Vicente Gómez tiene 74 años, es padre de cinco hijos, y abuelo de 10 nietos. Uno de ellos, Juan Ignacio, compartió en las redes sociales una publicación que superó las 2 millones de reproducciones en cuestión de horas. En el video se lo ve a Tito -el apodo de Vicente-, lavando los platos, y la escena forma parte de una promesa que hizo para poder ir al casamiento de Eusebio, otro de sus nietos. Desde hace casi 30 años sufre obesidad, y aunque siguió varias dietas, e incluso estuvo internado para mejorar su salud, hasta ahora nunca había podido sostener los tratamientos en el tiempo.
Este 2024 recibió la invitación a dos bodas, muy importantes para él, y un mes antes había hecho una consulta médica donde le dijeron que tenía problemas en el corazón y en los pulmones. Con una arrolladora fuerza de voluntad, se propuso hacer un cambio de vida, para poder asistir a los eventos. “Pude bailar en la fiesta y en la próxima quiero estar mejor todavía”, le cuenta a Infobae, en medio de la emoción y las sorpresa por los miles de mensajes que recibió de usuarios que le dieron fuerzas y lo felicitaron por sus logros.
Nieto y abuelo participan de la charla con este medio, y el amor más genuino y puro se siente en cada palabra que dicen. El respeto, la perseverancia y la unión caracterizan el vínculo de la numerosa familia que conforman. “En Navidad somos 22 personas, la casa de los abuelos siempre fue una fiesta, y Tito es el gran aglutinador, el que nos mantiene a todos unidos, y es una de las tantas formas en que nos demuestra su amor”, expresa Juani, que es el próximo en casarse el 26 de julio. Él había escrito en su cuenta de Twitter un sincero mensaje, donde contó: “Mi abuelo tiene un problema de obesidad serio; hace dos años que no se mueve mucho, va de la cama al baño, y del baño a la cama. Este año dos de sus nietos nos casamos y nos prometió que iba a ponerse bien para poder bailar. Hoy nos mandó un video lavando los platos y estamos muy emocionados”.
Esa noche las notificaciones no pararon de llegar, con muchos comentarios donde primaba el deseo de que pueda asistir a los eventos, y le brindaban mucho apoyo para que logre el objetivo. “Yo estaba durmiendo y de repente me empezó a sonar el celular sin parar y pensé que me habían hackeado”, dice entre risas Vicente, que se desveló leyendo y contestando uno por uno a todos los que le escribieron a su cuenta de Instagram, @vg_produciones. Cuando Juani vio todos los mensajes, les compartió el perfil de su abuelo para que le escribieran directamente a él, y así fue como ocurrió la catarata de felicitaciones. “Sé que a él le gusta que le den fuerzas, y le hizo muy bien, lo llenó de más motivación todavía”, asegura el joven.
Este radical cambio de actitud y de hábitos comenzó hace más de un mes. “El sobrepeso es de hace más de 20 años, casi 30, tuve negocios gastronómicos, primero restaurantes y después salones de fiestas, y yo probaba todo para que la comida salga rica; así me fui al diablo con los kilos, y después tuve un problema en la pierna, una trombosis, que me tiró a la cama, y de tan aburrido que estaba, solo comía”, relata Vicente. De a poco el dormitorio se fue convirtiendo en “su suite”, y pasó a funcionar como habitación, oficina y living. “Tengo la cama, un sillón muy grande, la computadora, el televisor, todo a mano para no caminar nada, y ya me costaba ir al baño, que está a seis metros; no podía respirar, y por eso fui al neumonólogo, que es el que me dijo que no estaba bien”, narra, y confiesa que una de las primeras cosas que hizo fue llamar a su nieto Juani.
“Me dijo que se iba a tener que empezar a cuidar, porque no le habían dando bien los estudios, y a lo largo de su vida ha intentado miles de dietas, se fue a Córdoba a internarse durante un mes, fue a consultas con nutricionistas, fue al psicólogo, hizo un montón de cosas, pero nada había funcionado, pero yo creo que le faltó siempre motivación, y ahora la encontró en sus nietos, que realmente siempre han sido la motivación para la mayoría de las cosas, sumado al susto sobre su salud”, sostiene Juan Ignacio.
El primer paso
Casado hace casi 50 años con la mujer de su vida, la sumatoria de dos circunstancias generó una particular situación. Su esposa viajó a la provincia de Entre Ríos, y se quedó solo durante unas semanas. “Generalmente viene una chica a ayudarnos, pero justó se enfermó, así que empecé a pedir comida en rotiserías, a ensuciar platos, y llegó un momento que ya no me quedaba nada limpio, ni los mates, que usé todos, y era tanto el lío que tenía en la mesada, que ya me daba vergüenza, y un día dije: ‘Voy a ponerme a limpiar todo esto’, y grabé el video para que me crean que lo hice yo”, cuenta con humor. Lo mandó al grupo familiar, y las reacciones hablan por sí solas.
“Para nosotros fue inédito. ¡Nunca en la vida mi abuela lo vio lavar los platos! Ella puso: ‘Me muero muerta, esto no puede ser cierto’; y otra cosa que jamás hizo fue tomar agua, siempre gaseosa o agua saborizada con soda, y de repente empezó a tomar agua”, dice Juani con entusiasmo y alegría. A esto se sumó que todos los días les mandaba una foto de su menú para almorzar, y charlaban por teléfono media hora para ver cómo iba progresando. “Nuestro chat con el abuelo son todas fotos de sus platos y todas las llamadas donde llevamos el registro de cómo está, y al ver el esfuerzo que estaba haciendo todos decíamos: ‘Este tipo se puso las pilas en serio’, con todo lo que le cuesta caminar, se levantó a lavar los platos y se cocinó”, agrega.
El orgullo que lo invadió fue lo que lo llevó a compartirlo en las redes, y su historia traspasó fronteras. “Le querían regalar un traje al abuelo, unas nutricionistas se ofrecieron a hacerle un plan, le querían mandar cosas desde Chile, fueron impresionante las repercusiones”, repasa. Vicente acota que le escribieron desde Honduras, México, España, e Italia, entre otros países. “Les dije que me sigan dando fuerzas y coraje, y me brindaron mucho amor, así que ahora tengo más nietos desparramados por el mundo; no me esperaba una cosa así, y estoy feliz”, expresa con ternura.
Juani se acuerda que algunos años atrás Tito les dijo que soñaba con llegar a su cumpleaños 75, y ahora que está cerca de cumplirlos, quiere redoblar la apuesta y extender el número. “Él y la abuela siempre estuvieron presentes, pasamos varios veranos con ellos, nos han llevado de vacaciones; y cuando el abuelo empezó con la idea de poner un geriátrico en Urdinarrain, un pueblo chiquito de Entre Ríos, lo primero que pensó es en alquilar una casa grande cerca para que todos los nietos pudiéramos ir a verlo mientras estuviese con las obras”, revela.
Y aclara: “Ahora le está yendo bien al abuelo, pero como todo negociante, tuvo momentos malos en su economía, tiempos donde no tenían nada, y nos han dado todo a los nietos. Se desvivieron, y lo demuestran una vez más con esto, después de 30 años de comer mal, se está poniendo las pilas para llegar al casamiento de dos de sus nietos, y al ritmo que viene va a estar mucho mejor para julio”. Esta tarde le mandó una foto de su almuerzo: hamburguesas de calabaza, ensalada y una tortilla de verdura. Para mantener una rutina, contrató un servicio de viandas nutricionales y organizó más sus hábitos. Dentro de poco va a incorporar también ejercicios en el día a día.
“El objetivo ahora es que ya pasó un casamiento, ya se levantó, bailó con el andador, bailó sin el andador con sus nietas, y ahora que se viene mi casamiento, seguimos trabajando para eso”, proyecta. Desde hace dos años mantienen la tradición de que todos los meses, una vez por mes van todos los nietos a comer con Tito, famoso por sus paellas de Pascuas, y con fama de muy buen cocinero. “Mi abuela nunca cocinó, siempre fue mi abuelo el cocinero, y yo heredé la misma pasión por la cocina, que me fascina; ahora soy yo el que suele cocinar para todos, o nos vamos turnando con los otros nietos”, confiesa Juani. Vicente lo interrumpe para defender el plato insignia de su esposa: “Yo puedo hacer una cazuela de mar, pero la mejor tortilla del país la hace mi mujer, de eso no hay duda”.
Cuando eran chicos, cinco de sus nietos pasaban horas y horas escuchando las historias de su abuelo. Hoy se las saben de memoria, y todo lo que oyeron despertó una gran admiración por su capacidad para enfrentarse a momentos durísimos, sin guardar rencores ni dejarse vencer. “Nosotros le hacíamos masajes, uno le hacía en el pie, otro en la pierna, en un brazo, en la mano, y hasta le hacíamos masajito en la cabeza, y mientras tanto él nos relataba momentos de su infancia, que tiene todo un trasfondo y creo que tiene que ver con los motivos por los que desarrolló una relación no saludable con la comida”, explica Juani. A veces mientras estaba en pleno relato se dormía, y los cinco niños lo despertaban, intrigados y ansiosos por saber cómo seguía el relato.
La tragedia de su infancia
“Soy el menor de tres hermanos, y mi vieja, santiagueña, casi analfabeta, pobre, y muy laburadora, echó a mi papá, que era medio atorrante, cuando yo tenía cuatro meses de vida”, relata el protagonista del video que se viralizó. Como madre soltera, tenía tres trabajos para afrontar todos los gastos, y una rutina diaria donde las noches se unían a los amaneceres casi sin diferencia. “Se iba temprano, volvía para prepararnos el desayuno, se iba de nuevo, y al mediodía volvía para preparar el almuerzo, y a la tarde traía trabajo de una marroquinería”, relata. Vivían cerca del Hospital Pirovano, donde nació Vicente, y así se mantuvieron durante 7 años.
“Antes de que yo cumpliera los 8, mi mamá se me fue a atender a Dios”, expresa con tristeza. “Me dejó con todo lo que había mamado de ella, que me enseñó con su ejemplo, y yo salí adicto al trabajo como ella, siempre quiero algo, inventar cosas, pensar en negocios”, añade. En ese entonces sus familiares decidieron que cada uno fuese con algún pariente, y los separaron. Su hermana fu a Balcarce, su hermano a San Isidro a la casa de una tía, y a Tito le tocó el campo con otra tía. “Era un ranchito de barro, muy humilde, y dejé de estudiar, no pude seguir más; hice hasta segundo grado de la primaria, y cuando mi tía se separó de su cuarto marido, nos fuimos a otro pueblo, a Suardi, en la provincia de Santa Fe”, indica.
Como no podía seguir criándolo, su tía lo dejó en otra casa de campo, de un pariente muy lejano. “De vivir en la ciudad de Buenos Aires los primeros años de mi vida, de repente pasé a estar en un lugar sin agua, sin gas, sin radio ni televisión, era una vida distinta, y el señor que manejaba el tambo me pegaba”, recuerda con pesar. Fueron dos años de sufrimiento, durmiendo en un galpón, con crudos inviernos donde trataba de dormir cerca de los perros para tener menos frío. “En ese entonces se ordeñaba a mano, y yo era el encargado de levantarme a las dos de la mañana, con pantalones cortos, descalzo, a buscar el caballo para ir a buscar las vacas; la tranquera estaba blanca de la helada, y yo congelado”, narra Vicente.
Muchas veces se quedó dormido arriba del caballo, otras se cayó del animal, y define esos tiempos como “supervivencia”. “He llegado a meter los pies en la bosta de la vaca que recién había hecho sus necesidades, para calentarme los pies”, dice sin tapujos. Trabajaba todo el día, no lo dejaban comer en el mismo lugar que el matrimonio que administraba el campo, y le daban un plato de comida para que fuese al galpón a comer con los perros. “Tenían chanchos y gallinas que se escapaban, se iban al maíz sembrado de un vecino, y me mandaban a traerlos, hacía el trabajo de un hombre y tenía 10 años”, expresa. Uno de esos días, conducía al galope a algunas vacas y un toro, pero se desviaron y rompieron el poste que dividía todos los potreros.
“El señor me dijo que la culpa era mía por traerlos a las apuradas, y me dijo: ‘Hasta que no lo cambies no vas a comer’, y yo llorando, pensaba cómo iba a hacer para mover un poste de 50 centímetros de diámetro y tres metros de alto; para mí era imposible de levantar, era una madera dura y pesada. La até con un lazo a la montura del caballo y lo fui arrastrando hasta llegar y sacar el tronco viejo, pero no lo podía hacer, ni levantar ni enderezar, realmente no podía”, relata. Pasó el tiempo y todos se fueron a dormir la siesta, menos él, que seguía intentando.
“Yo lloraba sin parar, y decidí dejar todo en su lugar, tomé coraje y me fui a la comisaría, galopando entre los campos, cortando camino para ir a denunciarlo, porque yo no podía más”, revela. Al llegar lo atendieron muy bien, escucharon todo lo que tenía para decir, y sabían además que aquel hombre no tenía buena reputación. “Enseguida mandaron a alguien buscarlo, y cuando llegó le dijeron: ‘Tenés a este chico trabajando, haciendo cosas que no corresponden y encima le pega, y lo maltrata; vamos a hablar con la hermana para que pueda viajar a Buenos Aires’”, recuerda, con el mismo alivio que lo invadió en ese entonces. Lograron contactar a su hermana a través de la comisaría de Balcarce, y acordaron que se iría en tren hasta Retiro para que allí lo fuese a buscar su hermano.
“Mi patrón me compró unas alpargatas, unos pantaloncitos, y puse mis cositas en una tela, porque no había valija ni mochila, me dieron unas monedas para ir hasta la estación, y me dijeron que tenía que hacer trasbordo en Rosario, todo eso a mis 11 años, y sin la posibilidad de hablar por teléfono, todo arreglado entre dimes y diretes”, señala. Viajó hasta Rosario, y anunciaron que no habría transbordo, que seguirían con la misma formación hasta Retiro, y eso significaba llegar dos horas antes del horario pactado en que su hermano lo esperaba.
“Fueron muchas estaciones, pasaba el tiempo, y a mí me picaba el bagre, y no me dieron nada para comer en el camino”, rememora. Recuerda que pasaban varios vendedores ambulantes y cada vez que escuchaba “sánguches” más hambre tenía. En un momento no aguantó más y le preguntó a uno de ellos cuánto costaban, y le mostró las monedas que tenía. “Le dije que necesitaba quedarme con algo, por si mi hermano no me esperaba, para tomarme otro tren para ir a la casa de mi tío, y el tipo me preguntó con quién estaba, le expliqué que venía solo de Suardi, y cuando supo todo eso me regaló un sándwich”.
“Lo pagó de su bolsillo, porque era un empleado, y lo tengo tan presente, porque disfruté tanto ese sánguche”, evoca con alegría. Cuando llegó a Retiro, su hermano no estaba ahí, y aunque trató de esperarlo durante un tiempo, se le acercaban chicos más grandes con intenciones de robarle, y decidió ir a la boletería a pedir un pasaje hacia la casa de su tío. “Por suerte preguntando llegué bien, y al rato llegó mi hermano, que se imaginó que yo había hecho eso, y nos reencontramos”, celebra. A los 12años volvió a trabajar, primero en una fábrica de cajones, y después en un restaurante, hasta que más adelante probó suerte en el mundo musical.
La música y el amor
En su juventud quería aprender a tocar algún instrumento, y le parecía muy difícil la guitarra, el bajo y el teclado, así que eligió la batería. Con esfuerzo, se compró una y de a poco le tomó la mano. “Armé un una banda con dos chicos, y éramos medio bravos porque el tecladista no tenía teclado, tenía un acordeón a piano, y llegué a grabar dos discos simples”, cuenta. Incluso los contrataron para un show en Mar del Plata, y en medio de uno de los eventos un chica joven se acercó para preguntarle si podía cantar un tema con ellos. “Nos dijo: ‘Mi papá no me deja cantar, y ya que estoy acá quiero aprovechar’, le dijimos que sí, se subió al escenario y cantó espectacular’”, recuerda. Resulta que aquella mujer era María Martha Serra Lima.
Sus años como músico coincidieron con una ola de noviazgos, y se considera “muy afortunado” en el amor. “Era alto, morocho, y tenía mucho chamullo, apuntaba y ganaba, y estuve varias veces de novio, hasta que conocía a mi mujer”, comenta con picardía. En retrospectiva se da cuenta de que se encontró con algo que él no había tenido hasta ese entonces. “Me enamoré primero de la familia de mi futura esposa, me gustó tanto esa vida familiar, que justamente fue lo que me faltó”, destaca. El próximo 26 de julio, el mismo día en que Juani se casará, cumplirá el aniversario número 50 con su esposa.
“Ahora vamos a compartir esa fecha en la familia, y la fiesta de las bodas de oro la vamos a hacer el 28, dos días después, estaremos de fiesta en fiesta”, confiesa. La felicidad de estar todos juntos, con sus hijos y nietos, es de los sentimientos que perduran. Lo siente como un regalo de la vida, y se define como “un tipo agradecido”, porque todas las mañanas cuando abre los ojos le agradece a Dios estar vivo. “Saqué de mi vocabulario la palabra ‘no’, no la uso, porque por más que tengo 74 años, yo digo que cumplí 740 años, por las vivencias que he tenido”, dice entre risas. “Jugué seis meses al básquet en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, he sido músico de distintas bandas, escribí un libro sobre mi vida, planté aproximadamente 200 árboles, tantas locuras, que estoy feliz con lo que hice y contento por el amor que recibo”, concluye Tito.