Vladimir Putin recibió con honores a los espías rusos que se camuflaban bajo identidades argentinas y que, tras ser detenidos en Eslovenia, fueron objeto de un canje de prisioneros que les permitió regresar a Moscú. El vocero del Kremlin, Dmitry Peskov, comentó que los hijos del matrimonio repatriado se enteraron de que eran rusos recién en el viaje hacia ese país. Los niños no hablan ruso, al punto que Putin los recibió con un “buenas noches”.
Una vez más la realidad supera la ficción. Aunque en este caso sería más apropiado decir que la inspira. En la serie The Americans, Philip y Elizabeth Jennings viven en EEUU como una típica familia estadounidense. Pero no lo son. Son rusos, de la KGB. Esta trama se inspiró de un caso real. El de los agentes Andrei Bezrukov y Elena Vavilova que fueron desenmascarados en 2010 por una delación interna, luego de vivir en ese país durante diez años, sin levantar la menor sospecha.
El guionista de la serie es un ex analista de la CIA, bien posicionado para conocer los métodos de la KGB, en tiempos soviéticos, y del SVR, luego de la desaparición de la URSS. Métodos que ahora confirma el caso de los espías recién repatriados, Artyom Dultsev y Anna Dultseva, que habían asumido las identidades argentinas de María Rosa Mayer Muños y Ludwig Gisch. Arestados por la policía de Eslovenia, país donde vivían como ciudadanos argentinos emigrados a Europa en busca de mayor seguridad, indicaría la persistencia del mismo modus operandi de la pareja conformada por Andrei Bezrukov y Elena Vavilova, que inspiraron los personajes de Philip y Elizabeth Jennings en The Americans. No vivían en EEUU con pasaportes falsos: habían asumido la identidad de dos canadienses y se habían asimilado al punto de no tener acento extranjero y ser padres de dos pequeños canadienses. Hasta se graduaron en universidades de ese país.
La pareja arrestada en diciembre del año pasado en Eslovenia había hecho algo similar: pasaportes e hijos argentinos, para borrar su origen ruso, como los Jennings.
Y al igual que los espías de The Americans, Mayer Muños y Gisch no eran quienes aparentaban ser, sino agentes rusos de elite asignados por Moscú a tareas de inteligencia, según lo informó la ministra de Relaciones Exteriores de Eslovenia, Tanja Fajon. Se habían fabricado una fachada en nuestro país, como los protagonistas reales de The Americans lo hicieron en Canadá.
Las cinco temporadas de la excelente serie de Fox cuentan la historia de una pareja formada por la KGB con dos de sus agentes, a los que entrena no sólo para el espionaje sino para actuar como verdaderos “americans”. Deberán vivir como un matrimonio y formar una familia. La historia transcurre en los años 80, en la última década de la Guerra Fría que enfrentó a la potencia capitalista con la comunista en un duelo final. Son los Estados Unidos de Ronald Reagan, el presidente que agudizó la tensión con la Unión Soviética (URSS), “Imperio del Mal”.
En un suburbio de clase media de Washington, viven los Jennings, Elizabeth y Philip, 15 años de casados, dos hijos y una agencia de viajes. Pero este «american way of life» ideal es en realidad la cobertura perfecta para las actividades de espionaje del matrimonio que lleva una doble vida total. Sus propios hijos lo ignoran todo acerca de la actividad de los padres e incluso su verdadera nacionalidad. Ellos reclutan informantes, se infiltran en organismos estatales, hacen seguimiento y escuchas de funcionarios, roban y hasta matan con tal de penetrar el secreto de los planes antisoviéticos del país en el que viven; todo mientras intentan eludir la vigilancia algo torpe del FBI.
Lo sorprendente es que esta perfecta infiltración de una familia rusa en los Estados Unidos –un trabajo de larguísimo aliento iniciado por la KGB en los 80- ocurrió verdaderamente. La historia salió a la luz en 2010, al producirse el desmantelamiento de una red de diez espías rusos, que no cayeron por contrainteligencia sino por una delación.
Los ojos del mundo se concentraron en aquel momento en la fulgurosa Anna Chapman, que no ocultaba su nacionalidad y actuaba con su verdadero nombre: era hija de un diplomático soviético.
Pero en el grupo de agentes capturados había un matrimonio, el de Donald Howard Heathfield y Tracey Lee Ann Foley, que llevaba una década viviendo en los Estados Unidos, totalmente mimetizados con el medio y con dos hijos de 20 y 16 años, que no sabían que sus padres eran en realidad Andrei Bezrukov y Elena Vavilova, dos rusos siberianos entrenados por los servicios secretos soviéticos para simular una nacionalidad –la canadiense- que no era la suya.
Cuando fueron arrestados, los Heathfield-Bezrukov vivían en Cambridge, Massachusetts, con sus dos hijos que, como en la serie, llevaban nombres tan corrientes como Tim y Alex, no hablaban una palabra de ruso y no tenían la menor idea de las actividades clandestinas de sus padres. Igual que los niños de los Dultsev.
El día de la redada, 27 de junio de 2010, cuando un comando irrumpió en la casa de los Heathfield al grito de “¡FBI!”, la familia estaba festejando el cumpleaños número 20 del hijo mayor. Tim y Alex creyeron que se trataba de una broma. Hasta que uno de los agentes les dijo que sus padres estaban siendo arrestados por ser “agentes ilegales de un gobierno extranjero”.
Años más tarde, entrevistado por el diario británico The Guardian, Alex contó que en ese momento pensó que se trataba de un error, de domicilio o de identidad. Quizá los viajes frecuentes de su padre, analista geopolítico en una consultora internacional, eran la causa.
Pero en un breve encuentro con su madre en la Corte de Boston pocos días después del arresto, ella les dijo que aprovechasen los pasajes comprados para unas vacaciones en París y volasen a Moscú. Obedecieron. Supieran o no la verdad, actuaron como dignos hijos de sus padres, reservados, astutos. No hicieron preguntas. “Yo sabía que, si tenía que testificar, cuanto menos supiera,mejor. No quería confundir mi opinión con nada. No quería preguntar, porque era obvio que nos estarían escuchando”, explica Alex años después, al Guardian. “Ellos arriesgaban la cadena perpetua, y si yo tenía que testificar, debía creer totalmente en su inocencia”.
Nunca antes habían estado en Rusia. Al llegar, los recibieron personas que se presentaron como “colegas” de sus padres. “Nos mostraron fotos de ellos a los veinte años, de uniforme, con medallas. “Hasta entonces, me negaba a creerlo”, dijo Alex.
Pocos días después, el 9 de julio, Andrei y Elena llegaron a Moscú. Al igual que los Dultsev, los diez agentes fueron objeto de intercambio. En este caso, por cuatro ciudadanos rusos encarcelados por espiar en favor de Occidente. El presidente ruso de entonces, Dimitri Medvedev, los condecoró en una ceremonia en el Kremlin.
Casi todos los miembros de la red llevaban largo tiempo establecidos en EEUU, con una inserción social sólida y contactos bien cultivados con académicos, empresarios y funcionarios de áreas como defensa o finanzas. El FBI bautizó Ghost Stories a la operación, en referencia a las identidades robadas a muertos.
La historia de los Bezrukov pasó algo inadvertida para la prensa en su momento pero no para el ex analista de la CIA Joe Weisberg que la usó como material para escribir el guión de la serie The Americans.
Para Tim y Alex aquel arresto implicó un tránsito brutal a otra vida, otro país, otra nacionalidad, otra prehistoria familiar. Mamá y papá se llamaban en realidad Andrei Olegovich Bezrukov y Elena Vavilova, y la KGB los había entrenado para convertirlos en agentes encubiertos. Los verdaderos Donald Heathfield y Tracey Foley habían muerto hacía muchos años y su identidad había sido usurpada.
¿Qué país que no fuese Rusia podía haber pensado en montar una operación tan compleja y de tan largo plazo? (The Guardian)
Ninguno de los diez espías deportados dio detalles acerca de cuál era su misión en EEUU, ni sobre el entrenamiento recibido en el Departamento S, el más secreto de la KGB, a cargo de las misiones en el exterior. Se pensaba además que el programa que llevaba adelante esa sección había sido suspendido al derrumbarse el régimen soviético en 1991. Pero la caída de los Bezrukov en 2010 demostró que no era así. Como lo confirma ahora el caso de los espías “argentinos” capturados en Eslovenia.
“¿Qué país que no fuese Rusia podía haber pensado en montar una operación tan compleja y de tan largo plazo?”, se pregunta The Guardian. Muchos servicios extranjeros usan agentes encubiertos y ninguna potencia renuncia al espionaje. Pero sólo los rusos han entrenado espías para hacerlos pasar por oriundos del país objetivo y camuflarlos por completo.
Cuando Vladimir Putin, entonces primer ministro, recibió a los Bezrukov en Moscú, se jactó: “Imaginen nada más: ellos tuvieron que aprender un idioma extranjero como si fuese su lengua materna. Tuvieron que hablar únicamente esa lengua, pensar en esa lengua, mientras seguían sirviendo los intereses de la patria durante largos, muy largos años. Sin contar con protección diplomática. Exponiéndose al peligro todos los días”.
El mismo tratamiento se les da ahora a los Dultsev, que como Andrei y Elena fueron recibidos como héroes.
Erase una vez en Siberia…
El operativo de largo aliento que involucró a los Bezrukov se inició a comienzos de los 80. Andrei era oriundo de Krasnoyarsk, una lejana región en el corazón de Siberia. Era un brillante y prometedor alumno de 3er año de Historia cuando la KGB lo reclutó. Estaba de novio con Elena Vavilova. A diferencia de los personajes de la serie, ellos no fueron una pareja ficticia. Pasaron dos años de intenso entrenamiento en Moscú, para aprender el inglés a la perfección y sin acento ruso, además de los secretos del trabajo de espías: seguimientos, comunicaciones, codificación, reclutamiento…
Cuando parten de Rusia hacia Canadá, ya están casados, pero en su nuevo destino deberán cambiar de identidad y volver a contraer enlace, ahora como canadienses. Los nombres Donald Heathfiel y Tracy Foley no eran de fantasía, sino personas realmente existentes, fallecidas a muy corta edad, cuya identidad asumieron.
Pero Canadá no era el objetivo de la KGB. Los Bezrukov estaban allí para preparar su desembarco en EEUU, creándose un currículum creíble. En junio de 1990 nació su primer hijo, Tim, mientras Andrei trabajaba en una empresa de venta de pañales a domicilio.
En 1991 desaparece la URSS. «Tuvimos que arreglárnoslas por nosotros mismos», contarán más adelante. Se abre entonces un largo paréntesis, en el que los agentes quedan en un limbo, pero resisten y no regresan a su país. Al estilo de Hiroo Onoda, el soldado japonés que, aislado en Filipinas, continuó «peleando» la Segunda Guerra durante tres décadas, ellos siguen adelante con el plan.
En Canadá, los falsos Heathfield y Foley se graduarán: él en la York University de Toronto, donde obtiene un diploma en Economía Internacional. Ella, en la MacGill University. En 1994 nace el segundo hijo, Alex.
En 1995 se mudan a París, no se sabe bien por qué, quizás para retomar el vínculo con la antigua KGB, ahora SVR, Servicio de Inteligencia Exterior. Allí pasarán 4 años; él estudia en la École des Ponts, una de las más prestigiosas universidades de Ingeniería del mundo.
En 1999, poco antes de la llegada a la presidencia de Vladimir Putin –alto ex oficial de la KGB-, y tras más de una década de preparación, los Bezrukov se mudan finalmente a los Estados Unidos.
Allí, como corolario a su carrera, Donald Heathfield logró ingresar y graduarse en la Harvard’s Kennedy School of Government, donde se forman líderes de todo el mundo, como el ex secretario general de la ONU Ban Ki-Moon, por ejemplo. En esa casa de estudios, Bezrukov coincidió con el que sería poco después presidente de México, Felipe Calderón, y se codeó con muchas otras personas pudientes o bien conectadas.
Empezará entonces finalmente su tarea de inteligencia propiamente dicha, aunque ya no para la desaparecida URSS sino para la Rusia de Putin. «El hecho de haberme ido del país, que se llamaba Unión Soviética y volver al que se llama Rusia, no me afecta –dirá años más tarde-. Para mí es un mismo país. Mi país».
Mientras él trabaja como analista geopolítico para la consultora internacional Global Partners, Elena se desempeña como agente inmobiliaria en Cambridge. Y según Glenn Kelman, presidente de la firma Redfin, para la cual trabajó, era “condenadamente buena”.
Los hijos van a una escuela bilingüe (francesa e inglesa). El motivo lo explicará el padre más adelante: no podían hablarles a sus hijos de Rusia, pero sí evitar que fuesen típicos productos culturales estadounidenses y darles una educación cosmopolita y abierta.
Los chicos cuentan que su padre trabajaba y viajaba mucho. Pero afirman que su infancia fue totalmente normal. No recuerdan haber escuchado jamás a sus padres hablar de Rusia. De hecho, Andrei Bezrukov confirmó luego que tras dejar su país no pronunció nunca más una palabra en ruso. “No se puede usar la lengua materna ni siquiera en la casa”. Al comienzo se necesita un tremendo autocontrol, explicó, pero luego se vuelve “natural” y se piensa y hasta se sueña en inglés. Al punto que hoy, de regreso en Rusia, él y su esposa siguen hablando en inglés entre ellos (ver el video al pie de esta nota que muestra el perfecto inglés de Bezrukov).
Quienes conocieron a Andrei lo describen como impresionantemente talentoso. Durante su carrera como espía creó varias empresas, patentó un software para «mapear acontecimientos futuros» y, como vimos, se graduó en Harvard.
Si uno se comporta como James Bond, dura medio día, tal vez uno (Bezrukov)
Las pocas veces que Bezrukov se refirió públicamente a su trabajo pasado, lo describió más como una tarea intelectual y de análisis que como el tipo de espionaje que se ve en las películas: “El trabajo de inteligencia no tiene que ver con escapadas riesgosas. Si uno se comporta como James Bond, dura medio día, tal vez uno”. Pero eso no quiere decir que no hubiese sobresaltos como los que viven los agentes Phillip y Jennifer en The Americans: baste señalar que, en el año 2005, murió Howard Heathfield, padre del verdadero Donald Heathfield, y en el aviso fúnebre se consignaba que había sido precedido en el camino al cielo por su pequeño hijo Donald, muerto a las 7 semanas…
Andrei y Elena enviaban sus mensajes usando esteganografía digital, es decir, ocultándolos en los pixeles de imágenes, codificados mediante algoritmos escritos para ellos por el SVR.
En 2008, toda la familia obtuvo la nacionalidad estadounidense. Un gran paso para estos dos agentes encubiertos, cuya caída, vale recordar, no se debió a errores propios sino a la traición. El coronel Alexander Poteyev, jefe para América del Norte del SVR, que dirigía la red de espías desde Moscú, huyó precipitadamente de Rusia pocos días antes de que el FBI lanzara su redada. Una corte militar rusa lo condenó en ausencia por alta traición.
Andrei usaba su paso por Harvard y su trabajo de consultor para penetrar en los ambientes políticos y de negocios. Retrospectivamente, algunos de sus camaradas de estudio destacan características significativas de su personalidad. Por ejemplo, Mark Podlasly, de Vancouver, dijo al New York Times que lo más llamativo de Heathfield era el cuidado con el cual mantenía los vínculos. “Se mantuvo en contacto con casi todos nuestros compañeros extranjeros. En Singapur, en Jakarta, sabía lo que cada uno estaba haciendo”, dijo Podlasly. Eran unos 200 estudiantes en ese programa de administración pública.
Otros lo recuerdan como un hombre de hablar suave, sociable, de humor seco y con un acento difícil de identificar. «Era inteligente y de rica conversación», dijo Craig Sandler, actualmente presidente de State House News Service, un servicio de noticias de Boston. «Yo tenía una alta opinión de él, pero, sí, su trabajo era un poquito misterioso», agregó.
Desde que fue repatriado, Andrei trabaja como asesor del presidente de Rosneft, una de las principales petroleras del país; enseña en el MGIMO, una importante escuela de cuadros, escribió un libro sobre la geopolítica del futuro y es una verdadera celebrity en su país.
En julio de 2012, dos años después del arresto, el Wall Street Journal aseguró que el FBI tenía información de que los Bezrukov ya estaban adiestrando a su hijo mayor para el espionaje. Este dato forma parte incluso del argumento de la serie.
Espionaje pos Guerra Fría
The Americans está ambientada en los años 80, lo que parece más lógico. En cambio, a algunos les cuesta entender qué hacían los Bezrukov en USA veinte años después de la caída del muro…
Según el FBI, la red no había logrado robar ningún secreto –aunque admitir lo contrario sería vergonzante-.
Pero si se lee una de las entrevistas que Bezrukov concedió a la prensa rusa, se puede tener una perspectiva diferente del sentido que la Inteligencia rusa le daba a la misión.
Él mismo se presenta más como un analista geopolítico que como un espía. “Aun si existiera una imaginaria caja fuerte con todos los secretos adentro, al día siguiente la mitad de ellos serían obsoletos o inútiles: la mejor inteligencia es entender lo que tu oponente va a pensar mañana, no descubrir lo que pensó ayer”, dice.
Bezrukov afirma que no estaba trabajando “en contra de” nadie sino en beneficio de su país. Se definió como un “explorador”, una persona en el terreno que estudia, conoce, entiende al país, y así ayuda al suyo a tomar mejores decisiones.
«La inteligencia es una actividad esencialmente defensiva», afirmó.
“Patriotismo”, fue su respuesta cuando se le preguntó cuál era la cualidad más importante en un agente de inteligencia. “El dinero no puede ser el móvil –afirmó-. Sólo una persona leal con sus ideas puede hacer este trabajo, sabiendo que puede pasar el resto de su vida en prisión. Ningún beneficio material puede justificar eso”.
Sobre la serie The Americans, dijo: «Lograron recrear la atmósfera, los tormentos interiores de los agentes secretos, las dificultades –incluso de orden personal- que hay que superar para hacer este tipo de trabajo».
Cuando salió de Rusia, llevaba sólo una maleta y a su esposa. Juntos tuvieron que construir una nueva vida casi en soledad. Pero aseguró que era feliz haciendo su trabajo y que lo consideraba una profesión «romántica». Inevitablemente –y la propia serie lo insinúa- hay que pensar que el carácter y la genética siberianos, forjados en un medioambiente duro y desolado, contribuyen a explicar la templanza con la cual Andrei y Elena soportaron el extrañamiento de su país por tantos años. Bezrukov confirma esto indirectamente: «Mi árbol genealógico se remonta a los días de Yermak (Timoféyevich), cuando mis ancestros llegaron a Siberia», dice, en referencia al jefe cosaco que lideró la conquista rusa de esa región en el siglo XVI.
Olvidar sus orígenes siberianos sería para él como despojarse de todo. “Me siento especialmente cercano a la idea de una historia grande y trágica de mi país, a las rupturas por las que ha pasado, su eternidad, su penosa búsqueda de sí mismo entre Este y Oeste. Si tenemos cosas en común y un entendimiento de quiénes somos, hacia dónde vamos, cuáles son los principios subyacentes, eso es lo que une a un pueblo, eso es lo que se llama idea nacional”.
Seguir leyendo:
Los espías rusos detenidos en Eslovenia vivieron en Argentina y tuvieron dos hijos