cancha de Argentinos. Verlo ahí fue increíble. Recuerdo ese viernes lluvioso contra River o el golazo que le hizo a Independiente, cuando se la tiró por arriba a Goyén y Trossero no llegó a sacarla sobre la línea. A todo eso se sumó un Miguel Brindisi excepcional, que potenció a Diego. En los días previos parecía imposible que se diese, porque el club estaba fundido y sin brújula. Fue vivir un sueño hermoso, de la mano de un equipo que jugaba muy bien, pero que recién salió campeón en la última fecha y por un punto, al luchar mano a mano con un Ferro que fue bravísimo. Por haberlo seguido desde tan chico, era como un amigo que llegaba a la Primera de Boca, si bien el contacto había sido mínimo. Tengo la anécdota de que una vez, después de un partido de los Cebollitas, yo estaba tomando una gaseosa y me pidió un poco. Se la tomo entera (risas), pero para mí fue maravilloso. De aquellos tiempos conocí a Claudia, con quien luego me reencontré en MasterChef y enseguida le dije: ‘Vos eras morocha’ (risas). Nunca más tuve contacto con él hasta que un día, cuando yo estaba viviendo en Israel, vino con la Selección y allí no reencontramos, en el amistoso que ganamos 7-2 en la previa de México ‘86. Éramos un grupo de argentinos que estuvimos todo el tiempo con el plantel, acompañándolos en los entrenamientos, ayudando a descargar los bultos de la utilería”.
Ese amistoso en Israel contra la selección local fue tomado como cábala por Argentina, tras consagrarse en México y siguió haciéndolo en la previa de varias Copas del Mundo, coincidiendo con el lapso en que Roberto vivía en ese país: “Estuve allí entre 1984 y 1994, por una decisión, con el intento de hacer otra vida a los 21 años. Lo del Mundial ‘86 fue increíble, porque nos juntábamos una banda grande de argentinos para verlo en una tele de 20 pulgadas, respetando cábalas, como la situación de tener que echar gente nueva si se quería sumar (risas). Festejamos absolutamente solos en las calles de Tel Aviv, con la gente mirándonos con asombro. Es muy fuerte ver a Argentina campeón del mundo viviendo en otro país. También el Mundial ‘90, con la sensación de despojo y el odio eterno al árbitro Codesal. Me resultaba complicado seguir a Boca desde allá. Cada dos semanas llamaba a mi casa, porque era complicado y costoso y mi mamá me mentía, porque me decía que ganábamos siempre (risas). Pensé que éramos punteros con larga ventaja, hasta que un día llegó a mis manos un diario donde vi que estábamos en mitad de tabla. Cuando volví a hablar con ella, me dijo: ‘Y bueno, no quería que te hagas mala sangre estando allá’ (risas). Me perdí de ver el gran equipo de Batistuta y Latorre del ‘91 y el que ganó el título en el ‘92″.
Tras la suspensión por doping en el Mundial de Estados Unidos, Maradona volvió a vestir la camiseta de Boca en los meses finales de 1995 y eso también configura uno de los mejores recuerdos para Moldavsky: “No consiguió nada a nivel resultados, pero armó una fiesta hermosa en cada partido, con ese equipo en el que estaban Caniggia, el Kily González y él con el mechón amarillo”.
A mediados de 1998, Carlos Bianchi asumió la dirección técnica de Boca y allí comenzó a cambiar la historia contemporánea de la institución: “Yo decía que teníamos que sacar un tiempo compartido en Japón (risas). Esa época fue increíble, porque vivíamos de fiesta en el obelisco. No existe nada como eso: les ganamos bien al Real Madrid y al Milan y todo parecía fácil. Salías a la calle con la camiseta con más orgullo que nunca. Eliminar un par de veces a River, los partidos con Palmeiras en Brasil, el paseo con Santos en las finales de 2003. El gran mérito del entrenador fue hacer funcionar el equipo más allá de los apellidos. Y digo esto con el mayor de los respetos: ganamos una Intercontinental con Iarley y Donnet. El inicial de Bianchi fue un cuadro admirable, con Riquelme, Guillermo y Palermo arriba y una defensa que te mataba (risas). Cuando fui a actuar a Colombia me encontré con Oscar Córdoba y fue grandioso, lo mismo cuando me vinieron a ver al teatro el mismo Martín y Battaglia, al igual que Bianchi, con quien fui a comer hace poco. Le agradecí por todo lo que nos dio, en privado y en público también, cuando estuvo en el teatro y fue aplaudido por todos”.
En diciembre de 2018, Boca viajó a Madrid para enfrentar a River en la histórica final de la Copa Libertadores. Roberto fue elegido para acompañar al plantel en ese momento clave, para distender y poner su innegable cuota de buen humor: “La previa fue bárbara, lo difícil fue lo posterior (risas). Ya había ido a actuar en algunas ocasiones y, como fuimos campeones, me invitaron. Además, y esta no me la vas a creer, nunca había visto perder a Boca en la Copa Libertadores en la cancha. Por ejemplo: el día de la derrota contra Paysandú en 2003 con gol de Iarley, no pude ir. Así llegué a Madrid, diciendo que la derrota era imposible, sentimiento que se acrecentó al terminar el primer tiempo. Lamentablemente después pasó lo que pasó, y creo que alguien se metió allí, no sé si Dios o quién, pero está claro que, si Boca ganaba esa final, se terminaba el fútbol. River se quedó agarrado de Madrid con las dos manos después del descenso, imagínate si perdían. Alguien terció para que el fútbol siguiera teniendo sentido (risas)”.
Diciembre de 2022 quedó por siempre bordado en la entretela del corazón futbolero argentino de una manera muy particular. La ansiada Copa del Mundo en las manos de Lionel Messi fue una maravillosa realidad: “El día anterior a la final hice un show en Uruguay, pero apenas terminó, agarramos los autos y nos vinimos para acá. Fue una alegría increíble. Una vez que éramos campeones, fuimos al obelisco y cuando me veían los muchachos arrancaban: ‘Moldavsky, laralalalá’, y me daban para tomar. Terminé destruido (risas). Como la mayoría de los argentinos, respeté a muerte las cábalas. Lloré mucho con mis hijos y reafirmé algo que siempre pensé y es que uno no llora por una cosa, sino que es como que aprovecha y es un conjunto de situaciones que se nos vienen encima. Ésta es una elección que emociona, por lo que es Messi, por las formas de Scaloni, por aquel llanto natural de Aimar. Juegan cada partido como si fuera la final contra Francia, y eso es maravilloso”.
El camarín del teatro Apolo se habrá sentido sorprendido. Un aluvión de recuerdos futboleros inundó su espacio, con la amplia memoria de Moldavsky y esas ganas que le brotan cuando habla de esta pasión. Fue un placer la charla, matizada con las risas y la cordialidad de este personaje que tiene bien ganado el afecto y el respeto del público, que lo siente como uno de ellos. Simplemente, porque Roberto lo es.