“Che, levantá la cabeza que te va a hablar la doctora”, le dijo con energía aquella trágica mañana del 28 de setiembre de 2004 el policía que lo acompañaba en el patrullero a Rafael Juniors Solich, de 15 años, alumno del 1° B del Polimodal de la Escuela de Enseñanza Media N° 202 Islas Malvinas en Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires. Estaban en medio de la ruta 3 cuando se cruzaron con la jueza Alicia Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca, que iba en su encuentro.
El joven era trasladado como detenido para hablar con ella. Venía de matar en el aula del colegio a tres compañeros y herir a cinco con la pistola Browning 9 milímetros de su padre, suboficial de Prefectura. La magistrada sin dudar se sentó a su lado, lo miró a los ojos y trató de saber por qué…
Fue la única vez que Rafael Juniors Solich habló, tal como lo señala el libro Juniors, la historia silenciada de la primera masacre escolar de Latinoamérica, de Letras del Sur editora, escrito por los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard, una minuciosa investigación respaldada en cada detalle del expediente judicial que sustanció la causa, como por ejemplo el diálogo con la magistrada que continuó así:
– Hola. ¿Cómo estás? Me llamo Alicia. Soy la jueza que va a trabajar con vos por lo que hiciste. ¿Te sentís bien? ¿Me querés contar qué pasó?
– Eh… algo me acuerdo… No, no sé, en realidad fue todo muy rápido…
– ¡Pero, qué barbaridad, querido! ¿Te das cuenta de lo que hiciste a tus compañeros? ¿Sos consciente de la gravedad de los hechos?
– Sí, sí… bah, no sé…
– ¿Cómo te sentís… estás angustiado?
– Sí…
– Es terrible, ¿supongo que estarás arrepentido?
– Y,… sí.
– Bueno, Juniors, ahora lo importante es que estés tranquilo, que pienses un poco…, le sugirió la magistrada que siguió viaje hacia la escuela en Patagones mientras daba instrucciones a los uniformados para que continuaran rumbo a Bahía Blanca con él. Al otro día lo recibió en su despacho. También estaba presente su secretaria y la asesora de menores e incapaces.
– Bien Juniors, aunque no estás obligado, es importante que si tenés ganas nos cuentes lo sucedido, lo que pasó, pero, sobre todo, lo que te pasó a vos.
– No, no me dí cuenta lo que pasó, se me nubló la vista y tiré. Todo fue muy rápido, no me pude frenar. No era yo, era como si no fuera yo.
– Contanos tranquilo lo que pasó.
– Cuando papá salió con mamá me metí en la pieza y saqué la pistola y los cargadores.
– ¿El arma estaba cargada?
– …, asintió con la cabeza.
– ¿Y después qué pasó, te fuiste a dormir así nomás?
– No, no dormí nada…
– ¿Por qué? ¿Estabas nervioso?
– Tenía escalofríos.
– ¿Te sentías mal? ¿Habías comido algo?
– No comí a la noche ni desayuné a la mañana, estaba medio descompuesto.
– ¿Y qué hiciste a la mañana siguiente?
– Salí a las siete, como siempre me fui caminando a la escuela…
– ¿Qué pensabas en el camino?
– Nada…
– ¿Qué hiciste cuándo llegaste a la escuela?
– Entré y me fui a formar en la fila para subir la bandera…
– ¿Le mostraste el arma a alguien?
– La pistola no. El cuchillo se lo mostré a Dante (un compañero).
– ¿Cómo hiciste, lo sacaste delante de todos?
– No, me levanté el saco y se lo mostré solo a él.
– ¿Estaban con algún profesor?
– No.
– ¿Es común que ingresen sin la presencia de un docente?
– Siempre entramos solos.
– Contanos lo que recuerdes, ¿qué hiciste dentro del aula?
– Me senté en el primer banco. Cuando pasaron mis compañeros me puse de pie y caminé hacia el pizarrón, cerca del escritorio de los profesores. Me puse de frente y saqué el arma lista para disparar, vacié el cargador. Salí al pasillo y recargué. Le disparé a un señor que estaba ahí. No sentí voces, gritos ni ruidos. No era yo.
– ¿Por qué lo hiciste? ¿Estabas enojado?
– Sí.
– ¿Con quién? ¿Con tus compañeros?
– Sí.
– ¿Con tu familia?
– También.
– ¿Por qué con tus compañeros?
– Me molestan, siempre me molestaron, desde el jardín. Desde séptimo grado que pensaba en hacer algo así.
– ¿En la secundaria tenías los mismos compañeros que en el Jardín?
– Sí, varios.
– ¿Y cómo es que te molestan?
– Y, me cargan. Dicen que soy raro. Me joden porque tengo este grano en la nariz.
– ¿Todos te cargan?
– Y, casi todos.
– ¿Y con tu familia?
– Tuve una pesadilla: estábamos mirando tele con mi abuela, mis tíos, mis papás y mi hermano. Yo agarraba un cuchillo y apuñalaba a mi papá. Pero él no se moría, me preguntaba por qué lo había hecho y yo le tiraba una silla y salía corriendo a la pieza, me encerraba. Mi papá me decía que me perdonaba pero yo no le creía y abría la puerta y le tiraba una bicicleta.
– ¿Tenés problemas con tu papá?
– Nos peleamos seguido.
– ¿Por qué?
– Yo nunca le hago nada pero él me pega, me empuja, se enoja porque dice que siempre estoy solo, que no les doy bola a ellos ni a nadie, que no entiende por qué no tengo amigos.
– Pero algo pasará que tu papá se enoja con vos, ¿en la escuela cómo te va?
– Últimamente bajé algunas notas. Creo que mi papá no cree que las pueda aprobar y se calienta.
– ¿Vos creés que tu papá es muy rígido?
– Sí, autoritario…
Hasta ahí fue el diálogo entre la jueza y Juniors. Luego se fueron sumando más detalles que la magistrada conoció, como por ejemplo, que el día anterior el adolescente había discutido y casi se va a las manos con su padre, Rafael Solich, responsable del Museo de Prefectura donde prestaba servicio. El suboficial los fue a buscar en el Renault 12 de la familia a él y a su hermano, Fernando Ayrton a la salida de la escuela. Al mayor le había puesto Juniors de nombre porque era fanático de Boca. Su otro hijo recibió el de Senna por su admiración por el piloto brasileño de Fórmula 1, muerto un 1° de mayo de 1994 al chocar contra el guardrail en la curva Tamburello durante el Gran Premio de San Marino en el Circuito de Imola en Italia.
Cuando llegaron a la casa, el padre ordenó, como lo hacía habitualmente, que alguno de los dos pusiera la mesa para almorzar en familia.
Entonces Juniors estalló.
-Dejame de hinchar las pelotas. Que lo haga éste (en alusión a su hermano).
El padre se puso irascible, se dirigió a su habitación y cerró de un portazo. Luego volvió en busca de Ester Pangue, su mujer, madre de los chicos. Juntó a todos y subió la apuesta:
-Esto así no va más. Ustedes tienen que ser responsables con el estudio y con la casa donde viven. Saben muy bien las necesidades que pasé de pibe; por eso con su mamá trabajamos para que tengan un futuro. Vos que sos el mayor, si no querés estudiar vas a tener que trabajar. Se acabó la joda. Me tienen repodrido siempre con el mismo quilombo…
Juniors se hartó y respondió con munición gruesa:
-Voy a seguir yendo a la escuela si me dejás de romper las bolas, te lo vuelvo a decir. Si no, me voy a vivir con la abuela y listo. Y se paró haciéndole frente.
-Ah, el señorito la hace fácil yéndose con la abuelita. ¿Quién carajo te va a mantener? Vos te quedás acá, te dejás de joder y empezás a comportarte, pendejo irrespetuoso.
El padre furioso se le paró frente a frente:
-¿Vos estás loco, nene? ¿Qué mierda estás buscando? ¿Querés que te cague a trompadas?
-Dale, pégame otra vez…
La madre y su hermano mediaron. Juniors se fue a su cuarto y dio un portazo. Ya era casi de nochecita.
A las ocho su padre fue a alcanzar a su mujer al restaurante de Viedma donde trabajaba como ayudante de cocina. Juniors aprovechó la ausencia de ambos y fue directo a la habitación de los padres. Buscó la pistola que estaba arriba del ropero. Sacó la browning y tres cargadores completos de balas. Con sigilo volvió a su cuarto, metió todo en su mochila y la escondió debajo de su cama. También seleccionó para ponerse al otro día un camperón camuflado de su papá. Transpiraba y su cuerpo estaba helado.
Se puso a escuchar música, The Nobodies (Los don Nadie), el tema que Marilyn Manson, su referente, dedicó a Eric Harris y Dylan Klebold, autores de la masacre en la escuela secundaria de Columbine, ocurrida el 20 de abril de 1999.
Esperó paciente que su padre volviera al restaurante para traer a su madre al hogar cuando terminaba su turno. Y cuando volvió a estar solo se le ocurrió cargar en la mochila también un cuchillo. Se acostó pero le costaba dormirse.
Se despertó para ir al colegio pasadas las seis y media de la mañana como de costumbre. Y a las siete ya estaba en camino. Solo se detuvo para pasar el cuchillo y los cargadores de la mochila al camperón. Cuando llegó a la escuela pasó por el baño y luego se cruzó con la directora, Adriana Goicochea. Ya estaba decidido. Se sentó en su banco de la segunda fila contra la pared. Y a las 7:35 horas en punto de repente se incorporó, sacó el arma, empezó a tirar haciendo un movimiento semicircular y vació el cargador con doce disparos a quemarropa. Mató a tres de sus compañeros: Federico Ponce, Evangelina Miranda y Sandra Nuñez. E hirió a otros cinco de gravedad: Pablo Saldías, Rodrigo Torres, Natalia Salomón, Nicolás Leonardi y Cintia Casasola.
Luego abandonó el aula y mientras caminaba descartó el cargador que había vaciado y colocó uno nuevo. Enseguida vio al kioskero en los pasillos, le tiró y le erró. Como la browning se le trabó la dejó en el piso. Afuera ya se escuchaban las sirenas de la policía y ambulancias que venían a socorrer.
“No sé lo que hice, pero te juro que no tengo más nada”, alcanzó a decirle a un agente que lo tomó de un brazo y lo subió a un patrullero rumbo a la comisaria de Patagones. Pasadas las 8 de la mañana la jueza Alicia Georgina Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca recibió el llamado que la puso al tanto de lo ocurrido, fue en su búsqueda y se dio el diálogo contado anteriormente.
La magistrada siguió indagando y conoció más detalles de su vida escalofriantes, como que su padre lo castigaba a golpes en la nalga con un machete desde que tenía nueve años. O cuando de adolescente lo sorprendió fumando y le dio una trompada que le hizo sangrar la nariz. No fue todo, al llegar a la casa le empezó a dar patadas y lo dejó encerrado. Todos los relatos constan en el expediente que obra en la justicia
Por ser menor de edad la jueza Alicia Ramallo lo declaró inimputable. De todas formas el joven fue a parar durante tres meses a la base de Prefectura Naval en Ingeniero White. La explicación fue que estuvo ahí para que nada le pasara. Recién en 2005 se lo llevó al Instituto de Menores El Dique de Ensenada, por eso la familia se trasladó a una casa de Punta Lara, y el padre prestó servicios en la sede de prefectura de dicha localidad.
En El Dique la pasó mal, lo apodaron “Matapibes”, tuvo crisis depresivas y como hasta se autolastimó, decidieron trasladarlo al neuropsiquiátrico Santa Clara en la ciudad de San Martín, donde le practicaron los estudios completos de rigor. El panorama era sombrío. Los resultados obtenidos analizados por los médicos concluyeron en diagnósticos que hablaban de esquizofrenia, de trastorno de personalidad, y provocaban distintas opiniones de los propios profesionales que lo trataban. Se destacaba en los informes la peligrosidad hacia terceros y hacia sí mismo.
Ya en 2007 la jueza Alicia Ramallo permitió un régimen de salidas transitorias a su hogar por algunas horas. Luego alcanzaron las 24, 48 y 72, siempre de acuerdo y siguiendo las indicaciones de los respectivos informes médicos. Cuando en 2009 alcanzó la mayoría de edad, su causa pasó al Juzgado de Familia N° 4 de La Plata. Y al tiempo lo reubicaron en una clínica neuropsiquiátrica para adultos de esa ciudad, donde continúa en medio de un régimen similar con salidas que oscilan en su extensión de tiempo de acuerdo con los estudios psicológicos y psiquiátricos que se le practican.
Más allá de que continúa bajo tutela judicial, Juniors ya está próximo a cumplir 36 años en octubre. Y entre internaciones, permisos y visitas que recibía se enamoró y tuvo un hijo. Sus defensores siempre fueron realizando presentaciones ante la justicia para lograr su externación pero hasta ahora no hubo resultados, ya que su caso de acuerdo con la opinión de expertos letrados es extremadamente complicado de resolver. Entonces continúa con los permisos de salida que le otorgan los médicos. Hay quienes opinan que mientras tanto no está mal que permanezca en el anonimato, bien lejos de los medios de comunicación. Lo último que se sabe de él es que según el padrón electoral registra domicilio en Villa Elvira, una zona muy populosa de La Plata muy cercana al río, donde pocos saben de su pasado.