No hay manera de que el Barça sea contundente esta temporada. Ni siquiera la última oportunidad de Xavi y los suyos para redimirse, la Champions, queda libre de pecado. Otro partido señalado en rojo en el calendario, otro resultado que arroja dudas. La efectividad en el área pequeña sigue brillando por su ausencia en el bando azulgrana, con una superioridad ante el Nápoles, sobre todo durante los 20-30 minutos iniciales, que fue diluyéndose poco a poco. Para acabar con la reacción local, previo error defensivo. Y, tampoco es nuevo, pidiendo la hora para no irse al partido de vuelta, en Montjuïc, por detrás en la eliminatoria (1-1).
“Hemos estado muy bien en todos los aspectos del juego. Menos a partir del gol”, se lamentaba el técnico culé, ya con el empate resultando irremediable. Al menos, hasta el próximo 12 de marzo. “Para mí, no (es un buen resultado). Era de ganar hoy”, añadía con un pesar al que no ha tenido más remedio que acostumbrarse en lo que va de curso. Una vez más, un trabajo que prometía, y que bien pudo ser el más óptimo del Barcelona en mucho tiempo, se fue al traste en cuestión de minutos.
Osimhen fue el principal culpable de que los visitantes tirasen por la borda un dominio que, con pólvora de por medio, podría haberse traducido en una victoria contundente y hasta resultona. Poco o nada había inquietado el Nápoles a Ter Stegen. En cuanto el nigeriano abrió la lata, el Diego Armando Maradona se convirtió en el territorio más hostil posible para el Barça. Todo se vino abajo, empezando por la concentración. La falta de la misma, con Iñigo Martínez cayéndose en la pelea por la posición y protagonizando un error fatal que motivó el tanto italiano, le puso todas las trabas del mundo a la recta final del choque.
La sensación de oportunidad perdida, porque el Barça podía haber sentenciado este cruce de octavos, está sobre la mesa. Con un único disparo a puerta, exitoso, el castillo de naipes barcelonista cayó por los suelos. Tanto es así que el 2-1 pudo llegar en los últimos minutos, por mediación de Anguissa y Simeone. Cierto es que Gündogan tuvo el 1-2 en la jugada inmediatamente anterior al pitido final. Pero, a la hora de la verdad, pesó mucho más el arreón partenopeo y el bajón, enésimo de la campaña, blaugrana.