Fue “Wado” de Pedro el encargado de pedirle a un asistente que le levante el micrófono a Máximo Kirchner para que pueda hablar frente a una multitud de militantes y dirigentes peronistas que habían colmado el estadio de Argentinos Juniors. El hijo de los dos presidentes no tenía aceitado el ejercicio de la comunicación. Nunca había hablado en público. Se le notaba en los gestos de las manos y la expresión de los ojos. En la incomodidad de la primera vez.
Estaba nervioso. Había decidido dejar el anonimato. “Máximo era el líder en las sombras. Lo conocían pocos personalmente”, definió uno de los protagonistas de esa jornada. En ese entonces los dirigentes camporistas no solían ir a los medios de comunicación. El desembarco del líder en la vida pública comenzó a reducir las restricciones. La expansión de la agrupación los obligó a reenfocar las formas y el contenido de lo que transmitían.
El 13 de septiembre del 2014, “Maxi”, como lo llaman algunos de sus compañeros, tenía 37 años y un liderazgo fuerte al mando de La Cámpora, la agrupación ultra kirchnerista que había nacido en el 2007 como resultado de una convergencia de militantes peronistas que habían llegado a ese punto de encuentro provenientes de la Juventud Peronista (JP), la UBA, las agrupaciones de Derechos Humanos y la militancia barrial.
Cuando esa tarde gris Máximo Kirchner llegó a La Paternal, eran muy pocos los integrantes de la agrupación que tenían conocimiento de que rompería el silencio frente a un micrófono. Había pasado siete años en la sombra, cultivando el perfil bajo y construyendo la identidad de un poderoso de lapicera en mano. Una postal bastante alejada a la del supuesto joven inmaduro que jugaba a la Playstation en su casa mientras creía ser un líder político en desarrollo.
En ese discurso inaugural, Máximo Kirchner apuntó contra Sergio Massa, con quien terminaría construyendo una sociedad política sólida durante la gestión del Frente de Todos. De esa tarde salen los archivos de una canción donde la militancia camporista entona que “todos los traidores se van con Massa”. Pasado pisado. En el peronismo se perdona todo. Massa le había ganado a Martín Insaurralde en el 2013 y se había convertido en un nuevo referente del peronismo. La Cámpora quería dar una muestra de fuerza territorial, convicción política y volumen dirigencial.
También había cuestionado al histórico representante sindical de los gastronómicos, Luis Barrionuevo, que haría buenas migas con De Pedro en la edificación de una candidatura presidencial que colapsó en un día. Fue un amor invernal. En las últimas elecciones Barrionuevo terminó apoyando a Javier Milei.
Entre tantas palabras cruzadas Máximo Kirchner le puso un sello indeleble a la identidad de La Cámpora. A la que él le quiso dar y la que se fue solidificando con el paso de los años. Lo hizo en un párrafo dedicado a su padre, que había fallecido cuatro años atrás. Un mensaje sobre la lealtad y la especulación. En la organización aseguran que la muerte de Néstor Kirchner fue un quiebre. A partir de ese momento tuvieron un acercamiento masivo de militantes que querían incorporarse.
“Me hubiera gustado que esté Néstor. Que hable él. Es imposible no extrañarlo, como es imposible no verlo en la cara de ustedes y en la cara de muchos que veo acá abajo y que lo acompañaron siempre. No es que lo acompañaron hasta la puerta del cementerio, se metieron adentro. Eso no se olvida. No especularon”, dijo frente a miles de aplausos e intentado que su voz no se quiebre. El quería que La Cámpora fuera eso. Un bloque inquebrantable, más leal que pragmático.
Detrás de él lloraban José Ottavis y Andrés “Cuervo” Larroque, que habían convivido con la emoción y la angustia atorada en su garganta durante todo el discurso. Para los Kirchner la lealtad fue la base de cualquiera de las múltiples construcciones políticas que tuvieron. En muchas oportunidades llevándolas al extremo. Dándole vida a una polarización destructiva y a un ordenamiento jerárquico inflexible. A una forma de construir y de vivir la política.
Hay dos definiciones sobre la forma de gestionar poder de La Cámpora que salen con facilidad de la boca de sus detractores internos. Con los que compartieron gobierno y, en algunos casos, proyecto político. “Para La Cámpora sos esclavo o traidor”, dicen unos. “Todo lo que no conducen, lo rompen”, sostienen otros.
Por el contrario, en la orga -como la denominan los propios- consideran que a lo largo de los años se demonizó exageradamente a la agrupación, sus formas y sus decisiones. “Siempre hubo conflictos y peleas en el peronismo. En todas las etapas. Es la historia”, recordó un ex funcionario camporista, que también resalta la expansión que lograron desde su creación y la influencia que siguen teniendo en el armado del peronismo, sea cual sea el gobierno de turno.
De aquel discurso en Argentinos Juniors sobresale otra definición que, con el paso de los años, tomó otros sentidos. “Si Cristina es tan mala o no sirve, si están interesados en terminar con esta experiencia política, terminar con el kirchnerismo, por qué no compiten con Cristina, le ganan y sanseacabó. No le tengan miedo a las urnas”, fue la expresión que se convirtió en un grito de guerra, en una bandera discursiva de los días que siguieron.
Desde ese 2014 a esta parte, Cristina Kirchner compitió en dos oportunidades. En el 2017 fue candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires y perdió. Igual, ingresó a la cámara alta por la minoría. En el 2019 fue la compañera de fórmula de Alberto Fernández y ganó. Esa coalición, de la que Máximo Kirchner fue uno de los arquitectos, terminó hecha escombros dos años antes de que culminara la gestión.
El líder camporista construyó, sobre todo desde el 2011 en adelante, un dispositivo de poder dispuesto a expandirse por las distintas vertientes del Estado, a gobernar con mano de hierro y a defender a CFK contra los peores enemigos. Los de verdad y los que fueron agrandados como parte de un relato que se fue desgastando y reconvirtiendo. Lo que no cambió nunca es la verticalidad de su conducción y la intención de disputar poder en todos los territorios.
La renovación de la mesa de conducción
De aquella jornada en Argentinos Juniors quedó impresa en el libro virtual del peronismo la foto de la primera línea de La Cámpora. La mesa de conducción. Los que constituyeron el cascarón público que generó amores y odios. En esa instantánea, tomada al final del acto, aparecen José Ottavis, Juan Cabandié, el “Cuervo” Larroque, Máximo Kirchner, “Wado” de Pedro, Mariano Recalde y Mayra Mendoza.
Ese grupo de siete no solo era la mesa de decisión política, sino también la representación visual de la agrupación, más allá de las caras desconocidas que habían crecido detrás de esas figuras con poder real a partir del segundo gobierno de Cristina Kirchner. Para la sociedad La Cámpora eran ellos siete y los miles de militantes que copaban los patios internos de la Casa Rosada para inmacular la figura de la entonces Presidenta.
El crecimiento y la expansión de la organización convirtió a un grupo político en una estructura orgánica, con un sistema aceitado en la toma de decisiones y un organigrama de poder con múltiples escalafones. Pasaron de la militancia política a ocupar puestos importantes en el esqueleto estatal. El primero de ellos fue Mariano Recalde, que se convirtió en presidente de Aerolíneas Argentinas en el 2009 y que le abrió la puerta del Estado a Axel Kicillof.
En la elección del 2011 CFK les brinda lugares en las listas legislativas y en el Poder Ejecutivo. El camporismo empieza a correr por el peronismo y el Gobierno como la sangre por las venas. El acto de Argentinos Juniors sirvió para hacer una muestra de fuerza territorial un año después de la elección perdida con Massa, que había colocado los primeros ladrillos de su candidatura presidencial.
El primero en buscar el cartel de salida de La Cámpora fue José Ottavis. En el 2016 tomó distancia de la agrupación por temas personales vinculados a su salud, que él mismo se decidió a blanquear tiempo después. “El petiso”, como algunos le decían cariñosamente, había llegado al espacio proveniente de la Juventud Peronista (JP) bonaerense.
A fines del 2018 por la misma puerta se fue Juan Cabandié. Se alejó cuestionando la metodología de construcción política y la estrategia de gestión. Para ese entonces el ex legislador tuvo un papel preponderante en la construcción del Frente de Todos. Fue el nexo que unió a Alberto Fernández y Cristina Kirchner después de una década en la que se habían dejado de hablar y se cuestionaron mutuamente. Fue ministro de Ambiente en el último gobierno y se aferró al perfil bajo.
Finalmente, en el 2023 el “Cuervo” Larroque se fue de la organización, enfrentado con Máximo Kirchner, un año después de haber decidido retirarse de la secretaria general del espacio y luego de formar una corriente interna – que luego se independizó – denominada La Patria es el Otro, esquema territorial que conduce actualmente y que es uno de los sostenes de Kicillof en la provincia de Buenos Aires.
La salida de Ottavis, Cabandié y Larroque generó que dirigentes que estaban en la segunda línea y que eran desconocidos para el público, pasaran a ocupar un rol más destacado, asumieran responsabilidades de gestión y tuvieran vínculo directo con Máximo Kirchner. Esa mesa de conducción de siete se abrió y se modificó, lo que no significa que se haya convertido en un espacio de discusión horizontal. La última palabra siempre la tuvo – y la tiene – Máximo Kirchner. Los tres históricos del kilómetro 0 -Recalde, De Pedro y Mendoza – tienen una ascendencia sobre la militancia distinta al resto. No son todos lo mismo.
“Cada general tenía sus coroneles, que fueron creciendo y adquiriendo más responsabilidades en la organización”, retrató un influyente dirigente camporista. Detrás de Larroque estaban Facundo Tignanelli, Martín Rodríguez, Emmanuel González Santalla, Rodrigo “Rodra” Rodríguez, Luana Volnovich y Paula Penacca. Todos crecieron en protagonismo y absorbieron responsabilidad en la toma de decisiones.
Los primeros tres conforman la mesa de conducción bonaerense. “Rodra”, como se lo conoce en el kirchnerismo, trabajó en el Senado y actualmente está detrás de la Escuela Justicialista Néstor Kirchner, la radio AM 530 y el canal de streaming Eva TV. Volnovich fue la titular del PAMI en el gobierno que pasó y es diputada nacional, y Penacca es la secretaria parlamentaria del bloque de diputados nacionales de UP. Junto a Germán Martínez y Cecilia Moreau conforman un triángulo en el que recaen las decisiones.
Oriundo de La Matanza, Tignanelli se convirtió en la mano derecha de Kirchner en el territorio bonaerense. Actualmente es presidente del bloque de diputados provinciales de UP. Es uno de los que está sentado en la mesa chica donde se definen las listas y la estrategia política de la provincia. Habla poco en público pero ha sabido construir su nombre detrás de bambalinas. Un influyente que tiene en su voz la firma de Máximo Kirchner.
Martín Rodríguez es diputado provincial por la primera sección electoral y hombre con peso propio en el gobierno de Damián Selci en Hurlingham. Emmanuel González Santalla es actualmente senador provincial y una de las voces que da la batalla dialéctica con Jorge Ferraresi, el intendente de Avellaneda, que se convirtió en el principal enemigo del camporismo.
Por detrás de las figuras de De Pedro y Recalde se asomaron Julián Álvarez, Federico Susbielles y Juan Martín Mena. Los primeros dos coroneles se convirtieron en intendentes de Lanús y Bahía Blanca, respectivamente. El tercero asumió al frente del ministerio de Justicia en el segundo gobierno de Kicillof.
En el pasado, Álvarez fue secretario de Justicia de la Nación y Mena subdirector de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), además de viceministro de Justicia de la Nación en el gobierno de Fernández. Fue el segundo de Marcela Losardo, la socia del entonces Presidente en su estudio jurídico y una de las principales apuntadas por Cristina Kirchner por su falta de gestión.
A esa lista se sumó Santiago “Patucho” Álvarez, que hasta el 2023 ocupó la vicepresidencia de Asuntos Corporativos, Comunicación y Marketing de YPF. Hombre fuerte en el esquema de comunicación de La Cámpora. Estuvo en puestos jerárquicos de la TV Pública y Télam durante los mandatos de CFK. También trabajó en Aerolíneas Argentinas junto a Recalde, con el que compartió militancia en la agrupación Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), en la facultad de abogacía de la UBA.
Por el lado de Ottavis llegaron Anabel Fernández Sagasti, María Luz “Luchy” Alonso, Fernanda Raverta y Santiago Carreras. Las dos primeras, de Mendoza y La Pampa, son parte del círculo más cercano a Cristina Kirchner. La mendocina conforma, junto a José Mayans y Juliana Di Tullio, la conducción del bloque de senadores de UP.
La pampeana fue mano derecha de la ex presidenta en el Senado, en el rol de secretaria administrativa, y actualmente es diputada provincial, con mucha participación en la Legislatura. Está enfrentada al otro referente camporista en el territorio, el intendente de Santa Rosa, Luciano di Napoli. “Luchy” jugó un rol importante en el deshielo de la relación entre CFK y el ex gobernador pampeano Carlos Verna en pleno proceso de conformación del Frente de Todos.
Fernanda Raverta cumplió con su mandato en la ANSES al igual que Santiago Carreras en YPF. Junto con Volnovich son parte de una generación que tuvo puestos importantes durante el último gobierno nacional.
La última en llegar fue Lucía Cámpora, que ocupó la silla que había dejado vacía Larroque en la secretaria general de la agrupación. La cara más joven de una organización a la que en el peronismo nunca dejaron de referirse como “los pibes”, aunque la mayoría ya esté cerca de los cincuenta.
La Cámpora está atravesando un proceso de renovación y reacomodamiento que aún no terminó y que es invisible a las mayorías. En ese camino también se inscriben el funcionario del ministerio del Interior y actual secretario de Organización de La Cámpora, Pablo “Tato” Giles y el legislador porteño Franco Vitali.
En la última elección la orga consiguió – entre renovación de mandatos y nuevos triunfos – quedarse con doce intendencias en la provincia de Buenos Aires, además de gobernar en los municipios de Santa Rosa con Di Napoli y en Ushuaia con Walter Vuoto.
A las gestiones en Quilmes, Mercedes y Carmen de Areco, se sumaron las intendencias en Suipacha, Mercedes, Hurlingham, Colón, Brandsen, Lanús, Quilmes, Rosales, Bahía Blanca y Olavarría. Dentro del espacio le adjudican a Máximo Kirchner la ingeniería electoral para dar ese salto.
En el camino de expansión, durante los primeros días de septiembre, la agrupación logró ganar cuatro centro de estudiantes, donde el radicalismo es la fuerza política con más fuerza y permanencia. Se quedaron con la conducción de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), de la Facultad de Ciencias Sociales, la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, y en Facultad de Filosofía y Letras.
Los que se fueron de La Cámpora le recriminan a la conducción una distancia marcada con los problemas reales de la sociedad y una incapacidad para generar acuerdos políticos sostenibles hacia dentro y hacia afuera del peronismo. Y, entienden, que ese camino los llevó a achicarse en vez de agrandarse. A solidificar un núcleo concentrado en vez de construir mayorías más rocosas.
De la expresión de esa idea surgen la acusación de sectarios que les endilgan en el mundo peronista. “Pasaron a ser un espacio que se pelea contra el mundo. Siempre se vuelcan al método de la confrontación. Con ese método se perdieron cuatro de las últimas seis elecciones”, describió un dirigente peronista que supo tener buena relación con el camporismo.
A 10 años del discurso que marcó el comienzo de la era pública de Máximo Kirchner, La Cámpora sigue estando en los lugares principales de discusión de poder del peronismo. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires. En el interior les ha costado hacer pie y, en general, han tenido expresiones políticas sin capacidad para competir por el premio mayor.
Generan amor incondicional y odio profundo. Las dos caras de la misma moneda. En esta instancia de renovación del espacio político tienen el desafío de reinventarse para volver a ser gobierno y de construir un proceso que represente a las mayorías. Es lo que, en definitiva, pide la jefa política de todos. La que anhelan que vuelva a competir. “Volver a armar”, como dijo Kirchner ayer. O “mejorar para volver”, como explicitó, una semana atrás, Kicillof, el rival circunstancial menos pensado.