Gabriel Katopodis suele decir que el peronismo está en “modo horizontal” durante esta etapa en la oposición. Moviéndose, discutiendo, armando, realizando una autocrítica. Los ejercicios no los hacen todos al mismo tiempo ni de la misma manera. Ni siquiera los hacen todos, pero la dinámica del debate interno empezó a ganar vertiginosidad en las últimas semanas.
Lo que plantea el ministro de Obras Públicas bonaerense es una verdad irrefutable en el peronismo del 2024. Una postal del nuevo tiempo en el llano opositor y sin una conducción definida. Hay dos liderazgos fuertes vigentes pero sectorizados que son los de Cristina Kirchner y Sergio Massa. Ninguno conduce a la mayoría. Ninguno puede encolumnar a todo el peronismo detrás de su figura. El resto se mueve como satélites, con estrategias disímiles.
La discusión horizontal abre el juego para que diferentes dirigentes y agrupaciones se muevan con un objetivo único: ordenar al peronismo y posicionarse en la discusión interna. Alzar la voz, buscar puntos de acuerdos entre espacios internos diferentes, marcar posturas públicas frente al gobierno de Javier Milei, pero también hacia la discusión interna de la fuerza política.
El ex secretario de Comercio Guillermo Moreno es uno de los dirigentes que más se mueve. Pasa de un canal de televisión a uno de streaming y de un plenario a un acto político. Construye su épica apoyada en la crisis económica del país y en la crisis de representación del peronismo. Dice en voz alta, en forma repetida, que no hay forma de que Milei culmine su mandato y anticipa la sesión de una asamblea legislativa para definir el rumbo de país sumido en la pobreza.
Moreno agita el ritual peronista de los bombos y las banderas, de la marcha y el cancionero popular. Dice que está reorganizando el peronismo, para volver a enamorar. Se juntó con Miguel Pichetto y Sergio Berni, gira por reuniones de dirigentes peronistas de larga trayectoria y asegura que Axel Kicillof, que aparece en el horizonte como un posible líder, no es peronista.
Con un estilo diferente pero también como un lobo solitario, el ex ministro de Economía Martín Guzmán levantó su perfil y comenzó a tener reuniones con dirigentes de diferentes sectores del peronismo como Andrés Rodríguez, “Juanchi” Zabaleta, Julio Zamora y Juan Grabois. Con todos analizó el pasado, el presente y el futuro. Lo que dejó el gobierno de Alberto Fernández, el impacto real de las medidas de Milei y el escenario económico en el corto plazo. Quiere hacer política más que economía.
“No pienso en términos de cargo, sino en ocupar un lugar en un espacio. Ayudo en brindar contenido para la construcción de un programa de gobierno peronista para el progreso del país”, dijo, un puñado de días atrás, en una entrevista con el canal C5N, sobre su decisión de moverse, mostrarse y exponer su mirada en público. Lo hace sin generar polémicas fuertes en el peronismo, pero con críticas muy duras a la gestión económica del gobierno libertario, que es a lo que está atada la mayor parte de su discurso.
Una particularidad de Guzmán es que con frecuencia recibe críticas públicas que provienen del kirchnerismo y el massismo. En ambos sectores lo acusan de haber cerrado un acuerdo con el FMI que fue perjudicial para la Argentina y de actuar con irresponsabilidad en su salida del Gabinete. Guzmán no cambia su tono de voz de siempre y esquiva las balas de la interna con delicadeza. Está seguro de lo que hizo y de la forma en que lo hizo.
Por la vereda disidente de la mayoría se mueve el cuarteto que armaron Fernando Gray, Juan Zabaleta, Facundo Moyano y Federico Martelli, que se lanzaron a caminar la provincia de Buenos Aires, haciendo pie en fábricas y comercios afectados por el ajuste libertario, y buscando construir una oposición al kirchnerismo – especialmente La Cámpora – con el que están enfrentados.
En lo que respecta a la discusión sobre la reorganización del peronismo, los cuatro empujan la idea de que el kirchnerismo debe correrse de la conducción porque se cumplió un ciclo. Le apuntan a Cristina y Máximo Kirchner, los acusan de obturar una renovación y de concentrar, en forma sistemática, la decisión sobre el armado de la estrategia política y electoral, que ha tenido como resultado las últimas dos derrotas en las elecciones presidenciales y de medio término.
De los gobernadores peronistas los dos que tienen más exposición son Axel Kicillof y el riojano Ricardo Quintela. El mandatario bonaerense está intentando moldear un nuevo perfil político que tiene como objetivo final una posible candidatura presidencial en el 2027. Tiene treguas intermitentes con Máximo Kirchner y es acusado por La Cámpora por los cuestionamientos de dos de sus laderos: Jorge Ferraresi y Andrés “Cuervo” Larroque.
Quienes rodean a Kicillof aseguran que el kirchnerismo duro no lo cuida, lo desgasta y no le da la centralidad necesaria, teniendo en cuenta que es uno de los pocos dirigentes K que tienen proyección para poder construir una candidatura. El Gobernador hace equilibrio, pide la unidad de todo el espacio y se mantiene firme en exponer su discurso muy crítico contra el Presidente. Se autoconstruye la centralidad política.
Quintela, en tanto, empezó a sumar kilómetros por el país en búsqueda de un acuerdo amplio para lograr la unidad peronista bajo el techo del PJ Nacional. El riojano aparece en la discusión peronista de oficinas como uno de los candidatos a ocupar la presidencial del partido, que ahora es conducido, en términos formales, por cinco vicepresidentes, ya que el último titular, Alberto Fernández, pidió licencia.
El peronismo del interior -mayoritariamente no K- está a la espera de que algún dirigente se anime a romper el molde y le de forma a una línea interna que le discuta poder y territorio al kirchnerismo. Por el momento son esbozos de ideas y un cúmulo de voluntades que están flotando en el aire. Nada más. Nadie se animó a discutir en público el posicioanamiento del kirchnerismo, que mantiene una fuerte impronta en la agenda política de la oposición.
Dentro del bloque de diputados de Unión por la Patria (UP) Victoria Tolosa Paz canaliza parte de la comunicación con el interior y algunos gobernadores. Distante del líder de La Cámpora y el camporismo, representa el ala de dirigentes que, por lo bajo, se quejan con frecuencia de los posicionamientos internos. Situación que quedó expuesta con la discusión sobre el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI) y la inclusión en la Ley Bases de un capítulo para aumentar los impuestos a las industrias tabacaleras.
El kirchnerismo esboza una autocrítica en la voz de Máximo Kirchner, que empezó a dar algunas entrevistas e intenta bajar el tono de las diferencias que tiene con Kicillof, mientras la ex presidenta pide, cada vez con más frecuencia, que la dirigencia K se concentre en fortalecer el discurso opositor contra Milei y en tejer alianzas subterráneas con otros sectores de la oposición.
En tanto, Sergio Massa estira su regreso al escenario político y lanza, a través de comunicados de la Fundación Encuentro y el Frente Renovador, una batería de críticas y advertencias sobre cómo influirán las decisiones de Luis “Toto” Caputo y Javier Milei en lo que respecta a la política económica. Además, deja saber que gran parte de la dirigencia está desenfocada cuando pone énfasis en las discusiones de poder internas, ancladas en la definición del armado de listas legislativas del próximo año.
El peronismo está activo, pero sin grandes cambios respecto al que dejó el poder seis meses atrás. La renovación no termina de activarse y las diferencias están lejos de saldarse. El camino que debe recorrer es largo y espinoso. Recién avanzó algunos metros.