“El problema sindical -le escribe Juan Perón al mayor Pablo Vicente, el 25 de agosto de 1968-, no debe influenciar a la organización que se realiza en el Movimiento que, actualmente nuclea y prepara a todas las fuerzas políticas del peronismo, a fin de contar cuanto antes con la posibilidad de conducirlas con unidad de acción. Remorino se quedará un tiempo en Europa y Jorge Daniel Paladino tendrá todo en sus manos. Es a él que ha de recurrirse para toda clase de asuntos del Movimiento (…) Paladino está procediendo muy bien. Los que no se conecten con la Secretaría General del Peronismo que él maneja, no puede ser por otra cosa que preconceptos negativos, que a la vez que nos anarquizan, nos impiden hacer nada. Yo no pienso seguir siendo instrumento de los descontentos que nunca se conforman con nada. Marcharemos adelante con los que sigan, los demás pueden hacer lo que quieran.”
“El asunto sindical no pasará mucho tiempo sin que yo mismo lo arregle, por eso no hay que meterse en este problema. Si Ongaro trabaja, que le meta, pero nada se opone a que lo haga de acuerdo con Paladino. Si Vandor hace lo mismo, debe hacerlo también de acuerdo con Paladino. Todos dicen que son peronistas, pues que se pongan de acuerdo.
Es indudable que en las actuales circunstancias existe un maremagnum tremendo y el horizonte directivo del Peronismo es una verdadera ‘bolsa de gatos’ en su doble acepción, primero por la forma en que se comportan y segundo porque son realmente gatos la mayor parte de ellos.”
A fines de 1968 el líder exiliado le escribe una larga carta a Pablo Vicente y, además, le adjunta un “Memorándum Adicional” que contiene 25 enseñanzas para la dirigencia que todavía guardan una notable vigencia en el mundo de la política. En la 21 sostiene: “Dicen los italianos que, en la conducción política, es preciso todos los días tragar un sapo. Todos los días recibimos personas a las que, si obedeciéramos a nuestro deseo, les daríamos una patada, sin embargo es preciso que le demos un abrazo. La conducción es una misión y, si esa misión nos impone un sacrificio, lo mejor será realizarlo. Por eso he dicho que la conducción es una misión y, el cumplimiento de de una misión, no puede ser discrecional: obedece a necesidades no a deseos, utilizar formas y medios adecuados a su cumplimiento, lo que a menudo está en contra de las propias inclinaciones, pero es preciso pensar que trabajamos por fines y no por medios.”
El 5 de febrero de 1969 a través de una esquela reservada escrita a mano, Juan Domingo Perón informa que “por disposición del Comando Superior Peronista, el compañero Don Jorge Daniel Paladino, actual Secretario General del Movimiento ha sido incorporado como miembro permanente del mismo y designado interinamente como Delegado del Comando Superior, a todos los fines se extiende esta credencial”. Ahora sí, Paladino, estaba en la cumbre de su partido. En posesión de los dos cargos más importantes y se convertía en la voz más autorizada del peronismo, con su Jefe exiliado en España, en el último año de la década del sesenta, la antesala de los setenta, la década más violenta de la Argentina moderna.
Entre el 13 y 15 de mayo de 1969 “una delegación representativa y orgánica” de la Rama Política viajó a Madrid para mantener un cónclave con Perón. Unas horas antes lo hizo Paladino para coordinar la reunión en Navalmanzano 6, la residencia del líder en Madrid. En un informe previo, con fecha 5 de mayo, el Delegado le traza un panorama de la situación. Lo primero en informar es el documento de los obispos argentinos sobre la realidad del momento: “En mi opinión – escribió—es la noticia más importante de los últimos tiempos y clarifica el panorama del futuro argentino. Desde abajo hacia arriba en el orden local, y de arriba hacia abajo desde la Santa Sede, la jerarquía eclesiástica argentina ha sido arrastrada a una posición que significa, con relación a la dictadura, un giro de 180º desde la posición de 1966/67. La imagen de “gobierno de las fuerzas armadas y de los curas”, que pretendió asumir Onganía, ya no existe. Los comunistas trabajan mucho sobre los curas que llaman ‘progresistas’ y es evidente que aspiran a infiltrarse y mezclarse en las comisiones mixtas, lo mismo han hecho y tratan de hacer en el peronismo. De hecho hay sacerdotes ‘alineados’, como se dice ahora, en la estrategia marxista, de igual manera que tenemos peronistas en similar confusión. Pero estos son detalles: lo fundamental es quién utiliza a quién en definitiva como organización o cuerpo orgánico.”
En la Argentina, 1969 fue un año de violencia y de grandes convulsiones: Robo de armas en el Tiro Federal de Córdoba (1º de abril); asalto en Campo de Mayo (5 de abril); una armería en San Justo (15 de abril) y en Villa del Parque (16 de abril); el asesinato del dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor (30 de junio); disturbios en Rosario y el incendio simultáneo de dieciseis supermercados Mínimax (26 de junio). Y, como hecho principal, la furia de “el cordobazo”, a fines de mayo. Una sumatoria de demandas irresueltas: el cansancio de un sector de la población porque el gobierno no encontraba un cauce; problemas intestinos en las Fuerzas Armadas; activismo de todo tipo — pero organizadamente desde la ultraizquierda– y conflictos gremiales a simple vista. Los gremios clasistas querían disputarle el poder a la Confederación General del Trabajo de clara tendencia peronista.
De un lado Agustín Tosco, el dirigente de Luz y Fuerza, secretario adjunto de la regional obrera y René Salamanca de SMATA. Del otro, José Ignacio Rucci decidido a imponer su autoridad (en 1970 sería designado secretario general de la CGT). Previo al “cordobazo”, el 17 de marzo de 1969, Rucci declaró a la prensa: “Le guste o no le guste al señor Tosco y a todos los que lo rodean, acá definitivamente se terminó y la CGT de Córdoba se va a normalizar (el 1º de junio) como lo dicen los cuerpos orgánicos de la central obrera y punto. El movimiento obrero argentino tiene aproximadamente cinco millones de trabajadores y el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba tiene 2.500 trabajadores, con 700 en contra que votaron contra el señor Tosco. Quiere decir que en representatividad hay 86 organizaciones, delegaciones regionales, de la República Argentina que al señor Tosco le dicen: “Vea señor, si usted quiere hacer marxismo y socialismo se va a Rusia, acá en la Argentina no”.
La magnitud del “cordobazo” sorprendió a todos. Absolutamente a todos. Aunque funcionarios cercanos a Onganía sostuvieron más tarde que con anterioridad estaban informados que se avecinaba un bogotazo Córdoba. En especial el coronel Conesa, delegado de la SIDE en la provincia, que ya había informado a su jefe Eduardo Señorans con varios días de anticipación. Juan Domingo Perón también quedó asombrado. Posiblemente, aquellos que gritando su nombre reivindicarían el “cordobazo”, desconocían que para Perón “el ‘cordobazo’ no tuvo ningún signo peronista… Fue de izquierda”, según le confió más tarde a su biógrafo oficial Enrique Pavón Pereyra.
— “Y, sí, señor…, pero ¿qué hacemos con la izquierda?”, le contestó Labat, el dirigente cordobés que participaba en una reunión en Puerta de Hierro junto con José I. Rucci.
— “¿A usted le gusta la ensalada?”.
— “Sí”.
— “Bueno — concluyó el general—la izquierda es como el vinagre a la ensalada. Hay que echarle un poco, para poderla comer”.
Para el comandante en jefe del Ejército, Alejandro Agustín Lanusse, la revuelta cordobesa fue un severo llamado de atención: “Yo intuí, ese difícil 29 de mayo de 1969, que algo estaba pasando en el país (…) Esa mañana, en Córdoba, reventaba todo el estilo ordenado y administrativo que se había venido dando a la gestión oficial (…) El 29 de mayo es el instante crítico que marca el fracaso político de la Revolución Argentina.” “Córdoba ha vivido ayer un día terrible que pasará a la historia. El 17 de octubre es pálida sombra de lo ocurrido ahora” (La Prensa, 2 de junio de 1969).
En medio de la avalancha de declaraciones de esos días hay una que pasó sin pena ni gloria. Fue hecha en el exterior por el contador Juan B. Martín que venía de Japón, tras despedirse del Emperador Hiroito para hacerse cargo de la cancillería. La formuló el miércoles 11 de junio, durante su escala en México: “Estos movimientos han sido preparados fuera del país, obviamente en Cuba, para ponernos en situación difícil y complicar las cosas”. En otras palabras, acusaba al régimen de Fidel Castro de instigar las sublevaciones y desmanes ocurridos en la Argentina desde mediados de mayo de 1969.
Se equivocaba el canciller. La ofensiva castrista contra la Argentina había comenzado mucho antes y se materializó por primera vez en Orán, Salta, entre 1963 y 1964. Luego, mientras sus ideólogos trabajaban en el desmantelamiento del pensamiento nacional, la futura subversión se entrenaba militarmente en las cercanías de La Habana. Sobre lo que ocurría en el centro militar de Punto Cero ya no lo puede negar nadie. También es cierto es que los argentinos, con sus múltiples razones y falencias, le hicieron el campo orégano al castro-comunismo. Unos fueron desaprensivos (como el cura Carlos Mugica Echagüe) y otros cómplices. En varios ambientes civiles volvía a hablarse de una salida con Pedro Eugenio Aramburu. Otros, más jóvenes y vehementes, el 11 de junio de 1969, convocados por Ricardo Cabiche, un radical que termino abrazado a los comunistas en el Encuentro Nacional de los Argentinos, firmaron una declaración que sostenía: “La salida política, según están dadas las circunstancias, no podrá ser lograda en el país de otra manera que no sea a través de la lucha armada”. Entre otros, cual partisanos de escritorio, firmaron: Alberto Assef, Juan Octavio Gauna, Néstor Giolito y María Florentina Gómez Miranda.
Antes de que Ernesto Guevara llegara a Bolivia, imaginando que luego pasaría a la Argentina para tomar el poder, el régimen castrista había depositado en nuestro territorio “el huevo de la serpiente”. La izquierda usó hasta la saciedad ésta imagen para justificar, explicar, cómo había nacido el nazismo. El huevo era de una membrana transparente en la que se veía a un embrión que iba creciendo dulcemente. Contando con el cuidado de una sociedad indolente que impide que nada le pase. Cuando atraviesa la delgada membrana, la víbora crece y comienza a devorar todo lo que se le opone. La figura también puede ser aplicada a la ultra izquierda porque los extremos se tocan. Y, entonces, esa víbora de izquierda armada que depositó el castrismo con la complicidad de sus personeros argentinos intentó destruir aquello que se le oponía.
Luego del fusilamiento de Guevara en Bolivia (9 de octubre de 1967) el Ejército de Liberación Nacional (argentino) no va a Bolivia y, entonces, dirige su mirada a la Argentina y comienza a entrar desde Praga en 1968. Esto esta relatado puntillosamente en mi libro “Fue Cuba” y varios de los que se instruyeron en Cuba, Checoslovaquia y Moscú van a intervenir en el “cordobazo” de mayo del ‘69 y el “rosariazo” de septiembre del mismo año.
La “Operación Juanita”, fue obra del ELN. No pensaba lo mismo el periodista Isidoro Gilbert, con afinidad con el PCA, en su minucioso y documentado libro “La Fede”. Si fuera cierto que la hizo el “aparato militar” del Partido Comunista, no haría otra cosa que confirmar que mi metáfora de “las cotorras” (que se pelean durante el día y ocupan los mismos nidos en la noche) es absolutamente acertada y estaría confirmando, una vez más, que Moscú y sus organismos estaban detrás de todo el incendio que llegaría a la Argentina. En síntesis, la “Operación Juanita” fue el atentado con explosivos, subrepticiamente ubicados en los lugares donde se lucían productos inflamables, de catorce supermercados “Minimax”, el 26 de junio de 1969, aprovechando que llegaba a Buenos Aires Nelson Rockefeller, de quien se sostenía era accionista de la Distribuidora de Comestibles (DACSA). Marcelo Verd le pasaría los explosivos a Alicia Fraerman y ella, a su vez, los derivó a otros. También intervino el “Flaco” o “La Tía” Eduardo Miguel Streger (que cuando se disuelve el ELN se incorpora al PRT-ERP y va a comandar el “Operativo Gaviota”, el asesinato del general Jorge Rafael Videla). El 30 de junio de 1969, otra organización en ciernes, Descamisados, que se decía peronista, asesinó al Secretario General de la UOM, Augusto Timoteo Vandor.
Entre 1969 y comienzos de 1970 el Ejército de Liberación Nacional que apoyaría al “Che” Guevara se disolvió. Cada sector, cada columna, tomó su camino. Aunque habían sido (casi) todos entrenados en los PETI (Preparación Especial de Tropas Insurgentes) de Cuba, tenían sus diferencias. Algunas de tipo ideológico, otras personales. Se separaban, ahora, pero se volverían a unir más tarde. Olmedo, Osatinsky, y Quieto fundaron las FAR y más tarde (octubre de 1973), para desafiar a Perón se juntaron en Montoneros, lo mismo que Descamisados, las FAP y otras organizaciones menores. Montoneros nació en mayo de 1970 con el asesinato del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu y el PRT-ERP en julio de 1970. Así, en resumidas cuentas, comenzaba la década del 70, los años de plomo, que todavía hoy se discuten.