Sharon Carmi se fue a vivir a Israel en 1995. Está casada con un militar de ese país. Ella tiene 38 y tres hijas de 12, 10 y 8 años. “Y un perro, chiquito”, aclara en diálogo con Infobae. Viven el Kibutz Nirim, uno de los que fue atacado el 7 de octubre de un año atrás. la mujer narrará descarnadamente cómo vivió esa jornada en la que estaba sola con sus hijas y amigas de las nenas mientras el kibutz y sus habitantes eran víctimas del ataque terrorista.
– Vivimos en el Kibutz Nirim desde hace casi once años. Llegamos porque mi marido estaba en el ejército, por esa zona. Pero después dejó el ejército. De hecho ese sábado él no estaba en Israel. Ahora trabaja para una compañía fuera del país casi todo el tiempo.
-¿Vos trabajás?
-Estaba trabajando en Sderot antes del 7 de octubre. En un colegio allá, como responsable de tres departamentos de estudios.
– El sábado 7 estabas sola con tus hijas.
-Sí. Y esa noche se quedaron a dormir dos amigas de mi hija del medio, de 10 años también.
– ¿Estabas con las chicas?
– Sí, un pijama party. Querían hacerlo el día anterior, pero les había dicho que prefería que fuera el viernes porque al día siguiente no tenían que ir a la escuela, así todo sería fácil. Ese día era la fiesta Simjat torá, y la noche del 6 de octubre fueron a una celebración en el kibutz. Yo me quedé en casa porque la chiquita no se sentía bien. Fueron y volvieron solas: algo que no va a volver a suceder. Cuando regresaron a casa, jugaron un rato y después se fueron a dormir. Me dije a mí misma: tengo tiempo, tengo silencio ahora, voy a poner una buena película en la cama y me fui a dormir a las 2.30. A las 6.30 mi teléfono se volvió loco por la alarma, la tengo configurada ahí porque en mi casa no se llega a escuchar muy bien las alarmas de Color Rojo; estoy en el final del kibutz. Empecé a escuchar los cohetes, muy fuertes, un espanto. Nunca los había escuchado así. Nunca. Salí de mi habitación y empecé a buscar a todas las chicas por las habitaciones para refugiarnos en la de seguridad. Esa es la habitación de la más chica. Metí a todas ahí, y estaba optimista, propuse un juego: todas a dormir otra vez en la habitación de seguridad. Ninguna se volvió a dormir.
Después de 10 minutos, a las 6.41, miré los mensajes de Whatsapp de la gente del kibutz. Alguien escribió que escuchó disparos. Eso era algo inusual. Y después otro contó que escuchaba gente cerca de su ventana. Y ahí empezó todo. Al principio todos pensamos que era algo que terminaría en 15 o 30 minutos cuando el ejército llegara. Pero no. Nadie entendía qué estaba pasando. Los mensajes ahora nos llegaban de otros lados. Estaba pasando lo mismo en tantos lugares.
-¿A cuánto estás de la frontera con Gaza?
-Un kilómetro y medio. Cuando entiendo que no era una alarma más, que los atacantes estaban dentro del kibutz, salí de la habitación de seguridad y cerré la puerta de entrada de la casa. Porque cada vez que otras chicas se quedaban a dormir la dejaba sin trabar, por si alguna quería salir en medio de la noche, a veces llamaban a sus padres y salían sin decirme. Es el kibutz. Todo estaba abierto. Entonces, salí, cerré las puertas y volví a la habitación de seguridad. En ese momento empezaron a llegar otros mensajes. Eran más concretos y preocupantes. La gente contaba que estaban entrando a sus casas. Agarré una sillita de mi hija y me senté al lado de la puerta de la habitación y la trabé con la mano. Esa puerta no tiene llave, estuve así durante mucho tiempo, sosteniendo el picaporte con la mano. No hablé por teléfono con nadie, no quería que las chicas escucharan lo que pasaba afuera. Solo escribía mensajes por Whatsapp. Al principio mi marido no sabía nada.
– ¿Y las chicas te preguntaron qué estaba pasando?
– Sí, les minimicé la situación, les dije que era el Tzeva Adom habitual, que había cohetes en el aire como pasaba algunas veces y que el ejército nos dijo que no podíamos salir hasta que nos avisaran. Mi casa está en el límite del kibutz más lejano a la franja de Gaza, al lado de la cerca pero del otro lado. A los quince minutos de estar ahí sosteniendo la puerta, escuché una moto. Hubo muchos disparos, creo que disparaban hacia afuera para que el ejército no se acercara.
A las 9.30, el jefe de mi esposo lo despertó y le contó lo que se sabía que estaba pasando en Israel. Me llamó y le dije: “No puedo hablar ahora, mirá los mensajes en el grupo de WhatsApp del kibutz”. A partir de ese momento mi familia y la de mi marido me escribían y me preguntaban si estaba todo bien. También los padres de las nenas. Les iba mandando fotos de las chicas y les decía que estábamos bien.
-¿Las dos nenas vivían en el mismo kibutz?
-Sí. Una de las chicas tenía su casa enfrente de la mía, a diez metros. El papá de la otra chica estaba luchando afuera.
-¿Y vos cómo estabas en ese momento? Porque parecía que estabas en control de la situación, estabas lúcida y serena.
-Sí. Todo el tiempo… A pesar de que yo ya tenía estrés post-traumático desde antes del 7 de octubre, porque durante estos 10 años todo el tiempo vivimos estas situaciones de que suenen las alarmas y tener que entrar al cuarto a esperar. Pero en ese momento estaba calmada. Todo el tiempo les decía a las chicas: vamos a jugar. Vamos a hacer esto. Vamos a hacer aquello. En un momento prendí la televisión, y pasaban las noticias del ataque y la volví a apagar. Así que jugamos y hablamos. Y, después, se durmieron un rato. Cada chica durmió una siesta de 30 minutos. Muchos de los padres con los que hablé contaron que sus hijos se dormían, por el estrés. También la perra. Sólo temblaba. Pero no hizo nada, ni un ruido, estuvo así todo el tiempo.
Le escribí a mi hermano, que vive en un Moshav a 10 minutos. Le dije que nadie venía por nosotros, que hablara con alguien, que el ejército no estaba. Lo mismo le escribí a otros amigos. Todos me decían: “Aguantá, sé fuerte. Todo va a estar bien”.
– ¿Y en el Moshav de tu hermano estaba todo bien?
– Yo en ese momento no lo sabía, pero mi hermano estaba afuera, con el grupo de seguridad. Los terroristas no pudieron entrar. Antes, cuando no entendíamos qué estaba pasando, me dijo que fuera con las chicas a su casa. Creo que si estas dos amigas de mi hija no hubieran estado en mi casa, hubiera intentado ir en el auto hasta allá. Al final fue una suerte que las nenas estuvieran en mi casa.
– ¿Pudieron comer algo en ese tiempo?
En el cuarto no teníamos nada para comer o tomar. A eso de las las 11 de la mañana estaba tranquilo. Entonces salí de la habitación, fui a la cocina y traje una botella de agua, pan y Nutella. Pero en medio de la corrida cuando estoy volviendo me acuerdo de que una de las amigas de mi hija era celíaca. Entonces volví a la cocina a buscarle un postrecito. Y después una de las chicas quiso hacer pis y la otra tenía que hacer el número dos. Entonces encontré una caja de zapatos que teníamos de un proyecto de la escuela, para geometría. Agarré la caja y le dije este es tu baño, podés hacer número dos. El olor que quedó fue muy fuerte.
A las 12.30 mi marido me mandó un mensaje: “No te preocupes. Me van a llevar a Israel esta noche. Voy para allá. Sé fuerte” Le respondí que esperaba que hubiera alguien por quien volver. En ese momento veía en mi teléfono, en Telegram, todos los videos de lo que estaba pasando en Israel. A partir de ese momento supe exactamente qué estaba pasando afuera. Había una lista de kibutz que estaban siendo atacados y que ya se sabía que la gente era secuestrada por Hamas. Nirim, nuestro kibutz, estaba en esa lista. Entraron en siete lugares. A partir de allí, entendí que no había nadie con nosotros. Que los terroristas controlaban nuestro kibutz. Así que pensé: este es el final. Todo el tiempo pensaba cómo podía pasar ese momento sin que hubiera sufrimiento para las chicas.
– Una situación extrema, terrible, como madre: no querés que sufran, es lo peor para una madre.
– Además tenía a dos chicas que no eran mías Todo el tiempo en mi cabeza pensaba: tengo que estar en control, sin pánico, porque no son mías. Quizás si no hubieran estado ellas yo me habría permitido sacarme, ponerme nerviosa.
– ¿A tu casa no llegaron los terroristas?
– No. Tuvimos una suerte muy grande. Trataron de abrir la puerta pero no tenían armas o algo así. Escuché ruidos en mi puerta pero no llegaron a entrar. Hubo muchos terroristas que no eran terroristas, fueron para robar cosas. Se aprovecharon de la situación y robaron cosas. Algunos de ellos fueron a los kibutzim solo a gritar, iban las mujeres y los niños de Gaza a los kibutzim y a las casas gritando ¡Felices fiestas! Entraban en las casas y se llevaban cosas: laptops, televisores, lo que pudieran. Rompieron solo por romper. Y todo el tiempo las familias en los kibutzim pedían ayuda. A una familia que estaba en su casa con un bebé recién nacido, creo que tenía 9 días, le quemaron su casa. Sobrevivieron, tuvieron que poner al bebé en la ventana. Entendieron que esta era la única opción que tenían. Y tuvieron suerte.
– ¿El ejército a qué hora llegó?
– A las 14.30. Dijeron que no abrieramos la puerta hasta que fueran casa por casa y dijeran tu nombre y dieran algunas de tus datos personales. Yo esperé bastante hasta que alguien viniera a mi casa. Recién a las 18.30 me llamó mi vecina y me dijo: “Sharon, podés salir. Estamos acá afuera con los soldados”. Cuando ella me llamó, todo el mundo estaba afuera y yo era la única que no salía, no lo creía. Teníamos puestos nuestros pijamas. No tenía ni corpiño. Entonces le pregunté a uno de los policías que vive en el kibutz: “¿Tengo un minuto?”. Cuando me respondió que sí, fui a mi habitación, me puse un corpiño, y guardé un cepillo de dientes en mi cartera y cigarrillos. ¡Nada más! Los soldados nos llevaron a un gran refugio que está en el medio del kibutz.
– ¿Ahí las chicas se reunieron con sus padres?
– Una ya estaba con sus padres, los que vivían enfrente. Y la segunda se quedó conmigo porque su madre estaba todavía dentro de la casa y su padre estaba combatiendo en la entrada del kibutz. Nos llevaron a la sede social en el medio del kibutz, había un refugio. Nos dijeron: se quedan acá ahora, hasta que les digamos otra cosa. Esperan todos juntos. En todo este tiempo nadie había comido nada, así que los soldados fueron a la tienda que tenemos en el kibutz, la abrieron y agarraron pan, queso, café y leche. También le dí a la perra queso y pan porque no había comido nada. Y ella no quiso salir de la sede por la bombas y los disparos afuera. Así que no tuvo donde hacer pis o algo, en todo ese tiempo. Nos dijeron que esa noche no podíamos salir del kibutz. Que había que pasar la noche ahí. A algunas familias las llevaron a dormir al jardín de infantes, otras nos quedamos en el refugio.
– ¿Dormiste algo la primera noche?
– Tal vez media hora. Estábamos en el piso. No había mantas y hacía frío. Así que agarramos unos rollos de manteles descartables, plásticos, y lo cortamos en pedazos para cada chico. Para que se pudieran tapar con algo. Estuve sentada en una silla toda la noche, y la perra estuvo sobre mis rodillas todo el tiempo porque estaba asustada.
– ¿Y tu marido estaba en comunicación con ustedes?
-Sí. Desde el momento en que salimos de mi casa y llegamos a la sede, mi hija del medio, que es muy pegada a su padre, le hizo una videollamada y empezó a llorar. Porque cuando salimos de casa, empezaron a entender lo que había pasado. Y de repente empezaron a escuchar que a este lo mataron, a tal lo secuestraron y lo llevaron a Gaza, y así.
– ¿De Nirim, del kibutz de ustedes?
– Sí. Mataron a cinco personas, y secuestraron a otras cinco de mi kibutz. Después nos enteramos de lo que pasó en el kibutz Nir Oz, que fue mucho peor; está muy cerca nuestro, podés ir caminando. Tuvimos mucha suerte. Mucha suerte. Entonces mi hija que estaba llorando me preguntó porqué teníamos que vivir en este lugar. No sabía qué responderle. Y después vi la cara de mi marido. Fue muy difícil para él, me apenó mucho.
A la mañana, nos dijeron, que estábamos esperando una posibilidad de salir del kibutz. A las 11.30, nos dijeron: “Ahora van en grupos de personas, cada grupo es un barrio en el kibutz. Van con un soldado, a las casas y agarran todo lo que necesitan”. Le pedí a uno de mis amigos que cuidara a mis hijas. En casa agarré una valija y puse lo que pude. Todavía se seguían escuchando disparos y aviones. Todo fue una locura. Y fue muy aterrador ir a mi casa después de que los soldados nos sacaran. Porque era peligroso estar ahí y volver al refugio. Le pedí a mi vecino que me acompañara. Porque tenía miedo de que alguien entrara. Así que vino con un cuchillo. Y caminaba en cada habitación para ver. Y después me cerré por dentro. Puse lo que pude en la valija, y volví a la sede. Después de una hora nos dijeron que nos fuéramos en los autos. Había mucha gente que ya no tenía auto. Muchos coches quemados o llenos de balas. Así que trajeron micros, para las personas que necesitaban.
– Vos fuiste en tu propio auto, ¡Estabas en condiciones de manejar?
– En ese momento yo seguía en control total, concentrada. Le dije a mis hijas que no se pusieran el cinturón de seguridad, hasta que yo les avisara. “Si les digo que se tienen que agachar, lo hacen”. Fuimos en caravana, todos los autos y los micros. No sabíamos lo que nos esperaba, Cuando salimos del kibutz fue como ver el apocalipsis. Todo estaba quemado. Se veían muchos autos todavía con los cuerpos de las personas asesinadas dentro.
– ¿Y tus hijas vieron todo esto?
– Estaban mirando afuera, no creo que realmente entendieran lo que veían. Eso espero. Había refugios en el camino, en medio de la ruta 232. En los refugios había cuerpos, uno sobre el otro. Íbamos todas en silencio mientras seguíamos por la ruta, hasta que empezamos a ver tanques y al ejército. Después de 20 minutos, le dije a mi hija mayor que ahora podía llamar a su padre. Él ya estaba en Israel. Yo le había pedido a un amigo que lo frenara, porque ya se quería venir con nosotras, pero le dije que lo llamaría cuando saliéramos del kibutz, para encontrarnos en Beer Sheva. Era seguro allá. Solo habían sido atacados con cohetes. Seguimos hasta ahí hasta encontramos con él. Y ahí terminé mi trabajo. Le pedí que siguiera él hasta Eilat, le dije que yo me iba a quedar sentada en el asiento de al lado, en silencio, mientras él manejaba hasta allá. Tomó tiempo. Estuvimos casi cuatro meses viviendo en el hotel de Eilat, como refugiados, y después nos mudamos a un departamento para empezar una vida normal. No en un hotel. Una vida normal. Ahora estamos en el norte. En un kibutz, pero más chico. Muy tranquilos. Con mucho verde.
– ¿Tus hijas empezaron a ir a una escuela nueva ahí?
-Sí. Cuando estábamos en el hotel en Eilat, tenían una mini escuela. Algo que las mantuviera en una rutina. Pero ahora empezaron en la escuela regular. Así que es difícil también para ellas
– ¿Y tienen nuevos amigos?
– Sí. Los chicos son los héroes. Es la tercera vez este año que mis chicas empiezan en un nuevo lugar. Y cada vez hacen nuevos amigos. Y siguen sonriendo. Sus amigos del kibutz están ahora en Beer Sheva. Todos se mudaron juntos allá. Pero nosotros nos vamos a volver a relocalizar, por el trabajo de mi marido, en unos meses. Así que otra vez van a tener que dejar sus amigos. Por eso decidimos que estos meses estaríamos con nuestra familia acá, en esta zona, antes de salir de Israel.
– ¿Se van por la guerra?
– No, no es por la guerra. Esta mañana, volví al kibutz por primera vez desde el 8 de octubre.
– ¿Hoy?
– Sí. Fui sola. Entre otras cosas le traje a la nena su almohada. Es como que el tiempo se quedó congelado allá. Llegué a la casa y todo estaba igual que siempre. Mi esposo había ido antes, pero tenía unas pocas horas. Así que tiró todas las cosas de la heladera. Hoy fue la primera vez que empecé a organizar y todo es muy extraño. Había mucho polvo por todos lados, por los tanques.
– Es una zona de guerra ahora
-Cerca de mi casa hay una nueva base del ejército, una enorme. Es un lugar diferente. Pero mi casa se ve muy bien, todo está completo. Todas las flores están ahí. Todo es verde y colorido. Hoy saqué fotos de la habitación de seguridad. Soy una madre normal. No soy una super madre…
– Fuiste como un ángel para esas chicas.
– Creo que vos hubieras hecho lo mismo. Una de las chicas nos dijo, cuando hablábamos con la otra familia y nos reíamos, dijo que fue muy aburrido. Muy aburrido. Y que les decía que tenían que estar quietas y calladas.